Bienvenidos

sábado, 13 de junio de 2020

De políticos y sus politiquerías, Roberto Alifano, Buenos Aires, Argentina

Roberto Alifano - Wikipedia, la enciclopedia libre

De políticos y sus politiquerías


¡Qué desencanto brutal!
¡Qué ganas de echarse en el suelo y ponerse a llorar!...
Y lo que más bronca me da es haber sido tan gil…
de letras de tango de don Enrique Santos Discépolo

Cuando vivo en Madrid me alojo en el histórico Barrio de las Letras y suelo encontrarme con amigos en el histórico café Gijón del Paseo de Recoletos. Para llegar, atravieso por una calle que está ubicada detrás del Palacio de las Cortes y antes de llegar a Gran Vía, paso por la casa donde vivió don José Martínez Ruiz, que perdura en la memoria bajo el pseudónimo de Azorín. Entre 1907 y 1919 este ilustre español fue cinco veces diputado y llegó a ocupar el cargo de subsecretario de Instrucción Pública. Pero era esencialmente escritor y periodista. Tenía ya una larga trayectoria en la prensa madrileña cuando se incorporó a La Vanguardia como crítico literario. Azorín escribió durante años en ese rotativo y no es de extrañar que tan conspicuo representante de la cultura castellana publicara en las páginas de un diario de Barcelona, que fue la capital donde se impulsó y se dio a conocer la célebre “generación del 98” a la que él honró. Su producción literaria se divide fundamentalmente en dos grandes apartados: ensayo y novela. También escribió algunas obras teatrales, experimentales y de escaso éxito. Su forma de escribir, muy particular, se caracteriza por el impresionismo descriptivo, por el uso de una frase corta y de sintaxis simple, por el menudeo de un léxico castizo y por las series de dos adjetivos unidos por una coma. Entre sus técnicas literarias más innovadoras está el uso, a la manera de Virginia Woolf, de personajes que viven al mismo tiempo en varias épocas de la historia, como Don Juan o Inés, fundiendo a la vez mito y eterno retorno. Allí está el ensayista que dedicó especial atención a dos temas esenciales, la situación española donde observa el mismo proceso evolutivo que marcó a toda “la generación del 98” al examinar aspectos concretos de la realidad española y los graves problemas de su época.
Entre esas meditaciones de Azorín hay un breve volumen que se titula El político, donde juzga el comportamiento de esta especie tan cuestionada en nuestro tiempo, y a la que él perteneció y conoce como la palma de su mano. En esas contundentes páginas se aconseja con una nobleza no exenta de picardía cómo debe proceder y actuar un político; juzgando a la vez a la política como “un juego sucio entre matones” (así la califica sin eufemismos). Tampoco escasean las tomaduras de pelo con ecos de Maquiavelo, Quevedo, Baltasar Gracián, Castiglione y Saavedra Fajardo.
Mientras me deleito releyendo este libro, aquí en Buenos Aires, seguimos en cuarentena. Afuera llueve y la melancolía que el encierro provoca, crece y se agranda como una forma de desconsuelo. Poca gente en las calles. Casi vacías. Uno que otro micro o automóvil que se desliza con comodidad y parece, como en un relato de Kafka, venir de ningún lado y viajar hacia ninguna parte. Todo lo fantasmal del ambiente parece sacado de una novela de Ciencia-ficción de Ray Bradbury, Isac Asimov o Philip K. Dick. Para sobrellevar el encierro, de esta prisión domiciliaria uno inventa ceremonias de interior. Quizá en algunas casas se juega a las cartas o se hacen solitarios con viejas barajas, se tejen y destejen crucigramas y, los que tienen espacio suficiente, hacen gimnasia, caminan o trotan de una punta a la otra del living o emulan un recorrido en una bicicleta fija que durante el pedaleo suma expeditivos kilómetros. Quizá la mayoría mira televisión; otros, sin duda los menos leen, o releen libros. El Facebook y el WhatsApp también ayudan a conjurar la soledad y ver la sonriente cara del amigo o el deseado parpadeo de la mujer amada da ánimos. No queda otra salida que la ternura en mensajes de textos con cierres de provocativos emojis de caritas lacrimosas de melancolía o exultantes señales que auguran un deseado futuro. En fin, cualquier cosa para soportar el encierro. Menos mal, nos decimos con un guiño, que existen estos medios modernos de comunicación, porque si no qué sería de nosotros. Mejor no aventurar una respuesta.
Pero empezamos hablando de la maldita política y de los políticos y al hacerlo, con razón nos cambió el semblante. Sucede que la televisión nos informa que entre nosotros han recibido un adelanto de 9.300 millones de pesos para cubrir gastos inherentes a sus privilegios, y que uno de ellos, con el mayor descaro, ha presentado un proyecto (vía internet, por supuesto, porque hace dos meses que no ocupan sus sillas en el Congreso) en el que pide asistencia psicológica por el desgate emocional que les provoca la pandemia. Claro, se la pasan trabajando sin descanso. Y uno no puede creer que exista tanta indolencia cuando en plena Segunda Guerra Mundial, aún bajo la amenaza de las bombas, los parlamentarios no dejaban sus bancas vacías.
Por aquellos días el mordaz Sir Winston Churchill conjeturaba que “el político debía ser alguien capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene; y de explicar después por qué fue que no ocurrió lo que él predijo”. Nikita Jrushchov, acaso definiéndose a sí mismo, fue más lejos e ironizó que “los políticos son siempre lo mismo; prometen construir un puente aunque no haya río”. Pero aún menos divertido que apocalíptico, fue don Enrique Jardiel Poncela que afirmaba que “los políticos son como los cines de barrio, primero te hacen entrar y después te cambian el programa”.
En nuestro medio, la ciudadanía los padece de diversas maneras, y los acepta con angustiante resignación pues son cada vez más farsantes y mediocres. Hoy para ocupar un cargo político, como puede ser el de concejal, alcalde, diputado, senador, ministro o presidente de un gobierno, no es necesario tener ningún tipo de estudios ni una elevada cultura; sólo se requiere ser mayor de edad, disfrutar de los derechos de sufragio activo y pasivo, así como no estar inhabilitado para ejercer empleo o cargo público por sentencia judicial firme. Es decir –y para simplificar- que puede ser cualquier hijo de vecino que con cierta vocación de poder dedique sus horas a ese oficio dentro de este juego de sociedad que es la política.
De una u otra manera el ejercicio de la política se ha convertido en una jugosa oferta, originando una gran demanda de participación hasta cierto punto colectiva, aunque de intenciones cada vez más personales, por lo general alejadas del bien común y sobre todo con una pésima actuación de sus protagonistas, que en ciertos puntuales casos deriva en la condenable corrupción. Entre estos protagonistas existen, por lo general, las complicidades por encima de las lealtades y las transas suelen estar a la orden del día. Los casos paradigmáticos nos horrorizan cada vez más cuando cobran evidencia pública.
Obviamente son momentos de reflexión o de ideas disparatadas, qué se yo…, acaso provocadas por el encierro o el temor a la peste. La cuarentena se va transformando en una especie de laberinto del que es difícil salir. Habría que empezar señalando dos realidades que no son universales y se plantean siempre, de un modo irreversible, porque son recurrentes y, en general, son como un noble amigo, que algo nos advierte al oído. Se supone que en los momentos de gran estrés, cuando predomina la incertidumbre, los funcionarios políticos que están al frente de países en medio de una pandemia, mejoren su sentido común y se vuelven más racionales y sus propuestas más estratégica. Pero suele suceder al revés.
Sucede que como somos seres humanos cuando actuamos con temor, nos volvemos más primitivos, nos aferramos a nuestra caja de herramientas más arcaica como es la de aplicar más impuestos; sin tener en cuenta que cuando la gente oye a los políticos hablar de impuestos se aterra. Hay otra versión, que yo desmiento rotundamente, y es que en las grandes crisis se suspende la política entendida como "lucha por el poder". Y al parecer no es necesariamente lo que sucede. Leeríamos probablemente mal la realidad si pensamos que hoy los políticos han depuesto su competencia en la búsqueda o conservación del poder, en aras de un objetivo más trascendente, como es, verbigracia, la solidaridad y el desprendimiento individual para asistir al prójimo. Sin embargo, esto no sucede aunque a uno le gustaría que así fuera. Pero no, la política sigue siendo la política y los políticos los mismos, en los momentos de bonanza como en los angustiantes y en cualquier circunstancia y lugar.
Cicerón se quejaba de ellos en su tiempo, Unamuno y Orwell también. Entre la gente sensata de nuestros días quién no. Borges en su demasiado famoso cuento “Utopía de un hombre que está cansado”, reflexiona así ante el hombre del futuro: “Según la tradición fueron cayendo gradualmente en desuso. Llamaban a elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los acataba. La prensa dejó de publicar sus colaboraciones y sus efigies. Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos. La realidad sin duda habrá sido más compleja que este resumen”.
Es así lo que nos toca en este reparto tan dramático. Un Trump, que aconseja beber un sorbo de lavandina y un Bolsonaro que ha dicho muy suelto de cuerpo, ¡qué quiere que le haga si la gente se muere; soy Mesias, pero no hago milagros!”. Una gran tristeza y miedo como la misma peste nos dan los políticos contemporáneos, más allá de cualquier ideología. Son mediocres y a veces patéticos como los nombrados. Los hay honestos y sensatos, por supuesto, pero son los menos. La señora Merkel de Alemania y la señora Jacinda Ardern de Nueva Zelanda lamentablemente no se dan en nuestras tierras.
Por el contrario aquí hay algunos todavía presos por corruptos; la mayoría sin la debida condena, porque nuestra justicia es más lenta que una docena de tortugasen carrera. Estos sujetos están en cárceles especiales, tienen buenas camas y saborean apetecibles manjares, que una mayoría de pobres no tienen, y algún día saldrán en libertad para disfrutar de los dólares que mandaron a los paraísos fiscales.
Pero ahora es más alarmante, la última noticia es que la mayoría de los presos comunes de la Argentina, debido al Coronavirus, volverá a su casa con arresto domiciliario. Estamos en la Argentina y algunos de los padrinos que se han farreado el país ritornan al segno y, desde allí, probablemente participarán en paneles de televisión escandalizando a muchos compatriotas; la mayoría, digamos todos los argentinos estamos ahora como esos señores de la política y no falta quien reclama hasta una fabulosa indemnización, que seguramente se la darán.
¡Pobre patria, tener que soportar la peste en esta miserable condición! Tal vez no sea aventurado afirmar que la decadencia nos arrasa igual que el Coronavirus. Acaso este juicio puede llevar a la polémica y no a la certeza; digamos que sigue siendo otro llamado de atención. ¿De qué sirve la libertad en manos de mafiosos?
¿Más que inversiones económicas hacen falta? Claro que sí. Pero para qué hacernos ilusión si nadie con dos dedos de frente invierte en un país fundido y sin leyes que los resguarden? Lo que necesitamos en especial es una gran inversión moral. De ahora en más los políticos además de sus declaraciones juradas deberían presentar una radiografía ética.
Sin intención de ser abusivo, concluyo con un texto que arde en las redes sociales y muestran la indignación de la gente que vive harta de la suficiencia de estos privilegiados señores; de los que se salvan muy pocos. Acaso contados en los dedos de dos manos. Lo reproduzco como cierre:
Señor Presidente y equipo de especialistas, les comunicamos que por razones de fuerza mayor y a partir del día 10 de mayo, los ciudadanos Argentinos retomaremos nuestros trabajos y actividades con los cuidados sanitarios correspondientes, ya que necesitamos comer y alimentar nuestras familias. Vienen gestionando muy mal esta crisis a pesar que según ustedes nos cuidan como niños de lactancia. No queremos escuchar más infectólogos; queremos escuchar también a economistas y matemáticos especialistas que comparen la letalidad de este virus con otras numerosas causas de muerte y así terminar con éste monopolio del virus y de cuarentena eterna que tanto daño nos hace. En una sola cuadra del barrio de Flores no abrirán sus puertas once negocios, porque se fundieron. Por consiguiente no requerimos más clases televisivas de cómo cuidarnos la salud, lavarnos las manos, acomodarnos el barbijo para que no arruinen el maquillaje o el peinado.
¡De todas maneras, muchas gracias por enseñarnos tales exquisiteces! Pero, lo cierto es que un país más empobrecido trae numerosas consecuencias directas a la salud de los ciudadanos casi irremediablemente. Por eso basta, no queremos que nos maten en la calle por un celular. No es justo que no llegue el plato de comida a todos los hogares en un país productor de alimentos que alcanzan para alimentar a 400 mil seres humanos y, por culpa de ustedes, me refiero a los políticos, a toda la corporación que desde hace más de cuatro décadas nos gobiernan. Hay casi un 40 por ciento que habita bajo la línea de pobreza. Exigimos acceder a un sistema de salud apropiado en relación a todos los impuestos que venimos pagando. Y ojo, no sigan adelante con el publicitado “impuesto a la riqueza”, que, sin duda, los alcanzará a ustedes en especial si se blanquean las cuentas de los paraísos fiscales que es probable que en su mayoría les pertenecen.
Como si esto fuera poco, ustedes, los privilegiados políticos hoy se atreven a hacernos responsables de los contagios en nuestra población; o es que acaso creen que los jubilados tienen la culpa de hacer largas colas para poder cobrar un mendrugo que es una quinceava parte de lo que cobran ustedes o un maestro de escuela. Por otro lado, hasta oímos decir a muchos de vuestra corporación que los abnegados médicos tienen la culpa por no protegerse. Enfrente de mi casa hay casi un centenar de gente que habita en la calle con niños que no superan los diez años. Nadie controla los geriátricos. Ustedes, los políticos son el organismo de control y el gobierno de la ciudad no le brinda protección; expuestos al Coronavirus obviamente. Sí, ustedes son los responsables. No miren para otro lado. Hagan su trabajo, señores, que para eso cobran sueldos casi fabulosos estén en actividad o ya jubilados. A esto sumemos a la Corporación Judicial que, con el visto bueno de ustedes dejarán a los delincuentes en libertad, para que sigan cometiendo tropelías, tales como violaciones, asaltos a mano armada y asesinatos. ¡Qué triste y pobre papel, qué mirada tan insensible y miserable tienen ustedes y las demás corporaciones que los asisten, y a la que se suman, también, la bancaria, que cobra el 49 por ciento nominal al que no pudo completar el pago de una tarjeta de crédito. Otra buena mandarina es la corporación sindical, beneficiarios de tantas trampas que hacen a los pobres trabajadores, que con sus aportes los mantienen a ellos, familiares que viajan por el mundo y clubes de fútbol!
Dejen de hablarle pavadas a la población. Aprendan a escuchar y hagan que el personal de la salud, al que merecidamente aplaudimos desde nuestros balcones no necesiten más aplausos. Simplemente páguenles lo que corresponde y se merecen. No son héroes que van a morir a la guerra, sino persona como ustedes que trabajan en serio. Ellos necesitan que el dinero que ustedes recaudan de nuestros impuestos lo inviertan en los sistemas de salud y de educación, y ustedes, la verdad, es que vienen reduciendo ese presupuesto y esto, señores políticos es un genocidio, un verdadero genocidio de lesa humanidad.
Ustedes se dedican a descuidar al pueblo, son especialistas en eso. Se llenan la boca ablando de la niñez y los condenan al hambre, que conjuran hipócritamente con comedores escolares. Vimos por la televisión como la vice-presidenta de la Nación explicaba el sistema digital que sale más de mil millones de pesos para intercomunicarse entre parlamentarios. Y hablan de no saturar el sistema de salud. Nuestro sistema de salud está roto y tiene falencias desde hace muchísimo años. Y la culpa no es de los ciudadanos que trabajan y pagan sus impuestos. Son ustedes los que administran los fondos del Estado y lo vienen haciendo muy mal y con beneficios propios, desde hace muchísimos años en nuestra querida Argentina. Ustedes son el verdadero virus. No subestimen al pueblo y por favor siempre recuerden que la historia revela que somos grandes luchadores por nuestros derechos.
Atentamente los honorables ciudadanos Argentinos. Aún resignados, pero a punto de revelarnos

©ROBERTO ALIFANO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA




No hay comentarios:

Publicar un comentario