NO ME RINDO
Su soledad era acompañada por el frío del invierno apenas
anunciado por la hojarasca apenas seca, un poco húmeda, dispersa sobre los
adoquines de la calle vacía. Oleaje tras oleaje, nubes marrones van tapando,
casi a sorbos, la Luna Llena que brilla en el cenit de su casa, igualmente
solitaria y tan fría como la noche, como el cemento, como los adoquines, como
la sensación que parecen estar sintiendo los árboles desnudos.
Recordó el comienzo de aquella pesadilla; hacia el inicio
del otoño, cuando – con nuevas y desconocidas energías – había llegado desde la
calurosa Quebrada de Humahuaca acompañado por un sinfín de proyectos tal vez ya
moribundos o, al menos, agonizantes, como estaba él, ahora, sin encontrar una
buena razón a la vida, no observando un sólo motivo suficiente como para
suponer que conviene vivir; concentrado en cuál de todas era la forma más
indicada para terminar con la agonía de la existencia.
El calor dejó paso a estos días fríos, la arboleda cambió
de tintas, como un pintor que decide dejar atrás una etapa en su creatividad;
entonces, otros elementos, sutiles, pequeñeces, detalles, estuvieron siendo
trastocados, por esos duendecillos que no llegó a suponer que existieran;
aunque, claro, creyó en ellos sin tener en cuenta – realmente – sobre qué le
estaban hablando.
Era el pacto firmado con Satán.
La tibieza del hogar
encendido, un amplio sillón donde reclinarse copa de whisky en mano, la
seguridad de la piel de leopardo extendida en el lustroso piso de ladrillos
edificado hace dos siglos. Todo en penumbras. Los grandes cuadros sospechados
entre la claridad mínima y el cortinado del ventanal abierto todo como si fuera
un moderno plasma, o mejor, la pantalla del biógrafo como gustaba llamarlo su
tío abuelo; ilustrando escenas de la contienda entre el viento, las nubes y la
Luna.
- Pensar que una vez quise
dedicarme a escribir poemas y obtener el dinero cotidiano con eso; qué iluso...
¡Con poemas! Cómo no fueran poemas hechos en billetes de cien dólares… ¿quién
habría de pagarlos?
Más destrozado que antes
se detuvo en qué pensarían los antiguos compañeros de búsquedas si lo vieran a
punto de concluir la alargada agonía de años triunfando en el vacío.
Algo lo llevó más lejos de los caminos habituales, por
sendas desconocidas para otros, por parajes intransitables, intrincados,
anegadizos, boscosos, desérticos, atravesando cenagales y cementerios, viendo
como el Sol secaba los esqueletos de quienes antes habían intentado la travesía
de “los locos.”
Desestimó la idea: “No
me rindo” se dijo a sí mismo sin distraer el silencio, y arrancó la
alfombra.
©ANTONIO LAS HERAS, poeta y escritor argentino
MIEMBRO ASESOR DE ASOLAPO
ARGENTINA
Enigmatico como un Poe...sutil como un Borges...Misterio
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