De políticos y sus politiquerías
¡Qué desencanto brutal!
¡Qué ganas de echarse en el suelo y ponerse
a llorar!...
Y lo que más bronca me da es haber sido tan
gil…
de letras de tango de don Enrique
Santos Discépolo
Cuando
vivo en Madrid me alojo en el histórico Barrio de las Letras y suelo
encontrarme con amigos en el histórico café Gijón del Paseo de Recoletos. Para
llegar, atravieso por una calle que está ubicada detrás del Palacio de las
Cortes y antes de llegar a Gran Vía, paso por la casa donde vivió don José
Martínez Ruiz, que perdura en la memoria bajo el pseudónimo de Azorín. Entre
1907 y 1919 este ilustre español fue cinco veces diputado y llegó a ocupar el
cargo de subsecretario de Instrucción Pública. Pero era esencialmente escritor
y periodista. Tenía ya una larga trayectoria en la prensa madrileña cuando se
incorporó a La Vanguardia como crítico literario. Azorín
escribió durante años en ese rotativo y no es de extrañar que tan conspicuo
representante de la cultura castellana publicara en las páginas de un diario de
Barcelona, que fue la capital donde se impulsó y se dio a conocer la célebre
“generación del 98” a la que él honró. Su producción literaria se divide
fundamentalmente en dos grandes apartados: ensayo y novela. También escribió
algunas obras teatrales, experimentales y de escaso éxito. Su forma de
escribir, muy particular, se caracteriza por el impresionismo descriptivo, por
el uso de una frase corta y de sintaxis simple, por el menudeo de un léxico
castizo y por las series de dos adjetivos unidos por una coma. Entre sus
técnicas literarias más innovadoras está el uso, a la manera de Virginia Woolf,
de personajes que viven al mismo tiempo en varias épocas de la historia, como
Don Juan o Inés, fundiendo a la vez mito y eterno retorno. Allí está el ensayista
que dedicó especial atención a dos temas esenciales, la situación española
donde observa el mismo proceso evolutivo que marcó a toda “la generación del
98” al examinar aspectos concretos de la realidad española y los graves
problemas de su época.
Entre
esas meditaciones de Azorín hay un breve volumen que se titula El
político, donde juzga el comportamiento de esta especie tan cuestionada en
nuestro tiempo, y a la que él perteneció y conoce como la palma de su mano. En
esas contundentes páginas se aconseja con una nobleza no exenta de picardía
cómo debe proceder y actuar un político; juzgando a la vez a la política como
“un juego sucio entre matones” (así la califica sin eufemismos). Tampoco
escasean las tomaduras de pelo con ecos de Maquiavelo, Quevedo, Baltasar
Gracián, Castiglione y Saavedra Fajardo.
Mientras
me deleito releyendo este libro, aquí en Buenos Aires, seguimos en cuarentena.
Afuera llueve y la melancolía que el encierro provoca, crece y se agranda como
una forma de desconsuelo. Poca gente en las calles. Casi vacías. Uno que otro
micro o automóvil que se desliza con comodidad y parece, como en un relato de
Kafka, venir de ningún lado y viajar hacia ninguna parte. Todo lo fantasmal del
ambiente parece sacado de una novela de Ciencia-ficción de Ray Bradbury, Isac
Asimov o Philip K. Dick. Para sobrellevar el encierro, de esta prisión
domiciliaria uno inventa ceremonias de interior. Quizá en algunas casas se
juega a las cartas o se hacen solitarios con viejas barajas, se tejen y
destejen crucigramas y, los que tienen espacio suficiente, hacen gimnasia,
caminan o trotan de una punta a la otra del living o emulan un recorrido en una
bicicleta fija que durante el pedaleo suma expeditivos kilómetros. Quizá la
mayoría mira televisión; otros, sin duda los menos leen, o releen libros. El
Facebook y el WhatsApp también ayudan a conjurar la soledad y ver la
sonriente cara del amigo o el deseado parpadeo de la mujer amada da ánimos. No
queda otra salida que la ternura en mensajes de textos con cierres de provocativos emojis de
caritas lacrimosas de melancolía o exultantes señales que auguran un deseado
futuro. En fin, cualquier cosa para soportar el encierro. Menos mal, nos
decimos con un guiño, que existen estos medios modernos de comunicación, porque
si no qué sería de nosotros. Mejor no aventurar una respuesta.
Pero
empezamos hablando de la maldita política y de los políticos y al hacerlo, con
razón nos cambió el semblante. Sucede que la televisión nos informa que entre
nosotros han recibido un adelanto de 9.300 millones de pesos para cubrir gastos
inherentes a sus privilegios, y que uno de ellos, con el mayor descaro, ha
presentado un proyecto (vía internet, por supuesto, porque hace dos meses que
no ocupan sus sillas en el Congreso) en el que pide asistencia psicológica por
el desgate emocional que les provoca la pandemia. Claro, se la pasan trabajando
sin descanso. Y uno no puede creer que exista tanta indolencia cuando en plena
Segunda Guerra Mundial, aún bajo la amenaza de las bombas, los parlamentarios
no dejaban sus bancas vacías.
Por
aquellos días el mordaz Sir Winston Churchill conjeturaba que “el político
debía ser alguien capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y
el año que viene; y de explicar después por qué fue que no ocurrió lo que él
predijo”. Nikita Jrushchov, acaso definiéndose a sí mismo, fue más lejos e
ironizó que “los políticos son siempre lo mismo; prometen construir un
puente aunque no haya río”. Pero aún menos divertido que apocalíptico, fue
don Enrique Jardiel Poncela que afirmaba que “los políticos son como los
cines de barrio, primero te hacen entrar y después te cambian el programa”.
En
nuestro medio, la ciudadanía los padece de diversas maneras, y los acepta con
angustiante resignación pues son cada vez más farsantes y mediocres. Hoy para
ocupar un cargo político, como puede ser el de concejal, alcalde, diputado,
senador, ministro o presidente de un gobierno, no es necesario tener ningún
tipo de estudios ni una elevada cultura; sólo se requiere ser mayor de edad,
disfrutar de los derechos de sufragio activo y pasivo, así como no estar
inhabilitado para ejercer empleo o cargo público por sentencia judicial firme.
Es decir –y para simplificar- que puede ser cualquier hijo de vecino que con
cierta vocación de poder dedique sus horas a ese oficio dentro de este juego de
sociedad que es la política.
De
una u otra manera el ejercicio de la política se ha convertido en una jugosa
oferta, originando una gran demanda de participación hasta cierto punto
colectiva, aunque de intenciones cada vez más personales, por lo general
alejadas del bien común y sobre todo con una pésima actuación de sus
protagonistas, que en ciertos puntuales casos deriva en la condenable
corrupción. Entre estos protagonistas existen, por lo general, las complicidades
por encima de las lealtades y las transas suelen estar a la orden del día. Los
casos paradigmáticos nos horrorizan cada vez más cuando cobran evidencia
pública.
Obviamente
son momentos de reflexión o de ideas disparatadas, qué se yo…, acaso provocadas
por el encierro o el temor a la peste. La cuarentena se va transformando en una
especie de laberinto del que es difícil salir. Habría que empezar señalando dos
realidades que no son universales y se plantean siempre, de un modo
irreversible, porque son recurrentes y, en general, son como un noble amigo,
que algo nos advierte al oído. Se supone que en los momentos de gran estrés,
cuando predomina la incertidumbre, los funcionarios políticos que están al
frente de países en medio de una pandemia, mejoren su sentido común y se
vuelven más racionales y sus propuestas más estratégica. Pero suele suceder al
revés.
Sucede
que como somos seres humanos cuando actuamos con temor, nos volvemos más
primitivos, nos aferramos a nuestra caja de herramientas más arcaica como es la
de aplicar más impuestos; sin tener en cuenta que cuando la gente oye a los
políticos hablar de impuestos se aterra. Hay otra versión, que yo desmiento
rotundamente, y es que en las grandes crisis se suspende la política entendida
como "lucha por el poder". Y al parecer no es necesariamente lo que
sucede. Leeríamos probablemente mal la realidad si pensamos que hoy los
políticos han depuesto su competencia en la búsqueda o conservación del poder,
en aras de un objetivo más trascendente, como es, verbigracia, la solidaridad y
el desprendimiento individual para asistir al prójimo. Sin embargo, esto no
sucede aunque a uno le gustaría que así fuera. Pero no, la política sigue
siendo la política y los políticos los mismos, en los momentos de bonanza como
en los angustiantes y en cualquier circunstancia y lugar.
Cicerón
se quejaba de ellos en su tiempo, Unamuno y Orwell también. Entre la gente
sensata de nuestros días quién no. Borges en su demasiado famoso cuento “Utopía
de un hombre que está cansado”, reflexiona así ante el hombre del futuro:
“Según la tradición fueron cayendo gradualmente en desuso. Llamaban a
elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas,
ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los
acataba. La prensa dejó de publicar sus colaboraciones y sus efigies. Los
políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o
buenos curanderos. La realidad sin duda habrá sido más compleja que este
resumen”.
Es
así lo que nos toca en este reparto tan dramático. Un Trump, que aconseja beber
un sorbo de lavandina y un Bolsonaro que ha dicho muy suelto de cuerpo, ¡qué
quiere que le haga si la gente se muere; soy Mesias, pero no hago milagros!”.
Una gran tristeza y miedo como la misma peste nos dan los políticos
contemporáneos, más allá de cualquier ideología. Son mediocres y a veces
patéticos como los nombrados. Los hay honestos y sensatos, por supuesto, pero
son los menos. La señora Merkel de Alemania y la señora Jacinda Ardern de Nueva
Zelanda lamentablemente no se dan en nuestras tierras.
Por
el contrario aquí hay algunos todavía presos por corruptos; la mayoría sin la
debida condena, porque nuestra justicia es más lenta que una docena de
tortugasen carrera. Estos sujetos están en cárceles especiales, tienen buenas
camas y saborean apetecibles manjares, que una mayoría de pobres no tienen, y
algún día saldrán en libertad para disfrutar de los dólares que mandaron a los
paraísos fiscales.
Pero
ahora es más alarmante, la última noticia es que la mayoría de los presos
comunes de la Argentina, debido al Coronavirus, volverá a su casa con arresto
domiciliario. Estamos en la Argentina y algunos de los padrinos que se han
farreado el país ritornan al segno y, desde allí, probablemente participarán en
paneles de televisión escandalizando a muchos compatriotas; la mayoría, digamos
todos los argentinos estamos ahora como esos señores de la política y no falta
quien reclama hasta una fabulosa indemnización, que seguramente se la darán.
¡Pobre
patria, tener que soportar la peste en esta miserable condición! Tal vez no sea
aventurado afirmar que la decadencia nos arrasa igual que el Coronavirus. Acaso
este juicio puede llevar a la polémica y no a la certeza; digamos que sigue
siendo otro llamado de atención. ¿De qué sirve la libertad en manos de
mafiosos?
¿Más
que inversiones económicas hacen falta? Claro que sí. Pero para qué hacernos
ilusión si nadie con dos dedos de frente invierte en un país fundido y sin
leyes que los resguarden? Lo que necesitamos en especial es una gran inversión
moral. De ahora en más los políticos además de sus declaraciones juradas
deberían presentar una radiografía ética.
Sin
intención de ser abusivo, concluyo con un texto que arde en las redes
sociales y muestran la indignación de la gente que vive harta de la
suficiencia de estos privilegiados señores; de los que se salvan muy pocos.
Acaso contados en los dedos de dos manos. Lo reproduzco como cierre:
Señor Presidente y equipo de especialistas, les comunicamos que por
razones de fuerza mayor y a partir del día 10 de mayo, los ciudadanos
Argentinos retomaremos nuestros trabajos y actividades con los cuidados
sanitarios correspondientes, ya que necesitamos comer y alimentar nuestras
familias. Vienen gestionando muy mal esta crisis a pesar que según ustedes nos
cuidan como niños de lactancia. No queremos escuchar más infectólogos; queremos
escuchar también a economistas y matemáticos especialistas que comparen la
letalidad de este virus con otras numerosas causas de muerte y así terminar con
éste monopolio del virus y de cuarentena eterna que tanto daño nos hace. En una
sola cuadra del barrio de Flores no abrirán sus puertas once negocios, porque
se fundieron. Por consiguiente no requerimos más clases televisivas de cómo
cuidarnos la salud, lavarnos las manos, acomodarnos el barbijo para que no
arruinen el maquillaje o el peinado.
¡De todas maneras, muchas gracias por enseñarnos tales exquisiteces!
Pero, lo cierto es que un país más empobrecido trae numerosas consecuencias
directas a la salud de los ciudadanos casi irremediablemente. Por eso basta, no
queremos que nos maten en la calle por un celular. No es justo que no llegue el
plato de comida a todos los hogares en un país productor de alimentos que
alcanzan para alimentar a 400 mil seres humanos y, por culpa de ustedes, me
refiero a los políticos, a toda la corporación que desde hace más de cuatro
décadas nos gobiernan. Hay casi un 40 por ciento que habita bajo la línea de
pobreza. Exigimos acceder a un sistema de salud apropiado en relación a todos
los impuestos que venimos pagando. Y ojo, no sigan adelante con el publicitado
“impuesto a la riqueza”, que, sin duda, los alcanzará a ustedes en especial si
se blanquean las cuentas de los paraísos fiscales que es probable que en su
mayoría les pertenecen.
Como si esto fuera poco, ustedes, los privilegiados políticos hoy se
atreven a hacernos responsables de los contagios en nuestra población; o es que
acaso creen que los jubilados tienen la culpa de hacer largas colas para poder
cobrar un mendrugo que es una quinceava parte de lo que cobran ustedes o un
maestro de escuela. Por otro lado, hasta oímos decir a muchos de vuestra
corporación que los abnegados médicos tienen la culpa por no protegerse.
Enfrente de mi casa hay casi un centenar de gente que habita en la calle con
niños que no superan los diez años. Nadie controla los geriátricos. Ustedes,
los políticos son el organismo de control y el gobierno de la ciudad no le
brinda protección; expuestos al Coronavirus obviamente. Sí, ustedes son los
responsables. No miren para otro lado. Hagan su trabajo, señores, que para eso
cobran sueldos casi fabulosos estén en actividad o ya jubilados. A esto sumemos
a la Corporación Judicial que, con el visto bueno de ustedes dejarán a los delincuentes
en libertad, para que sigan cometiendo tropelías, tales como violaciones,
asaltos a mano armada y asesinatos. ¡Qué triste y pobre papel, qué mirada tan
insensible y miserable tienen ustedes y las demás corporaciones que los
asisten, y a la que se suman, también, la bancaria, que cobra el 49 por ciento
nominal al que no pudo completar el pago de una tarjeta de crédito. Otra buena
mandarina es la corporación sindical, beneficiarios de tantas trampas que hacen
a los pobres trabajadores, que con sus aportes los mantienen a ellos,
familiares que viajan por el mundo y clubes de fútbol!
Dejen de hablarle pavadas a la población. Aprendan a escuchar y hagan
que el personal de la salud, al que merecidamente aplaudimos desde nuestros
balcones no necesiten más aplausos. Simplemente páguenles lo que corresponde y
se merecen. No son héroes que van a morir a la guerra, sino persona como
ustedes que trabajan en serio. Ellos necesitan que el dinero que ustedes
recaudan de nuestros impuestos lo inviertan en los sistemas de salud y de
educación, y ustedes, la verdad, es que vienen reduciendo ese presupuesto y
esto, señores políticos es un genocidio, un verdadero genocidio de lesa
humanidad.
Ustedes se dedican a descuidar al pueblo, son especialistas en eso. Se
llenan la boca ablando de la niñez y los condenan al hambre, que conjuran
hipócritamente con comedores escolares. Vimos por la televisión como la
vice-presidenta de la Nación explicaba el sistema digital que sale más de mil
millones de pesos para intercomunicarse entre parlamentarios. Y hablan de no
saturar el sistema de salud. Nuestro sistema de salud está roto y tiene
falencias desde hace muchísimo años. Y la culpa no es de los ciudadanos que
trabajan y pagan sus impuestos. Son ustedes los que administran los fondos del
Estado y lo vienen haciendo muy mal y con beneficios propios, desde hace
muchísimos años en nuestra querida Argentina. Ustedes son el verdadero virus.
No subestimen al pueblo y por favor siempre recuerden que la historia revela
que somos grandes luchadores por nuestros derechos.
Atentamente los honorables ciudadanos Argentinos. Aún resignados, pero a
punto de revelarnos
©ROBERTO
ALIFANO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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