EL COMPADRITO
Con permiso, soy el tango
compadrito y querendón
que acompaña el bandoneón
al canfinflero fitango.*
Canchero, canyengue, Canfinflero, Caracanfunfa,
corte, quebradura, compadrito:
Voy a establecer brevemente el origen de
algunas palabras, para extenderme luego en la que más interesa, el
compadrito.
El
Compadrito
Canchero: el
que tiene o adquiere conocimiento sobre algo, el que llegó a conocer “la
cancha” en la que se desempeñará. Como dice “Fray Mocho” en el
relato “Mosaico criollo”:
-¿Conoce la ciudad bien?
-No, señor.
-¡Bueno…! ¡Ya se hará a la cancha…! (Ibid,
pág. 54)
Canyengue: Arrabalero, de baja condición
social// manera especial de bailar el tango (con “quebradura”).
Canfinfleros:
se llamaba así a los muchachos emperifollados y enamoradizos de la orilla, que
“cogoteaban” (aspiraban) un poco más alto que los “compadritos” y los
“picaflores”. Decía la copla:
“Soy el mozo canfinflero / que camina con
finura / y baila con quebradura / cuando tiene que bailar.
Caracanfunfa:
(o su apócope “caracanfún) es una voz de alerta, utilizada por los
compadritos cuando bailaban con cortes y quebradas, y por extensión, a quien lo
baila diestramente. Puede derivar de otro, onomatopéyico, caracatachum. Era
expresión nacida en las “batucadas” de los negros que permanecían en el sitio
de Montevideo en época de Rosas, según José Luis Lanuza (“Morenada”, pág.
122).
Corte: el corte se
produce cuando los bailarines luego de una “caminata” (corrida) se detienen en
una leve pausa para, realizando florituras según su habilidad, producir la
“quebrada”; esa interrupción “cortaba” la marcha, de ahí su nombre. Y de ahí la
denominación de “tangos con corte y con quebrada”.
“El corte llegó a Palermo por la
ribera y como de encargo; traía en su enervante síncopa el alma de la raza,
pero acostumbrados los negros al baile sin abrazarse, cayeron en el tango
lubolo y hacían ‘quites’ y ‘quebradas’ con la sombra”. (Vicente
Rossi, “LA ACADEMIA”. En “El compadrito”, Jorge L. Borges y Silvina
Bullrich, Cía. Gral. Fabril Editora, Bs. As. 1968, pág. 120).
En “EL CASAMIENTO” Evaristo Carriego pone
de relieve ciertas costumbres morales de la burguesía de la época, al expresar
que “El tío de la novia, que se ha creído / obligado a fijarse si el baile
toma / buen carácter, afirma, medio ofendido, / que no se admiten cortes,
ni aun en broma. //…La casa será pobre, nadie lo niega: / todo lo que se
quiera, pero decente”… (“Misas
Herejes”, pág. 118 a 122)
Quebradura: Decía
Fray Mocho “He visto un ladrón que a fuerza de leer se ha hecho un
leguleyo; tiene toda la exterioridad de un hombre de educación esmerada, se
expresa correctamente y no deja traslucir que, diez años atrás, era un compadrito que
escupía por el colmillo y se quebraba hasta barrer el suelo con la
oreja”. (Cuentos con Policías, Ed. Sur, Buenos Aires, 1962, p. 82).
En la quebrada, “El negro criollo
rioplatense tiene su especial característica para caminar: visto de atrás
recuerda el tranco con flexiones de un felino que va al paso, tranquilo y
confiado, tranco que simula cansancio y que fácilmente se transforma en
movimientos rápidos”… Vicente Rossi, ib. pág. 116). Héctor Sáenz y Quesada
refiere que “la quebrada es como un andar sobre huevos, que un
siglo antes (en el XVIII) se llamaba ‘de currutaco’, ‘de petimetre’ o, mejor
“de pisa verde’.
Las “quebradas” son contorsiones
aparatosas en el baile; Segovia explica que quebrarse es hacer
quiebros al bailar o caminar.
Compadrito
Borges consideraba que para los gauchos, la
guerra “es un juego de hombría”de modo que poco o nada tiene que ver con la
patria. Y hablando de los gauchos escribe en “El Desafío” (correspondiente
al capítulo Evaristo Carriego): “Tendríamos, pues, a hombres de pobrísima
vida, a gauchos y orilleros de las regiones ribereñas del Plata y del Paraná,
creando, sin saberlo, una religión, con su mitología y sus mártires, la dura y
ciega religión del coraje, de estar listo a matar y a morir. Esa religión es
vieja como el mundo, pero habría sido redescubierta, y vivida, en estas
repúblicas, por pastores, matarifes, troperos, prófugos y rufianes”. (Jorge
Luis Borges, Obras Completas, Tomo I, Círculo de Lectores, 1992, pág. 193).
Un corte, una quebrada…
Porque el compadrito nace en el
suburbio, lugar de encuentro de los gauchos que se arriman a la ciudad y de los
arrabaleros alejados del centro de la misma, y se dedican a esas faenas
mencionadas por Borges. Emir Rodríguez Monegal compara el compadrito con
el tigre, símbolo habitual del escritor argentino, del que dice: “Como
representante de la violencia y de la valentía, el tigre es un símbolo parecido
al del compadrito. Por haber vivido siempre entre libros, Borges
siente una extraña atracción por el coraje y el valor”. Cualidades ambas
que atribuye tanto al tigre como al compadrito. (Carlos Cañeque, “Conversaciones
sobre Borges” pág. 42 y 43).
También Horacio Ferrer, en “El
Tango”, traza una semblanza del nuevo hombre enclavado en el límite de la
ciudad y la pampa, bajo el título de “El suburbio alimentado por los
gauchos”: “Un fenómeno de transmigración se confabuló –desde adentro- para dar
al caos humano de nuestras ciudades su definitivo aspecto: en tanto el campo
adquirió con el clavaje de alambradas su gran tono feudal, su habitante
trashumante y rebelde o lo que de él quedaba –si no se reclutó en el régimen
degradatorio del peonaje- se vio forzado a bajar a la ciudad.
El gaucho, estropeado por una circunstancia
que no entendía y despojado de su libertad, de sus bienes, de sus amores y su
pasado, se atrincheró en el irremediable presente, y toda la violencia de su
desarraigo vino a gotear, desde su soledad y su introspección, sobre los bordes
de la ciudad, el suburbio”.
Es decir que el compadrito fue el
plebeyo de las ciudades, de la marginalidad del suburbio. Pero en última
instancia “el compadrito” no es más que una degeneración del verdadero malevo
–como diría Silvina Bullrich- quien pone de manifiesto su desdén en el
tango que dice “Compadrito a la violeta / si te viera Juan Malevo / qué
calor te haría pasar”. Resumiendo: el “compadrito” es un tipo popular
jactancioso, provocativo y pendenciero, afectado en sus maneras y en su vestir.
Las figuras más representativas del compadrito
(y lo expreso en plural porque indudablemente hay –o había- más de una clase)
las encontramos reunidas en un cuento de Borges, “Hombre de la esquina
rosada”. Porque siempre nos imaginamos el proverbial valor de dos guapos
enfrentados con el cuchillo (como ocurre por ejemplo en “El
Ciruja”), pero en este caso tenemos uno apodado “El Pegador” (Rosendo
Juárez), admirado y temido por los que frecuentan su ambiente, pero del que
finalmente se descubre su cobardía, echada en cara por la misma mina a la
que protegía, “La Lujanera”, cuando dice “Dejalo a ése, que nos
hizo creer que era un hombre”; “El Pegador” resulta un compadrito de
circunstancias que se acobarda cuando lo enfrenta “el otro”, sinónimo del coraje;
es “El Corralero” (Francisco Real) que se dirige a “El Pegador”
provocándolo al decirle “estoy buscando un hombre”.
Aparentemente una provocación habitual antes
de enfrentarse a duelo con el cuchillo para dirimir quién es el más valiente.
Aquí nos encontramos con una paradoja de identidades, pues resultan dos
personajes con actitudes antagónicos pese a frecuentar los mismos lugares,
emplear un lenguaje común y utilizar la misma arma, el cuchillo.
Pero aparece un tercer personaje, innominado,
que es el narrador y que viene a representar a ese compadrito que albergan en
el fondo de sus sentimientos los que frecuentan ambientes turbios, que se arma
de coraje para esperar afuera a “El Corralero” y herirlo de muerte…
ganando así la admiración de “La Lujanera”, mina que entrega su
corazón (mejor dicho su cuerpo) al varón con el que se siente protegida. Y un
cuarto personaje que sería un compadrito potencial, es el mismo Borges, al que
el compadrito narrador cuenta la historia como si perteneciese a su mismo ambiente.
Un compadrito es el que aparece en
los versos de una poeta de Trelew (Chubut), Clotilde María Soriani Tinnirello,
que tuvo la amabilidad de enviarme para publicar:
Allá … Por el 1910
(De cuando nació el sucesor del compadre: «El Compadrito»)Yo siento que el tango tiene
una calandria en la voz,
que trina al compás del fueye
cuando lo bailo con vos.
Entre arabescos los sueños
retuercen una ilusión,
y estiran suspiros hondos
adentro del bandoneón.
La noche se pavonea
porque presiente el amor,
y la cadencia del ritmo
nos entrelaza a los dos.
Con el ocho y la corrida,
una vuelta, una sentada,
yo te abanico en los giros,
aflojando en la quebrada.
Después de la media luna
el paso atrás taconeo,
pa’ que no pienses mi vida,
que el compadrito es un reo.
Un bailarín de mi talla,
sabe cómo enamorar,
y no se achica en el paso,
cuando tiene que ranear.
Entre arabescos los sueños
retuercen una ilusión,
y estiran suspiros hondos
adentro del bandoneón.
Situándonos en 1883, los compadritos de
Buenos Aires habían entrecortado el ritmo de la milonga, adecuándole, por
burla, una coreografía candombera. Así lo asegura Ventura Linch en el “Cancionero
bonaerense” cuando dice: “la milonga solo la bailan los compadritos
de la ciudad, quienes la han creado como una burla a los bailes que dan los
negros en sus sitios (“Morenada”, José Luis Lanuza, Emecé Editores,
1946, pág. 194).
Decía Martínez Estrada que “Hacia el oeste y
el sur, quedaba la Pampa sin vencer; no se la desalojó al edificar, quedó agazapada.
Quedó allí el compadre de pañuelo y cuchillo que un buen día se juzgó ciudadano
de la urbe, quiso entrar en derecho de esa ciudadanía y se afirmó como ente de
la frontera. La Pampa era irremediablemente invadida, pero el hombre de la
Pampa quedó irremediablemente apresado entre la expansión de la ciudad y la
resistencia del campo.” (“Radiografía de La Pampa”, de Ezequiel
Martínez Estrada).
EL COMPADRE (por FERNÁN SILVA VALDÉS –
1924)
Era el nieto del gaucho; heredaba de aquél /
la golilla y el puñal; al enfrentarse a otro le crecía el instinto, /de
barajar.
Y entonces, / con un brazo en la guardia y
otro en el ataque jugaban a marcarse la cara, / en tanto los cuchillos,
aunque era de broma, / estaban siempre prontos a saltar de la vaina.
Vestía pantalón a la francesa / con un vivo
negro; / zapatos de taco alto, anillo en el meñique, / sombrero requintado
y pañuelito al cuello.
No era muy pulido en el vestir, / pero hasta
el más fulero / ponía gran cuidado en atarse el pañuelo / y en redondear los
bollos de su sombrero.
Era el nieto del gaucho: heredaba de aquél /
el puñal y la
golilla; si
no era capaz de jinetear un potro, / era muy de a caballo para las chinas.
Como a los machos de todas las épocas, / le
gustaba la timba, el vino y las hembras; bailando con quebrada fue precursor
del tango / en la edad del percal y de las academias.
Bailando: / cuidadito con mirarle la hembra;
hasta hoy se percibe en nuestros cabarets / aquél aire solemne de tragedia.
Bailando: / cuidadito con rozarle una hilacha;
hacía amanecer antes de hora / el chispear de las dagas.
El
Compadrito por Ranquel Lonquimay
Colofón:
Aunque suelen utilizarse unívocamente,
inclusive para el título de alguna poesía como la de Silva Valdés, no es lo
mismo “compadrito” que “compadre”, ya que el primero alude
a un prototipo de personaje, mientras que el término compadre es
peyorativo y suplanta en cierto modo –o tiene el mismo significado que-
hermano, cuñado… tratamiento familiar equivalente a camarada o amigo.
Un autor reconocido por sus inquietudes
sociales fue Roberto Arlt. Esa inquietud implicaba el reconocimiento de los
orilleros, de los compadritos, como sujetos desfavorecidos a los que había que
ayudar. Mencionaba como “inútiles” a algunos de los autores argentinos más
conocidos de la década de 1920; porque “utilidad” es para Arlt, en sus “Aguafuertes”,
un sentido de identificación con el proletariado. Las obras “útiles” no tienen
que ser necesariamente obras de tesis, pero sí deben poner de manifiesto la
tentativa por parte del autor de acercarse al mundo de los no privilegiados.
Así, considera autores “inútiles” a los que carecen de conciencia social, los
frívolos.
Aparte de los autores y libros mencionados en
el texto, son recomendables: Para tipología del argentino, un excelente libro
que realiza un desmenuzado análisis de estratos sociales, tenemos el de Arturo
Jauretche, “El medio pelo en la sociedad argentina” y “Las
Aguafuertes Porteñas”, de Roberto Arlt. Para la raíz y evolución del
idioma nacional, tenemos dos fantásticos Libros: “El idioma de los
argentinos” de Jorge Luis Borges; y “El idioma nacional de los
argentinos” de Lucien Abeille.
*fitango: (fitongo) un poco borracho
CÉSAR
J. TAMBORINI DUCA, León, España
MIEMBRO
HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
No hay comentarios:
Publicar un comentario