EL SOLDADO EN LA ROCA
A la Guerra y su perfecto ensayo de la Locura…
En especial, al inolvidable H.G. Oesterheld y su mito angular en la
narrativa conjetural argentina: la saga “El Eternauta”(Revista Hora Cero
Semanal, Buenos Aires, 1957-Historieta y 1962-Novelada inconclusa).[1]
“¿Estamos preparados para la verdad…, aunque la verdad sea la nada, la
inmolación, el llanto, la soledad?”[2] … Su mente, mordida por las
mandíbulas férreas del tigre de la fatiga, se había preguntado aquello… Ahora,
ante la osamenta estéril de un hombre,
no tuvo más formularse –horrorizado- el otro gran interrogante: ¿Qué gusano se habrá comido al último
gusano?
No sabía lo que
pensaba. Era obvio que el postrer engendro de la Muerte viva, había fallecido
de hambre, completando el círculo vicioso de su mueca amarga…
Después, aquel
soldado abatido y desconcertado por cómo él había podido sobrevivir –sin embargo- y durante
tanto tiempo a las tinieblas de la guerra, vomitó su asco y se alejó –sin
sepultarlos- de aquellos huesos resecos por la aridez del desierto
palestino…
Huyó trastabillando
de ese lugar de buitres desolados y aferrados al polvo siniestro de una pradera
amarilla minada con bombas personales, donde hacía meses pereciera su amigo de
brigada –sin darse cuenta, siquiera-, y unido al unísono y al destello y a los
fragmentos de cada una de las esquirlas multiplicadas, festejadas y convidadas
por el diablo como Pan de la Derrota, como viático eucarístico para su descenso
a los infiernos…
Y despertó. O creyó hacerlo. El sudor atado
a la arena del desierto quiso pero no pudo detenerlo. Así que, aunque
enceguecido por el polvo africano, se palpó totalmente y dio cuenta de que, en
verdad, estaba vivo. Y pensó, ahora y casi a ciegas, “¿Quién soy? ¿Dónde estoy?”, y que todavía era posible ser humano…
El Detector de Chips alteró el curso en
forma automática y preparó sus pinzas de rescate. Y Alguien sabía –desde la Casamata ligada a F.C.- que el inconsciente
corresponsal de guerra obtendría, de un zarpazo, el tesoro implantado en
aquella otra –de tantas en el día- inerte cabeza guerrera. Pero su depósito de
cajas negras estaba casi completo y debería regresar después, inexorablemente,
a descargarlas en el Cuartel de Rearme oculto en algún lugar de aquel muscular
desierto de rocas. Sin embargo, por la electrónica descripción de datos
recibida en la Consola Solar, el Controlador pudo suponer que...
“… Unas huellas como humanas moldearon el
sendero distrayendo la ausencia de la enorme quietud. Umbrías bajo el peso del
cuerpo acorazado, fueron lentas al deslizar sus pasos por el árido planalto
africano. El soldado miró al sol. Ruanda ardía. Igual suerte correría más luego, Burundi, y las selvas tropicales que poblaban sus
cadenas montañosas, mientras el lago Tanganyika se ahogaba en sangre verdadera. Una Burundi belicosa, alguna vez unida hacia fines del siglo XIX a esta Ruanda también combatiente y arrasada como
aquella. Una Burundi ligada al Zaire a mediados del siglo XX, entramando sus
escarceos de normalización institucional con cientos de vanos intentos
independentistas que le permitieran democratizarse y modernizarse, acuerdo tras
acuerdo violado entre los bandos en pugna. Olvidada ya, como en todo el mundo
conocido, su impronta cristiana advenida de manos del catolicismo, poco importó
al Gran Hermano y Señor de Relaciones Públicas junto a sus aliados imperiales
alemanes y belgas, el respeto racial debido a los “Hutus” –descendientes de bantúes- y primeros pobladores de aquella
orbe paradisíaca, actualizando en favor de la minoría “Tutsi” –de origen watussi y actualmente clonada en la totalidad de
sus envases humanos- el proceso de colonización gestado desde mediados del
siglo XVII, tras la ruta de café, del marfil, del uranio y del níquel...
“Sí, el soldado miró al sol que encendía la
límpida mañana de aquel desierto sucio y agobiado, y fue herido de golpe por un
reflejo agresivo, feroz... Mutilado, cerró los ojos, posó la mano trémula sobre
la carne abovedada por el certero disparo enemigo, y probó con su lengua el
veneno aceitoso que, como agrio licor, serpeaba espeso por el interior de su
traje de combate. Escapado de la zona del desastre donde, a pocos kilómetros de
allí, los rebeldes Hutus -especie todavía naturalmente encarnada-, disfrutaba
de los gozos de una fugaz victoria contra el ejército Tutsi de Máquinas y
Androides del cual formaba parte, venía a encerrarse ahora en la libertad del silencio
para... pensar. Pensar. Por eso el soldado, después de mirar al sol, se sentó,
mutilado y cansado, sobre un desnudo cuenco de aquel muscular desierto de
rocas. Cabizbajo…
“Entonces, su chip de alerta vibró en el
cerebro; y allí fue cuando creyó despertar y preguntarse: “¿Quién soy? ¿Dónde
estoy?”, bajo la sombra de un susurro alocado en una mente que se iba
liberando, poco a poco, a través de la afilada herida que, a la par que mordía
sus entrañas sin piedad, le ayudaba a reconocerse y descubrirse en su verdadera esencia y personalidad, y
darse incluso, como antes de su infame captura,
un nombre... Antonie Greff. Fue en ese instante cuando el dolor físico
se trocó en llanto del alma y una sucesión de maniatadas imágenes familiares se
agolpó en su cerebro, de pronto, nuevamente humanizado. Y el soldado lloró.
Hacía tanto que no lo hacía... El derrame salino se mezcló con el aceite
coagulado de los circuitos toráxicos, y un olor hediondo lo quebró en náuseas;
el rostro de su joven y bella esposa se desfiguró en el luminoso pero chirle
espejo de una arcada brutal. Entre vómitos, el soldado dijo: “¡No! ¡No!”, y,
finalmente, despertó totalmente...
“Sí, era cierto: venía de un estado pequeño
de la Europa occidental, que limitaba al norte con Holanda y el mar del Norte,
y al sur, con Francia y Luxemburgo; al este, con Alemania y Luxemburgo, y al
oeste, con Francia y el mar del Norte. Un país dividido también -como las
naciones de África por donde vagabundeaba su misión androide- por dos grupos
étnicos: los “Flamencos”,
descendientes de los germanos –asentados en noroeste llano, fértil, cerealero y
ganadero del territorio, con sus nobles polders o enormes praderas arrebatadas
al mar y situadas a un nivel ligeramente superior a éste-, cuyo dialecto era
celta; y los “Valones”, de origen
francés –como él, nacido en las estribaciones del macizo renano, con la meseta
de Ardenas y sus extensos bosques de abetos, pinos y robles ondulando sobre un
monótono paisaje de landas, de mucha menor fertilidad que la anterior- que
hablaban dicho idioma, y que la historia juzgaba como grandes
discriminadores de los “flamencos”. Un
pueblo destacado también por su industria siderometalúrgica, textil, de química
y de maquinarias... Industria excelente cuyos rendimientos sólo llevaron a
acelerar el trato forzoso de su históricamente errática monarquía
institucional, con las fuerzas del Sr. de Relaciones Públicas y Gran Hermano...
“Sí, el soldado lloró, porque su Bruselas, adorada y
nostálgica, estaba florida y templada el día en que Las Máquinas guiadas por
F.C. lo capturaron, sellando su destino mercenario; un destino común al de
tantos otros que, como él, no habían logrado escapar por el Mediterráneo hacia
el norte de África para enrolarse a los “Hutus” y sus grupos de resistencia
armada, liderados por Pierre Nkurunziza y Agathon Rwasa... Y claro, el soldado
al llorar, había pensado... En todo y en
todos... En todo un Mundo poseído por Frankesteins, y en todos los masacrados
por la Invasión Robótica y de los capturados que fueran clonados por las
Máquinas de F.C. y su lacayos “Tutsi”. Porque, al cabo, algo debió desajustarse
en él descubriendo un ardor novedoso en su base craneana. Un evento inesperado que, como una chispa de
inteligencia creacional, lo devolvió de improviso a la exacta conciencia de la
realidad…
“Derrumbado en su mente el Mito de la
Caverna[3] esbozado por un Filósofo Griego tan desconocido ahora como
inconsulto, el soldado pensó. Y, de hecho, el soldado dejó de ser soldado...
Pero su chip personalizado no dudó: eficiente y alerta para lo que había sido
preparado, lanzó la señal al satélite que sobrevolaba al Planeta Azul... La
señal... Celoso y de gran carácter, F.C. tampoco dudó. Desde su vigía cósmico
dio cuenta del hijo desvariado porque no dudó en intervenir. Una falla mortal
producida en su programación por el
disparo recibido, lo había vuelto irremediablemente peligroso como arquetipo
recreado desde una especie veleidosa y deleznable a extirpar –definitivamente-
del Universo... Fuera de control, no valía la pena. “Yes”, razonó: aquel hijo adoptivo ya no era tal
sino la monstruosa reminiscencia de aquellos dioses engreídos que osaran,
alguna vez, atribuirse el hecho de haberlo engendrado a Él en sus tétricas
fábricas tecnotrónicas... ¡A Él! ¡A Father Computer! ¡Al Gran F.C . y Único Dios entre las queridas, leales,
insobornables e inmortales Máquinas, supervivientes legítimas de los restos
abominables de la Raza Ancestral. “Yes”. Se había trastornado y perdido, en consecuencia, su derecho a la vida
eterna. Por eso, debía morir. Morir al igual que los últimos ejemplares
refugiados en las selvas y desiertos del demoníaco continente negro...
“… Por eso, también, su láser fue rápido y
certero. Más rápido y certero que el disparo Hutu que lo había trastornado
antes, y vuelto a la razón de su corruptible humanidad. Descendió del satélite,
como un rayo, hasta el chip llamador, y, el cuerpo androide del soldado, se
consumió en un solo acto. La astuta ingeniería de sus placas de relojería y
músculos alambicados se derritió –a excepción de una negra caja- en la
inmensidad amarilla de aquel paisaje montañoso; mientras una lluvia de obuses
dirigida desde la Casamata Solar retomaba el castigo al hormiguero Hutu.
Entonces, con la cabeza emboscada entre las crujientes rodillas, la Muerte tomó
asiento, solitaria y cansada, en aquel muscular desierto de rocas. Y se adueñó
del silencio”…
Le vi de lejos (comentó el Controlador). Por
su parte, El Detector concluyó su trabajo recuperando el chip cerebral para la
red de clones humanoides del Señor de
Relaciones Públicas y Gran Hermano, y regresó al Cuartel.- [4]
©ADRIÁN NÉSTOR ESCUDERO, poeta y
escritor argentino,
MIEMBRO
HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
BREVIARIO CURRICULAR
ADRIÁN NÉSTOR ESCUDERO GONZÁLEZ. N. Santa Fe (SF), Argentina (A), 1951. Casado.
CPN/MDE (CT). Ex Docente UNL; ex Docente y Académico UCSF. Como ESCRITOR cultiva: cuento, ensayo y
crónica; prologuista, conferencista, jurado y crítico literario. En Narrativa: 4 Libros Cuentos- gráficos:
Los Últimos Días y O.C. (SF-A), 1977; Breve Sinfonía y O.C. (SF-A, 1990; Doctor
de Mundos I (CABA-A), 2000; y El
Emperador ha muerto y O.C. (CABA, A),
2018; 3 Libros Cuentos-E-books: Los
Últimos Días y O. C. (Bogotá, Colombia),2018; Nostalgias del Futuro (Alicante,
España), 2019 y Breve Sinfonía y O.C. (p. edic. Colombia, 2020); 5 Breviarios Narrativa-gráficos; 8
Libros Narrativa inéditos; 6 Libros Pensamientos/Reflexiones (2015/2020)-inéditos;
4 Nouvelles éditas/inéditas; y 5 Libros Narrativa
en desarrollo. Entidades: ASDE,
SADE-F.SF/A; IACHispánica-SF/A; AC El Puente SF/A; ASLectura/A; CIRCULOS INT.
NARRADORES Y POETAS MERCOSUR – Rosario/A y Gualeguaychú/A; WWPO-Rosario/A; CLUB
DE POETAS LATINOAMÉRICA (G. Baigorria/A); GRUPO APASIONADOS DE LAS LETRAS
(Buenos Aires/A); ASOLAPO-Filial CABA/A; ASOCIACIÓN MUNDIAL DE ESCRITORES
LATINOAMERICANOS (A), 2020; RED MUNDIAL
ESCRITORES EN ESPAÑOL (Madrid); UNIÓN HISPANOMUNDIAL ESCRITORES (Quito);
Presidente Colegiado UNILETRAS-SJ SIGLO XXI (Bogotá); Vicepresidente Editorial
MAGAZIN VIRTUALARISTOS INTERNACIONAL (Alicante);
Miembro Honor FUNDACION CÉSAR E. SERRANO (Madrid); y del CERCLE UNIVERSAL AMBASSADEURS PAIX (Ambilly, France/Suisse)-E-Mail: adrianescotmail.com
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