En mi casa, 30 / 6 / 1985, con Yoyi Kanematz, Edmundo Rivero y Jorge Casal
EDMUNDO RIVERO
(8 / VI / 1911 – 18 / I / 1986)
Y si hablamos del cantor, fácil me es ahora sintetizar en pocas líneas el
valor de su obra, con sólo recordar que la verdadera clave de su vida ha sido
siempre la de una auténtica vocación. Una vocación de amor hacia la
música y el canto. Y para felicidad
de todos nosotros, de un canto que ya nos pertenece por habernos ganado el
corazón.
Su sobriedad, el pudor con que
manejó siempre su vida, el rigor casi místico que le impuso a su carrera,
bastarían para darnos el perfil de un hombre en el que hasta sus silencios eran
elocuentes.
La voz, como el poema, no sólo
transmite palabras y sonidos sino que, también, es generadora de emociones. Y eso es lo que lograba Edmundo
Rivero con su canto.
Fue Cantor Nacional. Por encima del
género que abordara, él era un artista notable; tenía la valoración exacta de
sus gestos, de las inflexiones de su voz.
Como
intérprete, su forma de traducir los matices expresivos de las letras fue un
rasgo que lo caracterizó. “Me importa interpretar los textos”,
decía, y esta afirmación implicaba que su arte no sólo consistía en cantar un
texto sino en darle a cada una de las palabras un sentido cabal, ligando
íntimamente la expresividad del lenguaje y la del sonido. No por nada varios
poetas han escrito temas especialmente para él; entre otros, Homero Manzi y
Discépolo: “Sur”, “El último organito”, “Che, bandoneón”, el primero, y
“Cafetín de Buenos Aires” y “Fangal”, el segundo.
Su
figura tuvo gran influencia en el tango, tanto con respecto al canto como a las
letras, pues no sólo le abrió el camino a bajos y barítonos con tendencia a
bajos, sino que también propició una identificación de la literatura tanguera
con sus fuentes y sus cauces auténticos.
La voz de Rivero ha sido -y gracias
a la magia del disco sigue siendo- la voz grave de un hombre sano, la gruesa
voz de un fino espíritu, la voz de alguien que noche tras noche, en el “Viejo
Almacén”, y sin dejar de emocionarnos, se podía dar el lujo de cantar “Sur”
mirando hacia el Oeste.
De cantar “Sur”… ¡Como ninguno!
©LUIS ALPOSTA, poeta
y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE
ASOLAPO ARGENTINA
Escuchémosle
cantar “Amigos que yo quiero” -
tango de Hugo Gutiérrez
No hay comentarios:
Publicar un comentario