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domingo, 26 de septiembre de 2021

A ESTA HORA…, Norberto Pannone, Buenos Aires, Argentina

 









A ESTA HORA…

 

A esta hora,

justo a esta hora,

sobre la patria sibila la culata

y el fusil enseñorea

su arpegio de miedo

por el alma.

Colombia,

a esta hora

lloran las escarpas

y la sabana mustia

se desangra.

Colombia,

no necesito más que la nostalgia

y el clamor del amigo.

Entonces, no hay distancia

y me uno al verso

y me florece el niño

que me aguarda.

Puntualmente, a esta hora,

se desvanece el vino y la palabra,

y el canto se convierte

pergeñando una rima,

algún verso.

Confinando la sombra,

desaguando una lágrima.

 

©Norberto Pannone, poeta y escritor argentino.

norbertopannone@gmail.com


¡O ENIGMA EM PESSOA!, Luis Alposta, Buenos Aires, Argentina

 




 








¡O ENIGMA EM PESSOA!

 

Escribía poemas para otros

quienes gracias a él

cobraron vida y fama.

Caeiros... Campos... Reis...

(los tres más conocidos).

El del lenguaje simple,

familiar y objetivo;

el de los versos libres,

torrenciales,

y el del poema culto,

erudito... formal.

Gran poeta y en negro.

Un “negro” de sí mismo,

Un sin igual.

¡O enigma em pessoa!


 Al poeta de los heterónimos

          Fernando Pessoa

(Lisboa, 13 de junio de 1888 - 30 de noviembre de 1935)

©LUIS ALPOSTA, poeta y escritor argentino

MIEMBRO HONORÍFICO Y ASESOR CULTURAL DE ASOLAPO ARGENTINA


Esta noche…, Antonio Las Heras, Buenos Aires, Argentina

 






Esta noche…

 

Esta noche estás presente entre las nubes.

El cielo del amanecer recrea tus entrañas.

Un horizonte abierto hace recordar distancias

transitadas durante cada sugerente sueño.

 

Esta noche estás presente en una estrella.

El vacío rememora otros tiempos de tinieblas.

Una vertiente lejana, imprecisa, explica todo

lo que duele, lo que oculto, lo que adoro.

 

Esta noche estás presente en vestigios de memoria.

Traigo rayos en las manos acumulados del verano.

Llevo en la piel gastada, ¡tanta luz de la mañana!

 

Esta noche el viaje es cual brillante audaz meteoro.

Son segundos apenas. Mas allí está tu presencia.

Aquel momento, oportuno, en el encuentro que añoro.

 

©ANTONIO LAS HERAS, poeta y escritor argentino

MIEMBRO HONORÍFICO Y ASESOR CULTURAL DE ASOLAPO ARGENTINA

LEXI TOXICOLOGÍA I (O el a, b, c de la RAE), Adrián Néstor Escudero, Santa Fe, Argentina

 




LEXI TOXICOLOGÍA I (O el a, b, c de la RAE)

(Relato de Realismo Psicológico)

 

 

A la Prof. Lic. Liana Friedrich, Directora del Grupo Literario FACEBOOK “AMIGOS DE LAS LETRAS-RAFAELA” ( Argentina), Presidente del CLUB DE LEONES de Rafaela y CIUDADANA ILUSTRE de dicha ciudad santafesina; así como Coordinadora del Distrito O2 del CLUB INTERNACIONAL DE LEONES-Filial ARGENTINA: con gran afecto admirativo…

 

 

“(La Literatura es) Un arca para resguardar bellezas perdurables que navega a contramano

de los efímeros ríos de las modas”

 

Alfredo Di Bernardo. [1]

 

a.

Las decepciones que nos hubiéramos evitado con solo (¿O sólo?: qué hermoso era distinguir a sólo cuando podía reemplazarse por solamente: ¡ah los académicos de la RAE que buscan justificarse a sí mismos, digo yo, y siempre mal pensado! ¿O los anteriores no eran académicos? Pero basta pensar que nuestra Madre Patria tiene Reyes todavía y a esta altura de los tiempos, y entonces se comprenderán algunas cosas que, para el común de los mortales, pueden resultar todavía bastante incomprensibles…)…; pero les decía, evitado con solo saber un poco de latín…

 

Veamos:

El vocablo “maestro” viene del latín “magister” y este a su vez (¿O éste?; pues claro que sin acento ahora y aún cuando resulte un pronombre; ello, a resolución de otro aberrante arrebato genio-lingüístico simplista de nuestra imperial RAE. Porque no era lo mismo decir: éste, es un soberbio borrico; que: me voy con mi soberbio borrico hacia el este… ¡Ah, la RAE… Cada vez más RAE…-YADA! Y ya que están, ¡sáquenle también el acento a más –como adverbio de cantidad-…!, y que se arregle el lector para no confundirlo con el “mas” semejante a “pero”…! ¿O ya se lo sacaron y no me enteré, y “segual” a “mas” o “pero” cuando se deseaba expresar una idea opuesta-?)…, decía: El vocablo “maestro” viene del latín “magister” y este a su vez viene del latín “magister”, del adverbio “magis” que significa “más” o “más qué”. Ello en tanto que conviene informarse que, en la antigua Roma, el “magister” era el que estaba por encima del resto, ya fuera por sus conocimientos o por sus habilidades en un oficio determinado.

 

Y para que lo anterior tenga sentido, entender uno que, el vocablo “ministro”, procede del latín “minister”, y este (¿o éste?, ¡buhaaa!), a su vez, del adverbio “minus” que significa “menos” o “menos que…” (y aclaro que, en este caso, sin acento siempre, ¿vio? Con RAE o sin RAE… Quién lo discute, ¡vaya!). Y enterarse además que, en la antigua Roma, el “ministro” era el sirviente o el subordinado que apenas si tenía algunas domésticas habilidades (aunque si sabía cocinar con un toque de distinción pasaba a ser magister: magister de cocina o Master Cheff, ¡Ja!). Total, que con un poco de latín, sabemos ahora (sic) la razón por la que cualquiera puede ser ministro… Pero no maestro. Perdón: Ministro, pero no Maestro… (No vaya a ser que alguien se ofenda en su hipócrita forma -quién lo duda- sensible y populística de su estudiado, “diplomático y políticamente correcto” saber -o no saber- hacer… ¿Estamos?). ¡Profit!


(…)

b.

Y el celador apagó la luz. Otra vez las aulas a oscuras. Los chicos de barrio Los Hornos ya han abandonado la escuela, arrebujados por sus madres encintas de otras futuras promesas de carenciados… Duele decirlo. Y más, duele sentirlo y pensarlo. Porque unas pocas letras sin alimento adecuado para tan delicadas neuronas, carentes además de programas educativos a prueba del asistencialismo limosnero de ciertos políticos infames… Y ellos pululan sin saberlo, porque son inocentes; pululan entre ellos y, sobre todo, entre los rincones mendigantes de la ciudad cosmopolita, como absurdas cucarachas humanas…

 

Afuera llueve a cántaros, pero al barbijo hay que ponérselo igual… Que ni vacunado puede estar seguro uno de nada… O porque las vacunas no son tales o porque –quizás- hasta pueda nadar el maldito bicho ese que muta y muta envenenando y atropellando al mundo como una invisible e impiadosa manga biogenética de langostas voraces, y brotadas desde la China milenaria y sus extravagantes afectos culinarios reptilianos, y a caballito tal vez de algún murciélago alienígena con cabeza de camello bautizado Marco Polo…

 

“¡Taxi!”, llamó con desespero la joven profesora Angélica, haciendo equilibrio no solo con sus zapatos de taco fino y su maleta de docente de nivel primario y preescolar, tecleando con destreza el tablero alfanumérico de un estrenado celular Moto G7 Play; y todo bajo el estruendoso trepidar de aquellas gotas gruesas que se estampaban como moscas verdes sobre las chapas heridas de la techumbre de la escuelita barrial (barrial no solo por lo de zonal, sino por de donde le viene en nombre a todos los barrios: de barro, de lodo, de calles empolvadas y canalizadas a diestra y siniestra, de norte a sur y de este a oeste, por oscuras y venenosas zanjas fétidas de agua podrida y escuerzos en celo. Sí, aún en este siglo XXI, con escenarios bizarros y de cuando el asfalto era tan solo -sin acento, como quiere la RAE- un dibujo de una revista “mexicana” de comic y ciencia ficción, o de alguna película yanqui de cowboy o del espacio exterior, vista hace más de sesenta años en el cine Doré o en el demolido Avenida)…


Pero a esa hora de la tarde, y por esos barrios, el taxi y los remises no funcionan… (En realidad, casi no funcionan en todo el día de cualquier día, porque usted ni se imagina no solo lo que es vivir sino convivir en un sitio cartonero; un sitio anarquizado -y no solo por sus asimetrías de todo tipo, sino porque resultan nidos de narcotraficantes- donde la palabra “marginado” es un eufemismo idiomático que apenas disimula la miseria sociológica del lugar)...

 

(…)

 

c.

 

Así que a seguir con la idea de comprarse urgente un autito (no un auto, un autito, para no llamar mucho la atención; eso sí, con una buena alarma y un buen seguro a todo riesgo, porque los asaltos y la droga están a la orden del día por esos terrenos alquilados al demonio) o a tener un novio fornido (guardaespaldas, o dueño de un gimnasio, o policía o ex policía, preferentemente, o mejor aún, un Político avezado con contactos non santos en el sitio) que la venga a buscar…  O las dos cosas, porque hay veces que el Maestro (apóstol) se viste de Ministro (politiquero) y el Ministro (politiquero) de Maestro (apóstol)… Y en la oscuridad del Mundo, alguien asegura que todos los gatos son pardos, aunque a ambos les brillen los ojos ya de financiera astucia o de sacerdotal sabiduría… “Segual”. [2]

 

 

 

©ADRIAN NESTOR ESCUDERO, poeta y escritor argentino

MIEMBRO ASESOR Y HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA



[1] DI BERNARDO, ALFREDO (1965) – N. Santa Fe (Argentina). Poeta creador de la Asociación Cultural “El Puente”, 1998; y ex Director de la Micropublicación “El Regalador”- Cit. Editorial Nº 400. Pág. 18-05-2012).-

 

[2]  ADRIÁN N. ESCUDERO (Santa Fe, Argentina), 07-05-2021 (Microcuento) y 23-06-2021 (Ficción de Realismo Pedagógico).

 

    Integra el Libro “MIXTURAS COTIDIANAS Y Otros Cuentos” – Colección de Realismo Mágico y Metafísico. Inédito. La Botica del Autor – Santa Fe, Argentina, D. 2010 a la fecha.-

   Publicado el 25-06-2021 en el Blog de Autor del Foro “PARNASSUS, PATRIA DE ARTISTAS (Patria simbólica de escritores y artistas internacionales)” (Buenos Aires, Argentina). Galardonado como PROSA DESTACADA Y TOP CONTENT por su Moderador Elías Antonio Almada y Dirección del Foro.  Responsable: Prof. Marisa Aragón Willner.

 

En Facebook:

 

   Publicado el 07-05-2021 (V.O.) y el 23-06-2021 (T.A.) en la PÁGINA DE AUTOR FACEBOOK “ADRIÁN N. ESCUDERO GONZÁLEZ” (Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina); así c omo en el GRUPO FACEBOOK “AMIGOS DE LAS LETRAS-RAFAELA” – Responsable: Prof. Lic. Liana Friedrich (Presidente del Club de Leones y Coordinadora Cultural Distrito 02 – Argentina - Clubes Internacional de Leones. Ciudadana Ilustre de Rafaela Año 2021 - Dpto. Castellanos, Provincia de Santa Fe, Argentina).

 

 


La bicicleta del viejo, Diego Loprese, Buenos Aires, Argentina

 


La bicicleta del viejo

 

Regresar a la casa de los viejos era desenfundar la infancia guardada en un cofre. Podía sentir la complicidad de los rincones escondiendo momentos de calma, alegría y, sobre todo, de furia. Allí solía encontrarme con mi anciana madre. Otras veces con mis hermanos que regresaban para no perder el olor con el que crecimos. A la tardecita era común que saliéramos a pasear por el barrio. A la vieja le gustaba esa rutina conmigo. Era una forma de mantener frescos los recuerdos. Se sentía una niña llevando un globo. Luego el tiempo del encuentro se fue alargando por las responsabilidades que retrasan los hábitos cotidianos. Los retornos al hogar se hicieron más largos. Aunque el contacto se sostenía, la presencia era lejana como el horizonte.

Una tarde la vieja abrió su mano y el globo de los recuerdos partió con ella. Nos volvimos a encontrar todos. Dejar atrás el poco imaginado despedirse del apego maternal fue un suplicio. Con mis hermanos tratamos de poner en orden ciertas cosas. El hogar maternal se asemeja al útero que uno retorna en busca de calor y protección.

Mantener la casa con vida. Esa fue la voluntad de nuestra madre. Revisando me topé con la puerta de hierro. Encadenada desde los tiempos cuando mi viejo se encerraba ahí. Nadie ingresaba sin su permiso. Quien violara esa regla era sometido al castigo del señor de la casa: nuestro padre. Solía pasar largos ratos después del trabajo y antes de la cena. Una habitación prohibida. Las conjeturas anudaban el mito sobre ese lugar. Después que falleció, nadie se animó a romper esa regla. La curiosidad se difuminaba con solo recordar los golpes de una mano dura como adoquín.

Me quedé paralizado frente a ella. Los malos momentos se hacían carne. Un frio estremecedor recorría la piel. Era increíble como una simple puerta me volvía a situar en esas vivencias. Duró hasta que llegó mi hermano gritando:

-Ja, ja, ja encontré la puta llave del señor Jekyll. Vamos a entrar.

- ¿Estás seguro? ¿Mirá si dejó alguna trampa? dije incrédulo.

- ¡Dále boludo! ¿Tantos años y te vas a quedar parado como un cagón? ¿No te dan ganas de descubrir que escondía ese viejo rudimentario?

- La verdad que no. Eso es pasado. Casi no me vienen recuerdos suyos. Sólo de los maltratos. Y a veces de su sonrisa. Corta y cerrada.

- Bueno, dále entrá poeta.

Encendimos la luz y lo primero que me sorprende es el orden. Mi viejo era así. Yo también. Su mesa de trabajo está intacta. Caigo de asombro al ver una biblioteca. Nunca imaginé que mi viejo leía. Yo soy así. Sus herramientas colgadas. Sobre la mesa la famosa caja de herramientas con el candado de combinaciones. La cambiaba todas las semanas. Un par de cofres. Un cuaderno con una cartuchera llena de lapiceras.  A mi viejo le gustaban esas cosas. A mi también. En un rincón frio y oscuro, la bicicleta de papá. Un magistral rodado. Deseada por mí, jamás pude usarla. Menos desde aquel fatídico día en que la usamos para ir y venir por el largo pasillo que comunicaba como una cadena cada uno de los departamentos. Se la rayamos. Apenas eso, una sutil raspadura. Suficiente para que se convirtiera en un dragón desbocado y nos corriera lanzando insultos y manotazos como si fueran potentes llamaradas.

Tuvimos que escondernos hasta que volviera nuestra madre e intercediera. En sus intervenciones ella también era víctima de su brutalidad. Así de miedo le teníamos.

La bicicleta estaba lista para dar una vuelta al mundo. Mi papá la usó durante más de treinta años. Después de pasarle una franela relucía como si estuviera nueva. Equipada con todo lo que necesita un ciclista: inflador y la famosa carterita de los parches. Espejito, timbre y las cintas de su gloriosa Italia. Sin embargo, fui interrumpido por los alaridos azorados de mi hermano:

- ¡Mirá, loco! Un cuaderno. Por lo que pude revisar son escritos del viejo. ¡Vamos a leerlo!  gritaba excitado.

Mas allá que ese descubrimiento fuera increíble, yo seguía emperrado con la bicicleta. Le dije que después me contara. La observaba lentamente mientras los recuerdos dolorosos insistían en molestar mi atención. Le pasaba la mano como si la lustrara con seda. En ese momento sentía que se desataban todas las ganas que chocaron con la negativa del señor Hyde. O Jekyll. Era el tiempo de darle rienda suelta a los deseos de un niño que nunca dejó morir. Así que tomé el inflador, le di duro a las ruedas y de un tirón me la llevé a la calle.

Al principio, le costó arrancar. Claro. Tantos años de abandono la dejaron contracturada diría mi amigo Mane cada vez que jugaba al fútbol después de un largo parate. El andar se embebía con el aire barrial de viejas callecitas de empedrado. El sol les había tomado cariño a los fierros y los hacia brillar.

Sentía inflarse el pecho ante cada pedaleada propulsado por los latidos del corazón. El viento con sus dóciles manos va quitando años, arrugas y preocupaciones. Soy un niño feliz mientras la bicicleta, como un cometa, tomaba velocidad. Un viaje al pasado logrando el deseo más grande. Montar la bicicleta de mí viejo. Prohibida y negada. Tocarla implicaba hacerse de los castigos

Mientras recorría el barrio una rara sensación distrajo mí disfrute. La visión se nubló de golpe. Como esas tormentas que de un sopetón lo corren al sol a los empujones. Un sonido tremendo bombardea mis oídos. Era una voz pasiva, agresiva. Comienzo a perder el control. Sonaba como a mi padre. No es para vos esa bicicleta. Déjala. Bájate. Rompés todo. La situación se iba a apoderando de mi al punto de chocar con un frondoso cordón de la Plaza Héroes de 1990. La caída fue de película. Me dejó varias marcas. Similares a las que me dejaba mi viejo cuando me castigaba. La bicicleta quedó patas para arriba. La rueda delantera doblada como un clip. El manubrio descogotado. Tirado contra las hamacas de la plaza, apenas levanté la cabeza para ver la bicicleta derrapada como un boxeador en el rincón. Lo último que recuerdo es ver la figura de mi viejo. Sentado en el banco con cara: te lo dije, rompés todo. Después de eso el cuerpo empieza a temblar de frio y sucumbí.

Abrí los ojos y el dolor se hizo presente antes que la sonrisa sarcástica de mi hermano. Me costaba acomodarme, una enfermera me ayudó. En mi cabeza resonaban los cimbronazos del accidente. Fue como chocar contra un camión. Un vaso de agua le dió frescura a mi paladar el cual lo sentía tieso. Mis manos raspadas como pequeñas brasas ardían al mínimo movimiento

Atiné a preguntar qué hacia ahí. ¿Qué me ocurrió para estar internado? Lo último que recuerdo es pasear en la bicicleta del viejo. De repente su intimidante presencia detrás de mío Después, no sé.

-Yo te completo el relato, se precipitó mi hermano cortando mi intento de recordar algo más.

- Te la pusiste lindo contra el cordón de la plaza. Justo el más alto. Se ve que estabas medio boludo porque hay que serlo para llevárselo puesto. Vos caíste en las hamacas y la bici se trompeó con la palmera. Perdió feo el rodado. Vos la sacaste barata.

- ¿En serio? decía sin caer en la cuenta de lo sucedido.

- Si posta. La estas contando porque justo pasó la ambulancia y te hicieron las atenciones primarias.

- Puta madre. La saqué en grande entonces.

- ¿Grande? ¡Baratísima! La bici no va a volver a rodar más. Quedó chatarra.

- Zafaste que papá no vive sino…Te las comés todas juntas, agrega mi hermana Hortensia.

 -El viejo. Él me hizo esto. Es su maldición. La bicicleta estaba maldita

Con esfuerzo alzo la cabeza para mirar el sofá de invitados, justo al lado de la ventana. Lo ví a mi viejo haciendo el gesto de vas a cobrar. Y su sonrisa corta y cerrada.

 

©Diego Loprese

Buenos Aires, 22 de septiembre de 2021
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www.carlospenelas.com


ERES NIÑO, Olga Hernández Osorio, Medellín, Colombia

 







ERES NIÑO

 

La flor primaveral, esencia pura de amor,

cristalina vida, preciosa y angelical,

traes la fragancia de fina y delicada flor,

el aroma que perfuma, incienso celestial.

 

Pequeño futuro, ilusión y bello porvenir,

llama encendida bajo caricia maternal,

esperanza acurrucada, sueño de abril,

eres joya preciosa de un valor especial.

 

Fino diamante en bruto listo para pulir,

cascada brillante llena de colores tornasol,

eres un mundo nuevo en su bello devenir,

de corazón grande como dorado girasol.

 

Presurosa nube con equipajes de color

que harán grato tu viaje en el inmenso azul,

como arco iris tras resplandeciente sol,

blanca inocencia, cándido y tierno abedul.

 

Eres niño, entre los niños, candor y canción,

serás cofre sagrado, crecerás con la virtud,

futuro promisorio del pueblo y la nación,

conserva tu orgullo de eterna juventud.                               

 

©OLGA HERNÁNDEZ OSORIO poeta y escritora colombiana

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

Medellín septiembre 18 de 2021


LAS MARCAS DEL DIABLO, Ángel Medina, Málaga, España

 



LAS MARCAS DEL DIABLO                      

 

“Fiat iustitia et pereat mundus”

 

Admito que dudo siempre que leo esta sentencia de los estoicos. No se puede hacer justicia si ello conlleva la destrucción del mundo. Pero, el mundo no se aviene a la justicia si no es por el temor o el arrepentimiento, lo cual conlleva dolor de cuerpo y alma, que forma parte de la vida. El hombre necesita sentirse perdonado, pero para ello sabe que también él ha de perdonar.  Es la sexta petición: “Perdónanos, como perdonamos a nuestros deudores…”

Cuando miro a la caverna profunda del hombre siento resonar en mi interior el eco de mi pregunta: ¿somos realmente humanos? ¡No! No es posible que la deshumanización llegue a tal grado en nombre de la probidad. Y no obstante he de admitirlo: ira, venganza, mentira, miedo, odio, intereses bastardos, e incluso abjurar del sagrado deber de implantar la justicia, cediendo al poder o convirtiéndose en cómplice para la perpetuación del crimen. Por fortuna, aún queda un resquicio de la conciencia, y conscientes del mal obrado, a veces la recriminación empuja a la restitución del delito, más allá de las leyes escritas.

Colecciono cuentos incontables. Y ojeando en una vieja tienda de libros encontré uno realmente singular. Una suerte de relato que no se sabe bien si es real o ficticio, o tal vez ambas cosas, aunque ciertamente inimaginable. Una cadena de sangre que brota del odio y la perversión, que tal un géiser expulsa sus rencores de la tierra de promisión que constituye al ser humano.

La historia hablaba de un amor fuera de lo común. Esa clase de sentimiento que a todos conmueve, pero que puede ser a la vez fuente de destrucción. Plaga que se desparrama aniquilando en una cadena sucesoria lo que encuentra a su paso, tal la lava devastadora de un volcán, lavando la anterior decisión con otra nueva barbarie, hasta el punto de poder considerarse al hombre como el mal de sí mismo. Pero, vayamos a la historia.

Había una vez un rey apuesto y maduro, que aún conservaba la gallardía, al tiempo que un corazón noble curtido en las mil batallas libradas durante la vida. Era generoso y amado, pero implacable en la justicia, además de temeroso de Dios, reprimiendo con la espada toda manifestación herética o demoníaca.

Un día halló el consuelo a su cansancio mundano en una hermosa doncella, con la que se desposó. La mujer era joven, de melena larga y pelirroja, grandes ojos glaucos, nariz rectilínea, pómulos contenidos y boca alargada, todo ello enmarcado en un rostro afilado y de piel pálida. El único inconveniente residía en que era plebeya, y los consejeros reales habían preparado su boda con una poderosa princesa, desagradablemente fea. Para ellos primaban los intereses de estado, entendiendo bien, que a la sombra del monarca mangoneaban la política en su propio beneficio, y que ni decir tiene que la unión de las dos realezas daría más prosperidad y poder al reino, por lo que aquella mujer era considerada como una advenediza.

Era ella criatura devota, pero muy instruida, algo que en aquellos años del Medievo no era precisamente una consideración virtuosa para la terrible sociedad machista.

 Un día, hablando con uno de los nobles comentó que un teólogo está para abrir caminos a la “Barca de Pedro”, y aun siendo alguna vez heterodoxa su idea no debe ser condenado y obligado a retractarse. Esta conversación fue trasladada al inquisidor, el cual, instrumentalizado por los enemigos de la reina acabó de acusarla de herejía ante el rey, y éste, no teniendo posibilidad de oponerse, a pesar de su autoridad, sometida la corona a la tiara debió acceder y se vio la causa contra ella. Durante la vista, el clérigo descubrió en el inicio de sus senos unas manchas, lo que según Ludovico Sinistrani, en su inquietante guía inquisitorial “Las marcas del diablo”, equivalían a la brujería. Y afrentándola, movido por los turbios manejos y la promesa de ser recompensando por los conspiradores, prosiguió sus acusaciones, llegando a solicitar que descubriese sus partes más íntimas para corroborar sus palabras, y hallando una verruga, certificó la acusación formalmente.

El rey sufrió un indecible tormento, pero, respetando la legalidad hubo de consentirlo hasta concluir el proceso. Y sin poder eludirlo, fue condenada por el tribunal, que solicitó el permiso real para ser quemada viva, a fin de purificarla. El fuego devoró a la inocente criatura, que se consumió entre gritos, sufriendo un horrible tormento durante más de media hora, desprendiéndose la piel de su cuerpo hasta momificarse. El consorte se sintió morir con ella, destellando en sus pupilas un odio incontenido. Finalmente, concluido el auto de fe el pueblo llano desfiló ante su monarca, comentando su firmeza en el cumplimiento de la ley, no habiéndose sustraído a ella ni la mujer a la que amaba ciegamente.

Pero, la conciencia es como una gota de agua que machacona e insistentemente va horadando la roca. Y así, conforme pasaba el tiempo el inquisidor fue padeciendo, primero el desánimo, después la duda, más tarde la confusión y finalmente el arrepentimiento. Como Judas, renunció a su recompensa, y abrumado por el peso de lo que había hecho decidió contárselo al rey. Una vez hubo concluido, su señor estalló en justa cólera, mas enseguida supo controlarla, sustituyéndola por una siniestra sonrisa, pidiéndole que hiciese una declaración por escrito. Una semana más tarde, los heraldos recorrieron aldeas y caminos invitando al pueblo sencillo, pobres, tullidos, amas de casa y ancianos, con la única excepción de los niños, a fin de asistir a un banquete en el palacio. También fueron convocados los nobles y el dominico que presidía el Santo Oficio.

Todos permanecían en un gran salón a la espera de que se abriesen las puertas del comedor, dejándose oír el monótono golpeteo de un martillo, hasta que por fin un heraldo anunció que podían entrar para la celebración.

La sala era rectangular, pero bastante ancha y grande. En medio se había dispuesto una gran mesa con cubiertos y vajilla de plata, a excepción de dos, que eran de oro. Junto a uno de ellos había un ramo de lilium, símbolo de la pureza, arropado por sendas rosas rojas y blancas entremezcladas. La cabecera de la mesa estaba presidida por el soberano, tras el cual había una cortina espesa que cubría un proscenio. La del otro extremo permanecía el asiento vacío. Alrededor, se distribuían, a un lado los nobles y al otro los súbditos. Una vez estuvieron dentro, las puertas fueron cerradas, custodiadas por dos alabarderos. A una señal del maestro de ceremonias comenzaron a ser servido los manjares. Fuentes cubiertas, en cuyo interior se hallaban cabezas de lechones, aderezados con verduras; carnes rojas de venados recubiertas con salsas rojas, todo ello regado por unos caldos deliciosos y olorosos, tanto blancos como tintos, y finalmente frutas variadas de las huertas reales. Cuando todos se hubieron saciados, tomó la palabra el anfitrión.

― Os he convocado para hacer justicia- aireó el escrito que tenía en su mano- Será como siempre ha sido. Nos, el rey, decidiré el veredicto y sentencia y el pueblo todo será testigo de ella.

Al conjuro de aquellas palabras, algunos palidecieron, aún sin entender.

― ¿Qué tiene que decir nuestro venerable inquisidor? - dirigió la mirada hacia el religioso.

― No puedo sino admitir el delito por mí perpetrado- respondió trémulo- Fui seducido y comprado, sobornado por las prebendas de algunos de estos nobles a fin de acusar a la reina de la infamia que todos conocéis. Prefiero confesar y purgar aquí mi pecado que perder la paz eterna en el infierno. Y, siendo grande mi culpa, grande habrá de ser mi expiación.

Ante el estupor de los asistentes, el fraile introdujo los dedos en las cuencas de sus ojos, sacándolos fuera, arrojando los globos sanguinolentos encima del tapete. Después, tambaleándose, se desplomó sobre su asiento. Entonces, el soberano hizo un gesto y acudieron seis fornidos negros armados con punzantes dagas, en tanto arrojaba con furia sobre la mesa la confesión escrita que obraba en su poder, creándose una densa atmósfera que presagiaba mayor desgracia.

― ¡Miserables! – gritó mientras escudriñaba cada rincón y señalaba con la mirada a cada uno de ellos.

Y, poniéndose en pie, retrocediendo unos pasos, descorrió las cortinas. La visión que se les ofreció era dantesca. Ante sus temerosas miradas se alzaba un trono de color escarlata, y atado a él para sostenerla en su verticalidad, una momia coronada con una diadema de gemas, revestida con sus mejores ropas de gala. A su alrededor se encontraban seis ataúdes vacíos.

― ¡He aquí a vuestra reina y mi reina! - gritó furibundo- ¿Qué habrá de hacerse con quien ostenta una corona, sino rendirle pleitesía?

El rey pronunció el nombre de cada uno de los nobles que habían participado en su nefasta suerte, siendo empujados por las alabardas de los coraceros y obligados a acercarse hasta aquel solio macabro y nauseabundo. El olor era putrefacto, habiendo sido exhumada unas horas antes, hasta el punto de que era posible contemplar algunos gusanos que asomaban por la calavera. Todos ellos fueron forzados a desfilar ante el cadáver, tratándola tal si permaneciese en el reino de los vivos y no en el de los ausentes, pues lo que quedaba de ella eran los restos y algunos jirones de piel resecada. Hubieron de besarle la mano e inclinarse ante su majestad, con la complacencia de aquel que un día fue su esposo y hubo de aceptar el dictamen del tribunal eclesiástico, admitiendo y haciendo cumplir su condena. Y, concluyendo el ceremonial obligó a todos a besar la zona genital de la osamenta, como desacato al pronunciamiento de haber sido enjuiciada bajo las llamadas pruebas de las “marcas del diablo”

Una vez concluido el acto, gritó en viva voz a todos:

― ¡Ésta es la pleitesía que se le debe a una reina! ¡Ahora queda la aplicación de mi justicia y la expiación del crimen!

Chasqueando los dedos, la guardia redujo a los reos, inmovilizándoles. Y ante el horror de todos y el pavor de ellos, hundieron los forzudos los puñales en sus pechos, abriendo un socavón en la carne y destrozándoles las costillas, arrancándoles finalmente el corazón, depositándolos a los pies del trono de la extinta. Sólo el clérigo ciego fue respetado.

Luego, preso de una rabia ciega, y sobre todo del recuerdo de haber sido quien autorizó la ejecución introdujo las manos en las llamas de la chimenea que calentaba el cuarto, hasta que quedaron completamente chamuscadas y deformes.

No creo que se trate de ninguna habladuría, y a buen seguro que algún testigo presencial que permaneció en el anonimato fue el autor de lo que aquí se dice.

La narración concluía con un epílogo. No pudiendo valerse por sí mismo, el inquisidor fue desterrado a una cueva solitaria, debiendo vivir de la caridad de algunas almas piadosas. Pero, la vida tiene en ocasiones extrañas coincidencias. El buen rey, pasado el tiempo, sintió el peso de la conciencia igualmente. Su sentido religioso le hizo comprender que, si bien el delito perpetrado contra su amada era terrible, no fue menos su actitud hacia los que lo cometieron. Y renunciando al trono decidió purgar en vida sus pecados. Dicen los más viejos del lugar que el monarca sin corona fue a parar a la misma cueva que habitaba el fraile ciego, quedándose con él, y desde aquel momento fueron el uno para el otro el complemento necesario. Los ojos del rey guiaban la ceguera del fraile, y las manos del clérigo suplían los muñones del soberano. El arrepentimiento les condujo a la piedad. Ahora, sí, podían invocar el perdón de sus faltas.

 

©ÁNGEL MEDINA, poeta y escritor español

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA


EN LA ORACIÓN DE OCHO PALABRAS, George Reyes, México, DF

 




EN LA ORACIÓN DE OCHO PALABRAS

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La sal del mediodía que mancha la camisa 

yo la limpio en la fila de temblores:  

                                                  la oración de ocho palabras. 

En su suave pico mi espalda se recuesta 

por la caridad que ha pisoteado  

a esas piedras sin pesares que han vencido mis clavículas,

y que tienen tableteo de mortales suavidades ausentadas. 

Sal por la mañana, no retarden,

como sales siempre,

                                                   al despojo de suspiros salobreados,

                                                   al despojo de baladas agravadas.

Y salgan a trajearme de envoltura con la cual un día nace.

 

©George Reyes, del poemario inédito Mañana.

Poeta y escritor mexicano

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA