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domingo, 31 de mayo de 2020

SI HUBIERA, Guillermo Fernández del Carpio, Arequipa, Perú

Otro día gris en Comodoro | Vía Comodoro Rivadavia


SI HUBIERA


Si hubiera un día más en mi vida, 
lo viviría con más amor que el día anterior.
Seguiría leyendo el mismo libro de un admirado autor
 y escribiría a la antología, quizás un verso mejor.

Si hubiera vivido posiblemente en otro tiempo,
lo hubiese vivido igual y mi nombre sería el mismo.
Creo que el destino es uno y la vida es toda ternura y un desafío.
Yo siempre sería el mismo; aquel, que escribe a la vida versos con amor.

Si hubiera en cada mañanita menos hogares sin pan,
se sembrarían por las tardes más semillas de bondad.
Si el Oriente y Occidente no matarán tantos seres inocentes,
estaríamos en otro orbe, con  semblante de humanidad. 

Si hubiera menos ciencia y mayor compasión,
si no se hubiera creado ningún misil
y hubiera más Vallejos, más Amados Nervos, más Dickens.
Este orbe girador, me miraría con otro corazón.

Si el amor fuera un verso infinito,
todo enfermo olvidaría por instantes a su acostumbrada soledad. 
El hubiera quisiera que sea la palabra es,
para yo vivir con más amor que el día anterior.

©GUILLERMO FERNÁNDEZ DEL CARPIO, poeta y escritor peruano
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA




FINAL, Carlos Penelas, Buenos Aires, Argentina

La organización de asientos en un avión comercial

FINAL


Es de noche, estoy en un avión regresando a mi hogar. Hasta hace unos minutos mi mente estaba concentrada en una conferencia que debía dictar. Algo introspectivo y simbólico en torno al neoclasicismo francés. Por la ventanilla miro la oscuridad. Me vienen imágenes de una burguesía acomodaticia, de políticos gregarios. Siempre los desprecié, desde adolescente. Siempre me resultaron anodinos, adocenados. Deseo que se caiga, que se estrelle o se precipite en el mar, es la única solución. Lo deseo con lágrimas en los ojos, lo deseo en silencio. En el silencio de la desesperación. Necesito morir, necesito suicidarme. Soy cobarde, no tengo valor de dispararme un tiro en la boca o arrojarme de un edificio. Pienso en los pasajeros que desean vivir, que son felices o creen serlo. Pienso en mi niñez, en mis hermanas, en una novela de Italo Calvino. Siento que mi deseo de muerte es egoísta, que junto a mi anhelo está la vida de estos viajeros. Escucho el llanto de una criatura, miro a la azafata que pasa sonriendo, a un hombre mayor sofocado. Pienso en mis hijos, en mis nietos. Siento un sudor frío en mi frente. No puedo más. Hay turbulencias, cierro los puños y los ojos.
©CARLOS PENELAS, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA


“BUEN DÍA, SEÑOR ANTONIO", Norberto Pannone, Buenos Aires, Argentina



















“BUEN DÍA, SEÑOR ANTONIO"


Antes de pensar en reírse o demostrar incredulidad alguna por lo que voy a relatar, quisiera recordarles que el artículo 22, inc. 4º del estatuto de este Club del Enigma, establece y obliga a los miembros a tener en consideración que: Todo aquello que conocemos por real, trasciende el campo de lo verosímil y viceversa.

De este modo, Santiago, comenzó su historia:

Antonio vivía en un barrio de casas tipo coloniales, esas que tienen un amplio jardín en el frente y detrás un gran espacio que sirve a veces para practicar algún deporte o simplemente para cultivar un gran parque con árboles y flores. Lugar que también se adaptaba para la gran piscina.
Todas las mañanas del año, sea la época estacional que fuere, Antonio salía a la calle para caminar un rato. Salida que aprovechaba para hacer las compras. Todos los días, sin excepción, se encontraba con la señora Ester, quien lo saludaba matemáticamente. Era aquello tan sistemático y regular, que no había causa o motivo que pudiese ocurrir para que el encuentro no se produjese.
Una tarde, cuando estábamos sentados frente a un par de cervezas en la terraza del bar de Vicente, Antonio se animó con su historia. Durante todo el tiempo su voz sonó tan baja que tuve que hacer un esfuerzo para escucharle.

-Sí, yo la conocía a Ester… Comenzó. -Nos veíamos todos los días casi en el mismo lugar… -Era tan amable… Demasiado amable… -Lo dijo entre dientes, casi balbuceando, de manera que tuve que insistirle para que repitiera la última frase. Después continuó:
-Siempre con aquel saludo tan cordial… -“Buen día, Señor Antonio…”
-“Buen día, Ester”, yo le contestaba y de inmediato seguía mi camino presuroso. Me gustaba aquella mujer tan enigmática pero, a la vez, algo me decía que no debía detenerme con ella. Siempre creí que la intuición era lo fundamental en mi vida.
Había pasado bastante tiempo. Una mañana de junio, fría y ventosa, con abundantes nubes navegando el cielo, salí de la casa como de costumbre. Caminé ensimismado aquellas tres cuadras que me separaban del infaltable “Buenos días, Señor Antonio” de Ester. Me extrañó no ver a la mujer y me pareció demasiado raro que no estuviese allí.
¿Se habrá enfermado? –me pregunté angustiado- y en lugar de seguir mi camino, decidí llamar a la puerta de la casa para averiguar que le podría haber sucedido. Al no recibir respuesta, pensé en irme, pero inmediatamente insistí. El silencio fue total. Yo sabía que Ester vivía sola y me alarmé. Temía por ella. Empujé la puerta y esta se abrió. Sin pensarlo, entré. Estaba muy oscuro allí dentro. Busqué la llave de la luz y al encenderla me encontré en medio de en una gran sala. Una exótica lámpara de bronce, ahora encendida, brillaba en un rincón. El piso estaba alfombrado de rojo y los muebles eran muy antiguos, pero bien conservados y limpios. Todo estaba en perfecto orden. Al parecer, cada cosa debería estar colocada en su lugar. Llamé y al no recibir respuesta, recorrí cada habitación en busca de Ester. En la gran sala, casi al final de la pared de la derecha, divisé los escalones semi-ocultos de la escalera que conducía al sótano y bajé por ella. Fue un descenso interminable, parecía que nunca llegaría al final.
Angustiado por la curiosidad, descendí durante largos minutos por aquellos perpetuos escalones… Si no hubiese sido por los cuadros de desiguales diseños que estaban colgados sobre la pared derecha de la escalera, hubiera jurado que siempre estaba en el mismo lugar.
Al fin, cuando ya creía que el agotamiento lograría vencerme, llegué hasta un enorme salón que irradiaba desde todas partes una luminosidad de color violáceo. Allí, en un gran sillón, estaba sentada Ester… me hizo señas para que me acercara y recorrí un buen tramo de la sala para llegar a ella…
-Buen día, señor Antonio. -Dijo Ester-. -Buen día, contesté y me senté a su lado. Estaba muy fatigado por el largo descenso. Ella, sin decir nada más, me tomó las manos. Entonces, me vi inmerso en un remolino de energía que me arrastró al infinito. Sentía que mi cuerpo parecía querer estallar desfragmentándose en un universo de átomos y partículas.
Grité con todas mis fuerzas… Las estrellas y los astros se extinguieron.

Habían pasado largos minutos desde que, sin más, diera por finalizado su relato.
Ya era noche. Antonio se levantó y se fue sin saludar… Su vaso de cerveza apenas había decrecido lo que dura el compromiso de un trago.

El cuerpo fue hallado por la policía a las nueve de la mañana. Yo, dijo Santiago a los miembros del club, me encontraba presente. Esto es todo lo que me contó Antonio la noche antes de morir…
Recuerdo que esa mañana había ido a devolverle un libro que me había prestado. Quedé impresionado al observar que de su nariz y de su boca salía líquido de color azul. Tampoco olvidaré su piel exageradamente violácea.
Después de que hube relatado al fiscal lo escuchado de boca de Antonio la noche anterior, la policía registró toda la casa no encontrando a Ester y menos aún, la entrada del sótano por donde Antonio dijo haber descendido.
La vivienda fue vendida al poco tiempo y el nuevo propietario la reedificó.
……………………..
Han pasado seis meses. Ayer, pasé frente a la casa y vi a una niña sentada en el umbral del nuevo portal jugando con una muñeca…
-¿Cómo te llamas? -Le pregunté.
-Ester, señor… -Me respondió.
Mañana volveré a pasar, me dije… Todos los días pasaré a la misma hora, me repetí mentalmente con cierta inquietud.


©Norberto Pannone, “Cuentos Invernales” Ed. 2002
Buenos Aires, Argentina.
Imagen de: La Gaceta



ACERCA DE LA “COCINA” DE UN POEMA, Luis Alposta, Buenos Aires, Argentina















ACERCA DE LA “COCINA” DE UN POEMA

            En “La Filosofía de la Composición”, Edgard Allan Poe nos explica cómo escribió su poema “El Cuervo”. La consideración inicial fue no pasarse de las cien líneas y tratar de elegir la impresión o el efecto que el poema habría de producir. Después de considerar que la belleza es el único dominio legítimo, su preocupación se orientó hacia la búsqueda de un tono adecuado, llegando a la conclusión de que éste era el de la tristeza y la melancolía. Luego pensó en algo que, con sentido teatral, pudiera servirle como idea fundamental en la construcción del poema. De inmediato se dio cuenta de que lo más efectivo para tal fin era el uso continuo y monótono de un estribillo. Y el primero que se le ocurrió encerraba, además, una sentencia: ¡Never more! Y ese ¡Nunca más! tenía que estar en boca de una criatura no razonable, pero capaz de hablar. Pensó entonces en un loro, al que inmediatamente reemplazó por un cuervo, pájaro que siendo igualmente capaz de hablar iba más en consonancia con el tono elegido.

             Ahora, en tren de explicar cómo escribí yo mi poema “... que te sacarán los ojos”, sólo diré que me propuse no pasar de los diez versos; que son estos:

“...QUE TE SACARÁN LOS OJOS”

Yo también tengo un cuervo en la sabiola
revoloteando en ella noche y día,
que cada tanto y sin pasarme bola
me dicta alguna negra poesía.

Lo crié de pichón. ¡Flor de gilastro!
Y ya ves... hoy, metido a poetastro,
le pido en verso que me deje en paz.

Y el muy turro, creyéndose Allan Poe,
abre el pico, sabiendo que me jode,
para sólo decirme: “¡Nunca Más!”.

22 / 12 / 79

©LUIS ALPOSTA, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA


"El cuervo", de Allan Poe - en la voz de Juan Antonio Cebrián

Escuchemos al cuervo: ¡Never more!



SIETE VELOS, Eunate Goikoetxea, Alicante, España


























SIETE VELOS

Finos velos vaporosos se balancean lentamente,
con melódicos acordes uno a uno han de caer,
y los compases susurran al oído suavemente:
son hilos que tejió el tiempo… sólo recuerdos de ayer.

Cae el velo de la infancia, efímera y dulce estación,
tiempo de la luz primera, de fantasía y de canción;
de inocencia inmaculada, de los nacientes amores,
del beso casto, de abrazos y de un mundo de colores.

Apacible movimiento desprende la adolescencia…
magia y anhelos mezclados con sorbos de penitencia,
la que como núbil flor suave aroma va esparciendo
sin saber que despertar es ir despacio muriendo.

Se va el velo de los sueños aferrados a los años,
aquellos que resistieron desesperanza y engaños;
los que sembraron sonrisas e iluminaron la faz,
mas todo tiempo termina… y deben dormir en paz.

El alma ya doblegada al influjo de las notas
rasga presurosa el tul de las ilusiones rotas;
sigue en libertad su danza, sin cadenas… muy ligera,
con los alientos de vida de una nueva primavera.

Un último giro arroja aflicciones y altivez
y a solas se queda el alma casi en total desnudez;
en un cómplice murmullo la hechizante melodía
inunda de calidez silenciosa noche fría.

El embrujo finaliza, la música va muriendo
la fresca brisa nocturna apacigua el sufrimiento,
grana y violeta se asoman sutilmente en lejanía
anunciando que ya pronto llegará la luz del día.

Se detienen los acordes, la melodía se adormece,
un lento tictac señala que la noche languidece
y reavivan el espíritu latidos del corazón.
solitario quedó un velo con hilos de amor y perdón.


©EUNATE GOIKOETXEA , poeta y escritora española
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

                                          

CARITA DE NIÑOS, Ime Biassoni, (Juglar), Ceres, Santa Fe, Argentina


Qué es el Pan de san Antonio (de Padua) o El Pan de los Pobres

CARITA DE NIÑOS


Las verdades hoy
tienen el grito sordo
ausencia de luces
memorias rotas
serpientes endemoniadas
y un camino ciego.
La vida se vuelve hambre
los niños crecen en el dolor
el mundo se rompe en pedazos
y se apaga el sol.
No hay cenas ni convites
pero debe quedar algo de amor
para mover el cielo
en una lluvia abundante
de energía y valor.
Dime cómo hacer
esta realidad superior
para que no falte pan
no falte abrigo
y se haga risa y alegría
la carita de niños.

©IME BIASSONI, (Juglar) poeta y escritora argentina
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA






TRIBUNA / (eL iMPARCIAL)

Vicente Huidobro y su personaje 
Se quiera o no, todo verdadero artista es un personaje. No podría ser de otro modo. “Que alguien se dedique a escribir versitos y no a ganar dinero, es una forma de locura”, me dijo una vez entre resignado y divertido el poeta Juan José Ceselli. “Esa decisión hace de todo artista un personaje”. Ceselli se refería a sí mismo, ya que pudiendo haber sido un próspero empresario había elegido el incierto camino de la literatura y emigrado a París, cerrando un ciclo en la industria familiar. La resultante de esa drástica decisión fue que el mundo empresarial perdió al mercader y el arte sumó a un enorme poeta a sus filas.
Las relaciones entre el artista y su personaje son muy complejas y secretas, difíciles de ser analizadas; menos aún de ser entendidas, tanto para los otros como para él. Si el artista es sincero, deberá enfrentar más de una vez a su personaje; aunque, sin duda, es lo que más desea. La tarea no es sencilla, por supuesto. Conocer a su personaje implica conocerse a sí mismo y esta forma de conocimiento no es afín a cualquiera; menos a un artista, acosado de dudas. Si alguien pudiera conocer al personaje que ha creado de sí mismo, es probable que conocería al artista. Sólo en estado de inocencia un hacedor de ficciones confía en su personaje y actúa con él, o lo sobreactúa. El artista necesita, por otro lado al personaje, aunque le proponga un camino incierto. No puede abandonar a ese otro yo que él ha creado; y deberá apelar con toda su presencia para enfrentarlo sin reservas porque es el personaje el que tira de pronto del artista y no el artista del personaje. Es, también, el personaje quien está preparado y predispuesto para la aventura y el que deberá cumplirla ante los demás. El artista podrá escribir entonces poemas o pintar cuadros, pero nunca serán tan bellos, misteriosos ni conmovedores como los que describe o pinta su personaje.
Hay artistas que en algún momento de sus vidas abandonan a su personaje, dejan de amarlo y se niegan a resignarse a él. No sé, tal vez esto puede ser el triunfo del buen sentido, de la sensatez sobre la inocencia. Pero esto hace que desaparezca esa “inminencia siempre a punto de revelarse”, pero que no se revela porque si lo hiciera desaparecería esa zona de misterio en la que opera el arte. “La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético”, reflexiona Borges hacia el final del prólogo de Otras Inquisiciones”.
Quizá lo más probable es que este crimen de domesticación haga que luego todo se empobrezca. Los más dejarán de escribir, algunos lo seguirán haciendo, pero el resultado será distinto. La posibilidad de encontrarse con el “hecho estético” es casi seguro que habrá desaparecido. Sólo el que persevera y acepta este combate con su personaje, puede llegar a ser un genuino artista y, de seguro, hasta alcanzado por el milagro.
Al formular estas ideas un poco a vuelo de pájaro, hay demasiados nombres que se acumulan en mi memoria. Sin ir demasiado atrás, y limitándome al siglo XX mencionaré unos pocos que pueden servir de paradigmas porque fueron indiscutidos personajes y geniales artistas. Pienso en Salvador Dalí y Pablo Picasso en la pintura, en Jorge Luis Borges y en Pablo Neruda en la poesía… y me quedo ahí, porque seguir nombrando sería omitir a muchísimos grandes. Sobre ellos -sobre los nombrados- es abundante lo que se ha escrito y, quizá en este caso, resulte superfluo detenernos. En lo personal, les he dedicado algunas páginas que tal vez me justifiquen. De manera que el objeto de este texto es referirme a otro personaje esencial de la poesía del siglo pasado, un artista polémico, pero que en nada estuvo atrás de los nombrados. Me refiero al aedo chileno Vicente Huidobro, que estoy releyendo en esta dilatada cuarentena a la que nos somete la peste del coronavirus.
Para empezar esta reseña, digamos que Vicente era hijo de un aristócrata adinerado (relacionado con la política y la banca, heredero del marquesado de Casa Real); en tanto que su madre, era una activa feminista y anfitriona de veladas literarias. El poeta, que nació en Santiago de Chile en1893 y se sumó a los más en Cartagena, provincia de Valparaíso, en 1948, fue anotado como Vicente García-Huidobro Fernández, pero en su gloria literaria sigue presente como Vicente Huidobro, iniciador y exponente del Creacionismo, un movimiento estético hispanoamericano inscrito en la llamada vanguardia del primer tercio del siglo XX, cuya manifestación más importante se produjo en la poesía lírica.
Vicente Huidobro fue compadre de Pablo Picasso (es famoso el retrato que éste le hizo), íntimo de Juan Gris y muy amigo de Guillaume Apollinaire, André Breton y Max Jacob. Su misión, según proclamó a los cuatro vientos, era hacer de la poesía “un acto fundacional y absoluto”. Devoto de personajes tan opuestos como El Cid y Napoleón, sostenía que la misión de todo vate no es imitar la naturaleza, sino crearla, “hacerla florecer en el poema”.
Que el verso sea como una llave
Que abra mil puertas…
Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas!
Hacedla florecer en el poema.
Sólo para nosotros
Viven todas las cosas bajo el Sol.
El Poeta es un pequeño Dios.
¡Qué duda cabe! Además del enorme poeta, Vicente Huidobro fue un personaje inolvidable, digno de sí mismo, y el primer artista en traer las vanguardias europeas a nuestra América y, además, difundirlas en España. Los que lo conocieron guardan un recuerdo entrañable de él; no sólo por su calidad de poeta y su calidez de ser humano, sino por su generosidad y el asombro que causaba como personaje. Tuve la fortuna de conocer a varios de sus amigos como Juan Larrea, Volodia Teitelboim (autor de su mejor biografía) y a familiares directos, quienes lo evocan de manera entrañable; otros no tanto, como suele suceder en las mejores familias.
En 1916, Vicente viajó a Buenos Aires, donde esbozó su teoría creacionista. De regreso a su patria, ese mismo año se embarcó rumbo a Europa con su mujer e hijos y “la vaca atada” (esto es el animalito que las familias pudientes llevaban en la bodega del barco para ordeñarles la leche que alimentaba a los niños en el viaje). De paso por España conoció a Rafael Cansinos Assens, con quien había mantenido una relación epistolar desde 1914. Se instaló después en París donde publicó Adán en 1917, obra que cierra el periodo inicial de su formación. En la Argentina había editado El espejo de agua en 1916, obra breve compuesta por nueve poemas con que Huidobro, aunque todavía incipientemente, inició su propuesta estética. En la capital francesa se ganó pronto un espacio en las principales revistas y tertulias literarias de la época. Y desde allí escribió un ensayo titulado Finis Britannia, una clara crítica al domino imperialista llevado a cabo por la Corona Británica. De regreso a Chile, en esa década, tentado por la política, se presentó -con pocas chances obviamente- como candidato a la presidencia de Chile. Era entonces cuando se definía como “un revolucionario de todos los conceptos y todos los prejuicios; también de todos los principios sobre la única base de la hipocresía social”.
No tuvo que moverse de sí mismo para dar con algunos adeptos, tan sólo tuvo que alargar la mano, porque Huidobro siempre había sido fiel a sus ideas, y vivió siempre de acuerdo a ellas, enrolado a ellas, fue la misma persona de diferentes modos cuando escribía, en su libro Canciones en la noche, poemas en forma de rombo, de iglesia o de reloj de arena. O, cuando escribía en francés, los caligramas de Horizon carré o Tour Eiffel; épocas, además, en los que se convirtió en constructor de montañas para levantar con sus propias manos su obra más conocida, Altazor.
Nací a los treinta y tres años, el día de la muerte de Cristo; nací en el Equinoccio, bajo las hortensias y los aeroplanos del calor.
Tenía yo un profundo mirar de pichón, de túnel y de automóvil sentimental. Lanzaba suspiros de acróbata.
Mi padre era ciego y sus manos eran más admirables que la noche.
Amo la noche, sombrero de todos los días.
La noche, la noche del día, del día al día siguiente…
La influencia de sus obras en los poetas españoles de los años veinte fue innegable, aunque después la mayoría no lo admitiera. Las influencias de Darío y Neruda, tuvieron más adeptos en la madre patria; aunque no hay porque admitir tales elecciones. La literatura no es un torneo deportivo y cualquier decisión de este tipo es del todo ridícula e innecesaria. Los poetas pueden gustar de distinta manera. Es lícito.
Vicente Huidobro se veía como un pájaro nómade y “el primer hombre libre que rompió con todas las cadenas”; esto, según él, le valió dos dudosos atentados a los que sobrevivió; no se sabe si él o su personaje. Bajo un compromiso político y literario, participó en España, junto a muchos otros intelectuales europeos y americanos del Congreso de Escritores Antifascistas, que se celebró en 1937. También pelearon en la Segunda Guerra Mundial él y su personaje, siendo el único oficial de lengua española que estuvo en el frente. Al relatar aquellas batallas, Vicente se regocijaba colmado de orgullo. Y, por si fuera poco, le encantaba contar a sus amigos el culebrón que montó para raptar de su país a Ximena Amunátegui, su amada de quince años, con la que cruzó la cordillera al mejor estilo Lord Byron, con la muchacha oculta debajo del asiento de su automóvil. Luego se casó en Buenos Aires con un rito mahometano, al que asistieron sus colegas poetas Borges, Mastronardi, Molinari y Petit de Murat.
Nicanor Parra vivió los últimos años de su vida en Las cruces, una población a orillas del Pacífico, ubicada entre Isla Negra y Cartagena. Desde su casa podía contemplar los dominios de Neruda y de Huidobro. Nicanor se consideraba neutral, pues vivía en medio de los dos titanes. “Este es el Litoral de los poetas, Roberto”, me dijo una tarde. “A mi izquierda tú vez la casa de Pablo y, mi derecha, la colina donde está la tumba de Vicente; yo estoy en el medio como corresponde al que los sobrevive”.
En ese sitio donde está enterrado el autor de Altazor, que se jactaba de haber vivido una vida que sólo un hombre extraordinario puede vivir y nunca haber sido abandonado por la diosa poesía, hay un epitafio que reza: “Aquí yace el poeta Vicente Huidobro / Abrid la tumba / Al fondo de esta tumba se ve el mar”.
Si alguien pasa por Chile, merece regalarse un viaje hasta el “Litoral de los poetas”. A poco más de cien kilómetros de la ciudad de Santiago encontrará la tumba de estos tres personajes esenciales de las letras contemporánea. Cada uno lo fue a su manera y en la justa proporción. Tuve el privilegio de conocer a dos de ellos: Pablo y Nicanor y, a través del recuerdo de amigos comunes, al también inmortal Vicente Huidobro. Y a su personaje, desde luego, que ahora me acompaña con su poesía.

©ROBERTO ALIFANO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA




TEOLOGÍA DEL POSTHUMANISMO, Ángel Medina, Málaga, España

Ángel Medina: “Vaticano III va más allá de la ficción y de lo ...

TEOLOGÍA DEL POSTHUMANISMO                                     


La razón de ser del hombre es afirmarse como criatura en su humanidad, y para ello ha de comprender que es a un tiempo materia y espíritu. Existen dos clases de humanismos: el inmanente y el trascendente. El primero no alcanza a comprenderse sin el segundo, en tanto que el segundo abarca al primero.
El primero, de corte existencialista trata de explicar al hombre desde él mismo. Pero, el “humanismo- humano” contiene una alta dosis de des-humanización. Muestra de ello son los dos sistemas antagónicos por los que se rige la economía del mundo y en la que se sumerge el hombre: de una parte, el comunismo impuesto por la fuerza (¿existe alguna otra manera?), para implantar la economía de estado, con su inmenso reguero de muerte y los campos de “reeducación” para los disidentes del sistema, y de la otra el liberalismo económico surgido en Europa durante la Ilustración, a finales del siglo XVIII, contrario a la misma, que mantiene el estado de desigualdad entre los ricos  y los pobres, al amparo del dios Mammón,  y lo que es cosa no baladí, y es que si todos se beneficiaran por igual, según derecho, cesaría el esfuerzo personal y dejaría de progresar el mundo.

El segundo, es el humanismo-trascendente. Un humanismo que pueda proporcionarle, aquí, humanidad plena, liberándolo de su condición de bestia surgida de la evolución de un primate. Allá, respuesta a su deseo de escapar de la nada a la que conduce la muerte biológica, esto es, trascenderse. Es aquel grito que nuestro Unamuno, en su magna obra “El sentimiento trágico de la vida”, recordando a Michelet tiene presente al evocar el último momento: “¡Mi “yo”, que me lo arrebatan!” Y es que el hombre tiene implantada en su interior la semilla de la inmortalidad.
Pero, al mismo tiempo que el deseo, tiene la consciencia de su contingencia. Esa salvación no puede proporcionársela a sí mismo. Necesita que se la traigan. Es el consuelo de la fe. La confianza postrera de que a pesar de la contradicción que se da en el mundo, ha de haber una razón última. Pues, ¿qué sentido tendría la rama sin el árbol? ¿O un paso sin camino?

Cuando se dice “Dios es amor”, ¿qué queremos decir? ¿Es una fórmula pietista o que se entrega al mundo? Y, si se “humaniza”, ¿no ha de implicar la aceptación del sufrimiento como hombre? Si no juega a los dados, es que hace las cosas con todas sus consecuencias. Este es el misterio de la encarnación.
En el humanismo trascendente se descubre una doble vertiente. Una, que a pesar del mal (la cruz no niega el dolor del mundo, sino que lo asume), al final no está la “nada”, sino la esperanza de alcanzar la vida en plenitud. Otra, - que se desprende de la primera- que el verdadero humanismo reside en “compartir-se” con los demás, aquí y ahora.

El escritor japonés Kazoh Kitamori nos habla del Deus absconditus de Lutero, en su “Teología del dolor”. “Escondido”, porque se muestra como “contrario” a lo que de Él concibe el pensamiento humano (siendo Omnipotente- si no lo fuese, no podría serlo-  se anonada como hombre) – también en el hombre se muestra lo contrario (la vida conduce a la muerte; el amor entraña el dolor o la condenación acarrea la salvación) - La encarnación experimenta el amor como salvación a su juicio por la caída humana. Donde Karl Barth escribe: “Es un ser total, sin desgarro ni dolor”, Kitamori, siguiendo a Pablo (1 Cor), argumenta: “Nosotros predicamos al Crucificado”

Su amor consiste en el triunfo sobre su ira. Lo cual nos sitúa ante una nueva consideración. Si nos inclinamos por la conmiseración, habrá de ser sacrificada la justicia. Pero, si lo hacemos por la equidad, habrá de sacrificarse el derecho. La pregunta es esta: ¿Es concebible ser en grado sumo a la vez misericordioso y justo?

El dolor pasa por contraer la culpa que el hombre no puede asumir, entregando al Hijo al mundo. Lo cual conlleva la cuadratura del círculo. Siendo Uno (= indivisible), ¿cómo compartir su divinidad? A lo que puede responderse: es inmutable como “esencia” y mudable como “relación” o “comunicación”, y esto se da en el Misterio Trinitario (El Padre engendra- no crea, pues sería un “dios menor”- al Hijo, y su Espíritu mantiene la unidad entre sí y el mundo (no unión, pues serían naturalezas distintas)

Llegado a este punto: ¿Cómo pensar el concepto “persona” en su humanización?: Porque la humanización está asumida por la divinidad, haciendo que su ser sea irrepetible. Aquí, este Hombre se vacía de sí, entregando su voluntad (kenosis) a la divinidad. No es el hombre apartado por la desobediencia, sino realizado en plenitud por su entrega. Así, puede decirse que lo humano está en Él hecho Absoluto. Es el punto Omega de la creación, hacia la que camina la criatura caída.

©ÁNGEL MEDINA, poeta y escritor español
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA


sábado, 23 de mayo de 2020

SIMPLEMENTE PICHUCO, Luis Alposta, Buenos Aires, Argentina
























SIMPLEMENTE PICHUCO

A ANÍBAL TROILO  (11 / 7 / 14 – 18 / 5 / 75)

El maestro del fueye,
¡Aníbal Troilo!
creador de un estilo
único, inconfundible.

El “dogor” entrañable
que  tenía el poder
de hacer profundo
lo que a él le era fácil.

El autor de Garúa,
el de Che bandoneón
y Patio mío,
el de Barrio de tango,
el de Sur y Responso.

Nuestro gurú porteño
que con cara de luna
iluminando noches
llenaba el Marabú
o el Tibidabo.

El generoso Gordo.
Gordo de Buenos Aires.
El que a la ciudad toda
le fraseó y le cantó
como muy pocos.
El que cuando se fue
dejó en la marquesina
del viejo Teatro Odeón
con letras de oro:
“Simplemente… Pichuco”.

©LUIS ALPOSTA, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA 

“CHE BANDONEÓN” - Letra: Homero Manzi – Música: Aníbal Troilo
Orquesta: Aníbal Troilo – Canta: Jorge Casal