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sábado, 26 de junio de 2021

A YUNQUE, Luis Alposta, Buenos Aires, Argentina

 












A YUNQUE

 

                        Historia de una A familiar

 

Adán, el Arquitecto

que construyó la Catedral de Mar del Plata,

cuyo apellido era Gandolfi,

se casó con Angelina Herrero.

Y llegaron los hijos

-los Gandolfi Herrero-

que fueron siete:

Arístides, el primogénito,

el que, entre Versos de la calle

y Barcos de papel,

pasó a ser Álvaro para siempre.

Ángel, que firmaba Ángel Walk

e inventó el radio-teatro

-junto a Olga Casares Pearson-.

Adán, como el padre.

Augusto que lo conservó como médico

pero en las coplas fue Juan Guijarro.

Ada, la inteligente,

que murió joven y era hermosa.

Alejandro, el silencioso,

y Alcides, el menor,

a quien los guantes de boxeo

no le impidieron escribir Nocau Lírico.

Arístides, el primogénito,

cuyos años fueron noventa y dos,

estaba casado con Alba,

la que le dio dos hijos:

Adalbo Augusto y Alba,

como ella.

Arístides, llamado Álvaro Yunque,

fue quien me contó una tarde

la historia de esta A familiar,

mientras las demás vocales fruncían el ceño.

Hoy, el que la firma

es su Amigo Alposta

y en la coincidencia está mi homenaje.

 

4 de marzo de 1982

 

©LUIS ALPOSTA, poeta y escritor argentino

MIEMBRO HONORÍFICO Y ASESOR CULTURAL DE ASOLAPO ARGENTINA

 


Amor platónico, Olga Hernández Osorio, Medellín, Colombia












Amor platónico

 

Amor platónico encantador,

cubriendo el alma, el corazón,

tierno sonoro y acogedor,

blanco, puro, como la oración.

 

En bellas noches, sueño contigo,

con tu perfume, cual fresco rosal,

ilusiones que siempre persigo,

tenerte en mis brazos en el mar.

 

Amor imposible sin libertad,

prisionero siempre en mi hangar,

pensativo, en la inmensidad,

caricias y besos sin ofrendar.

 

Anhelo infinito de amar,

amor en silencio siempre serás,

que llenas mi alma, mi ansiedad,

así locamente me amarás.

 

Calmando las penas mi soledad,

amor platónico, eres cruel,

mucho lastimas, sin tener piedad,

así, sin embargo, te seré fiel.

 

Medellín abril 17 de 2021

 

©OLGA HERNÁNDEZ OSORIO, poeta y escritora colombiana

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

QUE HE HECHO, Elias Galati, Buenos Aires, Argentina

 

QUE HE HECHO

 

Que he hecho con mi vida, que he hecho con mi don.

Los avatares del mundo moderno y en especial en Latinoamérica han parcializado muchos conceptos esenciales en la comprensión de la existencia personal y de la sociedad.

Tomemos como ejemplo la interpelación.

Interpelar es exigir explicaciones sobre un asunto, en especial cuando se tiene autoridad o derecho.

Pero en las concepciones modernas, sobre todo desde la óptica de la liberación, se ha tomado como una relación exclusivamente hacia el otro, con sentido de exterioridad.

Esta bien que así sea, pero se ha olvidado que también hay un acto de interpelación interior, con una mirada hacia uno mismo, el cual puede ser fundante de la interpelación exterior.

Desde dicha concepción se interpela por el acto de justicia que no hiciste. Entonces, te interpelo por lo que debiste hacer y cumplir conmigo. Por ejemplo en atención a la pobreza, al machismo, a la dominación, a la opresión.

Las situaciones recurrentes, la pobreza creciente de la mayor parte de la población, los tipos de opresión, el machismo ancestral, el capitalismo dependiente que transfiere valor al capitalismo central, la totalidad hegemónica, las diferencias de ciertos grupos en todos los esquemas políticos, hacen que exista una interpelación constante, de un sector oprimido hacia los opresores.

Que por lo general se produce en el seno mismo de la sociedad, es decir un grupo social que termina oprimiendo a otro.

Encarar esta interpelación es una parte de la solución y plantea una parte del problema.

Porque hay un hombre común, y es innato a todos los hombres el deseo del sumo bien, y de la felicidad.

Pero si vivo en medio de una sociedad con todas las situaciones recurrentes señaladas, y creo y espero el sumo bien, es prioritario que me interpele a mi mismo.

Que tome conciencia de mi deber, me pregunte que he hecho, como he actuado y cual es mi comportamiento.

La brutal exterioridad del post modernismo movió el eje de la condición humana y olvidó la conciencia.

Que existir, existe, y que todo hombre tiene conciencia del bien, también, ya que aún los regímenes mas atroces intentaron siempre dejar trascender que no existían violaciones, dentro de ellos y que respetaban los derechos.

Es decir aunque el sistema era perverso, tenían conciencia de su incorrección y querían demostrar hacia fuera que no era así.

Por eso la primera interpelación debe ser la de uno mismo, sin descuidar ni negar la interpelación del otro.

Que he hecho de mi vida, significa ponerse frente a sí, mirarse interiormente y preguntar, he sido justo, fui prudente, no me abuse de los que estaban a mi mando o a mi cuidado, tomé la mío y respeté los bienes y los derechos de los demás, intenté equilibrar las cosas y mejorar la sociedad.

Que he hecho con mi don, es también desde uno mismo, reflexionar si los atributos y las virtudes que me han dado las he usado correctamente, en provecho de la sociedad y agotando mis capacidades.

Si puede hacer algo por el otro, por la humanidad, por la naturaleza y omití hacerlo.

Si en realidad he obrado bien, con justicia y sin omisiones.

Es un acto de conciencia, un mea culpa. Un análisis de mi yo interior, de mi alma, que si está bien hecho catapultará mi conducta exterior y me concientizará para ver la magnitud de la pobreza de mi hermano,  y de lo que puedo hacer por los demás.

Ver la opresión, la tiranía, el autoritarismo, el machismo, la violencia, el capitalismo dependiente y las diferencias y discriminación; que es lo que está a mi alcance, que puedo hacer, que puedo general en los demás con mi obra y mi prédica.

Mirar a mi interior para ver si estoy dispuesto a caminar junto a los otros, a lograr que haya justicia, paz, equilibrio y libertad; sobre todo a lograr un mundo con hombres comprometidos al bien común.

 

Miro a mí Interior

 

Miro a mí Interior y me interpelo

que has hecho de tu vida, de tu don

es innato a los hombres el deseo

del sumo bien, de todo amor.

 

Quizás no he  puesto el mismo celo

que pongo en el gozo, en el placer

para que la existencia tome vuelo

cumpliendo estrictamente mí deber

 

Miro a mí hermano con recelo

aunque el egoísmo lo haga padecer

pienso que todo acaba en este suelo

 

no sé acaso que debo trascender

si no me igualo al otro en el sendero

no podré la vida resolver

 

©ELIAS GALATI, poeta y escritor argentino


CONSONANTES , Nilda Spacapan, Argentina

 












CONSONANTES 

 

 

J Jazmín, V violeta, R rosa, C cala, P petunias: consonantes

 

El colibrí permaneció aleteando frente al J

cuando en el jarrón de casa el agua

esperaba un racimo de tu copetín,

me di cuenta del aroma sin paragúa

 

                                                                             

                                                             

                                              V eran tus ojos igual al viento

                                                                        

                                             que un día en mi jardín

                                                                         dejaste de ser tormento

                                             para convertirte en violín.

R y C lo dulce y lo triste.

Aquello que debió ser mío

se dejó llevar y fuiste,

P en un lugar sombrío. 

 

©Nilda Spacapan  Argentina                                  




EL TIEMPO ESTÁ CANSADO, Jaime Vélez Ramírez, Medellín, Colombia

 










EL TIEMPO ESTÁ CANSADO

 

EL TIEMPO ESTÁ CANSADO

LE PESA HASTA EL MIRAR,

EL TIEMPO YA NO RÍE

Y NO SABE CANTAR.

 

EN EL ROSAL NO HAY ROSAS

Y HAY LLANTO EN EL TRIGAL;

CRECIERON LAS ESPINAS

Y NO HAY FRUTO PARA EL PAN.

 

EL TIEMPO ESTÁ CANSADO

Y QUIERE ENVEJECER;

SI EL TIEMPO SE MURIERA

QUE BUENO HABÍA DE SER.

 

EL TIEMPO NO SE MUERE

DE TANTO PADECER,

EL TIEMPO SUFRE Y LLORA

POR NO SABER QUÉ HACER.

 

FEBRERO 21 DE 1987.

 

©JAIME VÉLEZ RAMÍREZ, poeta y escritor colombiano

     MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA                     

                      


Oración a la Bandera de Joaquín V. González (Nueva Rioja)


Nueva Rioja

Oración a la Bandera de Joaquín V. González

Bandera de la Patria, celeste y blanca, símbolo de la unión y la fuerza con que nuestros padres nos dieron independencia y libertad; guía de la victoria en la guerra y del trabajo y la cultura en la paz.

20-6-2020 

 

 

 







Vínculo sagrado e indisoluble entre las generaciones pasadas, presentes y futuras.

Juremos defenderla hasta morir antes que verla humillada.

Que flote con honor y gloria al frente de nuestras fortalezas, ejércitos y buques y en todo tiempo y lugar de la tierra donde ellos la condujeren.

Que a su sombra la Nación Argentina acreciente su grandeza por siglos y siglos y sea para todos los hombres mensajera de libertad, signo de civilización y garantía de justicia.


©Joaquín V. González

 


TELARAÑA, Francisco Henríquez, Miami, USA

 









TELARAÑA

 

Cubre el espacio inmensa telaraña,

que gigantesca araña allí ha tejido,

no se con qué interés tan regio nido

ha tejido su urdimbre aquesta araña.

 

No entiendo con que idea tan huraña,

tremenda araña un fin ha perseguido,

¿es que busca  envolver el prometido

sueño del paraíso en tierra extraña?

 

Yo ésto lo destino al psicoanálisis

qué pudiera sacarle breve análisis:

!yo soy un simple tenedor de platos!,

 

no un tenedor de libros ni en pintura;

aunque quieran contarme de cultura 

yo no me cuento entre los literatos.

 

Junio , 2021

 

©FRANCISCO HENRÍQUEZ, poeta y escritor cubano

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA


http://www.micartalirica.blogspot.com
http://www.micartalirica.org 

 


Un papá calabrés, Lucio Cañupan, Italó, Córdoba, Argentina

 



Un papá calabrés

 

           ― ¡A ver! Los que viajan a la madrugada, anotarse ahora.

―El tren sale a las cuatro y media, Sr.

―Muy bien… ¿Quién sigue?

           Érase la misma historia; la misma situación de todos los viernes por la noche. La jornada extensa en agotador doble turno ―triple diría sumándole horas de estudio con trabajos prácticos― llegaba a su fin y, distendidos y alegres, los alumnos del internado se disponían a pasar el fin de semana con sus respectivas familias. Algunos por su origen en lugares muy distantes permanecían en la escuela realizando múltiples actividades, según la obligación y situación de cada caso, aprovechando las instalaciones deportivas, o la biblioteca u otra disciplina una vez cumplidas las tareas y deberes. Todo esto alternado con simples paseos vespertinos yendo al cine de “matiné” con dos cines por opción, o nomás al “Bar Oriente” para tomar un café y conversar con los amigos. Los que gustaban de carambolas a tres bandas iban al “Botafogo” en donde había buenos billares, en tanto otros jóvenes invertían su tiempo en caminar por la calle céntrica viendo las chicas pasar por la vereda de enfrente o bien reunirse con muchachos de los otros colegios e incluso del nuestro, quienes vivían en la localidad y por lo tanto eran alumnos externos. Los pupilos, sin excepción, venían de otros pueblos. Pues bien, yo era uno de estos. Y gustoso de participar en esas relaciones porque siempre tenía oportunidad de alistarme para algún partido de fútbol.

           Solía compartir la merienda con un amigo, cuyo papá regenteaba un hotel en la esquina frente a la estación del tren, mientras observábamos las maniobras de locomotoras y vagones. Un escenario hoy desaparecido…y creo que el hotel también.

           Época cuyo mayor encanto estribaba en que teníamos dieciséis o diecisiete años y que sin duda es la más lozana de nuestras vidas ―aunque nos damos cuenta a los sesenta― y que aprovechábamos lo mejor posible de acuerdo a los valores que la regían. La gran mayoría cultivaba el deber personal y el respeto a familiares y prójimo. “Estudiá y pórtate bien que el beneficio será para vos”, nos repetían nuestros padres constantemente.                                                                                                                                   

           Obviando algunas rigideces y escasez, todo se desenvolvía en armonía y cierta dosis de felicidad. Esta no es completa; siempre algo falta, máxime cuando no se tiene exacta idea de su significado. Uno siente más o menos ser feliz. A mi modo creo que lo era y, más aún, sigo creyéndolo.                                        

           No eran las diez de la noche cuando ya estábamos bajo las sábanas. Mi amigo, y vecino de cama, Américo, al tiempo que se acobijaba me dice:                                     

           ― ¡Qué madrugón!, ¿eh?                                                                                                   

           ―Ni me hables. Me perdí el colectivo por la reunión del Centro de Alumnos. Ya estaría en casa.                                                                                                                                                     

           ― ¿Tenés fútbol mañana?                                                                                                                              

           ―Sí, pero no sé contra quien jugamos porque el último partido falté y…                  

           ― ¡Sshh!, viene el celador Rafael…                                                                                                            

           ― ¡Bueno, bueno! A ver si duermen que ya es tarde. Les apago la luz.                         

          ―Tiene necesidad de gritar ―dije por debajo de las frazadas― aun siendo viernes a la noche y cuando el pabellón esta medio vacío

          No acababa de conciliar el sueño cuando el zamarreo del celador, vestirme, caminar a la estación con los demás viajeros, sacar boleto y emprender la marcha fue todo uno. El “tatac-tatac” de las ruedas se oponía al silencio y quietud conque, apretujados unos y otros para darnos calor, continuábamos el sueño interrumpido a esa hora de la madrugada. La locomotora a vapor enviaba apenas calefacción dentro de los destartalados vagones con asiento de madera y ventanillas flojas. En 1961 viajábamos en un coche motor que reemplazó a la vieja máquina; luego vino un convoy de tres o cuatro coches llevados por una diésel; y cinco años después volvió esa que nos arrastraba ese día. Eran los preanuncios ―con dilatadas huelgas mediante― de la caída libre del servicio ferroviario.

          Un silbatazo nos alertó de la llegada a nuestro pueblo y, mientras me disponía al descenso, ya pensaba en el partido de la tarde y en todas las emociones disponibles en ciernes.

          Todavía lejos el amanecer, nos resultaba oportuno una visita a los amigos que, a las cinco de la mañana, estaban en la cuadra elaborando el pan al calorcito del horno a leña. Luego nos dirigíamos a casa de Tito a tomar mate mientras repasábamos las vivencias de la semana reciente (Los deberes para después). Y más tarde, a eso de las ocho, cuando se ponía en marcha mi familia, llegaba a casa para el desayuno y algunas veces con las “tortitas negras”. En un santiamén pasaban los besos a mamá, papá… y mis alborotadas hermanas, instalándonos acto seguido frente al humeante café con leche; el mismo que se sirve en todas partes de este mundo pero ninguno como el de casa.

          ―Bueno, Dau: ahí están tu camiseta, pantaloncito y medias sobre tu cama. Las zapatillas en el baño… ¿sabés a qué hora juegan?

          ―Tengo que ver a Oscar o Cacho…

          ―Ya avisaron; es a las tres y media en la canchita frente al club.

          ― ¡Ah, con los de Onagoity! Creí que íbamos a Buchardo.

          ―Será la semana que viene. Eemm…decime: tenés deberes vos ¿no?

          ― Síí…eso nunca falta. Unos dibujos, Tecnología, Castellano…también Geografía, Historia, Instrucción Cívica, Higiene y Seguridad Industrial, ¡ah! Botánica, Zoología… ¡uuff! ¡Y Matemáticaa…Aarff!

          ― Es para tu bien, nene.

          ―Sí, Má… pero también quiero jugar al fútbol y papá no me deja en el club. Cuando vaya a trabajar con el tío Atilio en Buenos Aires, apenas pueda lo voy a ver a Don Héctor para que me presente en All Boys                                                                                                                                              

          ― Sí, sí ¡Justo en All Boys! Para que te rompan una pierna. Como le pasó a Juan Armagnague cuando jugó en Rácing. Vino todo estropeado… rengueando atendía el hotel.

          ―Bueno, Má…pero yo no me voy a dejar pegar.

          ― Vos te crees que allá vas a estar jugando en el “25 de Mayo” o en “Les Pirynnees”.

          ― ¡Uuy, cierto! Los gringos de Pincén la vez pasada me dieron una patada en la cabeza…y la pelota venía a ras del suelo.

          ―Por eso te digo. Anda con tus deberes y sin jorobar. ¡Cribio! Te voy a dar All Boys.

          Alrededor de las once y media tenía lista buena parte de mi tarea, restando un poco para el domingo a la mañana. Salí de pronto, haciéndome el chiquito, por el portoncito que da a la calle lateral de nuestro terreno. Al cabo de unas pocas señas estábamos juntos y ya nuestra charla iba en curso pero, de un modo peculiar: en silencio.

          ― (¿Cómo voy a decirle a papá el día que quiera casarme?), pensaba abstraído.

          El frondoso eucalipto vecino soltaba muchas ramas y, con un trozo de ellas, escribíamos en el guadal de la calle sentados en el borde de la cuasi vereda. Todos hacíamos esto desde niños, no mucho tiempo atrás. Dibujo va, dibujo viene: un rostro deforme, una flor insulsa, un garabato yermo, una raya al través…; mientras de soslayo espiaba su pelo negro como plumaje de tordo. Y negros también sus ojos: dos carboncillos; la piel morena, sus dientes ebúrneos; regordeta, simpática, dulce, más tranquila y buena que el pan. Era lo que se dice un fiel exponente de la gente criolla, y mi padre un “tano” más duro que un tronco.

          ― (¿Cómo haré, como haré?)

          En eso un tronquito…o ramita ―no sé― dio un crujido sospechoso. Nos quedamos tan quietos como la derrotada piedra movediza de Tandil, mirando al frente, deseando ser invisibles. Otra ramita crujió, se dispersaron unas hojas secas, y enseguida se oyó:

          ― ¡Quéjem…quéjem!

          ―Una silente voz me dijo: ¡zas!

          Al cabo de diez segundos otra voz, pero esta parecida a un trueno espetó:

          ― “¿Qué assemmo?... Osté sigñorita ¿no tiene casa? ¿E no la stá chiamando su mamá? ¡Me se manda a mudare ya! Vam... ¡vam!... E osté sigñore, ma ¿no staba siendo lo dovere? Stano toddo lo libro e cuaderno sopra la mesa ¡proprio un disordenato! ¡E me se va dentro ora mismo que e l’ora de comere! ¡Per u santo diávolo! Insima a la tarde se va jugare a la pelota en vé de quedarse a la casa a escuchare la radio, que hoy juega All Boy con Dosur.   E eso otro que lo viene a buscare… yia voy a hablare con eso sigñore el lune a la fábrica. ¡Per la Maddonna, dele a rompere la zapatilla! ¡Oouh! ¡Hay que embromarse!”.

          Ese día gris fue el principio del fin de un amor adolescente que el tiempo cubrió con su manto, pero no logró echar al olvido. Y menos a mi padre, quien cruzó el gran océano para quedarse en esta nuestra tierra, dedicarse con bondad seriedad y esfuerzo a su familia y a sus pares y, con amor, poner su grano de arena para que yo pueda disfrutar esta vida que me toca y tanto aprecio y quiero como lo quiero a él.

 

©LUCIO CAÑUPAN, poeta y escritor argentino

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA


El mundo es un pañuelo, Roberto Alifano, Buenos Aires, Argentina

 



El mundo es un pañuelo

 

Siempre por delante la pregunta que ocupó el pensamiento de todas las épocas y -mal que nos pese- nos sigue preocupando: “¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Hacia dónde vamos?” (D'où venons nous? Que sommes nous? Où allons nous?, diré, intentando ser más explicativo y reproduciendo en el idioma original la formulación que se hizo el maestro Paul Gauguin, exiliado voluntariamente en una remota isla tropical, dando título al desconcertante cuadro que se exhibe en el Museo de Bellas Artes de Boston, y tuve la oportunidad de ver en una visita a la ciudad donde tengo parientes muy cercanos.

Las tres preguntas son también las típicas que en el idioma tahitiano (la lengua austronesia), cuenta el maestro en su diario, le hizo a boca de jarro un nativo de la isla: “¿Tú quién eres?” (o vai ´oe?), ¿De dónde vienes? (nohea roa mai ´oe?), ¿Adónde vas? (te haere ´oe hea?). Todo, por supuesto, en la primera persona del plural, algo que se puede rememorar ahora haciendo una alegoría plástica de la vida humana y que la cibernética, ya ha incorporado a su infinito universo comunicativo.

De aquel destino pintor de Gauguin nacen otros interrogantes, que han quitado el sueño a demasiados filósofos, teólogos y científicos de todas las épocas. Preguntas que nos seguimos haciendo hoy, aunque asistidos de internet, con ayuda de aplicaciones que a través de Google nos dan respuesta a los curiosos insaciables como yo. Sucede que nos toca vivir en medio de instrumentos de navegación que facilitan el pensamiento; a la vez que nos brindan una fuerte orientación para avanzar en hechos investigativos.

Ahora, muchos enigmas de la ciencia y, por ende, de la filosofía, se han vuelto manejables y hasta menos asombrosos que comprensibles. Son los mismos que a lo largo de la historia, desde diferentes ópticas, han quitado el sueño a más de uno, casi siempre al servicio de engrosar los conocimientos de las diversas disciplinas. Tiempos, a su vez, en que la literatura debe estar en diálogo continuo con la tradición y un presente que cotidianamente se proyecta hacia mañana; por ende hacia lo enigmático.

Mientras tanto, no es un disparate afirmar que siempre que haya un ser humano en pie, con dos dedos de frente y un poquísimo de imaginación, habrá dioses y, por consiguiente, una inmensa soledad y la necesaria expresión artística. Sin duda, el maniático Hegel se equivocó al pronosticar la muerte del arte en el siglo XIX. Hoy estamos aquí sacándole la lengua, bajo el efecto -y con todos los defectos juntos- de los años 2000 de este siglo XX que cursamos, plenos de continuos deslumbramientos. Ya agotamos, por otro lado, la gran nómina de vanos finalismos. Teniendo en cuenta, eso sí, que escribir es un permanente homenaje a nuestros orígenes, con dioses, paisajes y madonas incluidas.

Sin embargo, sobre el binomio autor-obra y texto-contexto, con demasiadas opiniones mediantes, encontramos que la crítica marxista afirma que la obra de arte está sometida a condiciones de clase; a su vez que el psicoanálisis la relaciona al inconsciente del autor (desarrollando teorías sobre filias, fobias y perversiones reprimidas). No es todo, el estructuralismo puro y el new criticism (unidos en idénticos fracasos) defienden la necesidad de huir de la “falacia biográfica”; por consiguiente, todo es texto, Close Reading, es decir, inmanentismo o barbarie; al tiempo que la terquedad de la lente feminista y las teorías queer, como sostiene Foucault, fomentan una desigualdad contextual de facto impuestas por el sexo y la estrechez identitaria que pesan en el Occidente.

En fin, elucubraciones y teorías sobre un invisible que supuestamente se enmascara desde la sexualidad y opera sobre la consciencia, etc. Todas estas perspectivas, sumadas unas a otras, forman un caleidoscopio innecesario y vano, pues cada texto genera su propia interpretación; al tiempo que la gama de pareces es amplia y abierta, cuando no desconcertante.

En lo personal, diré que lo que más interesa en el caso de tales pareceres es liberar de ingenuidades a la bendita poesía. Explico por qué: yo descreo de la literatura inocente. Aunque me sienta un lírico incorregible y viva tentado de escribir sobre el amor, lo social o lo divino; pero bueno, para qué negarlo, también intento construir una ficción ideológica, ya que todo está bajo esa férula; es más, creo que todo autor debe ser consciente de esta evidencia y, partiendo de ahí, construir el sentido de su discurso.

¿Cuánto hay de autobiográfico en la poesía? La respuesta es mucho, quizá demasiado; pero ¡qué le vamos a hacer, el asunto es así desde Platón o de un poeta romano que admitía sus deslices a los cuatro vientos! Desde que los griegos inventaron la kalokagathia, en el Occidente hemos estado perseguidos por la paranoia de lo real, pretendiendo adornarla con el discurso de lo bello y lo verdadero.

En síntesis, toda poesía es autobiográfica. Los paradigmas del poeta son el análisis de sí mismo. Padecemos la esquizofrenia de la realidad y no podemos dejar de reconocer que las obsesiones aristotélicas son en parte nuestras obsesiones de ahora; también nuestros vicios. Además de la tan citada expulsión de los poetas de la polis, cuando Platón coloca la aletheia (verdad o belleza en sí) como aspiración máxima del hombre, quizá sin saberlo estaba dañando a la poesía en general. Digamos que la encorsetó, aspirando alejarla, vía Aristóteles, por supuesto, del ámbito ficcional al que pertenece.

Desde muy atrás se ha visto a la poesía como un género menor frente a la épica o la tragedia. Es por esto que relacionar la poesía con la verdad autobiográfica es menos delicado que regresivo. Al glorioso Ramón Gómez de la Serna le podemos exigir sinceridad en las páginas biográficas de su Automoribundia; pero nunca al poeta que fue en su deslumbrante prosa. Ni siquiera Nicanor Parra escribió poesía autobiográfica, por mucho que se nombre a sí mismo en sus antipoemas e intente ponerse como personaje, es y no es él. Y es muchos a la vez.

Según creo, desde que tengo uso de razón, la filosofía, el filosofar, es reflexión; pensamiento del pensamiento o sobre el pensamiento. En cuanto a la comunicación, es nada menos que la difusión masiva de nuestras ideas; es decir, la masificación de datos para que lleguen y se propaguen al alcance de todos, abarcando a demasiados, e incluyendo a marginales y desposeídos de esta cruel e indiferente época, con tantísimo de Facebook y WhatsApp y un mínimo o casi nada de poesía.

Tal vez no es un despropósito afirmar que un año de nuestros días pueda equivaler a mil años del pasado. En tecnología obviamente, no así en el alma del hombre que vive hurgando y dependiendo de su pasado. Ha sucedido que de repente, como un huracán o un tsunami, que arrasa con todo lo que encuentra a su paso, un mundo nuevo, virtual e interactivo, se nos vino encima haciendo que la fabulosa ciencia de las comunicaciones avanzara con paso de paquidermo entrenado para una competencia deportiva, pisando todo a su paso sin miramientos, y hoy, aferrados a nuestros aparatos de pantallas abiertas hacia cada uno y el Universo, disfrutamos o sufrimos de manera on-line, y acaso cada vez menos existencial, o existencial a distancia.

Sostenidas por precisas y versátiles aplicaciones, hasta la portentosa Torre de Babel se ha derrumbado ante nuestros pies y ha hecho que los idiomas, transformados en un elemento casi común, se propaguen al alcance de todos por un traductor Google que al instante nos revela los secretos de cualquier lengua del planeta. Entonces, ávidos de palabras, gozamos y sufrimos en simultáneo bajo la magia de estar interconectados y sentirnos poco menos que políglotas y dioses del éter.

El mundo virtual dice presente; pero ojo, de manera rotunda y a raja tablas, siendo tan erróneo y generoso de comunitario que se difunde en un ya propio lenguaje universal, con irritante faltas ortográficas y, entre otras asombrosas cosas, analizadas y vista desde la perspectiva de ágiles manos y bien entrenados dedos, que pulsan tableros bajo una ramplonería vulgar y alarmante que culmina, casi siempre, cuando ya nada queda por decir, en un irritante emojis.

¡Aleluya, todos usamos y somos dependientes de internet; tampoco nadie está privado de su conexión y dependencia¡ Eso sí, admitiendo que todos estamos espiados y la intimidad es cosa de otros tiempos. Esto hace que las personas como yo, medias lerdas de nacimiento e ineptas en el manejo de aparatos electrónicos, debamos admitir con cierta humillación que pertenecemos a la época de los todavía confundidos por este prodigioso y mágico progreso arrollador.

Queremos convencernos, por otro lado, que todo tiempo pasado fue mejor, y como buenos nostálgicos de aquellos tiempos y del nuestro, vivimos sumergidos en la añoranza; sin duda porque los viejos idos tiempos eran más sencillos, cómodos y simples. No hace mucho, apenas dos o tres décadas, la lentitud hasta nos imponía horarios para conversar a través del famoso invento del sabio Alexander Graham Bell; me refiero al teléfono fijo, que la última vez que sonó en mi casa casi me agarra un infarto. Recuerdo que me transpiraron las manos y palidecí tanto que parecía estar en este mundo con un permiso de cementerio para atender el llamado. Era mi amigo, el poeta Antonio Requeni, tan anacrónico y negado a la tecnología como yo.

Bueno, y así sucede que entre tantas rarezas que nos brinda el mundo moderno y su sofisticado confort, se ha dado también el compartir la fabulosa época de internet y su agilísima, universal red comunicativa. Seamos sinceros, hoy pocos escriben un texto y hasta un poema sin la ayuda de este sabio que lo resuelve todo. También, por otro lado, aferrados a nuestros celulares y computadoras, que se extienden hacia un espacio abierto, en precisas y generosas pantallas. Asistidos por versátiles aplicaciones, gozamos o sufrimos en simultáneo bajo la magia de estar interconectados todo el tiempo, y con cada rincón del Planeta que ya es demasiado y hasta parece cosa de mandinga.

El mundo es un pañuelo y, mal que nos pese, vivimos los tiempos de la comunicación abierta; ya todo o casi todo es virtual y hay quienes se niegan a recordar aquellos días cuando la vida se deslizaba de manera apacible, muchísimo más lentamente, sin los sobresaltos de Facebook ni del terco WhatsApp, ajenos a toda Notebook. No tan lejanas épocas, sin embargo, en las que todavía era imposible imaginar que el mundo -de manera romántica, claro- nos cupiera en un bolsillo.

 

©ROBERTO ALIFANO, poeta y escritor argentino

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA