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domingo, 8 de marzo de 2020

Milonga pa’ recordarte, Roberto Alifano, Buenos Aires, Argentina

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TRIBUNA
Milonga pa’ recordarte

Nuestra lengua española, tan abundante como rica en expresiones, de acuerdo a la región, permite que las palabras puedan ser usadas con significados distintos. Sucede, en muchos casos, que términos idénticos no aluden a lo mismo, o incluso refieren cosas opuestas. Por ejemplo en el lenguaje rioplatense, un “curro” es la explotación de una idea para ganar dinero fácil y “currar”, es sinónimos de robo; mientras que, en casi toda España, significa “trabajo” bien habido y un “currador” (menos en Andalucía, que también es sinónimo de “majo”) es un obrero. Otros ejemplos se pueden dar en las llamadas malas palabras; aún entre países limítrofes hay ciertas expresiones usadas en la Argentina, que pueden ser ofensivas en Chile y viceversa.
La palabra “milonga”, según el Diccionario de la Real Academia, tiene varias acepciones. Una de ellas es “riña” (se armó la milonga; es decir, se armó la pelea o la discusión). Otra, es “composición musical folclórica argentina de ritmo apagado y tono nostálgico, que se ejecuta con guitarra de ritmo vivo, marcado en compás de dospor cuatro, emparentada con el tango”. El escritor uruguayo Vicente Rossi, que fue amigo de Borges, en su acreditado libro Cosas de negros, nos dice que en el Brasil “una milonga equivale a un enredo, un barullo o una mala disculpa” y que, por extensión, también se denomina así a toda reunión demasiado alegre o excedida de tono. Para el filólogo brasileño Rogerio Gonçalves Rocha, milonga es el plural de la palabra “mulonga”, cuyo significado vendría a ser “palabrerío o macaneo”.
En el siglo XIX, José Hernández, el célebre autor del Gaucho Martín Fierro, la usa en dos oportunidades con distinta aplicación; una vez como sinónimo de “baile o bailongo” y otra como el equivalente de trampa o enredo:
Supe una vez por desgracia,
que había un bailongo allí
y medio desesperao
a ver la milonga fui…
Y también:

Yo he visto en esa milonga
muchos jefes con estancia,
y piones en abundancia,
y majadas y rodeos;
he visto negocios feos
a pesar de mi ignorancia…
Aún hoy en la Argentina se siguen considerando esas dos formas de expresión; pero se agregan otras con referencias más concretas a lo musical. Cuando alguien va un baile popular es casi seguro que dice: “Voy a la milonga”. También es sinónimo de conflicto o de gresca: “Se armó una milonga de aquellas”. Puede servir, asimismo, como equivalente de tramoya o enredo: “En buena milonga estás metido”.
Sin embargo, como forma musical, los payadores Nemesio Trejo y Gabino Ezeiza, la usaron acompañados con la guitarra. Sea como fuere, lo cierto es que desde entonces, la milonga se transformó en verbo que abarca la acción del canto y la payada en el consabido octosílabo, y se da simultáneamente en las dos orillas del Río de la Plata; vale decir, en Montevideo y en Buenos Aires; lugares donde “milonguear” quiere decir “cantar o payar acompañado de guitarra” con atisbos melódicos de canción, que nacen, según se ha comprobado, del maridaje de candombe y habanera, en ambos casos elementos de origen negro. Del primero toma el ritmo particular y propio de los tamboriles; de la segunda, la melodía que posee algunos sabores españoles. Por consiguiente, hay quienes sostienen que tanto la milonga como su consecuente directo, el tango, derivan del tanguito andaluz. Yo, sin embargo, me inclino por el origen puramente rioplatense. Pues si indagamos un poco más encontramos que el mismo vocablo “milonga” es, como observaba Rossi, de origen afro-brasileño, llegado por entendibles razones de intercambio a los puertos de ambos países, y trasladado luego al interior.
Ahora bien, que yo sepa y hasta donde pude investigar, encuentro que hay dos clases de milonga que se deben diferenciar: la que servía para payar o improvisar con una simple apoyatura melódica, oportuna para ofrecer al payador la inspiración y elaborar el verso preguntón o contestador, de acuerdo a las circunstancias que lo requieren, aunado al otro modo de milonga construido en forma definitiva tanto en su letra como en su melodía. Está es, quizá, la que más prevalece, ya que fue la que se prodigó a la danza y permitió, por estar registrada con técnica musical, la ejecución por intermedio de los grupos que la popularizaron en los bailes del centro y los suburbios.
Después de una dilatada conversación de sobremesa con Alfredo Zitarrosa, uno de sus máximos intérpretes e investigadores, quiero dejar sentado que coincido con su punto de vista, que también admitía Borges; esto es, que Montevideo fue la cuna de la milonga, y que los elementos que fueron conformándola a través del tiempo, tienen origen negro. Borges, que le dedicó un demasiado famoso poema a los orientales con tono de milonga, se apoyaba en las opiniones de sus amigos Pedro Leandro Ipuche, Melían Lafinur, Enrique Amorim y el pintor Pedro Figari. Escribe Borges:
Milonga que este porteño
dedica a los orientales,
agradeciendo memorias
de tardes y de ceibales…
Milonga de tantas cosas
que se van quedando lejos;
la quinta con mirador
y el zócalo de azulejos…
En lo personal creo, no obstante, que lo uno no interfiere con lo otro, ya que es indudable que la colonia africana sigue prevaleciendo en tierras orientales, aparte de ser más numerosa que la que logró mantenerse en Buenos Aires. También en coincidencia con Zitarrosa, estoy de acuerdo que el medio suburbano en el que surgió la milonga y le sirvió de soporte a tales gustos, impidió en Montevideo que ascendiera a otras capas sociales, manteniéndose limitada a un subsuelo, frecuentado sólo por la soldadesca y el ambiente compadre de extramuros. “El chinerio de Montevideo –observaba Rossi- al imitar caricaturísticamente el candombe de los negros, cantaban ‘samba, mulenga, samba’, que quiere decir, ‘dale milonga, dale’.
A su vez, Homero Manzi, el más lírico y preclaro poeta del tango, a la vez que uno de sus más secretos investigadores y al que debemos, junto al compositor Sebastián Piana, la actual milonga porteña, afirma que “el verdadero auge de la milonga llegó cuando entró de lleno en los escenarios porteños, atravesando los picaderos de los circos dramáticos”. Fue así que en el drama Juan Moreira, que se ofreció por primera vez al público culto, en el último cuadro, desarrollado en el patio de una casa de diversiones populares, aparecen parejas bailando cortes de milonga para lo cual se utilizaba una composición del género perteneciente a don Antonio Podestá, titulada “La estrella. Sin duda, la brecha abierta por Juan Moreira fue aprovechada de inmediato, pues al año siguiente, en 1890, subió al escenario del teatro Goldoni, la segunda milonga compuesta por el maestro Lalanne para una revista representada por una compañía española; según Manzi, esta misma milonga fue utilizada en 1898 en el teatro Apolo para el sainete Ensalada criolla, al que siguieron otros de la lírica popular porteña, que alcanzaría su máxima consagración con el famoso autor Alberto Vaccarezza.
Manzi y Piana son los autores de la siempre presente y melancólica Milonga triste:
Llegabas por el sendero
delantal y trenzas sueltas,
brillaban tus ojos negros,
claridad de luna llena.
Mis labios te hicieron daño
al besar tu boca fresca.
Castigo me dio tu mano, pero más golpeó tu ausencia. ¡Ay!...
Esta misma milonga precursora, junto a otras que se fueron popularizando debido al interés de los auditorios del centro de la ciudad, empezó a fijar rumbo en la danza orillera, con autores que editaban los llamados Almacenes de música; sin duda, atraídos por la numerosa demanda. El género inició inmediatamente un cambio en la designación, apareciendo la calificación de “tango-milonga”, una mezcla de dos géneros casi aceptada sin discusión, ya que estas piezas eran, en definitiva auténticas milongas, marcadamente compadritas y enriquecidas por la inspirada renovación de sus melodías, de las que jamás se independizaría. En la década del ’20, el dúo Gardel-Razzano no demora en incorporar a su repertorio una milonga de tipo pampeano, titulada Milongón:
Lindo es el primer albor,
que viene anunciando el día
y tras de la serranía
repunta el astro mayor.
Todo cambia de color
dándole el sol, sus reflejos,
y se distingue a lo lejos
de los campos, el verdor…
Ahora bien, en lo que se refiere a la danza, agreguemos que el origen de los cortes y pasos, elementos que incorporaría luego el tango canyengue, nació, según Manzi, de un esfuerzo de los criollos en su intención de remedar burlonamente las contorsiones que hacían los negros en el candombe, que hizo que se creara un hábito coreográfico del que nunca se independizó. Algo que ya es casi una leyenda menciona una costumbre de colocar una moneda de dos centavos en el taco del zapato para resaltar el ruido de los taconeos femeninos sobre las veredas, o las baldosas de los patios. Este origen exótico, afirman ciertos investigadores fue el motivo centra que atrajo al hombre de Europa cuando por primera vez se deslumbró ante el tango argentino, bailado con una exageración premeditada por quienes lo llevaron al Viejo Mundo con fines de lucrar o poder sobrevivir en medios menos generosos que hostiles.
“Pero el tango ha evolucionado tanto que acaso estas opiniones no parecen pertenecerle y, sin detenernos en su deformación musical y literaria que lo llevó a los lindes de la sensiblería chabacano y sentimentaloide, anoto que los cortes de sus giros han desaparecido para dar cabida al paso largo y sencillo adoptado sin duda alguna bajo la presión del nuevo ambiente en que entró a reinar”, Homero Manzi dixi.
En cambio la milonga, quizá porque quedó olvidada, no evolucionó y sigue tal cual como fue creada, cosa que deslumbraba tanto a Borges como a Marechal. Un estancamiento que, me parece, la salvó tanto del criollismo como del llamado tango moderno o contemporáneo. También el poeta León Benarós y el escritor Enrique Espina Rawson han escrito lúcidamente sobre este discutido asunto de la milonga.
Otro de mis amigos, el poeta e investigador Luis Alposta, escribe: “Decir milonga, es hablar de una tonada popular que se canta al son de una guitarra; es hablar de una música con cierto aire confesional que nos pide una letra conversada. Decir milonga es hablar de una composición musical de ritmo vivo y marcado, emparentada con el tango. Pero, dejando de lado las definiciones del caso, digamos que, entre nosotros, decir milonga es hablar de don Sebastián Piana. Alguien a quien Gardel le grabó, y para siempre, cuatro temas. Alguien que, siendo muy joven, nos demostró que no se trata siempre de la misma milonga, y procedió a su renovación confiriéndole un carácter suburbano. Decir milonga, en este caso, es hablar también de Homero Manzi, y es recordar “Milonga triste” que, sin dejar de ser popular, es música de cámara.
Hacia mediados de la década del 60’, el poeta Jorge Luis Borges, respondiendo a un “desafío” del compositor Carlos Guastavino, escribió once poemas destinados a ser letras de sendas milongas. Estos versos integraron un pequeño libro, cuyo título fue Para las seis cuerdas. Destinado a ser, sin duda, la consagración definitiva de la milonga, elevada al más alto rango literario.

©ROBERTO ALIFANO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA




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