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sábado, 2 de marzo de 2019

Kazuya Sakai, un artista al que México hizo justicia, Roberto Alifano, Buenos Aires, Argentina


Reproducción:
Fuente: TRIBUNA
Kazuya Sakai, un artista al que México hizo justicia



Habitamos un mundo extraño por donde se lo mire, que acaso nunca fue distinto. La Biblia pone en boca de Jesús (0-33) el siguiente reclamo: “De cierto os digo, que ningún profeta es aceptado en su propia tierra”. Nada más contundente ni verdadero. Sólo que hoy, como en la Edad Media, donde se creía resueltamente en los hechos sobrenaturales y en los portentos de la brujería, nuestra realidad cotidiana no es menos contradictoria e inquietante. Podemos decir, de manera casi lúdica, que subidos a las redes de internet, con habilidad en el manejo de los instrumentos, que para nada invalidan la torpeza, podemos recuperar hechos y situaciones que creíamos definitivamente perdidos. A su vez, los viajes por el Planeta, que han reducido tiempo y espacio, se han vuelto frecuentes y cotidianos. Aunque si hablamos en serio de comunicarnos, todavía estamos lejos.
Empiezo por una experiencia personal. Hacia mediado de los años ’70, alentado por los integrantes de un conjunto mexicano, rival por aquella época del famoso trío “Los Panchos”, viajé a México. Gracias a la recomendación de José Bianco, no demoré en tomar contacto con Octavio Paz, que dirigía la famosa revista de cultura Plural, diseñada por mi compatriota y tocayo Roberto Kazuya Sakai y en la que colaboraban, entre otros escritores de nuestra América, José de la Colina, Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Carlos Monsiváis, Alejandro Rossi, Tomás Segovia y Gabriel Zaid.
Con el prodigioso Juan José Arreola a la cabeza, la generosa y solidaria gente de la cultura de México me abrió todas las puertas y colaboré sin demasiadas dificultades en diversos medios periodísticos. Roberto Kasuya Sakai, a quien conocía de los revulsivos años del Instituto Di Tella, ya era un artista destacado y debidamente reconocido en ese país. Había nacido en la provincia de Buenos Aires en 1927, y tuvo el privilegio de dominar a la perfección el idioma de Kenzaburō Ōe. En 1938, sus padres lo enviaron a Japón para recibir una educación formal, y allí atravesaría la experiencia de la Segunda Guerra Mundial. Regresó a la Argentina recién en 1950. A partir de entonces y durante más de una década en la que concentró sus mejores energías, desarrolló un programa de difusión de la cultura y literatura japonesas que todavía deslumbra: colaboró con el Instituto de Intercambio Cultural Argentino Japonés, con el Centro de Estudios del Lejano Oriente y fundó el Instituto de Cultura Argentino Japonés, que se fue consolidando entre los años 1952 y 1957, mientras él estuvo al frente. En esa época Roberto Kasuya Sakai fue interlocutor de Jorge Luis Borges, del filósofo Vicente Fatone, de los pintores Antonio Berni y Leopoldo Presas, y del crítico de arte Julio Payró, que conservaban de él un recuerdo afectuoso y entrañable.
Vasto e inquieto en su quehacer artístico e institucional, Sakai dio conferencias y entre sus muchas participaciones, promovió el estreno en Buenos Aires de los filmes Rashomon y Los siete samuráis de Akira Kurosawa, hecho que posibilitó la entrada de Japón en la escena cinematográfica internacional después de la guerra. También organizó una muestra sobre grabados japoneses en la librería Peuser; al tiempo que dirigió la revista Bunka, órgano del Instituto de Cultura Argentino Japonés. Y, sobre todo, fundó la editorial La Mandrágora, que luego cambiaría su nombre por Mundonuevo.
Durante esos años en la Argentina, el poeta y crítico de arte Osvaldo Svanascini sería su compañero de labor. En este camino editorial la tarea desarrollada merece, sin duda, dos calificativos, pionera e infatigable. Como así también su tarea de traductor. Por esa época dio a conocer al novelista Kenzaburō Ōe, que en 1994 sería distinguido con el Premio Nobel de Literatura, junto a los torturados cuentos de Ryūnosuke Akutagawa, donde la modernidad se funde con lo más oscuro de las tradiciones populares. El teatro del Oriente también recibió su aporte, ya que recreó las piezas de Noh de Yukio Mishima, incorporadas por algunos argentinos para sus experiencias de vanguardia ascética; tampoco fue ajeno a los textos sobre budismo zen de Suzuki que son y han sido lectura iniciática para muchos, tales como El libro sobre el arte de la arquería de Herrigel, mistificado hasta el cansancio, o el célebre Libro del té, best-seller por excelencia en la bibliografía sobre estética. Todo traducido, prologado y anotado por talentoso Sakai, con nivel que podemos calificar de notable y proselitista.
“La pintura es parte de mi alma; si no pinto me siento un miserable”, me confesó en México mientras compartíamos una cena. Nunca dejó de hacerlo y realizó varias exposiciones individuales. Con una producción temprana, de regreso a la Argentina en la década de 1950 su creación estética se identificó con trazos vinculados a la caligrafía japonesa. Meticuloso en las formas, voló después hacia otros nidos de las artes plásticas. Contaba el maestro Leopoldo Presas que, como Henri Matisse, padecía de cierta manía por la perfección y retocaba sus cuadros aun cuando estaban colgados. “Sólo si alguien compra la obra y se la lleva a su casa, yo la doy por terminada”, se justificó. Su formación plástica era autodidacta y, a pesar de haber desarrollado distintos estilos o tener diferentes etapas, su obra se mantuvo principalmente en el llamado “arte abstracto”, dentro de una línea geométrica.
Pero el enorme despliegue en Buenos Aires de Roberto Kasuya Sakai fue menos breve que intenso. Vivió once años entregado al arte y dejó una huella imborrable. Se exilió después, de improviso, en el momento más alto de las expectativas alrededor de su figura. Revisando sus traslados, quizá se puede dibujar una biocronía con simetrías extrañas, tal vez como las que trazaban las marchas de su paradigmático compatriota, el poeta Matsuo Bashō, que en el siglo XVII peregrinó por el Oriente con total libertad. En su caso, podemos resumir su infancia en Buenos Aires, su formación en Japón, el regreso a su país de nacimiento y un esplendor porteño que abarca desde los 24 a los 35 años; más tarde, tres años en Nueva York y otros doce intensos años en México (entre 1965 y 1977), muy en contacto con el círculo intelectual que rodeaba a Octavio Paz. A los que se sumaron más traducciones, como los Cuentos de fantasmas de Ueda Akinari, el poeta waka y exquisito narrador del género yomihon, que sería alimento del mejor cine japonés, la narrativa de posguerra de Kōbō Abe, más el teatro clásico Nō o Noh, una de las manifestaciones destacadas del drama musical japonés, que se realiza desde el siglo XIV, y literatura de mujeres del siglo X y, desde sus 50 años hasta la etapa final en Dallas, los que dedica casi por entero a la pintura y a la crítica musical. En plena etapa creativa, vital aún, nuestro admirado y querido amigo, murió en 2001.
“Todo amante de la literatura debería reconocer en Kasuya Sakai el acercamiento y la revelación del arte japonés -me dijo Octavio Paz una tarde que hablamos de mi compatriota-. Su indudable gusto exquisito, su talento como divulgador y el don de la oportunidad fueron únicos en este cabal artista”. Sin embargo, hoy es difícil encontrar esos textos que, sin duda, merecen una reedición. Como, por ejemplo, la inhallable Colección Asoka Tricolor (morado para filosofía y la religión, coral para la literatura, y turquesa para el arte), mencionada con fervor por todos los que se inician en un recorrido por el Oriente.
Justicieramente, en 2017, la Secretaría de Cultura de México, por medio del Museo de Arte Moderno (MAM), realizó la muestra Kazuya Sakai en México (1965-1977), donde se aunaron pintura, diseño y crítica musical de nuestro artista. Encontrándome en la ciudad, acompañado por mi nieto Alejo, tuve la oportunidad de asistir y ver desplegada, como nunca se había hecho, casi toda su obra plástica. Integraron esta exhibición, más de cien piezas, entre óleos, acrílicos, serigrafías, lacas, dibujos, fotografías y publicaciones en las cuales estuvo involucrado. La muestra fue dividida en cuatro núcleos temáticos: en el primero, titulado “De Nueva York a México”, se abordaba la producción que realizó Sakai al establecerse en los Estados Unidos hacia 1963, en la que predominan sus estrategias cercanas al pop y su interés en el color field painting (recordemos que en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, el artista había expuesto Abstracción post-pictórica, donde institucionalizó este término para un conjunto de prácticas que planteaban sus diversas investigaciones a partir del color y la luz). El segundo apartado, llevaba el título Plural, (en alusión a la revista que dio a conocer su labor como diseñador y diagramador, siendo uno de los miembros fundadores). La tercera sección fue titulada Ondulaciones (en la cual estaba centrada el grueso de la exposición), donde aborda el estilo que se convertiría en su marca distintiva por ser su serie más fructífera, a partir de su precursora exposición en el MAM en 1976, donde se integraron pinturas, ondulaciones cromáticas y simultáneas, que relacionaban elementos de bandas y campos de color, alusivos a la música que proponían cualidades kinestésicas. Por último, en Sakai y el geometrismo mexicano se presentaron sus trabajos como curador invitado por el Museo Blanton de la Universidad de Texas en Austin y, ya instalado en México, El geometrismo mexicano, su última tendencia, en la cual difundió una selección de obras latinoamericanas y abstractas.
Agreguemos que Sakai llegó a México en 1966, contratado como profesor por El Colegio de México, y en su estancia de casi doce años, paralelamente a sus tareas en la revista Plural, desarrolló otros proyectos como programador y conductor de programas de radio especializados en jazz; diseñador de escenografías, vestuarios, portadas de discos, curador y crítico de arte.
Más de veinte años entre dos ciudades, Buenos Aires y México, significaron para el arte y la lengua española, gracias a su talento de pintor, traductor, editor y gestor cultural, la divulgación de lo mejor de la estética japonesa. Artes plásticas y literatura que se incorporaron a esa movilidad de cruces de estilos, traslados e invención estética que Roberto Kasuya Sakai manejaba con mano maestra. Es de lamentar, por supuesto, que su patria, que tanto le debe en lo cultural y en el intercambio de culturas, no le haya tributado el homenaje que sin duda merece. “De cierto os digo, que ningún profeta es aceptado en su propia tierra”

©ROBERTO ALIFANO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA


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