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domingo, 29 de marzo de 2020

El día que no amaneció[1]., Adrián Néstor Escudero, Santa Fe, Argentina


El Amanecer en Sepia | Galería de imágenes de potoko56
























Imagen de: Potoko56

El día que no amaneció[1].
A Edgardo A. Pesante. In memoriam[2].

Y muy especialmente, haciendo propio su dolor crístico ante la pérdida temporal de su amada hija Elisabeth, al entrañable escritor argentino Norberto Pannone; con innegociable afecto admirativo…


El cielo estaba como enrejado, como oscuramente abovedado. Estaba en vilo. Esperando el cumplimiento de la maldita profecía aramea introducida en la cultura tolteca. Según ella, los signos emanados de La Estrella de la Mañana, aseguraban que el tiempo se había cumplido. Decían que vendría pronto la insidiosa Oscuridad y que el Día no volvería a amanecer. O el fin de las texturadas alboradas volcánicas. Aspiró entonces como un animal en celo el frescor nocturno, hilvanado en las, hasta ese instante y sólo por una brevedad casual, verdes praderas de hombres altos, magos, hechiceras, elfos, enanos, hobbits, orcos, unicornios, bestias indómitas, reptiles y saurios aterradores. Pero nada sabía de la existencia de El Revelador. Y Tolkien vagaría aún y por más de 150 millones de años, como un espíritu desconocido para su estrenada conciencia vital. Y si todo sucedía como estaba previsto, ¿dónde prendería y apagaría el esplendor de su fuego primordial?

Se había quedado quieto ante aquel lúgubre presagio que hacía tronar su doble fila de dientes y colmillos con un lacónico rumrum, mezcla de ansiedad y presentido estupor agónico. Y un llanto como de cenizas recién inauguradas, pareció enrojecer aún más su mirada ayer altiva y ahora rotundamente cabizbaja… El sol no se anunciaba. Tampoco el fulgor de algún extremo racimo de relámpago. La quietud de esa tarde noche, ausente del chillido de los pájaros sobrevolando el valle de la Gran Montaña, era un signo que jamás hubiera deseado escuchar. Quizás porque aquel velamen de pequeñas criaturas, era como una ronda diaria que anunciaba el comienzo y el final de cada jornada. Al igual que el enjambre de peces que, día tras día, hacían funcionar y desde un hábitat acuoso virginal -al compás de los vientos serranos-, el luminoso reloj de la existencia escondida en una miríada de especies latiendo, tic tac, desde el fondo Verdi azul de los lagos y de las crestas porosas de las lomadas de la comarca terrenal…

Y tardaba. Alguien, alguna vez, lo había anticipado. Anticipado que, El Vigilante, ya no tendría que tutelar a nadie más en la planetaria redondez de aquel cielo duramente encapotado. Un cielo abroquelado en cada una de sus moléculas, negando al Sol la complaciente alborada con la que, el cuchillo de luces perfiladas daba calor y vida a su primigenio mundo. ¿Salvaje? (…) De pronto, un detalle en el que extrañamente no había percatado, le hizo pensar que la Oscuridad había llegado. Ya. Ya. Y alzó vuelo. Fue como unos cincuenta formidables metros aquel desperezo de lagarto alado. Sólo unos kilómetros a la redonda y todo se confirmaba. Las fogatas en aldeas humanas e inhumanas, no aparecían por ningún rescoldo traspasado por su proverbial visión de ave prehistórica de caza. Sin embargo, El Vigilante, no se dio por vencido. Y atravesó como un rayo toda la superficie de su mundo cruelmente amenazado y rumbo a la extinción total.

La completa ausencia de luz solar había comenzado un proceso de descomposición orgánica y mineral, y el panorama en extensas áreas del planeta ya no era ni verde, ni marrón ni azul. Su aguda facultad visual y poderosa audición, fueron más que suficientes para describir, con extrema certeza, las condiciones alarmantes y sobrecogedoras con que la realidad visible e invisible del planeta se manifestaba… El color ocre comenzaba a dominar la escena y pintaba con una cándida pero lóbrega matiz mortuoria, hasta el más mínimo rescoldo de nichos de pichones hambrientos, de frondas y vegetales sedientos, y oasis de tierras fértiles disipadas áridamente en una nube rumorosa de polvo volátil y rocas desgranadas… Corrido el telón de lo inexorable, los ríos mostraban la barrosa sequedad de sus lechos anémicos. Y los mares y océanos, y los gélidos árticos comenzaban, desde una profundidad abismal, lavaporosa e imparable difuminación hacia lo Alto, mixturando sus aguas salobres con la opacidad creciente del cielo encadenado, abroquelado y renegrido, pero sin señales de tormenta alguna. Y tal condición crepuscular, inaudita y extraña, podía observarse como un fenómeno que había anulado finalmente hasta la espléndida belleza de las auroras boreales.

Con la desazón cargada sobre el ancho cuerpo, y el corazón protoplasmático de sangre fría latiendo de furia en su interior, con ondas asistemáticas y espumosas al borde de un estrepitoso infarto, El Vigilante regresó a la cima de la Gran Montaña. Afirmó con fuerza sus garras ciclópeas. Estaba solo…Alisó los dientes e hizo crujir los cónicos colmillos, agitó las alas laterales y estremeció su impenetrable piel gruesa y rugosa. Estaba solo. Solo. Era un Rey al que nadie podía ni deseaba destronar. Hinchó el hocico y abanicó sus cuernos y alas punzantes como las de un pterodáctilo. Solo. Completamente solo. Ni siquiera la corta visita a los huesos de sus antepasados, lo había consolado. Y peor todavía cuando se dio cuenta de que, su estirpe real, no tendría heredero alguno. Y si el mundo volviera a recobrarse millones de años después, su estampa única sería tal vez, o confundida con sus no muy lejanos primos, los saurópsidos dinosaurios, o tenida por una creación imaginaria de fantásticos narradores de cuentos para jóvenes y niños…

Pero antes de que viniera la Oscuridad y su agobiante silencio de muerte, tuvo tiempo para prepararse como el Insigne Caballero Alado que había sido, hasta ese desdichado destino de su sentenciado, egregio mundo material. Así, con elegante presteza, alzó el cuerpo de rasgos serpentinos elevando sus dos saúricas patas delanteras, y, acollarando el cuerpo junto a las traseras cuánto pudo, desplegó en tenaza sus curvas y filosas garras para otear, por última vez, el horizonte oculto por la celestial bóveda ominosa; y despidió, con hidalgo furor, una gruesa bocanada de fuego, girando sobre sí como las agujas de un reloj desconocido… Luego, enjuagó su lengua con saliva agria y lechosa, recogió su gigantesca cola de aletas escamadas con motas de color metálico y polimorfético, y cerró los ojos hinchados por un llanto demorado de siglos... Y si nada podía hacer por ese mundo agonizante, también su hora había llegado. Solo. Un brutal estremecimiento de su nervada masa muscular, hizo temblar a la Gran Montaña y su cadena de eslabones. Al cabo, y a gatas, como un pequeño pichón de tigre, Quatzalcoatl, el último, inteligente, bondadoso, sabio y bellísimo Dragón Dorado sobre la tierra, apagó el brillo de sus metálicas escamas y exhaló un último suspiro, y, con él, las fuerzas supremas que lo animaran…

Al instante, la Oscuridad llegó, como estaba escrito desde el Primer Principio, para hacerlo presa y sepultarlo finalmente junto a los suyos, cuando la Gran Montaña y la Sagrada Caverna donde habitara, en la cúspide soberana de un risco inaccesible, se desplomaran estrepitosamente sin más y sobre sí mismas,  en un tronar espantoso que nadie llegó a escuchar tras el segundo e histórico Apocalipsis evolutivo que, Alguien, había desatado ahora con la fuerza de un enorme, brutal meteorito que golpeó a La Tierra, originando el nuevo supercontinente Gondwana –sobre los restos geológicos de Rodinia, Pannotia y Pangea- descentrándola de su eje rotatorio y revirando a todo el Orden Existencial existente…

Concluía el calendario Jurásico de la historia Mesozoica. Estratigrafía futura mediante. Y ese Alguien comenzaría ahora a barajar y dar de nuevo, con las cartas de eones, eras, períodos y épocas, un interminable juego de naipes astrales llamado Solitario.-


©ADRIÁN NÉSTOR ESCUDERO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA






[1] ADRIÁN N. ESCUDERO – N. 1951 Santa Fe (La Capital), Argentina – Fecho: Punta del Este (Uruguay), 19-02-2020. T.a. 20-02-2020 – Integra el libro inédito DOCTOR DE MUNDOS II (Visiones Extrañas) - La Botica de Autor (Santa Fe, Argentina) – 2003/2020.-

[2] Nota: Homenaje al entrañable amigo y escritor santafesino Edgardo A. Pesante, quien publicara en 1975 y en virtud de su 45º Aniversario, el libro de cuentos “El día que no amaneció” (Librería y Editorial Colmegna S.A. – Santa Fe, Argentina – 1940/1999).-

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