María de Maeztu, una emblemática mujer
Según Schopenhauer la realidad deriva
de las biografías individuales y, por lo tanto, los hechos de la historia son
meras configuraciones del mundo aparencial. Esas biografías individuales, sin
embargo, nos aproximan a las vidas de aquellas personas que han incidido sobre
la cultura, el desarrollo y la integración de la humanidad. Otro pensador, el
áspero Owald Spengler, sostenía, en cambio, que la historia es periódica y
proponía una técnica de los paralelos históricos; es decir, una suerte de
morfología del continuo devenir de las culturas. Aunque, quizá, más generoso y
práctico en sus elucubraciones, fue el genial escritor y periodista Thomas De
Quincey quien afirmaba que la historia es inagotable y posibilita permutar y
combinar los hechos registrados, lo cual equivale a un número infinito de
hechos superpuestos. Es decir que en algún aspecto creía, como Schopenhauer,
que interpretar la historia no es menos arbitrario que imaginar figuras
sugeridas por las nubes en una tarde tormentosa.
Esta introducción, con alguna
abundancia de relaciones, se me ocurre al indagar sobre el perfil de la mujer
que predominó en España a lo largo del siglo XX, muy a pesar de ciertas
reformas políticas y sociales, que alentó el gobierno de la II
República y de la lucha feminista instalada desde finales del siglo
XIX hasta 1936. Aquella mujer fue educada en la rígida moral cristiana,
dirigida por el patriarcado y en algún modo sometida a él. Aquella mujer, como
la de este lado del Océano, sin duda resignada ante la del otro lado, vivió
asfixiada por sus deberes como esposa y madre; limitada, además, por leyes
paternalistas que, en muchos sentidos, la sometían. Esa mujer se levantó en pie
de su liberación y sigue construyendo su presente y porvenir.
Recuerdo ahora que en una audiencia
que dio Mussolini a Victoria Ocampo y ya he referido en otro texto, nuestra
valiente escritora se atrevió a discrepar nada manos que con el arrogante Duce,
cuando de manera terminante dictaminó que la mujer debía someterse al hombre.
También como su amiga Victoria, que fuera un arquetipo de valentía y de lucha por
la igualdad de la mujer en nuestra América, la española María de Maeztu,
asilada en la Argentina y sumada al reino de los del silencio en la ciudad de
Mar del Plata, en 1948, fue una de las mujeres más libres y formadas de su
época. Acaso no nos equivocamos al afirmar que dedicó toda su vida a luchar por
conseguir la emancipación y el protagonismo de la mujer a través de la
educación: “La primera tarea a realizar es la de preparar a nuestras mujeres
y claro está que confío como único y exclusivo medio en la educación, que le
dará fuerza para descubrir nuevos mundos, no sospechados hasta ahora”,
dictaminó convencida.
Nacida en el País Vasco, María de
Maeztu y Whitney llegó a este mundo el 18 de julio de 1881. Era hija de Juana
Whitney y del ingeniero Manuel de Maeztu y Rodríguez, un hacendado cubano de
ascendencia navarra nacido en Cienfuegos. Sus padres se conocieron en París y
se dice que su madre, hija de un diplomático inglés educada en Francia, fue
para María el mayor ejemplo de mujer fuerte e independiente. Al enviudar, doña
Juana se instaló con sus cinco hijos en Bilbao y abrió una Academia
anglo-francesa para señoritas, a las que enseñaba cultura general e idiomas.
Aquí fue donde María tuvo su primer contacto con el mundo de la docencia y la
pedagogía. En 1902 obtuvo el título de maestra, trabajó en una escuela pública
de un barrio obrero de Bilbao y allí llevó a la práctica los principios de
la Institución Libre de Enseñanza (una rama de la filosofía
krausista), la cual defendía la coeducación y apostaba por una enseñanza
activa, laica, apolítica, sin exámenes ni castigos; es decir, que educar a la
futura ciudadanía era más importante que enseñar. Este principio estuvo vigente
en España entre 1876-1936; fue un proyecto -si se quiere- muy vanguardista,
pero recordemos que muchos de estos preceptos fueron reivindicados incluso por
los estudiantes franceses de Mayo de 1968.
Convengamos, sin embargo, que las
políticas educativas de esa época eran completamente deficientes para la mujer
española, pues la tasa de analfabetismo femenino superaba el 70 por ciento, y
acaso en medios rurales era incluso superior. Inculcada por su madre, también
una pionera, esto fue algo contra lo que María quería luchar decididamente; un
texto suyo de esa época, señala con valentía: “La mujer debe tener las
mismas opciones culturales que su compañero. De ir al matrimonio con igualdad
de derechos y deberes. Es preciso que se abran a la mujer horizontes para
vencer, en iguales condiciones que el hombre, en la lucha por la vida, sin que
tenga que depender de él.”
Debido a que la mujer no podía
matricularse libremente en la universidad sin un consentimiento previo de las
autoridades, su formación como alumna oficial no pudo ser reconocida hasta
1910, cuando fue profesor y decano de Filosofía y Letras de la
Universidad de Salamanca, el grande don Miguel de Unamuno, amigo
personal de la familia Maeztu, que ejerció una gran influencia sobre ella.
Luego de su paso por Salamanca, María
empezó a interesarse por la carrera de Derecho, pero esa no era una profesión
para mujeres, así que el Colegio de Abogados de Bilbao acordó cerrarle las
puertas en el caso de que obtuviese el título ¡Qué injusticia! Finalmente,
decidió trasladarse a Madrid y matricularse en la primera promoción de la Escuela
Superior de Magisterio, en la que impartía clases don José Ortega y Gasset.
Allí María se recibió como la primera de su promoción entre las alumnas de la
“Sección de Letras”. Gracias a la Junta para Ampliación de Estudios,
con la cual entra en contacto gracias a su amistad con Ortega, pudo viajar
pensionada al extranjero, donde conoció de primera mano los métodos pedagógicos
europeos, los cuales trataría de implantar en España y romper con un sistema
educativo heredado del conservador siglo XIX.
En 1915 tiene lugar la apertura de
la Residencia de Señoritas (la versión femenina de la Residencia
de Estudiantes), donde María de Maeztu es elegida Directora por su gran
valía profesional. Desde allí impulsó el modelo de los Women Colleges norteamericanos,
más liberales que los College ingleses, muy ligados a la Asociación
Nacional de Mujeres. El sitio era, además, un albergue para las estudiantes
españolas y extranjeras. El espacio completaba, entre otras referencias de
estudio, la formación universitaria a través de tertulias, lecturas,
conferencias, exposiciones, conciertos, etc. También fue lugar de referencia
para el movimiento feminista internacional. La Residencia daba
facilidades a aquellas mujeres (en aquel momento eran una minoría) que querían
ejercer su derecho a acceder a estudios superiores, lo que les daría una mayor
libertad frente al hombre, ya que podrían conseguir trabajos cualificados y,
por lo tanto, no depender económicamente de sus maridos.
María fue durante casi 30 años la
representante oficial de España en “Congresos Pedagógicos internacionales”, en
los que difundía sus ideas feministas, defendiendo la educación como el eje
rector de la lucha contra la marginación social de la mujer, que había
comenzado a conquistar espacios de la vida pública, y empezaba a trabajar fuera
de casa y concurría a la universidad; aunque las leyes, por el contrario,
seguían siendo discriminatorias con el sexo femenino. No obstante, María
alcanzó niveles profesionales impensados en aquel momento para una mujer, como,
por ejemplo, el “Doctorado Honoris Causa”, que en 1919 le concedió el Smith
College.
En 1926 ocupó el cargo de Directora
del Lyceum Club Femenino, fundado sin ayuda oficial, por ella y un
grupo de mujeres pertenecientes a la élite cultural, pioneras en la defensa de
los derechos de la mujer, entre las que se encontraba la primera abogada
española Victoria Kent, la escritora y diplomática Isabel Oyarzabal, la
lingüista Zenobia Camprubí Aymar (esposa del poeta Juan Ramón Jiménez), y la
escritora María Lejárraga. Era un club que seguía el reglamento del
primer Lyceum inaugurado en Londres en 1904 por la escritora
Constance Smedley, cuyo objetivo principal era defender los intereses morales y
materiales de las mujeres. El lugar pretendía ser aconfesional y apolítico, los
requisitos para ingresar en el club eran, por supuesto, ser mujer, tener
trabajos literarios, artísticos o científicos o, si no, poseer algún título
universitario o en su defecto participar en obras sociales.
Gracias a los cursillos que
impartieron las abogadas Victoria Kent, Matilde Huici y Clara Campoamor, se
consiguió que el gobierno escuchara alguna de sus peticiones, como, por
ejemplo, cambiar el artículo 57 del Código Civil Español, que rezaba
concretamente: “El marido debe proteger a la mujer y ésta obedecer al marido”,
para sustituirlo por “El marido y la mujer se deben protección y
consideraciones mutuas”. Agreguemos que uno de los enemigos más obstinados
del Lyceum fue la Iglesia, que en un artículo publicado en la
revista religiosa Iris de Paz, un clérigo bajo el seudónimo de
Lorent, afirmaba que: “La sociedad haría muy bien recluyéndolas como locas o
criminales, en lugar de permitirles clamar en un club contra las leyes humanas
y divinas. El ambiente moral de la calle y de la familia ganaría mucho con la
hospitalización o el confinamiento de esas féminas excéntricas y
desequilibradas”.
En 1926 invitada por el Instituto
de Cultura Hispánica llegó a Buenos Aires María de Maeztu para ofrecer
una serie de conferencias. En esa oportunidad se conocieron con Victoria
Ocampo, la fundadora y directora de la famosa revista Sur. María,
como Victoria, se diferenciaba claramente de las mujeres de su época. Ambas,
habían tenido en su infancia una situación social privilegiada y, aunque luego
de la muerte de su padre la familia de María había sufrido limitaciones
económicas, pudo recibirse de maestra y posteriormente doctorarse, como ya
señalamos, en la Universidad de Salamanca. Ambas, con propósitos
comunes, se entendieron de maravilla. “Fue Ortega y Gasset, el primero en
hablarme de María de Maeztu”, recordaba Victoria Ocampo. “Es, como tú,
me había anticipado don José, una defensora del derecho de las mujeres a la
educación y, también como tú, se declara feminista”.
Esa amistad se iría consolidando
hasta volverse entrañable. Victoria, le dedica varias páginas de sus memorias.
“Tuve la oportunidad de mantener largas charlas con María sobre los derechos
relegados de las mujeres, en especial, sobre el derecho a la educación”.
Esas conversaciones le dieron a Victoria la posibilidad de definir con mayor
claridad su posición sobre el tema y la comprometieron con los principios de la
lucha por los derechos de las mujeres.
En diciembre de 1934, en Madrid, en
la casa de María de Maeztu, Victoria Ocampo conoce a la poeta y educadora
Gabriela Mistral que, en ese momento, representaba a Chile como cónsul en
España. “Recuerdo que en esa oportunidad, María nos dijo: Soy feminista, y
me avergonzaría de no serlo, porque creo que toda mujer que piensa debe sentir
el deseo de colaborar, como persona, en la obra total de la cultura humana. Y
esto es lo que para mí significa, en primer término, el feminismo; es, por un
lado, el derecho que la mujer tiene a la demanda de trabajo cultural, y, por
otro, el deber en que la sociedad se halla de otorgárselo (…) Negarlo sería
inmoral, sería tratarla como a cosa, como a ser extrahumano, indigno de
trabajar…”
En 1939 el gobierno de la dictadura
franquista eliminó el Lyceum y lo convirtió en su némesis; es
decir, el Club Medina perteneciente a la Sección
Femenina de la Falange. La represión de la mujer fue total, se destruyó en
tiempo record los avances que con tanto esfuerzo habían conseguido María de
Maeztu y sus compañeras, se recluyó a la mujer de nuevo en el hogar, donde
quedó silenciada y aislada, volvía a ser un simple apéndice del marido, al que
debía respetar y obedecer desde su posición de mujer sumisa. Demás está decir
que La Sección Femenina del Club se encargaba de inculcar
valores como la entrega, la abnegación, la sumisión, todo ello sumado a una
labor de reeducación cristiana, la mujer feminista-laica debía ser reemplazada
por la mujer femenina-católica, sumisa y obediente. Debían trabajar en una
nueva identidad de género para las futuras generaciones, y lo consiguieron; sin
embargo, hoy en día todavía arrastramos estigmas de la educación diferenciada
por sexos.
Con el estallido de la Guerra Civil y
el duro golpe del fusilamiento de su hermano Ramiro, María emigró a Buenos
Aires, donde obtuvo la cátedra universitaria de “Historia de la Educación”.
España se convirtió en un país peligroso para ella, sus ideas feministas y su
trayectoria profesional eran diametralmente opuestas al ideario
nacional-católico del Nuevo Régimen. Regresó a España en 1947 por la muerte de
su hermano, el pintor Gustavo de Maeztu, pero volvió a Buenos Aires para
instalarse en la ciudad de Mar del Plata, donde vivió hasta su último suspiro.
Amigas entrañables y compañeras de
lucha, María de Maeztu y Victoria Ocampo, como también Gabriela Mistral, fueron
pioneras y enjundiosas activistas de la historia de la educación y la lucha
feminista de España y la Argentina, y ya toda Hispanoamérica, aunque esa labor
forme parte de una lamentable historia olvidada.
©ROBERTO ALIFANO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO
HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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