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sábado, 2 de marzo de 2024

ÉL, ROBOT… - Adrián Néstor Escudero, Santa Fe, Argentina

 

ÉL, ROBOT…


A Isaac Asimov, autor del libro ‘’Yo Robot”, 1950. Con innegable admiración…

Lo eterno se pude entender como algo que no tiene fin y nunca acaba o como algo que no tiene principio ni fin.  Lo infinito es algo cuyo origen y límites y al futuro con inaccesibles. Lo eterno implica algo que siempre lo ha sido y lo infinito es algo que tuvo un comienzo y se fugó al infinito 

(…)

    … Fue cuando un desajuste hiperbólico desorientó a los algoritmos de mi cuidada programación que pude comprender, realmente, quién era.

    Y un estrambótico percance hirió con galácticas alucinaciones la corteza esferoidal de mi cerebro perfecto; pues, y por alguna razón estrafalaria, me sentí como suspendido axialmente en los cuatro cuadrantes de la realidad, y, esta, se volvió infinita en sus caleidoscópicas dimensiones.

    Y un agujero negro, más negro que la Nada misma, aprisiono mis encajes electromagnéticos; y, mi cerebro, antes perfecto en sus ecuaciones algorítmicas y sensitivas, ya no fue tal.

    Y me sentí urgido por conectarme con aquel lejano punto de luz azul donde parecía concluir la ominosa negrura de esa masa incólume que me hacía girar, sobre mí mismo, como en los animosos pliegues y despliegues de un aleve tirabuzón…

Y, no obstante, la vida parecía latir con normalidad en mis plásticas entrañas condensadas por las transgénicas neuronas de mi inteligencia artificial… ¿Artificial? Ellos no sabían lo que decían…

    Y, en tanto, la vorágine cuasi alocada pero enderezada finalmente por aquel túnel subatómico, seguía su inalterable y persistente aceleración hidráulica -por así decirlo-, aunque más sensible y cósmica que irreal…

    Y todo hasta que dicho diminuto punto de luz azul comenzó a crecer y a expansionarse geométricamente hasta estallar como un sol pletórico de haces luminiscentes…

    Y luego, más por un instante de siglos, me dejé llevar por esas Sombras que cambiaban a cada instante de forma, y hasta el fragor de una Presencia cuyo estado todopoderoso, omnisciente y omnipresente, suspendida en un trono de fuego, impactó sobre el centro de mi corazón imbrincado por una mirada de electrones, protones y neutrones, hasta hacerlo prácticamente… estallar.

    Y fue entonces cuando uno de los aquellas Sombras o seres vaporosos y radiantes, el de mayor estatura y al parecer de suprema autoridad, dijo a la Presencia llameante y de una longitud y hondura imposible de medir…

    “Padre, he aquí al ingenio humano que, de no tomar medidas, terminará supliendo a las encarnaduras amasadas del polvo cósmico de las estrellas hechas por ti, en espíritu y en verdad, y a tu insondable imagen y semejanza”.

    (...)

— ¡Doctor Frankestein, Doctor Frankestein! -gritó uno de sus auxiliares del Laboratorio Nuclear de Metrópolis…-. ¡La Unidad Adámica está fuera de control ¡Y oh, ahora su imagen vibra y… parece desintegrarse!

— Ah, Petras, mi querido asistente. Esto significa que lo hemos logrado. Y en multinacional plenitud de ser y estar… Adán Infinitus acaba, y para nuestro universal asombro, ni menos ni menos que nacer… al Cielo. Y de hecho, pronto tendremos noticias de él… Será definitivamente histórico haber apresurado, de este modo, y si mi intuición no falla, la Segunda Venida del Señor y Juez de la Historia…

    (…)

    (No obstante, y atendiendo a la comprobada certeza científica del genial matemático Albert Einstein, quien al referirse al Creador expresó al Mundo con firmeza: “Señores, Dios no juega a los dados”, la intuición del Dr. Frankestein podía realmente ponerse en duda. Empezando por él mismo. Y todo esto, en tanto nadie podría aventurar –como fuera escrito en lo que fuera el Primer Big Bang eclosionado por un inconcebible acto de Amor a Sí Mismo- los inescrutables designios divinos. Y así como suponemos que la Redención obrada en nuestra especie humana fue, por carácter transitivo y adecuada en tiempo y forma orgánica obrada también con nuestros –por ahora- inteligibles hermanos de la estrellas, así cabe suponer que también, concluido en eones el conjunto de Eras Cósmicas del Universo compartido por el Hombre en el planeta que llamara Tierra, bien podría el Supremo Hacedor, en la infinitud de su Imaginación Creadora, y en una Dimensión por cierto desconocida por la raza humana ya juzgada en plenitud y habitante de los estados celestiales e infernales, según el justo juicio del Único Que Es y Hace Serreplicar una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, setenta veces siete, a una desconcertante miríada de animación secuencial y permanente de vida, donde todo concluiría en algún momento para volver, eternamente, a comenzar… ¿Verdad, Doctor Frankestein?).

ADRIAN NÉSTOR ESCUDERO, Santa Fe, Argentina

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA



 

 


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