Jorge Luis Borges: virtud de la relectura
He confesado en más de una oportunidad que leo a Borges desde los quince años. Su obra poética, su obra narrativa, sus breves ensayos siempre me apasionaron. Nuestro poeta ha transitado una íntima unión entre lo simbólico y el laberinto, búsqueda de un significado en sueños, laberintos; un mundo interior, un entorno lingüístico. Un tránsito siempre de una voz humanista, dones que atesoran silencio y belleza.
La experiencia de la vida
siempre condiciona al poeta. Hay un mundo que se crea ante la decadencia de
todo lo que existe. Y debemos observar que la dualidad de la poesía frente al
existir es sólo aparente.
Como toda obra de trascendencia la de Borges actúa
en un ámbito literario universal. Sin duda hay otras convergencias,
la hispanoamericana, la europea. En Argentina, durante décadas se la
ha tildado de extranjerizante. Sin duda es argentina por la avidez cultural
cosmopolita, ente otras cosas. En primer lugar – son varios los enfoques que
intentaremos señalar de forma sintética – la insularidad de su prosa, la
novedad de la prosa borgeana es una realización privilegiada de la tradición
hispanoamericana. Pero en toda su obra admiramos la mirada de un escritor
dotado para la especulación intelectual. Y hay, además, una reelaboración de
nuestra realidad cultural. Recuperamos en sus páginas la complejidad de su
mundo pero también nuestra propia invención del hecho creador.
Creemos oportuno recordar que muchos de sus
detractores no vieron, o no quisieron ver, sus textos y sólo glosaron sus
opiniones periodísticas. Allí está, como ejemplo, el poema Cristo en la cruz,
perteneciente al libro Los conjurados. Este poema
no puede ajustarse a un régimen fascista, se llame Pinochet o Videla. Ni al
populismo que amenaza la soledad y la étcia. Escribió además: “…desconfiaríamos
de la inteligencia de un Dios que mantuviera cielos e infiernos”.
La teología era para Borges lo más fascinante de la
literatura fantástica.
La particularidad de su poética está en haber
interpretado el arte como continuidad y superación, más que como ruptura con la
tradición. El poeta aspira a un arte intemporal desde una visión metafórica de
su existencia. Su lírica significa un renovado lenguaje de condensación. Sus
raíces son parte de la tradición de la poesía metafísica. Y fundamenta, a su vez,
una ética no dogmática.
En su temática encontramos los antepasados, la
patria, la memoria y el olvido, el ejercicio de la literatura. La soledad y la
muerte.
La literatura argentina cuenta, después de
Sarmiento, con escritores que tuvieron fama internacional: Lugones.
Sábato, Cortázar y Borges. Y otros que formaron la frondosidad de la literatura
nacional como Molinari, Franco, Mujica Láinez, Marechal, Martínez Estrada,
Denevi o Quiroga. Divergencias y convergencias, sin duda, pero
estamos intentando hacer una lectura estilística. La estética de Borges es la
de un creador de metáforas. Enfatiza la metáfora como núcleo del lenguaje
literario.
Entre los símbolos más conocidos en su obra se
encuentran el laberinto y el espejo. Símbolo de la prisión (real o imaginaria)
el primero; revelación del propio ser, el segundo. Desde luego, hay otras
interpretaciones. Estas son las más afines a nuestro sentir.
Para finalizar recordemos un juicio de Julio
Ortega. “Como ocurre con Mallarmé y con Joyce, y también con Vallejo y
Neruda, la crítica sobre Borges forma parte ya de la misma obra de Borges: no
porque sea su paciente tributo, sino porque desarrolla su existencia
intelectual, diseña el ámbito de su aventura creadora y, en fin, da cuenta de
su radical renovación del acto literario”.
La excepcionalidad, no es un dato menor, se licua
entre la multitud. La omnipotencia se transforma – de más está decir en estos
tiempos – en carencia. La literatura un resquicio, en algunos casos una
obstinada ostentación. La literatura edificante no se ha detenido, como
sostiene David Viñas, en las sacristías ni en las congregaciones beatas.
La literatura -en una época de globalización,
banalidad y decadencia generalizada - tiende a polarizarse, a esfumarse. Se
hipertrofia la espiritualidad, se crea una escenografía en torno a lo
inmediato. La creación necesita silencio, tiempo, maduración. Y advertimos que
las contraposiciones resultan cada día más homogéneas. Sin pedestales,
entonces. Sin apelaciones a lo sentimental.
Quien lea sus páginas encontrará a uno de los
creadores más lúcidos y de inevitable pluralidad, una voz propia que pertenece
al tiempo. Conforma una emoción intelectual, una pasión por el idioma, una
búsqueda emotiva del símbolo, la integración equilibrada de lo nacional con lo
universal. Eso es lo que hay, eso es lo que leemos. Su vigencia continuará
dentro de un mundo cultural cada vez más asediado. Pero también necesitamos
preguntarnos – sin ingenuidad, sin idealizaciones – quién lee en estos tiempos
a Victor Hugo, a Pérez Galdós, a Rubén Darío. Si jóvenes universitarios
desconocen la Guerra Civil Española o La Comuna de
París, estudiantes de teatro ignoran a Meyerhold, jóvenes escritores no
leyeron a Molinari o Góngora me es muy difícil hablar de su vigencia. El legado
existe, está en su poesía y en su prosa. El resto forma parte de una sociedad
hipócrita, rodeada de astucia, picaresca y grosería. Para sintetizar:
decadencia, populismo. No olvidemos su anarquismo spenceriano. Quedan
islas, sin duda. Lugares donde se crea, se trabaja y se siente lo utópico del
hombre.
Entre las amenazadas virtudes nacionales la lectura de Sarmiento o la de Borges comparten el cielo traslúcido de lo intemporal. Allí la poesía, el tiempo de la utopía. Volver a ellos -como a otros poetas de infinitud- nos da aliento en un territorio de ríos oscuros y soledad durísima.
Hay siempre un proceso alquímico que nos eleva, que
nos hace recurrir a los grandes autores. No sólo es el estilo, las cadencias,
el misterio de un cosmos, la belleza que eleva, un cierto monólogo mágico. Como
señaló en el prólogo de Los conjurados: " Escribir un poema es
ensayar una magia menor. El instrumento de esa magia, el lenguaje, es asaz
misterioso. Nada sabemos de su origen".
Buenos Aires, septiembre de 2022
©CARLOS PENELAS, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO
ARGENTINA
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