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sábado, 16 de marzo de 2024

EL GAUCHO - César Tamborini Duca, León, España

 












EL GAUCHO

Gauchar: antes de entrar en la crítica del libro deseo incluir una breve explicación sobre éste término.

GAUCHAR: Vocablo usado en la pampa para expresar que se vivía en libertad. Así lo manifestaba el “Santos Vega” de Hilario Ascasubi:

“Si por suerte nos topamos

o la fortuna me arroja

algún día por sus pagos,

lo que no será difícil

porque yo vivo gauchando”.

Recordemos de paso que el paisano es el gaucho evolucionado, producto del proceso biológico (mestizaje) de reintegración a los valores de la raza, simbiosis del gaucho con el gringo o con el criollo.

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Emilio P. Corbiere (4-VIII-43 / 2-III-2004) de nacionalidad argentina, fue abogado, profesor universitario, periodista, historiador. Militante del Partido Socialista e integrante de la Logia Masónica (llegó al Grado 33).

Fue autor del libro “El Gaucho”, de indudable carácter racista. Si bien elogia la inmigración, lo hace por ser ésta europea; es clasista al extremo. En las páginas iniciales la primera vez que menciona a los aborígenes lo hace de forma despectiva: “el indiaje”, dice (pág. 12).

Al mencionar a los gauchos dice “…se dio el nombre de gauchos, hijos de nadie en su origen y bastardos que aún en algunas provincias se reproducen con la libertad de las bestias” (pág. 22)

En la página 38 hace apreciaciones personales sin ningún asidero diciendo que el negro era inútil y cobarde, sin mencionar que los negros actuaron como soldados en las invasiones inglesas y en la guerra de la independencia. Pero no me sorprende pues no aprecio calidad de historiador en quien se confunde de país en la ubicación de una importante Universidad, como luego apreciaremos.

Si bien en páginas anteriores se pueden leer otras mentiras fruto de una visión sesgada (¿por el rencor? ¿el interés?), es en las páginas 39 y 40 donde se aprecia la GRAN MENTIRA, ya que en sus orígenes la conquista de tierras cristalizó en feudos, grandes extensiones para unos pocos, que aún persiste como una lacra. Con una gran contradicción en la página 40, donde elogia al gaucho por la herencia castellana (¡)… y demoniza al negro y al mulato.

Su racismo es superlativo cuando dice “La capacitación del individuo se obtiene educándolo, cuando sus aptitudes mentales lo permiten y está plasmado en el molde en que se plasman los tipos superiores de la raza blanca, que es la que da la pauta de la civilización” (pág. 42 y 43)

En la página 47 elogia la inmigración -lo cual es plausible- pero invierte los términos: no desapareció el indio porque la tierra fue roturada, sino que ésta lo fue a expensas del genocidio de los indígenas. Y cuando en la página 48 menciona “lo poco bueno del nativo” lo hace refiriéndose al criollo, descendiente de españoles en la nueva tierra.

Luego realiza una mención sobre el ejército, y el elogio de la raza blanca: “Las grandes naciones -Inglaterra, Alemania, Francia, Estados Unidos, Austria, Italia-, exhiben un ejército moral y físicamente perfecto, dentro de la perfección posible en la materia; sus soldados, elegantes, blancos, rubios, musculosos, educados, provienen de hogares sanos, limpios, amorosos, donde la palabra y el ejemplo han combatido y combaten los vicios que degradan al individuo. Quién ve un ejército, ve sus pueblos”… (Pág. 49)

Y en la siguiente página menciona el contraste con los individuos del campo “…ignorantes, mal nutridos, de feo aspecto físico (…) seres humanos que huyen de la presencia de los extraños, son rústicos, hoscos, de innata rebeldía montaraz y de ostensible miseria fisiológica” (El subrayado es mío).


Cuando dice “Si los Patricios, instruidos y educados, no tenían reparos en matar un general1 sospechado traidor donde el filósofo de la historia encuentra fidelidad y consecuencia hacia la nación a que se entregó de alma, y el delito no tiene más que una pena y ésta es la de la vida, ¿qué podía esperarse de la soldadesca ignorante y fanática, cuando se diese rienda suelta a sus pasiones sanguinarias? (pág. 68).

Aunque resulta imposible destacar textualmente la cantidad de sandeces que se aprecian en el libro, al menos -como en este caso- señalo el indudable espíritu no solo clasista del autor, sino también fascista, como se lee en la página 83.

Desprecia considerando nefasta la colonización española, considerando perniciosa la acción del nativo (incluso del criollo, hijo de español nacido en la nueva tierra) alabando la inmigración extranjera, pues si “…no hubiera hecho sentir la eficacia de su cerebro y su brazo en la segunda mitad del siglo pasado [XIX], nuestro país librado a la acción del mestizo y el criollo, sería hoy un miserable pueblo de mulatos y gauchos”… (pág. 88).

Para el autor, el obstáculo para el progreso reside “en el alma de los [nativos] descendientes de viejos pobladores de la conquista” (pág. 91) preconizando imponer la civilización a través de la violencia (“violentos cauterios”, dice). Posteriormente, en la página 103, en un culto a la guerra, pretende explicar la leva, es decir, la incorporación forzosa a las filas del ejército, principalmente de los gauchos.

En la página 120 dice que “el agua ha estado reñida con las costumbres americanas desde el tiempo de los indios”, en clara alusión a la higiene corporal de los indígenas, cuando no opinan lo mismo los que vivieron esa época, los cronistas contemporáneos de pampas y ranqueles (Félix de Azara, Lucio Mansilla).

En las páginas 123 a 150 expone aspectos políticos, denostando algunas matanzas y justificando otras similares. Hasta la página 155 trata sobre la sociedad y la economía: “Los grandes hombres son especie de pirámides egipcias que llevan en sí la incógnita del arquitecto y el secreto del armazón constructivo, es decir, que admiran siempre y, que, los cándidos del pueblo celebran como brillantes de primera agua” (pág. 133); pero, no obstante, cita a Rivadavia en la pág. 136, siendo como fue el primer gobernante que endeudó el país con una deuda enorme siendo necesarios 100 años para poder cancelar, realizando además un vergonzoso tratado con Brasil (después que las tropas del ejército nacional los vencieran en Ituzaingó) por el que uruguayos y argentinos perdimos la integridad territorial que nos unía.

Simpatiza  que en Norte América con su régimen liberal …”preparando un pueblo nuevo que arrasaba con las viviendas de los negros y las chozas de los pieles rojas, para levantar edificios…” en contraposición a 3 gobernadores ‘mestizos’ (sin dar nombres) en 3 provincias argentinas: Córdoba, Santiago del Estero y Santa Fe (pág. 138 y 139). Sin mencionar al que fue gobernador de la provincia de Buenos Aires, Bernardino Rivadavia, que se considera era mestizo. Otro error de bulto en la página 143 al decir que Dorrego era mestizo (¡). En la página anterior algo sorprendente según todo lo que expone en el libro: alaba a los gauchos de Rosas, cuyo orden y valentía nadie puede negar (un tanto a favor).

En la página 166 se encuentra el craso error, injustificable para un historiador argentino, mencionando que “los patricios de Buenos Aires, se costeaban hasta Venezuela donde estaba la Universidad de Charcas”… Esta Universidad, una de las más famosas en la época que se refiere, se encontraba en el Alto Perú (hoy Bolivia)

Desde la página 184 hasta la 186 escribe sobre la generosidad del gaucho (parece que no era tan malo) y en la página 189 y siguientes, el gaucho en la literatura, mencionando pasajes del Martín Fierro, de Juan Moreira, Santos Vega; llegamos a la página 212 donde hace mención de Estanislao del Campo y su “Fausto”.

A partir de la página 229 trata de dilucidar [es difícil llegar a una conclusión correcta] el origen de la palabra “gaucho” y menciona -acertadamente-, que a la mujer de éste se la denomina “china” [es por sus facciones de ojos rasgados, producto del mestizaje con el indio].








El chasque Surero

Resumiendo la filosofía de este libro, podemos decir que, injustamente y como un émulo de Sarmiento, retrata negativamente al gaucho y al mestizo, que fueron fruto de las circunstancias que les tocó vivir, y de quienes se aprovecharon los ejércitos de la patria en toda ocasión, a veces voluntariamente, otras veces por la fuerza. Y resultaron laboriosa mano de obra (al estilo que la época les impuso) para aumentar la riqueza de los terratenientes.

Al mismo tiempo le sirve para hacer apología del extranjero; pero siempre abominando del gaucho. Se sirve de figuras literarias para presentarnos el gaucho como un ser huraño y pendenciero, atribuyendo esas características a su mestizaje entre los conquistadores de origen castellano y los indios.

Sin advertir que son figuras novelescas, utiliza como biotipos el Martín Fierro, el Santos Vega; y si en algún momento elogia a un criollo (o “paisano”) como “Don Segundo Sombra”, “criollo generoso y guapo”, en realidad lo hace para ensalzar la figura del “mayordomo inglés de la estancia donde reclamó trabajo como domador”, para remarcar la inferioridad del gaucho ante el extranjero (pág. 222).

Y para señalar la similitud de personajes en la obra de Güiraldes con la de los otros autores citados, dice que “no se ha olvidado (de retratar) …al gaucho pendenciero por atavismo, huraño y servil que una vez mata apuñalando y otra muere apuñaleado… (como) el gaucho malo, alzado y matrero, divorciado con la sociedad, según dijo Domingo Faustino Sarmiento”; y hace la relación en una pulpería, donde Antenor (peón resero) mata a un desconocido por una cuestión antigua de faldas.

No advierte que, por la época y la temática, esto no era patrimonio solo del gaucho. Tampoco advierte en todos los personajes citados que son novelescos y no involucran al conjunto de la sociedad. Pero al final la gran contradicción, al señalar como culpables a los escritores de la temática gauchesca nombrados previamente (Ascasubi, Hernández, Güiraldes) y señalando que ”La literatura argentina está convirtiendo al gaucho en un tipo mito (…) crearemos un gaucho al gusto de la época, pero no conoceremos al de la realidad” (¡).

Todo un libro hablando mal del gaucho para concluir que el de la realidad es distinto (pág. 225)

1Se refiere al fusilamiento de Liniers, que no fue obra de la “gente inculta” sino que fue ordenado por las cabezas pensantes del primer gobierno patrio (aunque, salvaguardando la memoria de Belgrano y de Saavedra, éstos querían librarlo de ese trágico, injusto fusilamiento).

 (“El gaucho. Desde sus orígenes hasta nuestros días”, de Emilio P. Corbiere. Segunda Edición, Editorial Renacimiento, Sevilla, 1998)

Colofón divertido: La llanura pampeana es como un balcón desde el que se puede mirar al infinito. Esa ilimitada extensión solía estar ocupada por caballadas también incontables que acompañaban al hombre (gaucho, paisano) en las tareas rurales: arar, sembrar, cosechar. Al mismo tiempo le permitían entretenerse con juegos diversos: el “pato”, la “carrera de sortijas”, las “cuadreras”. Aunque es posible que fuera al revés, si nos atenemos a lo manifestado por Borges: “El gaucho es un entretenimiento para los caballos de las estancias”. Ironía al margen, temo que sea cierto. 

 

CÉSAR J. TAMBORINI DUCA, León, España

MIEMBRO HONORIFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

Académico Correspondiente para León

Academia Porteña del Lunfardo

El gaucho Emilio Corbiere Fausto Félix de Azara Hilario Ascasubi 


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