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sábado, 25 de mayo de 2019

LA PRÉDICA COMO HERRAMIENTA, Jerónimo Castillo, San Luis, Argentina

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LA PRÉDICA COMO HERRAMIENTA


Hemos asistido a lo largo de la historia, a un fenómeno que no por repetido deja de brindar tema de estudio en busca de la explicación que no siempre se encuentra de inmediato, y es la disociación entre la prédica y la correspondencia de la misma con las acciones que se materializan en el decurso de la vida de los individuos.
Ello ha llevado, entre otras cosas, a plasmar máximas, normas de convivencia, para finalmente crear un complejo aparato legislativo que le da encuadre legal a este cuerpo normativo, el que a veces se ha sobredimensionado hasta convertirse en una parafernalia, llegando al extremo de dictarse leyes contrapuestas sobre un mismo tema.
Todo esto en aras de poner de relieve y el acento en el recto accionar de los integrantes de una sociedad, la que previamente ha formado un consenso en el proceder que luego encuadra en la preceptiva legal.
Aquí es donde debe remarcarse el porqué del nacimiento de estos cuerpos legislativos, ya que cuanto ello dispone, ha sido previamente acordado como norma expresada verbalmente, donde se ha dicho el cómo, el cuándo y la conveniencia de ejecutar o dejar de ejecutar tal o cual acción. Es decir, se ha predicado sobre el recto decir, hacer y accionar, logrando con esta prédica el consenso necesario para la normal convivencia de los seres humanos.
Se advierte que hay todo un dilema y ha sido motivo de controversias tratar de establecer si primero fue la norma, en este caso la ley, o si ésta tuvo origen en las acciones consensuadas de los integrantes de una comunidad.
Ha sido quizás la prédica la mejor herramienta para conseguir ese consenso que transforma la norma en cumplimiento al principio por los usos y costumbres, y luego por la obligatoriedad que impone el establecimiento de sus postulados escritos y aprobados por la comunidad, para ser aplicados sobre la conducta de sus integrantes.
Hasta aquí, idealmente, la correspondencia de la prédica con lo estatuido por las normas de surgimiento consensuado y cumplimiento obligatorio sobre los temas de convivencia.
Pero existen en las acciones de los seres humanos una serie de constantes que tienen directa relación con la conducta observada por los mismos dentro de la sociedad que los contiene, que determinan modalidades encuadradas por sus normas de convivencia, y que escapan de la normativa escrita, pero constituyen pilares fundamentales para el desarrollo armónico de las relaciones, y también han surgido de la prédica, como son los códigos de honor, la probidad, la tolerancia, la caridad, y en definitiva todas aquellas que se conocen como virtudes, en contraposición con las agrupadas bajo la denominación de vicios o defectos.
Cuando existe correspondencia entre la prédica y la resultante de los hechos y acciones, se dice que estamos ante un individuo cuya integridad moral no admite reproche alguno, y esto, entiéndase bien, es y ha sido lo normal y esperable de la humanidad en el correr de los tiempos, y todo aquello que escapaba a esta regla, podía catalogarse como estados de excepción.
Sin embargo no puede soslayarse la naturaleza humana, que posibilita defecciones aún en contra de lo establecido como correcto, veraz y aceptable.
Es allí donde se rompe el equilibrio entre lo que se predica y lo que efectivamente se hace o dice.
Podemos tomar a modo de ejemplo la prédica constante sobre la tolerancia, y por otro lado no escapa a nuestra visión la permanente discriminación hacia las personas, por su condición étnica, por sus minusvalías físicas, por su forma de pensar, o dicho más claramente, por sus ideas, que ha llevado a genocidios en innumerables etapas de la historia, y a veces sin llegar a tales extremos, a sojuzgamientos, a expulsiones de las comunidades que les eran propias a los damnificados, y una interminable serie de situaciones que han configurado la falta de correspondencia con lo que se dice y lo que se hace.
Si bien se ha hecho un análisis de posibilidades que tiene puntos de coincidencia y discrepancia sobre las resultantes de estas diferentes formas de entender la correspondencia ente prédica y conductas humanas, surge aquí un punto de inflexión que constituye el límite entre lo que sana e ingenuamente pueda discrepar con esta correspondencia, y lo que no admite estos adjetivos de candidez para ser catalogado como conductas perniciosas y carentes de sustento moral.
Si pusiéramos como premisa que el hombre es bueno por naturaleza y malo por conveniencia, podríamos entender más fácilmente esta disociación.
Aquí es donde se pone de manifiesto la parte negativa del individuo, donde los caminos comienzan a transformarse en atajos, y la verdad comienza a matizarse con tonos de conveniencia.
Sin ir más lejos, ante el llamado que escuchamos a las puertas de nuestras instituciones, nos ponemos inmediatamente en guardia, porque no sea que quien pretende ingresar, no piense como nosotros, tenga ideas que no están en sintonía con nuestro modo de pensar, y pudiera ser que su ingreso provoque un remezón que haga tambalear nuestra cómoda forma de manejarnos. Es decir, que tememos ser permeables a ideas contrapuestas con la normativa de nuestro sistema, y olvidamos todos los preceptos de tolerancia que hemos predicado a lo largo de nuestro quehacer societario, para aferrarnos a la estructura que gobierna el sistema en el que desarrollamos las actividades, impidiendo crecer cuando quien se nos ha acercado nos hace partícipes de otros puntos de vista que el anquilosamiento no nos permite vislumbrar.
Aquello que parecía tan distante cuando comenzamos a delinear la falta de correspondencia con lo que se predica y lo que efectiva y realmente se ejecuta, vemos que no está precisamente tan distante, aunque no nos demos cuenta y nos cueste aceptar que hay otras formas de percibir las realidades y de juzgar y analizar los actos de la historia de la humanidad, cualesquiera sean los parámetros con que se midan estos actos.
Encapsulados, podríamos llamarnos, cuando nos resistimos a la apertura en el juego de las ideas, por los mismos temores que en muchas oportunidades no les encontramos explicación, pero que tienen su razón de ser cuando las nuevas ideas, formas diferentes de percepción, nos obligan a replantearnos las conductas que tenemos en nuestro diario hacer, y ponen de manifiesto lo endeble de las razones con que se han sostenido los principios que hemos aceptado y pretendemos que sean también aceptados por los demás individuos que integran el grupo social que nos comprende.
A veces un hecho fortuito, una palabra escuchada en el momento menos pensado, pueden hacernos meditar sobre el verdadero sentido de la vida que no siempre hemos sabido encontrar, y nos pone en la meditación obligada para comprobar si las verdades que hemos aceptado en principio, tienen la solidez y el consenso necesarios para considerarse verdades tales que por su propia naturaleza constituyan el verdadero sentido de nuestra existencia.
Remarcamos que solamente el poner en práctica lo que predicamos, podrá consolidar conductas solidarias, tolerantes, caritativas, y, en definitiva, acordes con los valores que decimos defender para conseguir una sociedad más justa, más humana, con integrantes que entiendan definitivamente que justamente en eso se encuentran los valores que, quizás por error o ignorancia, buscamos en los estratos sociales teñidos de elitismo.
Si así no lo hiciéramos, estaríamos insertados en una estructura social de contenido dudoso cuando se refiere a la solidez espiritual que ansiamos, debemos buscar y es, en definitiva el rumbo de nuestro paso por este valle de lágrimas, como muy bien ha sido definido por algunos credos que direccionan su prédica para la construcción de un mundo mejor. Todo lo que escape a estas premisas, aunque suene áspero, no vacilaríamos en llamar posturas hipócritas, las que no siempre se evalúan con la correcta dimensión de la insanidad de su práctica.
Pocas dudas quedan que si los hombres en general, tanto en su diario accionar y más aún si les cabe la responsabilidad de la conducción de un grupo social de cualquier dimensión, pudiéramos entender el valor de esta correspondencia, del ajuste entre lo que se predica y lo que finalmente se hace, muchos males de la humanidad habrían desaparecido o no se habrían producido, lo que nos da pie para pregonar por el recupero de la confianza en la palabra y lo que ella promete.
Queremos un mundo mejor. ¿Estaremos todos dispuestos a cambiar estos hábitos que surgen como producto de la conveniencia, pero están disociados de la verdadera senda que debe transitar la humanidad si quiere acercarse a la elevación espiritual para la que está destinada?

©JERÓNIMO CASTILLO, poeta y escritor puntano
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINO

ENCUENTRUZ, Carlos Rodolfo Ascencio Barillas, El Salvador

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Imagen de: Cinco Días - El País



ENCUENTRUZ

Yo he buscado a Dios en mi calvario
             y lo he encontrado cabalgando en un lucero
              le  he pedido verlo en un torrente aguacero
             y poder contemplar su fulgor extraordinario

                Yo quise abrazar su luz en mi sol octogenario
                     y he comprendido, caminar en su sendero    
                   y en su cielo infinito de un esplendoroso enero,
                  y suspiros que resplandecen su azul planetario

   Pero cuando muera bajo el sol y la luna
donde fui tierra, brisa, y libre albedrío
  Todos entenderán, que solo fui laguna,
                 

               Dirán, después de muerto, que solo fui rocío,
     Una voz presurosa, y sin lejana fortuna,
            Un mortal recuerdo, y un atrevido desafío…
               

©CARLOS RODOLFO ASCENCIO BARILLAS, poeta y escritor salvadoreño
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA



HERMANO PERRO, Favio Ceballos, Baigorria, Santa Fe, Argentina


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Imagen de: El Siglo de Torreón


HERMANO PERRO

Medito en Paz por el mundo
oración, silencio humano
siempre mi abrazo de hermano
con ese sentir profundo.

Y hoy un perro vagabundo
me dio su pata... la mano
y cuando me sintió sano
con su ladrido rotundo

me despertó y en sus ojos
vi cintilando esa luz
que humaniza a todo ser
rompió todos los cerrojos
y me bajó de mi cruz...
Desde entonces puedo ver.

©FAVIO CEBALLOS, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA


PENTÁGONO, Ana María Raffaelli, Buenos Aires, Argentina

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Imagen de: Wikcionario


PENTÁGONO

La telaraña
con su geométrica forma
se entrelaza en los muros.
La bella y babosa araña
teje su trampa,
atrapa las presas,
los devora con premura.
Cada línea letal
marca su camino.
El viento mece
su presa mayor
una mariposa multicolor.

Cual fuente del horror
la figura entretejida a todo se adhiere.
Y   Oh! Sorpresa….
En la trama de la espera
llega su mortal enemigo,
un arma
que destruye
su arquitectura
en un certero movimiento.
¡Genial invento,
el Rey Plumero.!!

©ANA MARÍA RAFFAELLI, poeta y escritora argentina
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA



Ponciano Cárdenas, poesía y silencio, Carlos Penelas, Buenos Aires, Argentina














Ponciano Cárdenas, poesía y silencio

Conocí a Ponciano Cárdenas en 1970. Había publicado mi primer poemario. Concurría a Sala Taller donde estaban Rubén Rey y María Elena Lopardo. Ellos, y Oliva, me hablaron de Cárdenas. Lo vi por vez primera en esa galería y centro cultural. Lo acompañaba Mariana, su compañera de toda la vida; una pintora de territorios y lenguajes. Cárdenas llevaba un poncho de su tierra, la mirada soñadora y el destino dramático en la frente. Desde ese día compartimos momentos felices y momentos trágicos. Vimos crecer el horror de las dictaduras, vimos desaparecer amigos, vimos el exilio. Pero también la belleza, la insurrección, el amor de la mujer, la desnudez, el misterio. Una amistad fraternal, de percepción soterrada.

Ponciano Cárdenas ofrenda amistad. Ofrenda silencio. Es bondadoso, convoca lo entrañable del ser humano. Junto a él fui recorriendo voces, encuentros. Podría decir Antonio Pujía, podría evocar a Adolfo De Ferrari o a Héctor Cartier. Como símbolos, sólo como símbolos de muchos otros. Junto a Cárdenas fui descubriendo la textura de América. Junto a Luis Franco y junto a él. Ponciano me enseñó a ver. Me enseñó a ver lo mágico, lo dramático, lo sagrado. En cada obra suya (recuerdo aquellos años juveniles en su estudio de la calle Tucumán cuando le leía poemas y lo veía pintar, lo sentía crear) aparece lo milenario, el mundo ancestral, los orígenes.
Le hablaba de Galicia, de mis antepasados campesinos, de los sueños libertarios. Lo escuchaba hablar de su Bolivia, de doña Casta Canedo – su madre – de su lengua quechua, de su poder curativo con hierbas milagrosas. De la oca, de la papa, del durazno. De la arcilla. Eso, si sabemos ver, están en sus obras. En sus cuadros, en sus murales, es sus esculturas, en sus cerámicas. Su pintura lleva los genes de una raza. Se siente orgulloso, se siente libre, se siente rebelde. Todo esto me fue enseñando Ponciano Cárdenas desde que lo conocí, aquella tarde en la galería. Y más, mucho más.

Nos encontrábamos en casas de amigos, en exposiciones, en talleres. Juntos palpitábamos libros, poemas y figuras. Una sola mirada bastaba para comprendernos, para entender al otro. Fraternal, Ponciano. Fraternal y de talento. En su obra descubrimos toros, riñas de gallos, mulatas. En su obra la sensualidad, la metamorfósis, lo viril. Me gustan las tintas de Ponciano. Me gustan sus cerámicas. Sus hembras alzadas, rebeldes, seductoras. Me apasiona lo telúrico y lo fatal de su obra.

“Bolivia es un país bien favorecido por la naturaleza y nosotros podríamos ser un país muy rico en el mundo; sin embargo, a pesar de que somos tan poquitos habitantes, esta riqueza no nos pertenece”. Eso dice Domitila Barrios. Eso dice cuando habla de la mina, cuando habla de los campesinos. Ya no se trata de una realidad, ya no se trata de una construcción social olvidada. Ahora, ante un cuadro de Cárdenas descubrimos la verdad revelada, la intuición del creador. El racismo sutil o descarnado, la celebración de identidades, la salud y la vivienda. En cada escultura de Ponciano advertimos la geografía de un pueblo, la desazón, la angustia. Lucidez y resistencia, pues. La tristeza y la rabia de pie. Calladamente, contra viento y marea.

¿Qué más, vemos? Un día, Ponciano le pidió a su madre que le comprara arcilla para hacer modelados. (Me lo contó hace muchos años, se oculta en sus cuadros la anécdota, en sus tintas, en sus esculturas.) Era una arcilla especial, de la zona de San Pedro. Al día siguiente doña Casta hizo descargar en el patio de su casa una camionada. Ponciano necesitaba un cuenco. La simbología, la tradición ética, emociones profundas que nos hacen recordar a nuestro César Vallejo. “¡Hay golpes en la vida, tan fuertes…Yo no sé!”

Las imágenes de Ponciano parecen gravitar en una tarea de rescate de la condición humana. Ve y nos muestra lo que ve. La realidad que lo circunda la expone desde la emoción pero con la creatividad que sólo unos pocos pueden lograrlo. Devela misterio, color, paisaje. Atrapa la luz y la sombra. El dolor y el silencio; lo poético. Recordamos a Rilke cuando enaltece el verso: “Tú, tú tienes que cambiar la vida”. Cárdenas compone inmerso en un tiempo no medido por relojes ni calendarios. Refleja una experiencia latinoamericana única. Sin desbordes, sin demagogía, sin filiación política. Su obra es insurrecta siempre, desde la belleza, desde el combate interior, desde la realidad épica. Crea y recrea un lenguaje específico: la pintura. Pero, insistimos, también los murales, las esculturas, las cerámicas. Elude efectos y encantos superficiales. Genera una atmósfera propia, hace visible lo que no se quiere ver, genera un diálogo con lo visual. Pero también con el que observa. Su obra exhibe coherencia y personalidad. Nos propone siempre un múltiple itinerario, una diversidad de matices, de vuelos, de culturas.

Ponciano esta siempre afuera. Su paleta es exterior. Así como su carácter es íntimo y sereno, su obra subraya el paisaje, las mujeres, los hombres, los dioses, los soles azules o naranjas. La fuerza – de eso estamos hablando – de su color lleva la tradición clásica, el estudio analítico, la técnica del maestro. No hay improvisación; jamás. Lo austero de su conducta lo sentimos en esos territorios que nos muestra: el altiplano, la permanencia, los símbolos telúricos y populares, la ternura de los pueblos americanos. Es un creador existencial, un humanista que brinda una estética directa; en lo erótico o en lo social. Y confiesa algo fundamental: “Para el artista el tema es un pretexto, porque en definitiva lo que importa es el cuadro”.

Las obras de este artista nos ayudan a reencontrar el sendero hollado de la utopía posible. El centro de gravedad de la indagación plástica de Cárdenas es la representación de la figura, la figura en una densidad humana que le otorga el trabajo, el dolor, el contacto con la tierra. Estos seres se ven transportados a una dimensión arquetípica. Implica, además, un reencuentro con una humanidad sencilla, primordial. Por medio de los animales, Ponciano deriva hacia un descubrimiento de la naturaleza incontaminada, anterior y superior al hombre. Rebelde, arcaico, díscolo. Hay un planteo sólido, austero y, entiendo, sólidamente arquitectónico. Recupera la tradición clásica desde la mirada de América. Y algo no menor: la actividad docente es parte de su vida. Me fascina su taller de la calle Pringles, con sus plantas, sus rincones, sus techos. Me fascina cuando por las tardes lo habita la soledad. Y me fascina cuando se llena de voces, de alumnos incondicionales, de hijos, de nietos, de música, de vida. Y cuando baila la cueca con Mariana.


Está ajeno a toda tentación propuesta por los estrépitos de la moda. Su obra plástica se sostiene en el color. Su pintura se puede asociar con la literatura latinoamericana, pues vemos una suerte de realismo mágico. Todo lo que refiere a la construcción del espacio también hace referencia a la justeza del color. La figura humana – reiteramos – constituye un punto central en sus preocupaciones. Hay una estética fina y cálida; en sus óleos, en sus esculturas, en sus cerámicas, en sus tintas. La obra de Cárdenas lleva la pulsión del pasado, vive una atmósfera real e irreal, cotidiana y fantástica. Su obra lo representa y nos representa. Eso también fui aprendiendo de su amistad.

Junto a Ponciano Cárdenas comprendemos una mirada estética y ética. Nos permite asumir nuestra identidad, comprender que ser latinoamericano es sentirse hijo de esta tierra y también de la otra. Hay una convergencia que acontece en la interioridad de cada uno de nosotros, que expresa una condición única, que no se da en lo europeos ni en los otros continentes, como señaló con agudeza Octavio Paz. Por más raíces europeas que tengamos sería una insensatez sostener una visión eurocentrista. Dijimos que Cárdenas ofrenda amistad, que ofrenda generosidad. Creador nato, de poderosa imaginación, acentúa desde una paleta sobria y de extremada intensidad tonal o desde sus esculturas, un mundo personal e inconfundible. Cárdenas suscita reflexiones y sentimientos profundos. De allí la poética de su obra, de allí su callado oficio.

Buenos Aires, noviembre de 2009


©CARLOS PENELAS, poeta y escritor argentino

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASLAPO ARGENTINA





ATARDECER… , Antonio Las Heras, Buenos Aires, Argentina

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chavost: “El Atardecer en el campo II Óleo sobre tela


ATARDECER…

Atardecer
en el reconfortante silencio del espíritu
que acrecienta el bienestar del alma
por derramar Verdadera Luz a todo el ámbito.

Atardecer
entretejido por brisas que mueven las aguas
tranquilas de ésta jornada, aún de invierno,
donde algunos sentimientos ya prevalecen.

Atardecer
que preanuncia el viaje inacabable hacia los sueños
creados por aquellos anhelos y deseos pergeñados
en cada día de ésta travesía que es la vida.

Atardecer
de claroscuros, dorados, grises confundidos, sin tinieblas,
con un Sol entibiando las ramas secas que se mecen
al compás de los pasos solitarios, de quien piensa.

Atardecer
abierto al encanto de caricias brotadas desde dentro
de aquellas sensaciones de inclusión del corazón
que aguardan, anhelantes, el arribo nocturno del encuentro.

©ANTONIO LAS HERAS, poeta y escritor argentino
MIEMBRO ASESOR DE ASOLAPO ARGENTINA





sábado, 18 de mayo de 2019

CAVILACIONES SOBRE EL AMOR, Ángel Medina, Málaga, España


















CAVILACIONES   SOBRE EL AMOR                            

“Cuando gozamos de algo entregamos una parte de nosotros mismos al identificarnos con aquello que nos proporciona el placer. Pero cuando sufrimos, lo que se entrega es todo lo que se es. Por eso, para amar hay que saborear el sinsabor que traspasa el cuerpo material y llega hasta las vísceras del espíritu”
Hay conceptos de difícil comprensión. A ello hay que añadir que, por lo general solemos conocer partes de una cosa, pero no la cosa en su totalidad. Así, el amor. El amor, más que definible es experimentable. Hay que entregarse a él. Arriesgarse.  Confiarse. Es una sensación que se mantiene en la equidistancia de la duda y la verificación personal. Algo parecido al que viendo por primera vez el mar siente recelo; sólo lo vencerá arrojándose para comprobar que no se hunde y que, por el contrario, abrazándolo, lo funde en él.
Solemos dividir el amor en humano y divino. Como aquello de los dos “cogitos” (pienso, luego soy, diría Descartes. Y también, creo, luego soy, que diría Pascal) En realidad hay una sola fuente, y para el hombre ha de situarse ésta de la parte que es capaz de hacerle concebir una esperanza más allá de la percepción caótica del mundo.
Para entenderlo, aventuremos diseccionar la palabra “amor”, después trascenderla y finalmente entregarla confiadamente.
De la teología podemos tomar la cita neo-testamentaria 1 Jn 4,7-9 que se remite al origen. Si partimos de la respuesta del hombre, Machado, en su obra “Juan de Mairena”, nos dice, poniendo la frase en boca del filósofo apócrifo Abel Martín: “Amar a Dios sobre todas las cosas es más difícil de lo que parece”. Y ello por cuatro razones.
La primera es que “creamos en Él”. A lo que debemos puntualizar, antes de continuar. ¿Y qué es creer? Porque con facilidad deducimos que la fe consiste en afirmar una idea que ha de satisfacer nuestras dudas o carencias. Y esto nos plantea un nuevo interrogante. ¿Quién no duda?  ¡Si como decía “aquél” ha de dudarse de todo, incluso del hecho de dudar! O echando mano al sentido práctico de la necesidad ¿Existirá en función de responder a mis preguntas o satisfacer mis necesidades? Porque, en tal caso lo que se daría es la proyección divinizada de mis anhelos, en cuyo supuesto, bien haríamos en prestar alguna atención a los detractores, que si bien recelan o niegan   de tal posibilidad, al menos nos dicen dónde no debemos buscarlo.
Retomando a Machado, aquí en sentido positivista. Y si creemos ¿cómo entenderlo? ¿Y desde qué perspectiva? ¿La de los filósofos (esto es, apañarse cada cual con la suya propia)? ¿O más bien poner nuestra confianza allí misma donde no somos capaces de racionalizarla, en el soporte del “Tú” que se me escapa por todas partes? Porque, una divinidad cosificada dejaría de ser tal. Allá donde la inteligencia reconoce su límite y admite que sólo se hará cognoscible cuando quiera, cómo quiera y dónde quiera es posible esperar (1 Ro 19,3-15) A tumba abierta. Sin soportes mentales.
Que creamos en todas las cosas”. ¿Y qué son todas las cosas? Si está demostrado que un “todo” está compuesto por “partes”, y admitimos que nuestro conocimiento es parcial, ¿cómo pretender abarcar el todo de todo? A lo sumo nos relacionaríamos con cosas, algunas cosas, pero sería imposible abarcar todas las cosas.
Que amemos todas las cosas” Amar implica, más que dar, darse. Es sabido lo que nos cuesta dar, y más aún, darnos. No dar una cosa, sino a nosotros mismos. Y si ello ha de llevarnos a renunciar a una parte del “yo”, tratándose de una cosa, cuánto más eso de amar a todas las cosas. Misión humanamente imposible.
Que amemos a Dios sobre todas las cosas”. La conclusión ha de plantear un interrogante: ¿Cómo amar lo desconocido? Pues, la razón es insuficiente para conocerlo. Y nada más y nada menos que amor en grado superlativo, pues ha de llevarse más lejos de todo. Y llegado aquí, pregunto: ¿Cambiaría algo si tradujésemos “amar” por “confianza”? La dificultad por adjetivar algo imposible podría mejor entenderse como entrega confiada, incluso más allá de lo racional. Mientras que la razón tiene límites, la confianza es el riesgo razonable de un sentimiento; el hombre todo  tiene necesidad de esa determinación si quiere soportar el peso de su propia realidad, sin dejarla caer bajo el lastre del vacío, superando el agujero nihilista de un existencialismo sin sentido ni primero ni  último.
Tomar el toro por los cuernos, como diría el clásico,  haciendo de las palabras del filósofo literalidad- tal él mismo sugiere- implicaría la contemplación  perfecta, inasequible a los propios santos. Y es que de santidad andamos justitos.
Al ser inabarcable el amor, necesita ser atravesado. El pensador G. Thibón puede ayudarnos a su comprensión, partiendo de la limitación humana en el sufrimiento, a la que sigue la angustia extrema y concluye en el abandono, sabiéndose el hombre incapaz de responderse.
El hombre, para poder pasar del amor humano (que es restringido) al divino, (que es infinito) y trascender sus fronteras, ha de sumergirse en el túnel del pesimismo. Precisamente por saberse circunscrito a su “yoidad”, que no puede liberarlo de sus límites. Se sabe constreñido e incapaz de escapar a su destino, tratando de encontrar alguna razón de esperanza mientras cuelga en el madero desnudo de su humanidad crucificada. Es éste el momento en el que siente una voz interna que grita con todas sus fuerzas aquello que tanto temía Michelet: “¡Mi yo, que me lo arrebatan!”. Es la rebelión de su naturaleza, hecha para la eternidad, y el deseo que no puede ser ahogado.
Es ésta una pregunta largamente aplazada durante todos los años de su existencia y que ahora se le hace presente con crudeza, y en el límite entre ser y no ser, al no depender de sí mismo, experimenta su total impotencia. Sin embargo, la realidad de ese último instante no puede obviarla, sino que ha de asumirla. ¿No ha de haber, ni siquiera el eco de una respuesta a su necesidad más vital? La reflexión ha de traerle el sabor amargo de la exasperación. El mundo no puede contestarle, pues está hecho de su propia materialidad y lo que él busca en última instancia ha de proceder del espíritu. Humanamente, racionalmente, todo se le antoja perdido, pero en el fondo hay un soplo inaprehensible que le acompaña.  Su sentido de lo medible y lo empírico le agobia como un dogal. La súplica y la certidumbre penden del hilo de la esperanza, más allá de él mismo. En ese momento, tal vez recuerda la agonía del Crucificado (Mc 15,34 y Mt 27,46). Primero, la oración cautiva del yo “Si es posible, pase de mí este cáliz”. Después, la desesperación “¿Por qué me has abandonado?”. Finalmente, el abandono “En tus manos encomiendo mi espíritu”
¿Cómo será el proceso particular de cada hombre? ¿Mejor no pensarlo, o quizá reflexionarlo serenamente desde la distancia que media entre ese instante y el presente?
Una última meditación nos lleva a la incomprensión del intelecto, algo que para unos resultó escándalo y para otros es necedad (1 Cor 1.22-23) La razón es incapaz de comprenderlo, ya que se sitúa fuera de su alcance, en un plano diferente, en un encuentro entre la metafísica y la materialidad. Es el abrazo crucificado en el mal y que sin embargo confía en que no ha de ser la última palabra.
La escena es descrita por J. Moltmann, teólogo protestante, situándola en un campo de exterminio nazi. Dos hombres y un niño son ahorcados en el patio de la prisión de Auschwitz.  En un acto de crueldad extrema, un grupo de prisioneros es obligado a presenciarlo. Mientras el niño se balancea en la soga, uno de ellos pregunta al que tiene junto a él: “¿Dónde está Dios ahora?”. Ante su silencio, insiste: “¿Dónde está?” Entonces, como respuesta escucha una voz que, señalando al ajusticiado, dice: “¡Ahí está: en ese niño!”.
¿Puede el contorno de una bala proyectar la sombra de la cruz?

Este acontecimiento manifiesta la impotencia ante el mal. Para unos es provocación y sandez. Para otros, injerto de lo divino en lo humano. La superación de toda malignidad.  Es el momento en el que el hombre ha de abandonarse a un amor humanamente inaccesible o dejarse abrazar por el escepticismo más corrosivo.

©ÁNGEL MEDINA, poeta y escritor español
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA





POEMA EL TIEMPO, Guillermo Fernández del Carpio, Arequipa, Perú


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POEMA EL TIEMPO

El tiempo marca las horas que pregonan los días,
es  el reloj que recuerda un nacimiento
y el mismo que anuncia la hora de un juicio final.
El tiempo navega en oleadas fuertes.
¡Tan fuertes como el coraje del viento!
Él  nos enseña a pensar
en sus minutos febriles.
y va adelante,
conduciendo al hombre
en los pasos lentos que al final de la vida debe dar.
Sus segundos redondean los sonidos del tic tac,
tan frecuentes como los latidos del corazón
que sigue a ritmo de tiempo.
Y el tiempo no avisa si dejará de marcar,
se despide de improviso en medio de lágrimas.
ineludible hecho;
el  que mis latidos, del tiempo, nunca escaparán.

©GUILLERMO FERNÁNDEZ DEL CARPIO, poeta y escritor peruano
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA