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sábado, 30 de marzo de 2019

CONDECORACIÓN, Norberto Pannone, Buenos Aires, Argentina

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CONDECORACIÓN

(Al anónimo soldado de Malvinas, 1982, Atlántico Sur)

Del otro lado de los riscos,
agua y bruma.
Aquí, el páramo
agreste y el albatros.
La herida del hambre
en las entrañas;
la que dolía
más que la metralla,
y la suela gastada
descubriendo el hielo
en la insípida escarcha.
La sanguínea negrura
me confunde.
El “Harrier” pasó;
no sé por donde.
Sólo ruido y miedo.
Después, las esquirlas
grises de la piedra
ultrajaron de nuevo.
Me pareció oír la voz,
otra voz, otro sonido.
Ramón, tendrá un sueño largo
abrazado a la almohada del olvido.
Soñará con el perfume
del naranjal en flor,
allá, en su cálida
e incrédula Entre Ríos.


©NORBERTO PANNONE, poeta y escritor argentino
MIEMBRO FUNDADOR DE ASOLAPO ARGENTINA




PASEO MATINAL, Jerónimo Castillo, San Luis, Argentina

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PASEO MATINAL
                            
Por una vez en la vida
nos sale el sol desde adentro
y es en ese mismo centro
donde se yergue escondida
en la diminuta herida
que no hemos aún notado,
la esencia del ser alado
que recorre nuestras venas;
de pie, libre de cadena
haciendo posible el hado.
                            
Cuando el sueño alza su vuelo
por etéreos horizontes,
se concretan los aprontes,
se ausenta el luto y el duelo.
La noche se vuelve cielo
límpido sin mínima nube,
y es entonces cuando sube
por las ninfas escoltado
el ser de gozo bañado
en aliento de querube.
                             
Y es así cada mañana
en que el día da su inicio;
la luz que adorna su juicio
embellece y engalana
tapizando soberana
la senda, camino diario,
corazón escapulario
con pendientes de diamante,
coronándose al instante
en cuentas de su rosario.
                            
Este consumir aliento
de esperanza asimilada,
incorpora a la mirada
nuevo brío en el intento
de abrir corazón sediento
por el rubor coronado,
para que el sendero hollado
por el paso distendido,
se vuelva encanto nacido
y por la luz adornado.
                              
En el sol de la mañana
el rocío se ha perdido,
el pájaro dejó el nido
y su canto en la ventana;
el paso que se engalana
con la luz de interno aliento,
en la suavidad del viento
se vuelve tierna caricia,
para dejar la delicia
de este caminar contento.

                                         San Luis, 12-11-2018

©JERÓNIMO CASTILLO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA



PLAZA RODRÍGUEZ PEÑA, Carlos Penelas, Buenos Aires, Argentina

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PLAZA RODRÍGUEZ PEÑA


En este banco se sentaba mi madre.
Desde aquella hamaca
la candidez crecía junto a Poncho Negro.
Entre esos árboles aún viven dioses y héroes.
El gozo y el amor descubrieron
los románticos ojos de una muchacha,
la rosa roja del poema, el otoño del padre.
Aquí Lugones y Franco y el silencio.
Aquí descansa Gala.
En esta plaza mis hijos recorrieron
la evidencia de otros umbrales.
Los fantasmas la habitan junto a los jacarandaes.
Su magnitud devora las islas del olvido.

                                                      (“Calle de la flor alta”, 2011)

©CARLOS PENELAS, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA


ENIGMAS, Teresinka Pereira, Ottawa, Usa.















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ENIGMAS

Una vez salté
de mi piel de rosa
y recatadamente
entré en la fuente
de cristalinos enigmas.

Todavía soy desconocida
pero tengo un  ímpetu
de océano suelto
y las pupilas fosforescentes
para engendrar
los más atrevidos sueños.
......................

ENÍGMAS

Uma vez saltei
de minha pele de rosa
e recatadamente
entrei na fonte
de cristalinos enígmas.

Ainda sou desconhecida,
mas tenho um ímpeto
de oceano solto
e as pupilas fosforescentes
para engendrar os mais
atrevidos sonhos.
.................

©TERESINKA PEREIRA, poeta y escritora brasileña
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA





SINFONÍA DE GOCES, Ana María Raffaelli, Buenos Aires, Argentina


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SINFONÍA DE GOCES


El pétalo y el néctar se codician…

néctar de nácar…

Imán de goce celestial…

Soy una visitante de cristal sobre tus lunas,

vertiéndome en tu cuerpo,

en tu corriente de savia.


Lates en el lecho insaciable,

buscando la siguiente ola en cascada…

Infinita es la sinfonía de este compás,

meciéndonos  en un hálito de placer,

hasta el desvelo…
hasta el último  vuelo…


©ANA MARÍA RAFFAELLI, poeta y escritora argentina.
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA 



ELLA, Adrián Néstor Escudero, Santa Fe, Argentina


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ELLA

A la Paz en la vida y para la Vida… En especial, a su Poesía vital y al Buen Todo que la suscita y edifica...
Y en estas horas benignas del estío santafesino, y, con gran afecto admirativo, a los incontables y entrañables amigos en las letras y hermanos en la Fe y Humanidad, ángeles de Luz y Consuelo, servidores de la Paz verdadera y aromas de Cristo Jesús, Príncipe de la verdadera Paz: abrazados al Misterio del Verbo, en su cálido y tierno Hogar del Maná de la Palabra; allí, donde las musas suspiran y los vates cantan, y, la Guerra, nunca alcanzará la dimensión de su cúspide armónica y benévola…

                                                               Adrián N. Escudero (Santa Fe, Argentina) – MARZO 2019

                 

   Todos los días, al pasar por el lugar, la miraba.
   Más que mirarla, la observaba. O, más que observarla, la inquiría en cada detalle de su cuerpo quieto y frío. Simplemente, Ella estaba ahí, quieta y fría. Y parecía imposible cualquier cambio.
   Sin embargo, la pensaba (o imaginaba) un ser maravilloso –casi divino- presidiendo, en el opaco brillo de sus ojos, el nacimiento (o muerte) de los días, de las flores, de los árboles y de la gente que por allí pasaba.
   Hubiera deseado humanizarla para entender mejor su gesto de tímida credulidad; pero Ella también lo auscultaba aunque, desde tan lejos, que no habría podido superar jamás el abismo de soles, abierto por la dirección de su extraña mirada.

   Era hermosa. La piel, blanca y suave. El tiempo no transcurría para esos espejos tibios y claros en los que, alucinado, se sentía –como poseído- reflejar. Tampoco para su rostro de marfil y los paños leves y tersos que envolvían su cuerpo despojado.
   Dio gracias por las manos o los vientres misteriosos que fueran capaces de modelar o engendrar, si se quiere, semejante arquitectura de belleza.
   Hubiera deseado besarla, acariciarla, tocar su alma clara de mujer tímida pero anhelante...
   Nunca pudo arrebatarse en tal arrojo.
   Ella siempre ahí.
   Novia de todos y de ninguno.
   Admirada. Tan admirada como incomprendida en su eterna soledad.

   Los árboles se inclinaban o aquietaban según soplara o no el viento único de las cuatro temporadas.
   Las hojas se vertían verdes o amarillas, en fervoroso clamor o límpida caída, según la estación.
   El sol alumbraba, las nubes solían llorar, y la noche (estampada por candiles y guedejas de luz), muchas veces la habían visto en aquel lugar.
   La gente turbaba en ciertas horas el mágico sitio donde habitaba, rompiendo su encanto con un rugir de autos, exacerbadas canciones estereofónicas o un griterío de niños que despabilaba con saltos y muecas el somnoliento y enmohecido aire de la gran ciudad...
   Los juegos y sus maderas y barras metálicas de mil colores, cimbraban, se mecían o dormían en alegre sueño, bajo el dominio nervioso de aquellos brazos y piernas audaces, quizá felices.
   Ella siempre ahí.
   Madre de todos y de ninguno.
   Admirada. Tan admirada como incomprendida en su eterna soledad.

   También estaban los otros en aquella peculiar estancia común a diversas expectativas e intereses.
   Los viejos.
   Con sus canas, sus bastones, sus sombreros y ropas de antaño. Sus pipas, sus tabacos, sus paraguas y sus diarios.
   Con sus quejas, sus reproches, sus recuerdos y sus muertos. Sus barbas, sus narices rojas, sus temblores y sus nietos. Y sus lánguidas y pulidas canchas de bochas.
   Silbando.
   Algunas veces, alegres. Otras, melancólicos. Muchas, tristes y resignados. Como si pensaran que de nada sirve la experiencia de los que ya han vivido, para los demás...
   Cansados (o agobiados, quizá). Satisfechos unos; los más, no tanto. Pero todos, irónicos y suficientes, chispeantes e informados. Muriendo por vivir.
   Ella siempre ahí.
   Abuela de todos y de ninguno.
   Admirada. Tan admirada como incomprendida en su eterna soledad.

   Y fue en aquel día, en aquel inútil y aciago día, espeso de humedad y crepitante de humo y de cenizas, de hojas postreras y resecas, en otoño, a las tres de la tarde –dicen que-, sucedió...
   Ahora no había coches en las calles. La situación, muy comprometida en la democracia misma, había guardado a la gente vagar por la jornada gris.
   Toque de queda en el país.
   En casa, el pueblo esperando. La ansiedad como límite de la primera lágrima...
   Entonces ocurrió. Y lloró.
   Porque la acústica de la segunda guerra vibró, y la dejó ahí...
   ... En su plaza. En el mismo lugar. Pero destrozada. Hecho polvo. O añicos. Descuartizada.
   Y lloró.
   Bajando la cabeza, ocultando su arma de estrenado soldado, mordió el pan duro de los mendigos, enfundó las manos en el calor de unos harapos abonados en sangre, y, salivando a la desgracia supo que, sin Ella, había muerto para él aquel lugar.-

©ADRIÁN NÉSTOR ESCUDERO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA



ESCATOCRISIS TANATOLÓGICA, Lucio Cañupan, aporte de César Tamborini Duca, León, España

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ESCATOCRISIS  TANATOLÓGICA   (Rumbo a Córdoba 2019)
                                                                                         
“…Llegóse él mismo al palo, donde había
de ser la atroz sentencia ejecutada ,
con un semblante tal, que parecía
tener aquél terrible trance en nada,
diciendo: ”Pues el hado y suerte mía
Me tienen esta muerte aparejada,
venga, que yo la pido, yo la quiero,
que ningún mal hay grande, si es postrero.                                                                                                   (La Araucana-Alonso de Ercilla)

Es gran torpeza pretender que el idioma se mantenga quietecito por doscientos años.
En horas actuales ―si a hilar fino vamos― el cambio es casi cotidiano. Los académicos de la lengua se ven obligados ―rosarino y revisitado Congreso mediante― a colocar cada tanto el caballo en su justo lugar, puesto que el carromato que avanza cargado de sílabas, palabras, sintagmas, oraciones, giros y acentos varios acrecienta el argot inercialmente y la esforzada jaca termina por detrás de aquello que arrastra.                                                                    
Ordenados los conceptos, vemos que han tomado vida una cantidad considerable de términos que se encontraban en “erpiana” clandestinidad, y ubicados perisodáctilo y carruaje en pudoroso sitio, se hallan los honorables de la Academia de Letras de mejor guisa, discurriendo por un nuevo período una bodega beoda de léxico oficializado a disposición de todos (menos los políticos quienes no se dan por enterados y aposta  hablan cada vez peor ante su ignorante auditorio), donde se entremezclan como en botica lo nuevo y lo viejo, lo renovado y lo perimido, lo malsano y lo saludable, lo armonioso y lo indecoroso, y en fin, lo vivo y lo muerto. Así demos manos en echar a un diccionario de última edición y apreciar lo cebado de su volumen.
Las palabras, escritas para ser leídas y habladas para oírlas, en su constante progresión acaban por estigmatizar el cerebro, fundir y confundir las almas. Thomas Carlyle dijo que “el alma del progreso es el progreso del alma”, pero, ¿de cuáles? ¿Las vivas o las muertas?, ¿de estas en vida?, ¿de las vivas después de la muerte?
Desalmado o no, el avance crece de manera tal que se hace imposible evitar su constante crisis, y ésta atrápanos a todos sin excepción. Crisis: hija dilecta del amor y la guerra, se halla presente desde que marcha el mundo y, oscilando en el curso del tiempo nos empuja ―con grande prodigalidad― al amor por la guerra y a su consecuencia inmediata: la guerra por, con y en el amor. A poco nomás, surge un tétrico panorama: un descomunal osario en torno del cual deambula un séquito de almas en pena. Sí: “bajo las matas, en los pajonales, / sobre los puentes, en los canales…/ ¡hay cadáveres!”. Sí, gran verdad ésta de Néstor Perlongher. Y grande razón y prueba concluyente de que alguien estuvo vivo, aún sin saber si eso es vida. No se duelen de esto los arqueólogos de esta hora quienes, en una con Schliemann, Mr. Évans, Boucher de Perthes o los Leakey, y más activos que un quirquincho pampeano, continúan a ritmo implacable con más exhumaciones en frenética carrera con las diarias e impecables inhumaciones.
En este aguerrido aquelarre necrológico se evidencian distintas modalidades que alimentan el Pritaneo de San La Muerte. Cítense a modo de ejemplo ―por no aburrir al supersticioso lector― el caso de unas vasijas de cerámica correspondientes a un pueblo pre-incaico, las que fueron descubiertas estibadas como en un almacén de vituallas; en su interior ni granos, ni telas, ni joyas, tampoco restos de vino, no…solo momias. Velada y modesta respuesta a los auríferos y campeonísimos balsamizados egipcios por todos conocidos. ¿Quién no oyó hablar de Tutankamón? Pero éstos sí dejaban sus deudos pulcramente acecinados en graves sarcófagos y pletóricos de pitanzas para el viaje postrero.     
Los primitivos cristianos convivían con sus muertos en las extensas y zigzagueantes galerías areneras de épocas paganas devenidas en las célebres catacumbas romanas, emblema y salvavidas de sus fieles tras las decenales y dioclecianas persecuciones. Corriendo de firme la edad de Cristo, surgieron los camposantos aledaños a las iglesias junto con recordatorios y celebraciones sibaríticas de cuerpo presente por parte de los deudos supérstites, realizadas en el mismísimo altar del templo correspondiente. Y el dos de noviembre, día de difuntos, vivos y muertos todos a una. Esta práctica fue notable en la Edad Media, y trágica para Don Juan que en su convite a un muerto cae bajo la guadaña de la Parca disfrazada de capitán Centellas.
En sitos apartados se enterraba en el fondo de la heredad, costumbre ya perdida.
Los indios cobrizos del norte americano ―tal vez con más equilibrio― reparten la cosa: pintan en sus tótems figuras de sus ancestros y seres queridos, honrando así el espíritu, y a la inversa de otros dejan el cuerpo a expensas de la rapiña.
En la India extra milenaria se instalaba una pira funesta que se consumía incluso a la viuda del muerto. Lo peor es casarse: “el matrimonio y la mortaja, del cielo bajan”, reza un antiguo refrán.
En la exuberante isla de Nueva Guinea, en la tribu de los asaro, según relato de Louis Pawels, cuando mueren las mujeres las entierran junto a restos de cerdo ―animal este sagrado para ellos―, sugerente rito. Los varones cuando se sienten morir, anárquicamente desaparecen en la selva.
Y de paso por oriente, los chinos. Antiguos en sabiduría y número, tienen como emblema a la mítica princesa Turandot, cruel y prolífica productora de cadáveres hasta que se topó con Calaf. Atesoran al célebre hombre de Pekin (sinantropus pekinensis) que con quinientos mil años de antigüedad rivaliza con el “australopitecus” y el “pitecantropus erectus”. A la cabeza de las estadísticas mundiales en P.B.I., represas gigantescas, acumulación de soja y venta al mundo de baratijas inservibles, ni siquiera aceptan ir de su población en mengua: según el New York Times (27/03/10), los restos de un sepulcro de unos cuatro mil años son motivo de controversia con los uigures, pueblo de origen turco-europeo. Los profesores Li Jun e Hiu Zhow tienen en sus manos a modo de rehén a la “Bella de Loulan” una momia hallada en el sitio, en el desierto de Taklimaken en la región del Tibet. Al separatista Dalai Lama le espera ardua tarea.
Los Incas, con sus particulares liturgias, son los campeones de Machu-Pichu, mientras los Mayas con sus pirámides truncadas y escalonadas ofrendando sacrificios insisten en que su dios Quetzalcoatl los trajo desde el planeta Venus. Otros pueblos más modestos usan simples túmulos de piedras y, en fin, los más con una sencilla fosa, todos sin excepción buscan el modo de venerar el despojo para seguir viviendo a sus expensas.
Algunos heredan espíritu, otros su impronta, y el resto ―salvo lo del Viejo Vizcacha― sus posesiones y dinerillos. El utilitarismo actual transformó la costumbre en pingüe negocio; y allá se van los difuntos a sitios tan disímiles ―finamente ensobrados― a morar en un panteón ya sea de la Recoleta, ya en un nicho estrecho de la Chacarita o en un promisorio sepulcro del poblado cementerio de Italó, mi querido pueblo natal, el que al refundarse en otro sitio del original por la llegada del hoy fenecido F.F.C.C., ostenta el orgullo de poseer campo santo por duplicado. No cualquiera ¿eh? ¡No cualquiera!
Sea como sea, de diversa manera, todos contribuimos a la escatológica causa. Nadie se lo quiere perder. Cuando no el hombre común y corriente, interviene el Estado Omnipotente  que cuenta con esbirros de toda suerte: una prominente dama de nuestra historia realizó un tétrico periplo por el mundo hasta quedarse con nosotros. Luego profanadores misteriosos amputaron las manos del cadáver de su esposo. En lejano tiempo y latitudes, por ejemplo, fue asesinado el gran Al Iskhandar en Babilonia (parece ser que por asuntos de polleras) y todavía hoy, a más de 2330 años, están buscando su sepultura. Imposible será encontrar la del Mahatma Ghandi, disueltas sus cenizas en el Ganges y el Jumná, luego de su asesinato y cremación en Nueva Dheli. Hay de todo en la viña del Señor.
Infiérase entonces, de este fatuo menjurje literario, como las Moiras sepultan palabras, sujetos e historia; pero no las inmortales ansias de conocer y saber con las que viene al mundo todo mortal bien nacido. Y el que todavía no nació, no desespere…ya le tocará. De  Clotos  y  Átropos nadie escapa mientras Laquesis nos persigue a todos.
A propósito de persecuciones ―y para concluir este modesto epítome― no se puede olvidar ni soslayar a la inmanente D.G.I. o AFIP, como prefiera el sufrido lector, con sus gravosas y abruptas intervenciones al amparo de las luminosas Ciencias Económicas. Atacando súbditos arteramente, el fantasma cruel de la quiebra dio por tierra con el coqueto y vivificante negocio de dietética de la esquina de nuestra casa:
―Buenos días.
―Buen día, caballero. ¡Qué bien están prolijeando el local!
― ¡Oh, sí! Pronto voy a pintar las cortinas metálicas.
(Y mientras observo detenidamente algún escaparate acondicionado en su interior me dije: ―esto no me gusta nada).
―Y…y… ¿qué negocio van a instalar aquí?
― ¡UNA CARNICERÍA, SEÑOR!
Es Tánatos, pisándonos los talones.

 ©LUCIO CAÑUPAN
(Aporte de nuestro Miembro César Tamborini Duca, desde León, España


sábado, 23 de marzo de 2019

EN EL DÍA DE LA POESÍA, Norberto Pannone, Buenos Aires, Argentina






















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EN EL DÍA DE LA POESÍA


EL POETA Y EL ARTE


En Las distintas formas de mirar las cosas de la vida, un poeta entiende que; el mástil de un barco, una horca y una cruz se fabrican con diferente madera, pero madera, al fin. Entiende la diferencia entre una piedra del muro de una Iglesia y una piedra del muro de una prisión. Oye “las voces de las piedras”. Muchos de nuestros poetas hablaron de la “Voz” mineral: Jaime Dávalos, Manuel J. Castilla, Yupanqui, Sábato y tantos otros. 
            El Poeta entiende y conoce el idioma de las viejas paredes; de los túmulos; de la ruina de los ríos y los bosques; de la montaña y la llanura. Comprende el canto de los pájaros y el sonido del viento; el murmullo de la lluvia y la fragancia de una flor. Descubre el sentido del dolor y la alegría; filosofa con la vida y la muerte. Oye las voces del silencio y deduce la diferencia psicológica de las mismas. Comprende que los mutismos pueden ser diferentes.
Con tenacidad, busca desarrollar esa comprensión poética del mundo para fortalecerse y reforzarse, porque sólo a través de ella entrará en contacto con un universo verdaderamente “real” plagado de utopías.
Debemos estar convencidos de que en el mundo existente, detrás de los fenómenos que nos parecen semejantes, se ocultan a menudo portentos tan disimiles que, sólo fuera de nuestra frecuente ceguera se podrían explicar. No parece ser tan simple entonces ni es lógico que todos podamos ver en la misma gota de agua: la idéntica reflexión de la luz; un significado semejante o experimentemos la misma sensación emocional.
            Todo arte consiste en entender y representar diferencias huidizas. El mundo fenoménico es meramente sustancial para un artista (como lo son los colores para el pintor y los sonidos para el músico) pues, ese mundo contribuye a alimentar su inspiración.
En el fenómeno de la percepción de los contenidos de las cosas (noúmeno) existe un “aparato” sutil al que llamamos “alma de artista”. Un poeta debe ser un clarividente, un dotado por el espíritu divino de Dios, si se es creyente, o por la naturaleza misma, si su fe no existe. Debe ver aquello que los demás no ven y, con su magia, debe poseer la habilidad y/o el don de ayudar a que los demás puedan ver lo que no ven por si mismos.
            El arte de la palabra ve más y a mayor distancia de lo que ve el común de las personas que sólo andan a tientas y en consecuencia, no logran advertir las diferencias entre las cosas que no se expresan física o químicamente.
La poesía sirve de soporte a los sentidos. Ve mucho más que el aparato más perfecto; escucha el sonido del universo; palpa la tersura del aire; huele toda la sal de los océanos y saborea (metafóricamente hablando) hasta las partículas del perfume mineral.
Finalmente, el poeta, a través de su verso, percibirá las delicadas facetas de la gema del vivir, donde seguramente, en una de ellas, descubrirá al Hombre.

©NORBERTO PANNONE, poeta y escritor argentino,
PRESIDENTE FUNDADOR DE ASOLAPO ARGENTINA