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ESCATOCRISIS TANATOLÓGICA
(Rumbo
a Córdoba 2019)
“…Llegóse él mismo
al palo, donde había
de ser la atroz
sentencia ejecutada ,
con un semblante
tal, que parecía
tener aquél
terrible trance en nada,
diciendo: ”Pues el
hado y suerte mía
Me tienen esta
muerte aparejada,
venga, que yo la
pido, yo la quiero,
que ningún mal hay
grande, si es postrero. (La Araucana-Alonso
de Ercilla)
Es gran torpeza pretender
que el idioma se mantenga quietecito por doscientos años.
En horas actuales ―si a
hilar fino vamos― el cambio es casi cotidiano. Los académicos de la lengua se
ven obligados ―rosarino y revisitado Congreso mediante― a colocar cada tanto el
caballo en su justo lugar, puesto que el carromato que avanza cargado de
sílabas, palabras, sintagmas, oraciones, giros y acentos varios acrecienta el
argot inercialmente y la esforzada jaca termina por detrás de aquello que
arrastra.
Ordenados los conceptos, vemos que han tomado
vida una cantidad considerable de términos que se encontraban en “erpiana”
clandestinidad, y ubicados perisodáctilo y carruaje en pudoroso sitio, se
hallan los honorables de la Academia de Letras de mejor guisa, discurriendo por
un nuevo período una bodega beoda de léxico oficializado a disposición de todos
(menos los políticos quienes no se dan por enterados y aposta hablan cada vez peor ante su ignorante
auditorio), donde se entremezclan como en botica lo nuevo y lo viejo, lo
renovado y lo perimido, lo malsano y lo saludable, lo armonioso y lo
indecoroso, y en fin, lo vivo y lo muerto. Así demos manos en echar a un
diccionario de última edición y apreciar lo cebado de su volumen.
Las palabras, escritas para ser leídas y
habladas para oírlas, en su constante progresión acaban por estigmatizar el
cerebro, fundir y confundir las almas. Thomas Carlyle dijo que “el alma del
progreso es el progreso del alma”, pero, ¿de cuáles? ¿Las vivas o las muertas?, ¿de estas en vida?, ¿de las vivas después
de la muerte?
Desalmado o no, el avance crece de manera tal
que se hace imposible evitar su constante crisis, y ésta atrápanos a todos sin
excepción. Crisis: hija dilecta del amor y la guerra, se halla presente desde
que marcha el mundo y, oscilando en el curso del tiempo nos empuja ―con grande
prodigalidad― al amor por la guerra y a su consecuencia inmediata: la guerra
por, con y en el amor. A poco nomás, surge un tétrico panorama: un descomunal
osario en torno del cual deambula un séquito de almas en pena. Sí: “bajo las
matas, en los pajonales, / sobre los puentes, en los canales…/ ¡hay
cadáveres!”. Sí, gran verdad ésta de Néstor Perlongher. Y grande razón y prueba
concluyente de que alguien estuvo vivo, aún sin saber si eso es vida. No se
duelen de esto los arqueólogos de esta hora quienes, en una con Schliemann, Mr.
Évans, Boucher de Perthes o los Leakey, y más activos que un quirquincho pampeano,
continúan a ritmo implacable con más exhumaciones en frenética carrera con las
diarias e impecables inhumaciones.
En este aguerrido aquelarre necrológico se
evidencian distintas modalidades que alimentan el Pritaneo de San La Muerte.
Cítense a modo de ejemplo ―por no aburrir al supersticioso lector― el caso de
unas vasijas de cerámica correspondientes a un pueblo pre-incaico, las que
fueron descubiertas estibadas como en un almacén de vituallas; en su interior
ni granos, ni telas, ni joyas, tampoco restos de vino, no…solo momias. Velada y
modesta respuesta a los auríferos y campeonísimos balsamizados egipcios por
todos conocidos. ¿Quién no oyó hablar de Tutankamón? Pero éstos sí dejaban sus
deudos pulcramente acecinados en graves sarcófagos y pletóricos de pitanzas
para el viaje postrero.
Los primitivos cristianos convivían con sus
muertos en las extensas y zigzagueantes galerías areneras de épocas paganas devenidas
en las célebres catacumbas romanas, emblema y salvavidas de sus fieles tras las
decenales y dioclecianas persecuciones. Corriendo de firme la edad de Cristo,
surgieron los camposantos aledaños a las iglesias junto con recordatorios y
celebraciones sibaríticas de cuerpo presente por parte de los deudos
supérstites, realizadas en el mismísimo altar del templo correspondiente. Y el
dos de noviembre, día de difuntos, vivos y muertos todos a una. Esta práctica
fue notable en la Edad Media, y trágica para Don Juan que en su convite a un
muerto cae bajo la guadaña de la Parca disfrazada de capitán Centellas.
En sitos apartados se enterraba en el fondo de
la heredad, costumbre ya perdida.
Los indios cobrizos del norte americano ―tal
vez con más equilibrio― reparten la cosa: pintan en sus tótems figuras de sus
ancestros y seres queridos, honrando así el espíritu, y a la inversa de otros
dejan el cuerpo a expensas de la rapiña.
En la India extra milenaria se instalaba una
pira funesta que se consumía incluso a la viuda del muerto. Lo peor es casarse:
“el matrimonio y la mortaja, del cielo bajan”, reza un antiguo refrán.
En la exuberante isla de Nueva Guinea, en la
tribu de los asaro, según relato de Louis Pawels, cuando mueren las mujeres las
entierran junto a restos de cerdo ―animal este sagrado para ellos―, sugerente
rito. Los varones cuando se sienten morir, anárquicamente desaparecen en la
selva.
Y de paso por oriente, los chinos. Antiguos en
sabiduría y número, tienen como emblema a la mítica princesa Turandot, cruel y
prolífica productora de cadáveres hasta que se topó con Calaf. Atesoran al
célebre hombre de Pekin (sinantropus pekinensis) que con quinientos mil años de
antigüedad rivaliza con el “australopitecus” y el “pitecantropus erectus”. A
la cabeza de las estadísticas mundiales en P.B.I., represas gigantescas, acumulación
de soja y venta al mundo de baratijas inservibles, ni siquiera aceptan ir de su
población en mengua: según el New York Times (27/03/10), los restos de un
sepulcro de unos cuatro mil años son motivo de controversia con los uigures,
pueblo de origen turco-europeo. Los profesores Li Jun e Hiu Zhow tienen en sus
manos a modo de rehén a la “Bella de Loulan” una momia hallada en el sitio, en
el desierto de Taklimaken en la región del Tibet. Al separatista Dalai Lama le
espera ardua tarea.
Los Incas, con sus particulares liturgias, son
los campeones de Machu-Pichu, mientras los Mayas con sus pirámides truncadas y
escalonadas ofrendando sacrificios insisten en que su dios Quetzalcoatl los
trajo desde el planeta Venus. Otros pueblos más modestos usan simples túmulos
de piedras y, en fin, los más con una sencilla fosa, todos sin excepción buscan
el modo de venerar el despojo para seguir viviendo a sus expensas.
Algunos heredan espíritu, otros su impronta, y
el resto ―salvo lo del Viejo Vizcacha― sus posesiones y dinerillos. El
utilitarismo actual transformó la costumbre en pingüe negocio; y allá se van
los difuntos a sitios tan disímiles ―finamente ensobrados― a morar en un panteón
ya sea de la Recoleta, ya en un nicho estrecho de la Chacarita o en un
promisorio sepulcro del poblado cementerio de Italó, mi
querido pueblo natal, el que al refundarse en otro sitio del original por la llegada
del hoy fenecido F.F.C.C., ostenta el orgullo de poseer campo santo por
duplicado. No cualquiera ¿eh? ¡No cualquiera!
Sea como sea, de diversa manera, todos
contribuimos a la escatológica causa. Nadie se lo quiere perder. Cuando no el
hombre común y corriente, interviene el Estado Omnipotente que cuenta con esbirros de toda suerte: una
prominente dama de nuestra historia realizó un tétrico periplo por el mundo
hasta quedarse con nosotros. Luego profanadores misteriosos amputaron las manos
del cadáver de su esposo. En lejano tiempo y latitudes, por ejemplo, fue
asesinado el gran Al Iskhandar en Babilonia (parece ser que por asuntos de
polleras) y todavía hoy, a más de 2330 años, están buscando su sepultura.
Imposible será encontrar la del Mahatma Ghandi, disueltas sus cenizas en el
Ganges y el Jumná, luego de su asesinato y cremación en Nueva Dheli. Hay de
todo en la viña del Señor.
Infiérase entonces, de este fatuo menjurje
literario, como las Moiras sepultan palabras, sujetos e historia; pero no las
inmortales ansias de conocer y saber con las que viene al mundo todo mortal
bien nacido. Y el que todavía no nació, no desespere…ya le tocará. De Clotos y Átropos nadie escapa mientras Laquesis nos
persigue a todos.
A propósito de persecuciones ―y para concluir
este modesto epítome― no se puede olvidar ni soslayar a la inmanente D.G.I. o AFIP,
como prefiera el sufrido lector, con sus gravosas y abruptas intervenciones al
amparo de las luminosas Ciencias Económicas. Atacando súbditos arteramente, el fantasma
cruel de la quiebra dio por tierra con el coqueto y vivificante negocio de
dietética de la esquina de nuestra casa:
―Buenos
días.
―Buen día,
caballero. ¡Qué bien están prolijeando el local!
― ¡Oh, sí!
Pronto voy a pintar las cortinas metálicas.
(Y mientras
observo detenidamente algún escaparate acondicionado en su interior me dije:
―esto no me gusta nada).
―Y…y… ¿qué
negocio van a instalar aquí?
― ¡UNA
CARNICERÍA, SEÑOR!
Es Tánatos, pisándonos los talones.
©LUCIO CAÑUPAN
(Aporte
de nuestro Miembro César Tamborini Duca,
desde León, España
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