Asistimos, con toda normalidad a
las clases de terapia, un grupo de gente diversa, que nos exponen sus
problemas; personas que forman parte de nuestra sociedad, pero que no sabes de
sus inquietudes y demás problemas que los angustian, hasta que se expresan.
En estas sesiones te das cuenta de
la cantidad de problemas, decepciones y sufrimientos que las asisten. Veo a
aquella simpática señora con la que coincido en la compra, en el mercado, de
aquella otra, que pasaba por los pasillos del supermercado con los nietos, de
otra que se apresura a coger el autobús pues se marcha al hospital, su hijo ha
sufrido un accidente. Sí, la vida sigue y el sufrimiento diverso, está
presente.
De joven pensaba que las personas,
de una cierta edad tenían que ser, por fuerza, más felices, pues se habían
superado muchos problemas y dificultades, tales como trabajos difíciles, criar
a los hijos, la hipoteca del piso etc. y con el tiempo transcurrido, deberías
decir: “misión cumplida, mis hijos ya están criados y tienen edad para hacer
frente a la vida por sí mismos” Sí, pero la vida no les da “caramelos”, más
bien lo contrario, sus derechos, sus oportunidades cada día más machacados y
poco a poco eliminados, por eso no es de extrañar que los hijos se queden más
tiempo en casa de los padres. La sociedad no les da oportunidades a pesar de su
buena preparación
Y entonces, para los mayores, ya
es tiempo de disfrutar debidamente y a su tiempo, de la jubilación. Recuerdo
que algunas personas de la generación de mis padres, me daban envidia pues se
habían jubilado y con, la experiencia alcanzada, podían disfrutar de lo que no
les había sido posible durante la juventud.
Sí, aquella generación de posguerra con doce horas de trabajo diarias y
unas cuatros más, complementarias, no para poder llegar a fin de mes, sino,
para dar de comer a la familia.
Elemental planteamiento, pues cual
golpe de viento que sacude el ventanal, la vida no deja de golpearte, con una
fuerte sacudida o a veces, con una serie
de ellas, pero constantes y duras y ahora con menos fuerza la angustia es
superior. Así que los jubilados no son más felices, mi disfrutan de la vida de
mejor manera, no pocos tienen que cuidar de los nietos y ayudar a los hijos
económicamente.
Esa pareja de jóvenes que se
enamoran, se casan y se aprestan a vivir juntos para siempre y que puedan
llegar juntos hasta la vejez, pero cincuenta años después del “si quiero”,
ahora pasan la vida enfrentados el uno al otro, vigilando y exigiendo que cada
cual cumpla su parte de obligaciones. Mi vecina dice que hay que negociar,
incluso con el marido (?)
¿Qué pasó de ese amor que los
unió? ¿los avatares a los que tuvieron que hacer frente eliminó todo afecto? A
veces me pregunto si el ser humano es capaz de preservar el amor a pesar de los
inconvenientes y las frustraciones a les que se deber hacer frente todos los días
¿La convivencia conserva el amor o lo elimina? Quizás haya que ir aprendiendo
de las cosas, según los cambios que la vida te repara.
Tocándome el hombro una viejecita
me dijo: “¿me puede dejar pasar delante? he dejado a mi marido solo en
casa” estábamos en la cola de la
panadería “por supuesto” le respondí. Pidió un pan y mientras se lo daban me
habló de su marido con cerca de noventa años y que cuidaba con mucho esmero. No
dije nada, pero la dulce impresión que me causó aquella anciana se me quedo, para
siempre, grabada en la memoria y me reproché ser tan pesimista en los asuntos
de convivencia, tan comunes a todo el mundo, porque, la verdad, veo más cosas
malas que buenas y eso me acojo...perdón me acompleja.
SALOMÉ MOLTÓ,
poeta y escritora española
MIEMBRO HONORIFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
No hay comentarios:
Publicar un comentario