VISITA A MI PADRE
A mi
padre, José Manuel Agustín,
recordando la efemérides de su nacimiento. Con devoción. In memoriam.
Ayer no había podido ir a
visitarlos. Estaban juntos como en la vida. El hueco de la Esperanza los tenía
juntos. Papá y mamá.
Pero hoy pensaba
especialmente en él. Era su aniversario. Porque ayer, que no había podido ir
(venir) a visitarlo, al menos lo homenajeó en plena Feria del Libro de su
ciudad plantada a orillas de la Laguna Setúbal, muy cerca de la confluencia de
los ríos Salado y Paraná. Feria librera anual donde presentaba su cuarto libro
de cuentos: El Emperador ha muerto; vaya título, y dedicándole el relato aquél,
“Adiós al amigo”, donde disfrutaba de un helado de vainilla frente a la
Costanera Este, el último día del verano. Su padre y el verano eran lo mismo o
la misma cosa.
Auto, nafta, Rocío (hija)
que llama. Necesita apoyo, y Teresita (esposa) se queda. Tiene que ir solo.
Auto limpio. Auto con olor a menta o, mejor, a jazmín. Solo. Visita a Lar de
Paz. Visita a su padre. (A su también, tierna y generosa madre). Pero hoy era
su día. El de papá. Alguien dirá, visitarás a los restos de tu (del) viejo,
muchacho. Pero es que si “donde hubo fuego, cenizas quedan”, que más propicio
tal aserto para el caso.
Calle Obispo Gelabert y
Crespo (el Obispo), Avda. Urquiza (el Federal), Calle Santiago del Estero
(Santiago apóstol), Calle Rivadavia (el Bernardino, invasor), enlace con
Aristóbulo, Aristóbulo del Valle (el Radical). Siempre hacia el norte. Desvío
por Aldao (Ricardo Aldao, el Gobernador) para empalmar luego con un giro y dos
cuadras antes, con Hernandarias: padre adoptivo y consentido, don Antonio
(confesión: no le gusta que le digan “don”, porque aún siendo español, le suena
ya como muy “feudal”; pero yo le explico que en estas tierras, el “don” es otra
cosa, es un apreciativo afectuoso, un sustantivo que denota tiernamente a una
persona mayor, sin decirle viejo, porque ”viejos son los trapos”)… Luego,
comentario con él de los actos de la Feria del Libro (acotándole la ausencia
imprevista, por razones políticas, quizás, de las dos librerías más importantes
de Santa Fe) y selección de dos artículos periodísticos para pasar en limpio y
remitir luego al vespertino local.
Luego, despedida. El viejo
lo llama “hijo”. Pero no es su padre. El verdadero está allá. Y Más Allá. Toma
Hernandarias y nuevamente Aristóbulo, cruce con Galicia (ah, maravilloso
paraíso de Santiago de Compostela), rumbo a la ruta de Altos del Valle, camino
a Monte Vera, ciudad. Desvío. Rotonda. El cielo celeste. Luminoso. El verano
sin nubes y con un sol arrasador. Rotonda. Doblar. Elegir. A la derecha, Ángel
Gallardo (El Irigoyenista y su localidad santafesina, del Departamento La
Capital, sobre Ruta Provincial 4). Rotonda. A la izquierda, Lar de Paz. A 800
ms. A la izquierda. Un trecho que deja atrás una verdulería al por mayor muy
visitada. Luego, a la derecha. No hay izquierda sin derecha ni derecha sin
izquierda. El tránsito mueve autos y políticos.
Ahora sí: Lar de Paz.
Arribo. Flores. No hay flores. Hubiera deseado ofrecerle un ramo de fresias,
clavelinas y conejitos, sus flores preferidas en primavera. Pero no hay flores.
Aunque sea primavera. El mes de su nacimiento. Ayer, el día de su nacimiento. Y
cuando se fue, era verano. Era el estío. Diciembre. La pucha, tenía solo 62
años. Pero una vida ruda y servicial atravesada por el cigarrillo y el alcohol.
No había tanta ciencia sicológica en aquellos tiempos. Y quién lo pensaría. Él,
preparador técnico de farmacia. Conocía de qué se trataba, y sin embargo... ¿No
se cuidó? ¿Podía hacerlo? El sueldo nunca alcanzaba. Y tres hijos lanzados a
carreras universitarias. Tiempos en que los viejos pensaban, soñaban con
“M´hijo, el Doctor”. Pero los nervios (el stress decimos ahora) del trabajo,
del sindicato, de la política y del comedor escolar de “la Arzeno”…
Diálogo con el vendedor.
Sol luminoso. Sobre marrón A4 con relatos breves para pa. Este se llama
Pájaros. Cuenta del amor de ambos por esa creación que recrea la vida y se
junta con el horizonte para ofrecérsela, alborada tras alboradas, al Autor de
la vida. Le gusta llevar a su humus los escritos que elabora. No todos.
Algunos.
Hoy no hay flores. Ahhh,
qué sorpresa, muchacho. No hay flores. Su vendedor ha dado cerrada la venta. No
importa, fabricará un ramo con el olor a jazmín pegado a su cuerpo desde el
habitáculo de su auto limpio, recién lavado y lustrado, con olor a menta o,
mejor, a jazmín precisamente, recortando cada hoja de aquel otro relato
dedicado llamado… Pájaros. Y que también llevaba como espiritual regalo hasta
su placa granítica y grabada con su nombre en bronce.
No te pongas celosa mamá.
Se parte y comparte. Pájaros o la historia de un obrero de la construcción que,
trabajando en las alturas como tales, se cayó del andamio justo el día del
cobro de su quincena, y cuyo cuerpo nadie pudo encontrar; porque ellos, los
gorriones de lo Alto, como ángeles de Dios se lo habían llevado en celestial
vuelo.
Ya está listo. El ramo. El
ramo fabricado con uno de los dos relatos que le había traído. El Niño del Mar
se le quedó apretado en uno de los entre brazos mientras hacía añicos las alas
del llamado Pájaros: ese cuento que sabría volar como las aves desde la tumba
al Cielo. Un ramo de flores pergeñado con ojos de cuento. Y cuerpo de tinta y
papel. Con ese olor agridulce a la savia del capuz de un árbol, de sus venas y
de su sangre. De su corteza.
Camina. Son apenas hasta…
Solo veinte metros desde el camino donde estacionara ya dentro del cementerio
reverdecido. El solar tiene nombre. Solar de los Recuerdos. Camina. No puede
evitar un mareo intentando llegar hasta el lugar donde… Alrededor, las tumbas
sin flores pedían las suyas… Se disculpó. No habría para todos. Y ahí están:
mamá y papá. El bronce reluce con aquel sol tibio atravesando de perfil los
pinos que circundan el camposanto. Sol de tardecita húmeda. Viva. Se detiene.
Hola pa, hola ma. Oraciones. El gesto adusto. Tiembla. Luego…
Y esparce como pétalos los
retazos de las hojas de papel recortado y entintado. Las esparce sobre la tumba
doble. Mamá también podrá leerlo. Sonríe. Todavía es un niño travieso. El que
se cayó de un árbol y se asomó a los dientes de la boca de la Muerte. Y supo
que estaba vivo. Todo cambió desde aquel día. Las travesuras también. Más
controladas y supervisadas.
Ahora, de súbito, es como
si se hubiera nublado. Como si cayeran finas gotas de lluvia sobre el ramo de
flores de papel con olor a menta, o mejor a jazmín. Las fresias, clavelinas y
conejitos, habrían sido más vistosas. Pero… el jazmín. Qué profundo olor a alma
pura. Reza de nuevo. El olor a jazmín tiene un raro olor como a madera quemada,
a incienso, vaya a saber de dónde. Sigue rezando. Por su padre, un lejano
setiembre inaugurado a la existencia, y en diciembre, nacido a un Cielo
redivivo.
Pero hoy no es diciembre.
Es día 20 y de setiembre. Brindo por ayer, dijo. Ayer hubiera cumplido los 89
como los que tiene el Antonio, su amigo, el gran poeta y periodista andaluz. Y
también por su madre nacida en marzo y un enero cercano al mismo Cielo y
rediviva, recostada con él en el mismo reposo hondo y terráqueo.
Cuando se levanta, casi
tambaleante y luego de apoyar sus manos sobre el suelo verde para acariciar,
por última vez, las doradas placas mortuorias que tallan los nombres de sus
padres, deja de ser niño. El niño travieso. El niño del mar. El sol sigue
suspendido en lo alto. Había sido su alma la tarde nublada, y, la lluvia, el
rocío de su llanto leve y aleteante. Como el de un pájaro…
©ADRIAN NÉSTOR ESCUDERO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE
ASOLAPO ARGENTINA
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