Entre Dante y Pessoa el recuerdo de Ángel Crespo
Ya
en sus remotos tiempos el filósofo presocrático Anaxágoras conjeturaba que
“todo está en todo”. Es cierto. Muy especialmente en estos días en que la
cibernética hace que nos movamos como peces en el agua (o demonios entre
nubes), por este achicado espacio donde todo parece al alcance de todos. Lo
cual, a través de una paradoja inevitable, puede también significar que acaso
“nada está en nada”, debido a que todo es más frágil y resignado; además de
menos estético. Hoy, con dos ágiles dedos y una diminuta pantalla entre manos,
doblegamos un mundo a nuestro alcance. Si agregamos, además, una cuota de
imaginación, este devaneo que es la vida contemporánea se puede transformar en
una deslumbrante fantasía muy afín a Poe, Bradbury o Lovecraft.
Entre
tantas placenteras cosas a nuestro alcance que nos brinda la informática, nos
es posible entregarnos a los viajes con menos gozo que temeridad. También hoy,
superando a la bruja de Tolima, de un modo casi lúdico, sentados
confortablemente en nuestras reclinables poltronas, volamos con destreza por el
fabuloso mundo de internet. Y este mundo nos depara sorpresas. A veces muy
agradables sorpresas, porque no todo es desazón ni desconcierto en esta
cotidiana y alucinante viña del Señor.
De
manera insólita, mientras navegaba por la Web, cosa que todo curioso tiene a
disposición gratuitamente en estos generosos tiempos, me entero de que el
novelista japonés Kensaburo Oe, premio Nobel de Literatura en 1994, es un
devoto lector de Dante Alighieri, al que ha traducido y dedicado muchas páginas
de su interesante obra. Confieso que me resultó asombroso, a la vez que
reconfortante, descubrir de pronto que un oriental nos cuente la historia de
ciertos sucesos acaecidos desde antes de su entrada a la universidad hasta los
ulteriores años como celebridad literaria. Y aquí viene lo asombroso, pues
nuestro escritor se vale para ello de una plataforma de fondo que es nada menos
que la Divina Comedia. Lo cual es otra muestra de que “todo puede
estar en todo”.
Comprobamos
así que la vida y obra de Dante, como también la de los grandes poetas, tiene
influencia decisiva en la construcción estética no solo de la identidad
occidental, sino también de la oriental y que se proyecta en toda la cultura
moderna. Pero Kensaburo Oe va más allá en su análisis, y lo hace en
coincidencia con un argentino y un español, abarcando también lo entrañable y
emocional, y aportando nuevos puntos de vista. Un estímulo para todos los
fieles lectores de la Divina Comedia, entre los que
humildemente me cuento.
Al
decir un argentino, me refiero al curioso Borges, que dedicó diez pacientes
años a las diversas lecturas de la obra de Dante, cuando viajaba ciudadanamente
en un tranvía hasta la biblioteca de barrio en la que trabajaba; el español,
fue otro poeta y erudito llamado Ángel Crespo, uno de los más rigurosos
traductores de la Comedia. Crespo era manchego, nacido en Ciudad
Real, en 1926, licenciado en derecho y filosofía, y doctorado en filología
románica en Madrid, con una tesis admirable y reveladora sobre El moro
expósito, del sugestivo Duque de Rivas.
Como
tantos otros, este poeta y estudioso, agobiado por el régimen franquista, en la
década del ‘60, emigró de España y se radicó en Puerto Rico, donde fue un
valorado catedrático de la Universidad. Notable estudioso de la literatura
italiana, como también de la portuguesa, Crespo dedicó buena parte de su tiempo
al estudio de Dante Alighieri y vertió al español la Divina Comedia,
en verso rimado y acompañada de un riguroso análisis de las circunstancias,
mitos y personajes que la pueblan; por esa misma época realizó un trabajo sobre
el Cancionero de Francesco Petrarca, al que también trajo a
nuestro idioma, recibiendo dos veces el Premio Nacional de traducción.
Otro tanto hizo con su también venerado Fernando Pessoa, al que tradujo y
dedicó una biografía y brillantes ensayos.
Tuve
la felicidad de conocer a Ángel Crespo en un viajé que hice a Puerto Rico para
participar de un encuentro literario, donde no sólo coincidimos en mesas
universitarias, sino además en desayunos en los que conversamos como viejos
amigos sobre los poetas que nos unían y por los que ambos sentíamos devoción; a
la vez que fueron puentes para unirnos de inmediato. Siempre es gratificante
encontrar a los que aman las mismas cosas que amamos. Fue así que durante la
semana que permanecí en Puerto Rico, acompañados algunas veces por Pilar Gómez
Bedate, su esposa, en la cafetería de la universidad, solíamos prolongar por
largo rato nuestra conversación.
Exquisito
y empecinado fumador de pipa, envuelto en el humo de aromáticos tabacos,
especial conversador y con agudo sentido del humor, era siempre un regalo para
el alma compartir aquella mesa tempranera con aquel Ángel asombroso, cabalmente
entrañable y paciente, brillante e irrepetible. Desde ese momento nunca dejamos
de hacernos señales de amistad en cualquier sitio que nos encontráramos. Me
enteré luego que de regreso a España, en 1995, el corazón le jugó una mala
pasada y dejó este mundo para sumarse a los más.
Pero
Ángel Crespo no fue solo un generoso traductor, maestro de literaturas y
divulgador, sino también un magnífico poeta, dueño de una obra que no se
adscribe fácilmente a ninguna tendencia, con un lirismo contenido, que va allá
de cualquier clasificación profesoral:
Para ignorar, hay que vivir.
Las manos ya se niegan
al testimonio de los días
y las noches paradas.
Las manos ya se niegan
al testimonio de los días
y las noches paradas.
Maduras
pero todavía no asoman,
amargos, los gajos abiertos
que oculta tu temor.
Aún no ignoras bastante.
Temes el vuelo de ese pájaro
obstinado.
¿Transcurren, pues, las estaciones
o eres tú, tan absorto, el tiempo?
pero todavía no asoman,
amargos, los gajos abiertos
que oculta tu temor.
Aún no ignoras bastante.
Temes el vuelo de ese pájaro
obstinado.
¿Transcurren, pues, las estaciones
o eres tú, tan absorto, el tiempo?
Sabes ya que la lluvia
no importa, que nada vale el plazo
de la espera.
Lo sabes
e ignorar es el alimento
del hombre -el de esta brisa
que no se sabe aire.
no importa, que nada vale el plazo
de la espera.
Lo sabes
e ignorar es el alimento
del hombre -el de esta brisa
que no se sabe aire.
Originales
y sorpresivos, sus versos, como se ve, cuentan con una rica sonoridad, propia
de quien posee un oído musical excepcional; resulta además imaginativo y
onírico. Emplea un rico simbolismo y se alimenta de materiales que incluyen lo
biográfico, lo cotidiano, la tradición cultural y lo mítico, donde se da
también la busca de un modo de conocimiento de lo sagrado, siempre misterioso,
desde el interior del lenguaje, con una filosofía implícita. El poema Ofrendas es
otra exquisita muestra de su admirable manejo de las palabras:
En cada mano, el mundo deja
aquello que no tiene su medida:
lo que pesa demás, lo que es ardiente
en exceso -pues nadie
que tenga un alma puede
impasible aguardar como la estrella.
No es que no tenga luz, pero sus rayos
deben llegar a donde no ilumina
el fuego general -al subterráneo
de cada vida, al breve paraíso
que brota de su sed como un relámpago.
Ángel
Crespo enfrentó a veces las limitaciones del lenguaje para expresar una realidad
intuida más allá de él mismo y mediante procesos de simbolización que
trascienden lo arbitrario y convencional del signo literario; se nota en sus
versos la concepción de una realidad, que a través de la metáfora,
progresivamente se vuelve más amplia y personal. Poeta además de lo natural y
lo emotivo, no es aventurado afirmar que su voz sigue perdurando entre los
primeros aedos de su generación. Diríase que nuestro amigo (a la manera de
aquel Próspero, que en cierta famosa comedia renuncia al arte de la magia)
renuncia a la tediosa retórica y vuelven a lo natural que nos rodea, la sombra,
la luz, los espejos. En Las sombras van cayendo como un regalo de los
dioses, lo confirma:
Las sombras van cayendo como un regalo de los dioses,
el más generoso, pues son
de sus incorruptibles cuerpos y de sus almas
inmortales imagen; y no
nos piden nada a cambio de este espejo
en el que todo encuentra su unidad
de nuevo, es otra vez, y cada vez,
como un latido hecho de movimiento y de quietud,
el puro pensamiento que se esconde
de sí mismo, acosado por la luz.
Los
símbolos de la poesía de Ángel Crespo poseen una virtualidad religiosa pagana e
iniciática. Asimismo, su tono y estilo se diferencian de la lírica de su
tiempo, asumiendo tradiciones culturales muy variadas. Su obra poética ha sido
traducida a diversos idiomas y empieza a ser reconocido como uno de primeros
poetas de España en el siglo XX.
©ROBERTO ALIFANO, poeta, escritor y
periodista argentino
MIEMBRO
HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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