Que calla la canalla
Es
mísero callar cuando importa hablar.
Cayo
Salustio Crispo
En
la vida he cometido errores, muchos de ellos en mi juventud. Pensaba en un
orden social diferente, en ciertos modelos supuestamente revolucionarios, en
una óptica en donde el mal estaba en un lado y el bien en otro. Durante años
lecturas de historia, sociología y ensayos contemporáneos formaron mi
ideología. Durante años estudié y analicé autores clásicos, lecturas que
conformaban un ideal, una manera de salvar al mundo y de elevar un sentimiento
cargado de solidaridad y esperanza. En los años 60 era una corriente
que avanzaba sobre el planeta. Y los jóvenes vivíamos con intensidad esos
cambios, esos movimientos. Una generación fue llevada a la muerte; muchos de
ellos con utopías y sentimientos nobles, otros profundizaron su dogmatismo y su
imbecilidad.
La
poesía, la música, el teatro, la pintura, el cine, la historia del
arte comenzaron a ser una guía fundamental cuando ingreso al profesorado en
Letras. A los veintidós años comencé a vincularme con viejos libertarios.
Aquello que no había escuchado o no quise escuchar en la voz de mi
padre lo fui vivenciando años después. El tiempo fue afianzando cada idea, cada
signo, cada acto ético. Junto a una formación humanista otras lecturas, otras
fuentes me otorgaron una visión más amplia del ser humano. A partir de entonces
comprendí mejor la demagogia, el dogmatismo, las revoluciones
cesáreas, el populismo. Sabía – ya lo había escuchado en mi infancia
- qué significaba el fascismo, el estalinismo, en nazismo, el
franquismo, pero no había comprendido las maniobras canallescas del fascismo de
izquierda. La derecha, caballeros, sabemos a qué juega, cómo funciona, cuáles
son sus propósitos. Crímenes, engaños, guerras, actos de fe, adoctrinamiento,
falsedades en nombre del pueblo y de la revolución social es lo que debemos
combatir con el mismo ímpetu que posiciones imperialistas, racistas
o nacionalistas. Lo religioso invade lo político, lo político es
religioso. Pregúntenle a Napoleón, de esto algo supo.
Estas
visiones, siniestras, se erigieron en verdugos, en inquisidores, en esbirros de
toda dictadura en nombre de las clases más humildes. Los mecanismos perversos
fueron infectando universidades, publicaciones, hábitos. Pero no era sólo la
gentuza, la mediocridad de militantes y jóvenes desorientados, analfabetos
inmorales, ignorantes consuetudinarios. Hubo seres de una basura moral sin
límites. Hablo de Sartre, de Neruda, de Heidegger y de tantos otros que negaron
el horror, que instalados como íconos de la izquierda esclarecida nunca fueron
tocados, criticados o al menos cuestionados. La imbecilidad y el oscurantismo
avanzan sobre el universo. Hoy lo vemos en casi todos los países, jóvenes y no
tan jóvenes – descerebrados en su gran mayoría - apoyando a líderes de
coleta, a dictadores impresentables, toda una gama de populistas,
tercermundistas o vaya uno a saber qué tipo de borrachera elevan con los ojos
en blanco.
Un
claro ejemplo de nuestros días es el caso Matzneff. Como símbolo. La elite
literaria francesa y los medios celebraron sus libros y su moral durante
décadas. Entre ellos, entre los intelectuales que apoyaron a éste pedófilo
vemos los nombres de Sartre, Michel Foucault, periódicos como Le Monde y Libération.
Todos ellos alentaron o defendieron a capa y espada la práctica como una forma
de la liberación sexual y humana. Recordemos: Gabriel Matzneff fue uno de los
máximos exponentes de la legalización del sexo con los niños. Para liberarlos
del dominio de sus progenitores. Pensadores de izquierda como Foucault, Roland
Barthes, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir se manifestaron en defensa de
estas prácticas y defendieron a monstruos acusados de tener sexo con menores.
Defendieron, muchos de ellos, a pedófilos y los consideraban una minoría discriminada.
¿Qué podemos pensar del Vaticano? ¿Qué podemos decir de los campos de
concentración para homosexuales en la Revolución Cubana? ¿Cómo defender el
socialismo del Gulag, la Revolución Cultural China, los millones de
muertos de Camboya, Vietnam, Yugoeslavia? ¿Qué escribir sobre científicos,
autores, intelectuales, hombres de a pie asesinados, exiliados, humillados?
¿Hablamos de Nicaragua, de Venezuela, de Irán? ¿Qué les podemos decir a
generaciones de jóvenes que tienen el cerebro lavado y sólo atienden sus
celulares y sus redes? Estas breves líneas son un pequeño ejemplo de
atrocidades sistemáticas, de horrores sistemáticos.
Este
es parte de una estructura en la cual convivimos. Todo es mucho más complejo,
la sociedad tiene mil facetas. Pienso en el arte visual y vemos también la
sarta de imbéciles que se llaman creadores, seres de vanguardia con curadores,
pienso en la industria cultural, en la mediocridad de profesores y de
estudiantes, de diputados y senadores, de intendentes. Y sí, de presidentes corruptos,
ladrones y psicóticos. Por fortuna hay pequeñas islas en donde se piensa, en
donde se crea, en donde se vive con otros objetivos.
Nos
preguntamos cuantos políticos o líderes se han suicidado en la historia. Son
contamos con los dedos de una mano. Por lo general seres de talento, honestos,
pero frágiles para soportar la inmundicia son aquellos que eligieron
eliminarse. Por supuesto, no propongo el suicidio como salida. Digo que para
muchos seres humanos – con sus variantes y sus problemáticas - ante
un mundo en crisis, ante sociedades degradadas, ante la hipocresía, no tuvieron
otra salida. Recordemos al pasar: Periandro, Séneca, Safo, Petronio, Ángel
Ganivet, Virginia Woolf, Salgari, Pavese, Antonieta Rivas Mercado, Storni,
Hemingway, Lugones, Quiroga, Pizarnik, Celan, Trakl, Maiakosvki, Mishima,
Zweig, Tsvetzeva, Plath, Villaurrutia, Michaux, London, Cesairé…
Albert Camus comenzaba
su célebre ensayo El mito de Sísifo con una
reflexión: sólo existía un problema filosófico verdaderamente serio, y ese era
el suicidio. Entre los griegos éste había sido un asunto de primer
orden. Heródoto escribió: “Cuando la vida es tan pesada, la muerte se
convierte para el hombre en un refugio codiciado”.
Jacques Rigaut, fundador de
la Agencia General del Suicidio: “No hay motivos para vivir, pero
tampoco hay motivos para morir, la única manera con que se nos permite
demostrar nuestro desdén por la vida es aceptarla, la vida no merece que nos
tomemos el trabajo de abandonarla”.
Pirandello en su obra inmortal, El difunto
Matías Pascal, le hace decir al protagonista:
“La primera vez que me maté lo hice para aturdir a
mi querida. Esta virtuosa criatura se había negado bruscamente, cediendo al
remordimiento –según decía–, a acostarse conmigo, a engañar a su amante, su
jefe de oficina. No sé muy bien si yo la amaba; sospecho que quince días de
separación habrían disminuido de manera notable la necesidad que de ella
sentía. Pero su rechazo me exasperó. ¿Cómo atraparla? ¿Ya he dicho que ella
sentía por mí una profunda y duradera ternura? Me maté para aturdir a mi
querida. Perdóneseme este suicidio en consideración a mi extremada juventud por
la época de semejante aventura”.
Vivimos en una sociedad donde jueces, políticos,
intelectuales, burócratas, sindicalistas, estudiantes, cagatintas y demás
yerbas mienten, engañan, niegan el pasado y el presente – al mismo tiempo – y
subestiman la memoria. Peor: subestiman al individuo y lo ético. Un
sistema en pleno horada sin prurito. Esto fue así desde la época de los profetas
y un poco antes también. ¿No me cree? Vuelva a la Biblia y las manos se le
llenaran de sangre.
Por supuesto: hay ejemplos – pocos, pocos – que
marcan el camino hacia una mejor humanidad. Mientras tanto sigo pensando en
Groucho Marx: La política es el arte de buscar problemas,
encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios
equivocados.
Carlos
Penelas, poeta y escritor
argentino
Enero
2020
MIEMBRO
HONORÍFICO DE ASOLPO ARGENTINA
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