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lunes, 29 de abril de 2024

ESA GOTA EN EL PAPEL - Marian Muiños, España

 











ESA GOTA EN EL PAPEL


Esa gota en el papel
no es una lágrima.
Es acuarela de otras lluvias;
es el silencio
atragantado como un hueso;
nudo en el vientre,
embozado puñal trapero.

Esa gota en el papel
pinta interiores
en cartulina de evasión.
Crea otros mundos
-mundos paralelos en tiempo-
y quema naves.

Es vapor en ardor de incendio.

Esa gota en el papel
sólo quiere… apagar el fuego.



MARIAN MUIÑOS, España

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

LA MENTE, EL CEREBRO Y EL CUERPO, Norberto Pannone, Buenos Aires, Argentina

 









LA MENTE ORDENA

   EL CEREBRO DECIDE

  EL CUERPO DISPONE

 

NORBERTO PANNONE, poeta y escritor argentino


POR LAS CALLES DEL PUEBLO - Luis Bernardino Negreti, Junín, Buenos Aires, Argentina

 









POR LAS CALLES DEL PUEBLO

 


Cuando todas las tardes
a pesar del invierno,
voy cruzando las calles
polvorosas del pueblo;
cierta gente murmura
de mi traje modesto,
de mi larga melena,
de mi negro pañuelo
y las alas tan anchas
de mi viejo chambergo

Y yo escucho que dicen
con desdén altanero:
“Es un pobre muchacho
que le da por los versos”,
que se pasa las noches
componiendo sonetos,
que después aparecen
en los diarios del pueblo
dedicados a una
que ni quiere leerlos”

Yo prosigo mi viaje
sin sentirme molesto,
con el triste bagaje
de mis pobres ensueños,
y al pensar en mi crimen
de escribir malos versos,
de vestir como visto,
de pensar como pienso:
me da mucha tristeza
de pasear por el pueblo.


LUIS BERNARDINO NEGRETI, Junin, Buenos Aires, Argentina

Luis Bernardino Negreti, poeta de mi pueblo, vivió y murió en tremenda pobreza por los años del veinte al treinta. Su obras de enorme simpleza y notable belleza fueron publicadas post morten. Leiro fue un devoto admirado del bardo


ROSARIO - Ana Romano, Argentina

 









ROSARIO

 

Abrojos en las hombreras

en la ahuesada figura

en la mirada

Y en el sombrero

rizos

La ira silba

En cuclillas

Rosario balbucea

Merodea el sol

en los claveles de los maceteros.

 

ANA ROMANO, Argentina

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA


ACERCA DE LA CEREMONIA DEL TÉ - Luis Alposta, Buenos Aires, Argentina

 


En la ceremonia del té al aire libre

 - Tokio, 1976 -L. A.


ACERCA DE LA CEREMONIA DEL TÉ

El culto al té ha jugado un importante papel en la vida del pueblo japonés durante más de cuatrocientos años, ya que tiene su origen en la edad media, nacido bajo la influencia del budismo Zen.

La Ceremonia del Té (en japonés Cha-no-yu, literalmente "agua caliente para el té") es una forma ritual de preparar té verde y de servirlo a un pequeño grupo de invitados en un entorno tranquilo.

Para participar del Chanoyu se requieren conocimientos de posturas y gestos adecuados, de ciertas frases, de la manera apropiada de tomar el té y de una conducta general a mantener durante la ceremonia.

Armonía, reverencia, pureza y calma. Éstos son los cuatro elementos que representan la encarnación de la Ceremonia del Té en el Japón. El principio de la refinada sencillez enseñado por los antiguos maestros debe ser observado estrictamente. Es un ejercicio espiritual con mucha poesía de vida y expresión estética.

La primera vez que concurrí a una Ceremonia del Té al aire libre fue en la ciudad de Tokio, en 1976, en compañía de mi amigo Yoyi Kanematz, un japonés que mucho sabía de tango y de lunfardo.

Aquél día, Yoyi me sorprendió (no sería la única vez) con la siguiente reflexión: - He aquí, dos hombres interesados en saber. Usted, acerca de las cuestiones del chanoyu. Y yo, acerca de las cuestiones del chamuyo.

 

LUIS ALPOSTA, Buenos Aires, Argentina

MIEMBRO HONORÍFICO Y ASESOR CULTURAL DE ASOLAPO ARGENTINA


LA VIDA EN TUS OJOS - Carlos Penelas, Buenos Aires, Argentina

 










LA VIDA EN TUS OJOS

 

La vida se recoge en tus ojos,
se desliza en bellas palabras,
en ardientes designios que restituyen
la íntima magia del fuego.
Amada, como un príncipe solitario
busco mi destino en la voz desvalida,
en la oración de la videncia
que purga los rigores del tedio
o los rostros hipócritas de la ciudad.
Delicada y bella me acompañas
sobre el terror del orden y la gloria.
Sé que tus senos necesitan el ritual
de mi tacto, el efímero asombro.
Esto soy, en la desnuda calma de tu lecho.

(“Al amoroso fuego”, 1987)

CARLOS PENELAS, Buenos Aires, Argentina

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA


TESTIMONIO - Liana Friedrich, Rafaela, Santa Fe

 








TESTIMONIO



Un desmembrado ángel ondea
sobre el fuego en carne viva.
Violentos adjetivos ahogan
el aire sobre la tierra sin vida.
El arcoiris se viste de gris
en la tarde desguarnecida.
Arrasando valles y quebradas
la lluvia con furia arrecia...

Viejos presagios despiertan.

Huele a tristeza y lamento
el pobre vergel desaliñado,
opaco, desamparado, yerto...
En los jardines dormidos,
resabios de gastados rezos
ansían que el reloj reinicie,
desde el laberinto del tiempo,
una alada lucecita de esperanza.



LIANA FRIEDRICH, Rafaela, Santa Fe, Argentina

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA


VICTORIA OCAMPO, UN PERFIL POCO CONOCIDO - Antonio Las Heras, Buenos Aires, Argentina

 



VICTORIA OCAMPO, UN PERFIL POCO CONOCIDO

A 134 años de su nacimiento
Lo espiritual, lo paranormal…

Innecesario presentar a Victoria Ocampo: la escritora, traductora, viajera incansable, creadora de la revista y editorial Sur, primera mujer miembro de la Academia Argentina de Letras, directora del Fondo Nacional de las Artes, vinculada a tantas personalidades de la cultura y la política de todo el mundo. Empero, hay un perfil de esta notable personalidad muy poco conocido. Nos referimos a su interés por la espiritualidad y los temas que hoy conocemos con la denominación de “paranormales.” Por lo cual nos ha parecido conveniente – dado que el 7 de abril se han cumplido 134 años de su nacimiento – indagar al respecto. Los resultados han sido – a la vez – sorprendentes y muy interesantes. Veamos.
Comencemos señalando que el 30 de noviembre de 1961 aparece, por editorial Sur, la primera edición en castellano de Sobre cosas que se ven en el cielo, el último libro escrito por Carl Gustav Jung. En el texto de solapa, aprobado por Victoria Ocampo, se lee: “Jung analiza con rigor científico los diversos relatos respecto a ´objetos voladores no identificados´, pasa luego a considerar sueños en los que se manifiestan imágenes que corresponden evidentemente a los ´platos voladores´ cuya presencia se ha denunciado en la vigilia y examina después composiciones pictóricas vinculadas con la cuestión”. Sí. Este libro de Jung trata sobre OVNIS.
Sobre la cuestión de la vida extraterrestre hallamos en Testimonios VIII (1969) esta sugerente frase: “Nos convertiremos en lugar de turismo para otros astros (más dignos de sobrevivir), cuyos imprevisibles moradores vendrán a contemplar nuestras ruinas”.
En el mismo libro hallamos – en lo que hace a su correspondencia con Aldous Huxley – referencias a experiencias vivenciales parapsicológicas (en especial, fenómenos extrasensoriales) y de temas espirituales.
Nuestra autora también tenía sus conocimientos en Astrología como surge de estas palabras suyas referentes a la revista Sur: “… una obra común donde mi papel ha sido el de aportar algo proveniente de la casualidad, ese tesón que debo a los signos de Aries y Capricornio”.
Las cuestiones de aquello que la sabiduría popular denomina “sexto sentido” tampoco le fue ajeno. En su ensayo Tagore en las barrancas de San Isidro explica que tiene “una despertada intuición que recibo a manera de antena…”
En esa misma obra, hallamos este otro pensamiento que transparenta sus convicciones espirituales: “En el momento en que percibimos que la aparente trivialidad de lo finito es tan falsa como el aparente vacío del infinito, estamos próximos a dar por cierto que todo en la tierra es palabra de Dios.” Y en otra ocasión escribe: “¡… Dios que no quieres ponerme a cubierto de nada y que no temes ni me reprochas el olvido en que te dejo! ¡Dios que saber que hacia ti sólo vamos por los caminos de la libertad! ¡Dios que me entiende y a quien yo no entiendo!”.
Tan informada estaba sobre los asuntos paranormales que, en una carta al filósofo José Ortega y Gasset (1940), donde le refiere las bellezas y conveniencias de visitar los lagos del sur, agrega: “No me extrañaría nada encontrarme allí con un pleciosaurio…”. Victoria conocía esta entre historia/mito/leyenda de la existencia de una familia de criaturas antediluvianas, habitantes en aquellos espejos de agua.
Ocampo había leído y estudiado con fruición el libro An experiment with time (Un experimento con el tiempo), publicado en 1927 por John William Dunne. Se trata de un texto dedicado al fenómeno parapsicológico de precognición (conocimiento cierto de un hecho futuro que no puede ser conocido por razonamiento, deducción, ni inferencia lógica) y las dificultades que aborda la forma en que los humanos percibimos el tiempo.
También conoció las ideas sobre el karma, aclarando que lo había de tres formas: hereditario, kármico y consciente.
Supo de la primera institución dedicada a la investigación de lo que, por entonces, era conocido como “fenómenos ocultos.” Nos referimos a The Society for Psichical Research, creada en Londres a fines del siglo XIX. La menciona en su libro Domingos en Hyde Park (1936), donde también hace menciones sobre la Teosofía, la Antroposofía y el ocultismo. Los nombres de Krishnamurti, Rudolf Steiner y Annie Besant aparecen allí citados.
Uno de sus biógrafos, Adolfo de Obieta (1.-) expresa: “Toda esta temática de la mente, pues, no le era extraña, le era propia. No sólo estaba informada de zonas del oscuro saber o el no saber. Sabía, y acaso había experimentado, que hay muchos mundos dentro de éste y fuera de éste. No falta incluso alguna referencia a episodios espiritistas o enigmas parapsicológicos, y a alguna ´comunicación´, aunque sin hablar de espiritismo ni mayor especificación.”
Podemos convenir en que la espiritualidad y lo paranormal, también fueron parte de los intereses que motivaron a Victoria Ocampo.

ANTONIO LAS HERASBuenos Aires, Argentina

MIEMBRO HONORRÍFICO Y ASESOR CULTURAL DE ASOLAPO ARGENTINA


EL ÁRBOL DE LA PAZ - Adrián Néstor escudero, Santa Fe, Argentina

 



EL ÁRBOL DE LA PAZ

A la Paz.

En especial, a su Poesía, y al Árbol de la Vida que la suscita y edifica...

Y en estas horas difíciles para la verdadera Paz Mundial, en este lluvioso otoño santafesino, con gran afecto a los incontables y entrañables amigos en las letras y hermanos en Humanidad, ángeles de Luz y Consuelo, servidores de la Vida verdadera y aromas del Príncipe de la auténtica Paz: abrazados al Misterio del Verbo, en su cálido y tierno Hogar del Maná de la Palabra; allí, donde las musas suspiran y los vates cantan, y, la ominosa Guerra jamás podrá alcanzar la dimensión de su cúspide armónica y benévola…

    "... (Y) Sin embargo, en el desierto de nuestras calles ella (la Paz, agrego) pasa, rompiendo el delgado límite y llenando nuestros ojos de infinito deseo". Pier Paolo Pasolini Director de cine y escritor italiano (1922-1975)

I

    El árbol. O, El Árbol. Aquel Árbol.

Todos los días, al pasar por el lugar, lo miraba y admiraba.

    Trabajaba cerca de aquella plaza centenaria que lo albergaba y veneraba. Y no hubo día en que dejara de extasiarme su enorme reservorio de vida verde, capaz de perdurar enhiesto aún en los otoños e inviernos más duros… Y vencer la humedad ambiente tan consagrada en aquella ciudad circuida por esteros, ríos y lagunas indomables, y crujida en sus calles asfaltadas por sobre secretos canales subterráneos de agua…

    Frondoso y orondo, refugio de un concierto de palomas y ubicado, precisamente, en el centro de aquella antigua Plaza citadina que presentaba, en su borde occidental, a un orondo palomar… Una rueda de infantes corriendo tras las plumas hambrientas del ansiado pororó, agitaba la vida de aquel motivante solar, y, como litúrgicamente, desde la salida del sol hasta el ocaso… Y las risas de grandes y pequeños se prendían en cada una de las ramas y hojas de aquel como fantástico Árbol de la Vida o…, Árbol de la Paz…

   Más que mirarlo, la observaba. Y, más que observarlo, lo inquiría en cada detalle de su cuerpo troncal pétreo y oblongo. ¿Su especie? No la sé aún. Solo sé que Él estaba siempre ahí, quieto y desvelado, acogedor en cada fragmento de su raíz troncal; y, sobre, orgulloso de la tupida hojarasca inmortal que atraía a toda clase de pájaros. En particular, claro está y por su cercanía, a esa dotación de palomas que, a una hora señalada por su Cuidador Municipal, abría sus alas de libertad para abrazar a cuanto niño y adulto deseara conquistar la colorida belleza de su caleidoscópico plumaje. Todo en Él era una fiesta. Y parecía imposible cualquier cambio. Sin embargo, una nube de nostalgia tejió de sombras aquellos sentimientos animosos, esos que veían al Árbol como a un ser maravilloso, casi divino, presidiendo, en el brillo inmutable de sus ramas y hojas, el nacimiento y renacimiento, al cabo de un sol presente o ausente, de los días, de las flores, de los demás árboles y de la gente que por allí pasaba.

   Hubiera deseado humanizarlo para entender mejor su gesto de tímida y paciente credulidad; pero Él también lo auscultaba aunque, desde cierta e ignota lejanía espiritual, que no habría podido superar jamás el abismo de soles abierto por la dirección de tan extrañas como mutuas miradas… Miradas entre el Hombre y el Árbol; entre un Hombre y un Árbol; entre un Árbol y un Hombre...

   Era hermoso. Y el tiempo no transcurría para esa noble hojarasca de espejos tibios y v verduzcos en los que, alucinado, se sentía –como poseído- reflejar. Tampoco para su rollizo, corpulento rostro maderero y los paños leves y tersos que envolvían su cuerpo despojado. Dio gracias por las manos o los vientres misteriosos que fueran capaces de modelar o engendrar, si se quiere, semejante arquitectura de belleza. Y un semblante igual a los que solía reconocer en los dibujos antiguos sobre el bíblico Árbol de la Vida… Hubiera deseado abrazarlo, acariciarlo, tocar con sus dedos cárneos el alma clara infundada en su noble estirpe vegetal… Nunca pudo arrebatarse en tal arrojo. Él siempre ahí. Amigo de todos y de ninguno. O tan solo y quizás, como al pasar, compañero… Porque en la rutina y anhelos de muchos seres, Él estaba ahí…, y qué más… Excepto cuando la canícula o la lluvia arreciaban, y era atento refugio de penitentes e impenitentes de la existencia… Por lo que, consciente o inconscientemente admirado. Tan admirado como incomprendido en su eterna soledad.

II

   Los demás árboles se inclinaban o aquietaban según soplara o no el viento único de las cuatro temporadas.  Y sus hojas se vertían verdes o amarillas, en fervoroso clamor o límpida caída, según la estación. En tanto, mientras el sol trazaba su periplo circundante y las nubes solían llorar, la noche -estampada por candiles y guedejas de luz-, muchas veces lo había visto como seguro refugio de pájaros y homínidos desguarnecidos…  Aunque el gentío turbara en ciertas horas el mágico sitio donde habitaba, rompiendo su encanto con un rugir de autos, exacerbadas canciones estereofónicas o un griterío de escolares que despabilaba con saltos y muecas el somnoliento y enmohecido aire de la pequeña ciudad...

   Los juegos y sus maderas y barras metálicas de mil colores, cimbraban, se mecían o dormían, en alegre sueño, bajo el dominio nervioso de aquellos brazos y piernas audaces, quizá felices. Él siempre ahí. Padre de todos y de ninguno. Admirado. Tan admirado como incomprendido en su eterna soledad. También estaban los otros en aquella peculiar estancia y lugar común a diversas expectativas e intereses. 

 Los Viejos. Con sus canas, sus bastones, sus sombreros y ropas de antaño. Sus pipas, sus tabacos, sus paraguas y sus diarios. Con sus quejas, sus reproches, sus recuerdos y sus muertos. Sus barbas, sus narices rojas, sus temblores y sus nietos. Y sus lánguidas y pulidas canchas de bochas. Silbando. Algunas veces, alegres. Otras, melancólicos. Muchas, tristes y resignados. Como si pensaran que de nada sirve la experiencia -de los que ya han vivido- para los demás... Cansados (o agobiados, quizá). Satisfechos unos; los más, no tanto. Pero todos, irónicos y suficientes, chispeantes e informados. Muriendo por vivir. Él siempre ahí. Padre de todos y de ninguno. Admirado. Tan admirado como incomprendido en su eterna soledad. Y fue en aquel día, en aquel inútil y aciago día, espeso de humedad y crepitante de humo y de cenizas, de vecinas hojas postreras y resecas, en otoño, a las tres de la tarde dicen que… sucedió. Ahora no había coches en las calles. La situación, muy comprometida en la democracia misma y en virtud de una asfixiante realidad socioeconómica, había guardado a la gente vagar por la jornada gris. Toque de queda en el país. Y los Ellos, protocolos irrestrictos de seguridad de por medio, envainados de cascos, armas y escudos contra multitudes hartas de una ignominia concupiscente mundialmente generalizada… En casa, el Pueblo ora esperanzado ora desalentado, esperando... La ansiedad como límite de la primera lágrima... Entonces, ocurrió. Y lloró. Porque la acústica de la Guerra vibró, y lo dejó ahí...

   ... En su plaza. En el mismo lugar. Pero destrozado. Hecho polvo. O añicos. Descuartizado. Y alguien lloró…

   (Sí, lanzado en patrulla contra una horda de habitantes justicieros, bajando la cabeza y ocultando por un instante su arma de estrenado soldado, mordió el pan duro de los mendigos, enfundó las manos en el calor de unas hojas verdolagas abonadas en sangre, y, salivando a la desgracia supo que, sin Él, había muerto en aquel preciso lugar, el Árbol de la Paz…).

ADRIÁN NÉSTOR ESCUDERO, Santa Fe, Argentina

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA


EL TILO - Luis Mateo Díez, España

 


EL TILO

Un hombre llamado Mortal vino a la aldea de Cimares y le dijo al primer niño que encontró: avisa al viejo más viejo de la aldea, dile que hay un forastero que necesita hablar urgentemente con él.

Corrió el niño a casa del Viejo Arcino que, como bien sabía todo el mundo en Cimares, tenía más edad que nadie.

Hay un forastero que le quiere hablar con mucha urgencia, dijo el niño al Viejo.

Las prisas del que las tiene suyas son, la edad que yo tengo me la gané viviendo con calma, si quiere esperar que espere.

El hombre daba vueltas alrededor de un tilo muy grande que había en la entrada del pueblo. Cuando volvió el niño y le dijo lo que le había comentado el Viejo Arcino, estaba muy nervioso.

Es poco el tiempo que queda, musitó contrariado, una docena más de vueltas al árbol y termina el plazo.

El niño le miraba aturdido, el hombre le acarició la cabeza: lo que menos vale de la edad de un hombre es la infancia, dijo, porque es lo que primero acaba. Luego viene la juventud, siguió diciendo mientras volvía a dar vueltas, y nada hay más vano que las ilusiones que en ella se fraguan. El hombre maduro empieza a sospechar que al hacerse más sabio, más se acerca a la muerte, entendiendo que la muerte sabe más que nadie y siempre sale ganando. De la vejez nada puedo decir que no se sepa.

El Viejo Arcino llegó cuando el hombre estaba a punto de dar la docena de vueltas.

¿Se puede saber lo que usted desea, y cuál es la razón de tanta prisa?…, le requirió.

Soy Mortal, dijo el hombre, apoyándose exhausto en el tronco del tilo.

Todos los somos, dijo el Viejo Arcino. Mortal no es un nombre, Mortal es una condición.

¿Y aun así, aunque de una condición se trate, sería usted capaz de abrazarme?…, inquirió el hombre.

Prefiero besar a ese niño que darle un abrazo a un forastero, pero si de esa manera queda tranquilo, no me negaré. No es raro que llamándose de ese modo ande por el mundo como alma en pena.

Se abrazaron bajo el tilo.

Mortal de muerte y mortandad, musitó el hombre al oído del Viejo Arcino. El que no lo entiende de esta manera lleva las de perder. La encomienda que traigo no es otra que la que mi nombre indica. No hay más plazo, la edad está reñida con la eternidad.

¿Tanta prisa tenías…? inquirió el Viejo, sintiendo que la vida se le iba por los brazos y las manos, de modo que el hombre apenas podía sujetarlo.

No te quejes que son pocos los que viven tanto.

No me quejo de que hayas venido a por mí, me conduelo del engaño con que lo hiciste, y de ver asustado a ese pobre niño…

El Árbol de los cuentos, Madrid, 2006, Alfaguara,

LUIS MATEO DÍEZ (España, 1942)

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sábado, 20 de abril de 2024

FABRICAS DEL AMOR -Juan Gelman, Buenos Aires, Argentina

 


 






FÁBRICAS DEL AMOR


Y construí tu rostro.
Con adivinaciones del amor, construía tu rostro
en los lejanos patios de la infancia.
Albañil con vergüenza,
yo me oculté del mundo para tallar tu imagen,
para darte la voz,
para poner dulzura en tu saliva.
Cuántas veces temblé
apenas si cubierto por la luz del verano
mientras te describía por mi sangre.
Pura mía,
estás hecha de cuántas estaciones
y tu gracia desciende como cuántos crepúsculos.
Cuántas de mis jornadas inventaron tus manos.
Qué infinito de besos contra la soledad
hunde tus pasos en el polvo.
Yo te oficié, te recité por los caminos,
escribí todos tus nombres al fondo de mi sombra,
te hice un sitio en mi lecho,
te amé, estela invisible, noche a noche.
Así fue que cantaron los silencios.
Años y años trabajé para hacerte
antes de oír un solo sonido de tu alma.

 

JUAN GELMAN, Buenos Aires, Argentina


CUANDO NUESTRO DOLOR FINGIESE AJENO - Macedonio Fernández, Buenos Aires, Argentina

 









CUANDO NUESTRO DOLOR FINGIESE AJENO


Voz de un dolor se alzó del camino y visitó la noche,
Trance gimiente por una boca hablaba.
Eran las sombras dondequiera. Mis manos
Apartándolas para mis pasos
Heridos de la impaciencia y el tropiezo
Buscando aquel pedido de persona dolida.
Grito que ensombreció la sombra
Volvió a enfriar el pulsar de mi vida.
Y tropezando con el alma y el paso
No de mi pena, de ajena pena,
Creí afligirme, cuando hallé sangrando
Mi corazón, por mí clamando,
¿Qué desterrado de mi pecho habría?
Porque solo el recuerdo su latido daba
Y solo en el recuerdo mi dolor estaba
Y así desde el camino me llamaba
Y apenas cerca me sintió, acogiose
A mi pecho triunfante como enojado dueño,
Y al instante se dio a clavarme aquel latido;
El latir de su lloro del dolor del recuerdo.
Y hoy desterrarlo de nuevo ya no quiero.
Que ese dolor es el dolor que quiero.
Es ella,
Y soy tan solo ese dolor, soy ella,
Soy su ausencia, soy lo que está solo de ella;
Mi corazón mejor que yo lo ordena.



MACEDONIO FERNÁNDEZ
, Buenos Aires, Argentina

Macedonio Fernández (Buenos Aires, 1 de junio 1874 – 10 de febrero de 1952) perteneció, cronológicamente, a la generación modernista de Leopoldo Lugones.


ALMA VENTUROSA - Leopoldo Lugones, Argentina

 








ALMA VENTUROSA

  

Al promediar la tarde de aquel día, 
cuando iba mi habitual adiós a darte,
fue una vaga congoja de dejarte
lo que me hizo saber que te quería.

Tu alma, sin comprenderlo, ya sabía...,
con tu rubor me iluminó, al hablarte,
que al separarnos te pusiste aparte
del grupo, amedrentada todavía.
 
Fué silencio y temblor nuestra sorpresa,
mas ya la plenitud de la promesa
nos infundía un júbilo tan blando,

que nuestros labios suspiraron quedos...
y tu alma estremecíase en tus dedos
como si se estuviera deshojando

  

LEOPOLDO LUGONES, Argentina