SINOPSIS del LIBRO “El hombre que se pensaba a sí mismo”
El Hombre es un animal
de costumbres, y cuando estas se instalan en la sociedad acaban convirtiéndose
en normas, algo que le hace percibir el aparente confort dentro de su
madriguera, frenándose a exponerse a algo nuevo. Y es que los que se adaptan a
su laberinto, la propia inercia los acaba confundiendo.
Lo que nos dicen tres
grandes pensadores sirve para hacer un diseño del hombre de nuestro tiempo.
Albert Camús afirma: “El hombre moderno es la única criatura que rechaza ser lo
que es”, de lo cual se desprende la conciencia que de sí mismo tiene. ¿Qué
piensa el hombre de sí? Por su parte, Ernest Bloch nos plantea un interrogante:
“El hombre es algo que tenemos que encontrar todavía. No sabemos aún lo que somos,
y no somos todavía lo que seremos”. Aunque ha sabido penetrar en la esencia de
la física cuántica y desintegrar el átomo, sin embargo, se desconoce. El
último, Paul Ricoeur es más optimista: “El hombre es posible”. Todavía estamos
a tiempo de esbozar lo que es un hombre. Son tres ponderaciones que vienen a
advertirnos que el hombre es una pasión inútil (por sí mismo), que existe la
posibilidad de reencontrarse consigo, según la altura de sus deseos (hurgando
dentro de él), que todavía es posible (aplicando su voluntad).
Las sociedades cambian,
pero el hombre, si quiere serlo ha de reorientar el camino para hallarse. Debe
ser capaz de comprender lo que le ofrece el mundo y esforzarse para alcanzar
ser el que puede ser. Ciertamente, está aturdido por tanta información, tantas
opiniones y criterios distintos, tanta banalidad e intrascendencia que hurtan
la responsabilidad a cambio de lo superfluo e intrascendente.
El hombre ha de abrirse
al pensamiento. Ha de ejercitarlo. Y como no hay ciencia infusa que valga, todo
conocimiento proviene del exterior. Información para conseguir formación, y el
abanico de las ideas, filtrarlas por el tamiz de su testa y transformarla en
opinión.
De manera consciente o
inconsciente el hombre de la sociedad moderna ha caído (o se lo han conculcado)
en la autosuficiencia. En bastarse a sí mismo. Pero, ni la sociedad, ni la
política, ni el consumismo- sean cosas o ideas- hacen crecer el proyecto de
hombre que todos somos, en un mundo que valora a sus hijos por lo que tienen y
lo que hacen, pero no por lo que son. Somos como el grano que la tierra
convierte en espiga. El riesgo es que, ahogado y pereciendo no dé el fruto
deseado. Por eso, importa el terreno de la siembra. Sin embargo, el hombre no
es solo materialidad. Necesita algo más. El problema radica en que, para
encontrarse, tiene que buscar el soporte. Y la sociedad actual ha renunciado a
la Verdad. A lo sumo la representa con medias verdades, que resultan ser las
peores verdades. La verdad hay que buscarla. No como concepto solamente, sino,
ante todo, en cómo me afecta a mí como sujeto. Para ello el hombre ha de
reflexionar sobre lo que tiene y lo que desea. Salir de sí mismo para regresar
y encontrarse. Una prueba de que el hombre no se basta a sí mismo, es la
incapacidad de amarse. Pues, ¿quién se ama si no es a costa de odiarse? Extraña
pregunta, sí. Esto viene a decirnos, que, incapaz de excusarse ante él y los
demás, necesita saberse perdonado desde esa apelación a la Verdad que lo
trasciende, a poco que se avenga a abrirse a ella.
Nadie que se piensa
(ese es el problema de nuestra sociedad: no pararse demasiado a recapacitar y
dejar ir la vida tras lo inmediato) a fuer de ser honesto consigo, puede
aceptarse. Ya lo explicaba Feuerbach a su manera: que el Ser Supremo es la elevación
al infinito de las cualidades que el hombre gustaría poseer. ¿Hay uno solo que
se considere como el que desearía ser? Basta echar la mirada atrás y pensar en
la conducta que se arrastra. El pasado. Aquellas cosas que no queremos ni
recordar y que realmente nos avergüenzan. Por eso las cubrimos con el olvido,
aunque en realidad permanecen con nosotros. No somos capaces de reconocerlas,
tomarlas como experiencias de lo que no debe ser y continuar el camino al
abrigo de la confianza. Saber perdonarnos. En el fondo, el hombre se detesta.
Sin contrición, no hay cambio. Necesita saberse amnistiado. Pero, para ello ha
de examinarse. De ahí la importancia de hacer un alto en el camino y
recapacitar. Confrontar ideas y valores.
Toda metanoia invita a
la introspección. Pararse a considerar por dónde discurre la vida. Por eso, es conveniente adentrarse
sigilosamente en su interior. Dejarse rasgar con la precisión de un bisturí. El
ser humano, como la cebolla, está recubierto de distintas capas, infinidad de partes
que constituyen su todo. No es posible tratar su conjunto, pero, sí, al menos
una parte de él que pueda reorientarle.
“El hombre que se
pensaba a sí mismo” es mi último libro, de reciente aparición. En él trato de
proyectar una lucecita, con la pretensión de que el lector pueda meditar lo que
en él se dice acerca del hombre. Alguien con el que pueda identificarse quien
lo tenga en sus manos.
©ÁNGEL MEDINA, poeta y escritor
español
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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