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Fuente: TRIBUNA
Kazuya Sakai, un artista al que México hizo justicia
Habitamos
un mundo extraño por donde se lo mire, que acaso nunca fue distinto. La Biblia
pone en boca de Jesús (0-33) el siguiente reclamo: “De cierto os digo, que
ningún profeta es aceptado en su propia tierra”. Nada más contundente ni
verdadero. Sólo que hoy, como en la Edad Media, donde se creía resueltamente en
los hechos sobrenaturales y en los portentos de la brujería, nuestra realidad
cotidiana no es menos contradictoria e inquietante. Podemos decir, de manera
casi lúdica, que subidos a las redes de internet, con habilidad en el manejo de
los instrumentos, que para nada invalidan la torpeza, podemos recuperar hechos
y situaciones que creíamos definitivamente perdidos. A su vez, los viajes por el
Planeta, que han reducido tiempo y espacio, se han vuelto frecuentes y
cotidianos. Aunque si hablamos en serio de comunicarnos, todavía estamos lejos.
Empiezo
por una experiencia personal. Hacia mediado de los años ’70, alentado por los
integrantes de un conjunto mexicano, rival por aquella época del famoso trío
“Los Panchos”, viajé a México. Gracias a la recomendación de José Bianco, no
demoré en tomar contacto con Octavio Paz, que dirigía la famosa revista de
cultura Plural, diseñada por mi compatriota y tocayo Roberto Kazuya
Sakai y en la que colaboraban, entre otros escritores de nuestra América, José
de la Colina, Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Carlos Monsiváis, Alejandro
Rossi, Tomás Segovia y Gabriel Zaid.
Con
el prodigioso Juan José Arreola a la cabeza, la generosa y solidaria gente de
la cultura de México me abrió todas las puertas y colaboré sin demasiadas
dificultades en diversos medios periodísticos. Roberto Kasuya Sakai, a quien
conocía de los revulsivos años del Instituto Di Tella, ya era un artista
destacado y debidamente reconocido en ese país. Había nacido en la provincia de
Buenos Aires en 1927, y tuvo el privilegio de dominar a la perfección el idioma
de Kenzaburō Ōe. En 1938, sus padres lo enviaron a Japón para recibir una
educación formal, y allí atravesaría la experiencia de la Segunda Guerra
Mundial. Regresó a la Argentina recién en 1950. A partir de entonces y durante
más de una década en la que concentró sus mejores energías, desarrolló un
programa de difusión de la cultura y literatura japonesas que todavía
deslumbra: colaboró con el Instituto de Intercambio Cultural Argentino Japonés,
con el Centro de Estudios del Lejano Oriente y fundó el Instituto de Cultura
Argentino Japonés, que se fue consolidando entre los años 1952 y 1957, mientras
él estuvo al frente. En esa época Roberto Kasuya Sakai fue interlocutor de
Jorge Luis Borges, del filósofo Vicente Fatone, de los pintores Antonio Berni y
Leopoldo Presas, y del crítico de arte Julio Payró, que conservaban de él un
recuerdo afectuoso y entrañable.
Vasto
e inquieto en su quehacer artístico e institucional, Sakai dio conferencias y
entre sus muchas participaciones, promovió el estreno en Buenos Aires de los
filmes Rashomon y Los siete samuráis de Akira
Kurosawa, hecho que posibilitó la entrada de Japón en la escena cinematográfica
internacional después de la guerra. También organizó una muestra sobre grabados
japoneses en la librería Peuser; al tiempo que dirigió la
revista Bunka, órgano del Instituto de Cultura Argentino Japonés.
Y, sobre todo, fundó la editorial La Mandrágora, que luego
cambiaría su nombre por Mundonuevo.
Durante
esos años en la Argentina, el poeta y crítico de arte Osvaldo Svanascini sería
su compañero de labor. En este camino editorial la tarea desarrollada merece,
sin duda, dos calificativos, pionera e infatigable. Como así también su tarea
de traductor. Por esa época dio a conocer al novelista Kenzaburō Ōe, que en
1994 sería distinguido con el Premio Nobel de Literatura, junto a los
torturados cuentos de Ryūnosuke Akutagawa, donde la modernidad se funde con lo
más oscuro de las tradiciones populares. El teatro del Oriente también recibió
su aporte, ya que recreó las piezas de Noh de Yukio Mishima,
incorporadas por algunos argentinos para sus experiencias de vanguardia
ascética; tampoco fue ajeno a los textos sobre budismo zen de
Suzuki que son y han sido lectura iniciática para muchos, tales como El
libro sobre el arte de la arquería de Herrigel, mistificado hasta el
cansancio, o el célebre Libro del té, best-seller por excelencia en
la bibliografía sobre estética. Todo traducido, prologado y anotado por talentoso
Sakai, con nivel que podemos calificar de notable y proselitista.
“La
pintura es parte de mi alma; si no pinto me siento un miserable”, me confesó en
México mientras compartíamos una cena. Nunca dejó de hacerlo y realizó varias
exposiciones individuales. Con una producción temprana, de regreso a la
Argentina en la década de 1950 su creación estética se identificó con trazos
vinculados a la caligrafía japonesa. Meticuloso en las formas, voló después
hacia otros nidos de las artes plásticas. Contaba el maestro Leopoldo Presas
que, como Henri Matisse, padecía de cierta manía por la perfección y retocaba
sus cuadros aun cuando estaban colgados. “Sólo si alguien compra la obra y se
la lleva a su casa, yo la doy por terminada”, se justificó. Su formación plástica
era autodidacta y, a pesar de haber desarrollado distintos estilos o tener
diferentes etapas, su obra se mantuvo principalmente en el llamado “arte
abstracto”, dentro de una línea geométrica.
Pero
el enorme despliegue en Buenos Aires de Roberto Kasuya Sakai fue menos breve
que intenso. Vivió once años entregado al arte y dejó una huella imborrable. Se
exilió después, de improviso, en el momento más alto de las expectativas
alrededor de su figura. Revisando sus traslados, quizá se puede dibujar una biocronía
con simetrías extrañas, tal vez como las que trazaban las marchas de su
paradigmático compatriota, el poeta Matsuo Bashō, que en el siglo XVII
peregrinó por el Oriente con total libertad. En su caso, podemos resumir su
infancia en Buenos Aires, su formación en Japón, el regreso a su país de
nacimiento y un esplendor porteño que abarca desde los 24 a los 35 años; más
tarde, tres años en Nueva York y otros doce intensos años en México (entre 1965
y 1977), muy en contacto con el círculo intelectual que rodeaba a Octavio Paz.
A los que se sumaron más traducciones, como los Cuentos de fantasmas de
Ueda Akinari, el poeta waka y exquisito narrador del género yomihon, que sería
alimento del mejor cine japonés, la narrativa de posguerra de Kōbō Abe, más el
teatro clásico Nō o Noh, una de las manifestaciones destacadas del
drama musical japonés, que se realiza desde el siglo XIV, y literatura de
mujeres del siglo X y, desde sus 50 años hasta la etapa final en Dallas, los
que dedica casi por entero a la pintura y a la crítica musical. En plena etapa
creativa, vital aún, nuestro admirado y querido amigo, murió en 2001.
“Todo
amante de la literatura debería reconocer en Kasuya Sakai el acercamiento y la
revelación del arte japonés -me dijo Octavio Paz una tarde que hablamos de mi
compatriota-. Su indudable gusto exquisito, su talento como divulgador y el don
de la oportunidad fueron únicos en este cabal artista”. Sin embargo, hoy es
difícil encontrar esos textos que, sin duda, merecen una reedición. Como, por
ejemplo, la inhallable Colección Asoka Tricolor (morado para
filosofía y la religión, coral para la literatura, y turquesa para el arte),
mencionada con fervor por todos los que se inician en un recorrido por el
Oriente.
Justicieramente,
en 2017, la Secretaría de Cultura de México, por medio del Museo de Arte
Moderno (MAM), realizó la muestra Kazuya Sakai en México (1965-1977),
donde se aunaron pintura, diseño y crítica musical de nuestro artista.
Encontrándome en la ciudad, acompañado por mi nieto Alejo, tuve la oportunidad
de asistir y ver desplegada, como nunca se había hecho, casi toda su obra plástica.
Integraron esta exhibición, más de cien piezas, entre óleos, acrílicos,
serigrafías, lacas, dibujos, fotografías y publicaciones en las cuales estuvo
involucrado. La muestra fue dividida en cuatro núcleos temáticos: en el
primero, titulado “De Nueva York a México”, se abordaba la producción que
realizó Sakai al establecerse en los Estados Unidos hacia 1963, en la que
predominan sus estrategias cercanas al pop y su interés en el
color field painting (recordemos que en el Museo de Arte
Moderno de Nueva York, el artista había expuesto Abstracción
post-pictórica, donde institucionalizó este término para un conjunto de
prácticas que planteaban sus diversas investigaciones a partir del color y la
luz). El segundo apartado, llevaba el título Plural, (en alusión a
la revista que dio a conocer su labor como diseñador y diagramador, siendo uno
de los miembros fundadores). La tercera sección fue titulada Ondulaciones (en
la cual estaba centrada el grueso de la exposición), donde aborda el estilo que
se convertiría en su marca distintiva por ser su serie más fructífera, a partir
de su precursora exposición en el MAM en 1976, donde se integraron pinturas,
ondulaciones cromáticas y simultáneas, que relacionaban elementos de bandas y
campos de color, alusivos a la música que proponían cualidades kinestésicas.
Por último, en Sakai y el geometrismo mexicano se presentaron
sus trabajos como curador invitado por el Museo Blanton de la
Universidad de Texas en Austin y, ya instalado en México, El
geometrismo mexicano, su última tendencia, en la cual difundió una
selección de obras latinoamericanas y abstractas.
Agreguemos
que Sakai llegó a México en 1966, contratado como profesor por El
Colegio de México, y en su estancia de casi doce años, paralelamente a sus
tareas en la revista Plural, desarrolló otros proyectos como
programador y conductor de programas de radio especializados en jazz; diseñador
de escenografías, vestuarios, portadas de discos, curador y crítico de arte.
Más
de veinte años entre dos ciudades, Buenos Aires y México, significaron para el
arte y la lengua española, gracias a su talento de pintor, traductor, editor y
gestor cultural, la divulgación de lo mejor de la estética japonesa. Artes
plásticas y literatura que se incorporaron a esa movilidad de cruces de estilos,
traslados e invención estética que Roberto Kasuya Sakai manejaba con mano
maestra. Es de lamentar, por supuesto, que su patria, que tanto le debe en lo
cultural y en el intercambio de culturas, no le haya tributado el homenaje que
sin duda merece. “De cierto os digo, que ningún profeta es aceptado en su
propia tierra”
©ROBERTO ALIFANO, poeta y escritor
argentino
MIEMBRO
HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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