Imagen de: Potoko56
El día que no amaneció[1].
A Edgardo A. Pesante.
In memoriam[2].
Y muy especialmente, haciendo propio su dolor crístico ante
la pérdida temporal de su amada hija Elisabeth, al entrañable escritor
argentino Norberto Pannone; con
innegociable afecto admirativo…
El cielo estaba como
enrejado, como oscuramente abovedado. Estaba en vilo. Esperando el cumplimiento
de la maldita profecía aramea introducida en la cultura tolteca. Según ella,
los signos emanados de La Estrella de la Mañana, aseguraban que el tiempo se
había cumplido. Decían que vendría pronto la insidiosa Oscuridad y que el Día
no volvería a amanecer. O el fin de las texturadas alboradas volcánicas. Aspiró
entonces como un animal en celo el frescor nocturno, hilvanado en las, hasta
ese instante y sólo por una brevedad casual, verdes praderas de hombres altos,
magos, hechiceras, elfos, enanos, hobbits, orcos, unicornios, bestias
indómitas, reptiles y saurios aterradores. Pero nada sabía de la existencia de
El Revelador. Y Tolkien vagaría aún y por más de 150 millones de años, como un
espíritu desconocido para su estrenada conciencia vital. Y si todo sucedía como
estaba previsto, ¿dónde prendería y apagaría el esplendor de su fuego
primordial?
Se había quedado quieto
ante aquel lúgubre presagio que hacía tronar su doble fila de dientes y colmillos
con un lacónico rumrum, mezcla de ansiedad y presentido estupor agónico. Y un
llanto como de cenizas recién inauguradas, pareció enrojecer aún más su mirada
ayer altiva y ahora rotundamente cabizbaja… El sol no se anunciaba. Tampoco el
fulgor de algún extremo racimo de relámpago. La quietud de esa tarde noche,
ausente del chillido de los pájaros sobrevolando el valle de la Gran Montaña,
era un signo que jamás hubiera deseado escuchar. Quizás porque aquel velamen de
pequeñas criaturas, era como una ronda diaria que anunciaba el comienzo y el
final de cada jornada. Al igual que el enjambre de peces que, día tras día,
hacían funcionar y desde un hábitat acuoso virginal -al compás de los vientos
serranos-, el luminoso reloj de la existencia escondida en una miríada de
especies latiendo, tic tac, desde el fondo Verdi azul de los lagos y de las
crestas porosas de las lomadas de la comarca terrenal…
Y tardaba. Alguien, alguna
vez, lo había anticipado. Anticipado que, El Vigilante, ya no tendría que
tutelar a nadie más en la planetaria redondez de aquel cielo duramente
encapotado. Un cielo abroquelado en cada una de sus moléculas, negando al Sol
la complaciente alborada con la que, el cuchillo de luces perfiladas daba calor
y vida a su primigenio mundo. ¿Salvaje? (…) De pronto, un detalle en el que
extrañamente no había percatado, le hizo pensar que la Oscuridad había llegado.
Ya. Ya. Y alzó vuelo. Fue como unos cincuenta formidables metros aquel
desperezo de lagarto alado. Sólo unos kilómetros a la redonda y todo se
confirmaba. Las fogatas en aldeas humanas e inhumanas, no aparecían por ningún
rescoldo traspasado por su proverbial visión de ave prehistórica de caza. Sin
embargo, El Vigilante, no se dio por vencido. Y atravesó como un rayo toda la
superficie de su mundo cruelmente amenazado y rumbo a la extinción total.
La completa ausencia de
luz solar había comenzado un proceso de descomposición orgánica y mineral, y el
panorama en extensas áreas del planeta ya no era ni verde, ni marrón ni azul.
Su aguda facultad visual y poderosa audición, fueron más que suficientes para
describir, con extrema certeza, las condiciones alarmantes y sobrecogedoras con
que la realidad visible e invisible del planeta se manifestaba… El color ocre
comenzaba a dominar la escena y pintaba con una cándida pero lóbrega matiz
mortuoria, hasta el más mínimo rescoldo de nichos de pichones hambrientos, de
frondas y vegetales sedientos, y oasis de tierras fértiles disipadas áridamente
en una nube rumorosa de polvo volátil y rocas desgranadas… Corrido el telón de
lo inexorable, los ríos mostraban la barrosa sequedad de sus lechos anémicos. Y
los mares y océanos, y los gélidos árticos comenzaban, desde una profundidad
abismal, lavaporosa e imparable difuminación hacia lo Alto, mixturando sus aguas
salobres con la opacidad creciente del cielo encadenado, abroquelado y
renegrido, pero sin señales de tormenta alguna. Y tal condición crepuscular,
inaudita y extraña, podía observarse como un fenómeno que había anulado
finalmente hasta la espléndida belleza de las auroras boreales.
Con la desazón cargada
sobre el ancho cuerpo, y el corazón protoplasmático de sangre fría latiendo de
furia en su interior, con ondas asistemáticas y espumosas al borde de un
estrepitoso infarto, El Vigilante regresó a la cima de la Gran Montaña. Afirmó
con fuerza sus garras ciclópeas. Estaba solo…Alisó los dientes e hizo crujir
los cónicos colmillos, agitó las alas laterales y estremeció su impenetrable
piel gruesa y rugosa. Estaba solo. Solo. Era un Rey al que nadie podía ni
deseaba destronar. Hinchó el hocico y abanicó sus cuernos y alas punzantes como
las de un pterodáctilo. Solo. Completamente solo. Ni siquiera la corta visita a
los huesos de sus antepasados, lo había consolado. Y peor todavía cuando se dio
cuenta de que, su estirpe real, no tendría heredero alguno. Y si el mundo
volviera a recobrarse millones de años después, su estampa única sería tal vez,
o confundida con sus no muy lejanos primos, los saurópsidos dinosaurios, o
tenida por una creación imaginaria de fantásticos narradores de cuentos para
jóvenes y niños…
Pero antes de que viniera
la Oscuridad y su agobiante silencio de muerte, tuvo tiempo para prepararse
como el Insigne Caballero Alado que había sido, hasta ese desdichado destino de
su sentenciado, egregio mundo material. Así, con elegante presteza, alzó el
cuerpo de rasgos serpentinos elevando sus dos saúricas patas delanteras, y,
acollarando el cuerpo junto a las traseras cuánto pudo, desplegó en tenaza sus
curvas y filosas garras para otear, por última vez, el horizonte oculto por la
celestial bóveda ominosa; y despidió, con hidalgo furor, una gruesa bocanada de
fuego, girando sobre sí como las agujas de un reloj desconocido… Luego, enjuagó
su lengua con saliva agria y lechosa, recogió su gigantesca cola de aletas
escamadas con motas de color metálico y polimorfético, y cerró los ojos
hinchados por un llanto demorado de siglos... Y si nada podía hacer por ese
mundo agonizante, también su hora había llegado. Solo. Un brutal estremecimiento
de su nervada masa muscular, hizo temblar a la Gran Montaña y su cadena de
eslabones. Al cabo, y a gatas, como un pequeño pichón de tigre, Quatzalcoatl,
el último, inteligente, bondadoso, sabio y bellísimo Dragón Dorado sobre la
tierra, apagó el brillo de sus metálicas escamas y exhaló un último suspiro, y,
con él, las fuerzas supremas que lo animaran…
Al instante, la Oscuridad
llegó, como estaba escrito desde el Primer Principio, para hacerlo presa y
sepultarlo finalmente junto a los suyos, cuando la Gran Montaña y la Sagrada
Caverna donde habitara, en la cúspide soberana de un risco inaccesible, se
desplomaran estrepitosamente sin más y sobre sí mismas, en un tronar espantoso que nadie llegó a
escuchar tras el segundo e histórico Apocalipsis evolutivo que, Alguien, había
desatado ahora con la fuerza de un enorme, brutal meteorito que golpeó a La
Tierra, originando el nuevo supercontinente Gondwana –sobre los restos
geológicos de Rodinia, Pannotia y Pangea- descentrándola de su eje rotatorio y
revirando a todo el Orden Existencial existente…
Concluía el calendario
Jurásico de la historia Mesozoica. Estratigrafía futura mediante. Y ese Alguien
comenzaría ahora a barajar y dar de nuevo, con las cartas de eones, eras,
períodos y épocas, un interminable juego de naipes astrales llamado Solitario.-
©ADRIÁN NÉSTOR ESCUDERO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE
ASOLAPO ARGENTINA
[1] ADRIÁN N. ESCUDERO – N.
1951 Santa Fe (La Capital), Argentina – Fecho: Punta del Este (Uruguay), 19-02-2020.
T.a. 20-02-2020 – Integra
el libro inédito DOCTOR DE MUNDOS II (Visiones Extrañas) - La Botica de Autor
(Santa Fe, Argentina) – 2003/2020.-
[2] Nota:
Homenaje al entrañable amigo y escritor
santafesino Edgardo A. Pesante, quien publicara en 1975 y en virtud de su 45º
Aniversario, el libro de cuentos “El día que no amaneció” (Librería y Editorial
Colmegna S.A. – Santa Fe, Argentina – 1940/1999).-
No hay comentarios:
Publicar un comentario