TRIBUNA
Milonga pa’ recordarte
Nuestra lengua
española, tan abundante como rica en expresiones, de acuerdo a la región,
permite que las palabras puedan ser usadas con significados distintos. Sucede,
en muchos casos, que términos idénticos no aluden a lo mismo, o incluso
refieren cosas opuestas. Por ejemplo en el lenguaje rioplatense, un “curro” es
la explotación de una idea para ganar dinero fácil y “currar”, es sinónimos de
robo; mientras que, en casi toda España, significa “trabajo” bien habido y un
“currador” (menos en Andalucía, que también es sinónimo de “majo”) es un
obrero. Otros ejemplos se pueden dar en las llamadas malas palabras; aún entre
países limítrofes hay ciertas expresiones usadas en la Argentina, que pueden
ser ofensivas en Chile y viceversa.
La palabra
“milonga”, según el Diccionario de la Real Academia, tiene varias
acepciones. Una de ellas es “riña” (se armó la milonga; es decir, se armó la
pelea o la discusión). Otra, es “composición musical folclórica argentina de
ritmo apagado y tono nostálgico, que se ejecuta con guitarra de ritmo vivo,
marcado en compás de dospor cuatro, emparentada con el tango”. El escritor
uruguayo Vicente Rossi, que fue amigo de Borges, en su acreditado libro Cosas
de negros, nos dice que en el Brasil “una milonga equivale a un enredo, un
barullo o una mala disculpa” y que, por extensión, también se denomina así a
toda reunión demasiado alegre o excedida de tono. Para el filólogo brasileño
Rogerio Gonçalves Rocha, milonga es el plural de la palabra “mulonga”, cuyo
significado vendría a ser “palabrerío o macaneo”.
En el siglo XIX,
José Hernández, el célebre autor del Gaucho Martín Fierro, la usa
en dos oportunidades con distinta aplicación; una vez como sinónimo de “baile o
bailongo” y otra como el equivalente de trampa o enredo:
Supe una
vez por desgracia,
que había
un bailongo allí
y medio
desesperao
a ver la
milonga fui…
Y también:
Yo he visto en esa milonga
Yo he visto en esa milonga
muchos
jefes con estancia,
y piones en
abundancia,
y majadas y
rodeos;
he visto
negocios feos
a pesar de
mi ignorancia…
Aún hoy en la
Argentina se siguen considerando esas dos formas de expresión; pero se agregan
otras con referencias más concretas a lo musical. Cuando alguien va un baile
popular es casi seguro que dice: “Voy a la milonga”. También es sinónimo de
conflicto o de gresca: “Se armó una milonga de aquellas”. Puede servir,
asimismo, como equivalente de tramoya o enredo: “En buena milonga estás
metido”.
Sin embargo, como
forma musical, los payadores Nemesio Trejo y Gabino Ezeiza, la usaron
acompañados con la guitarra. Sea como fuere, lo cierto es que desde entonces,
la milonga se transformó en verbo que abarca la acción del canto y la payada en
el consabido octosílabo, y se da simultáneamente en las dos orillas del Río de
la Plata; vale decir, en Montevideo y en Buenos Aires; lugares donde
“milonguear” quiere decir “cantar o payar acompañado de guitarra” con atisbos
melódicos de canción, que nacen, según se ha comprobado, del maridaje de
candombe y habanera, en ambos casos elementos de origen negro. Del primero toma
el ritmo particular y propio de los tamboriles; de la segunda, la melodía que
posee algunos sabores españoles. Por consiguiente, hay quienes sostienen que
tanto la milonga como su consecuente directo, el tango, derivan del tanguito
andaluz. Yo, sin embargo, me inclino por el origen puramente rioplatense. Pues
si indagamos un poco más encontramos que el mismo vocablo “milonga” es, como
observaba Rossi, de origen afro-brasileño, llegado por entendibles razones de
intercambio a los puertos de ambos países, y trasladado luego al interior.
Ahora bien, que yo
sepa y hasta donde pude investigar, encuentro que hay dos clases de milonga que
se deben diferenciar: la que servía para payar o improvisar con una simple
apoyatura melódica, oportuna para ofrecer al payador la inspiración y elaborar
el verso preguntón o contestador, de acuerdo a las circunstancias que lo
requieren, aunado al otro modo de milonga construido en forma definitiva tanto
en su letra como en su melodía. Está es, quizá, la que más prevalece, ya que
fue la que se prodigó a la danza y permitió, por estar registrada con técnica
musical, la ejecución por intermedio de los grupos que la popularizaron en los
bailes del centro y los suburbios.
Después de una
dilatada conversación de sobremesa con Alfredo Zitarrosa, uno de sus máximos
intérpretes e investigadores, quiero dejar sentado que coincido con su punto de
vista, que también admitía Borges; esto es, que Montevideo fue la cuna de la
milonga, y que los elementos que fueron conformándola a través del tiempo,
tienen origen negro. Borges, que le dedicó un demasiado famoso poema a los
orientales con tono de milonga, se apoyaba en las opiniones de sus amigos Pedro
Leandro Ipuche, Melían Lafinur, Enrique Amorim y el pintor Pedro Figari.
Escribe Borges:
Milonga que
este porteño
dedica a
los orientales,
agradeciendo
memorias
de tardes y
de ceibales…
Milonga de
tantas cosas
que se van
quedando lejos;
la quinta
con mirador
y el zócalo
de azulejos…
En lo personal
creo, no obstante, que lo uno no interfiere con lo otro, ya que es indudable
que la colonia africana sigue prevaleciendo en tierras orientales, aparte de
ser más numerosa que la que logró mantenerse en Buenos Aires. También en
coincidencia con Zitarrosa, estoy de acuerdo que el medio suburbano en el que
surgió la milonga y le sirvió de soporte a tales gustos, impidió en Montevideo
que ascendiera a otras capas sociales, manteniéndose limitada a un subsuelo,
frecuentado sólo por la soldadesca y el ambiente compadre de extramuros. “El
chinerio de Montevideo –observaba Rossi- al imitar caricaturísticamente el candombe
de los negros, cantaban ‘samba, mulenga, samba’, que quiere decir, ‘dale
milonga, dale’.
A su vez, Homero
Manzi, el más lírico y preclaro poeta del tango, a la vez que uno de sus más
secretos investigadores y al que debemos, junto al compositor Sebastián Piana,
la actual milonga porteña, afirma que “el verdadero auge de la milonga llegó
cuando entró de lleno en los escenarios porteños, atravesando los picaderos de
los circos dramáticos”. Fue así que en el drama Juan Moreira, que
se ofreció por primera vez al público culto, en el último cuadro, desarrollado
en el patio de una casa de diversiones populares, aparecen parejas bailando
cortes de milonga para lo cual se utilizaba una composición del género
perteneciente a don Antonio Podestá, titulada “La estrella. Sin duda, la brecha
abierta por Juan Moreira fue aprovechada de inmediato, pues al
año siguiente, en 1890, subió al escenario del teatro Goldoni, la segunda
milonga compuesta por el maestro Lalanne para una revista representada por una
compañía española; según Manzi, esta misma milonga fue utilizada en 1898 en el
teatro Apolo para el sainete Ensalada criolla, al que siguieron
otros de la lírica popular porteña, que alcanzaría su máxima consagración con
el famoso autor Alberto Vaccarezza.
Manzi y Piana son
los autores de la siempre presente y melancólica Milonga triste:
Llegabas
por el sendero
delantal y
trenzas sueltas,
brillaban
tus ojos negros,
claridad de
luna llena.
Mis labios
te hicieron daño
al besar tu
boca fresca.
Castigo me
dio tu mano, pero más golpeó tu ausencia. ¡Ay!...
Esta misma milonga
precursora, junto a otras que se fueron popularizando debido al interés de los
auditorios del centro de la ciudad, empezó a fijar rumbo en la danza orillera,
con autores que editaban los llamados Almacenes de música; sin
duda, atraídos por la numerosa demanda. El género inició inmediatamente un
cambio en la designación, apareciendo la calificación de “tango-milonga”, una
mezcla de dos géneros casi aceptada sin discusión, ya que estas piezas eran, en
definitiva auténticas milongas, marcadamente compadritas y enriquecidas por la
inspirada renovación de sus melodías, de las que jamás se independizaría. En la
década del ’20, el dúo Gardel-Razzano no demora en incorporar a su repertorio
una milonga de tipo pampeano, titulada Milongón:
Lindo es el
primer albor,
que viene
anunciando el día
y tras de
la serranía
repunta el
astro mayor.
Todo cambia
de color
dándole el
sol, sus reflejos,
y se
distingue a lo lejos
de los
campos, el verdor…
Ahora bien, en lo que
se refiere a la danza, agreguemos que el origen de los cortes y pasos,
elementos que incorporaría luego el tango canyengue, nació, según Manzi, de un
esfuerzo de los criollos en su intención de remedar burlonamente las
contorsiones que hacían los negros en el candombe, que hizo que se creara un
hábito coreográfico del que nunca se independizó. Algo que ya es casi una
leyenda menciona una costumbre de colocar una moneda de dos centavos en el taco
del zapato para resaltar el ruido de los taconeos femeninos sobre las veredas,
o las baldosas de los patios. Este origen exótico, afirman ciertos
investigadores fue el motivo centra que atrajo al hombre de Europa cuando por
primera vez se deslumbró ante el tango argentino, bailado con una exageración
premeditada por quienes lo llevaron al Viejo Mundo con fines de lucrar o poder
sobrevivir en medios menos generosos que hostiles.
“Pero el tango ha
evolucionado tanto que acaso estas opiniones no parecen pertenecerle y, sin
detenernos en su deformación musical y literaria que lo llevó a los lindes de
la sensiblería chabacano y sentimentaloide, anoto que los cortes de sus giros
han desaparecido para dar cabida al paso largo y sencillo adoptado sin duda
alguna bajo la presión del nuevo ambiente en que entró a reinar”, Homero Manzi
dixi.
En cambio la
milonga, quizá porque quedó olvidada, no evolucionó y sigue tal cual como fue
creada, cosa que deslumbraba tanto a Borges como a Marechal. Un estancamiento
que, me parece, la salvó tanto del criollismo como del llamado tango moderno o
contemporáneo. También el poeta León Benarós y el escritor Enrique Espina
Rawson han escrito lúcidamente sobre este discutido asunto de la milonga.
Otro de mis amigos,
el poeta e investigador Luis Alposta, escribe: “Decir milonga, es hablar de una
tonada popular que se canta al son de una guitarra; es hablar de una música con
cierto aire confesional que nos pide una letra conversada. Decir milonga es
hablar de una composición musical de ritmo vivo y marcado, emparentada con el
tango. Pero, dejando de lado las definiciones del caso, digamos que, entre
nosotros, decir milonga es hablar de don Sebastián Piana. Alguien a quien
Gardel le grabó, y para siempre, cuatro temas. Alguien que, siendo muy joven,
nos demostró que no se trata siempre de la misma milonga, y procedió a su
renovación confiriéndole un carácter suburbano. Decir milonga, en este caso, es
hablar también de Homero Manzi, y es recordar “Milonga triste” que, sin dejar
de ser popular, es música de cámara.
Hacia mediados de
la década del 60’, el poeta Jorge Luis Borges, respondiendo a un “desafío” del
compositor Carlos Guastavino, escribió once poemas destinados a ser letras de
sendas milongas. Estos versos integraron un pequeño libro, cuyo título fue Para
las seis cuerdas. Destinado a ser, sin duda, la consagración definitiva de
la milonga, elevada al más alto rango literario.
©ROBERTO ALIFANO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO
DE ASOLAPO ARGENTINA
No hay comentarios:
Publicar un comentario