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sábado, 15 de mayo de 2021

EL POEMA PROMETIDO, Favio Ceballos, Baigorria, Santa Fe, Argentina

 

Imagen de: poematrix.com


EL POEMA PROMETIDO

 

 PROSA POÉTICA

 

Autor Favio Ceballos con epígrafe de Ester Matellicani

 

"no tengo en mi mente la noción de cuánto dolor causa el no saber comprender el valor de mostrar lo que somos"

 Ester Matellicani

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A vos amiga....

y gracias a Dios por brindarnos a todos esa oportunidad de reivindicarnos en el compartir.

Ni me quiero imaginar lo que sería el mundo sin el amor de tantos y tantos.

Y a pesar de las fake news falsas noticias, a pesar de las psicopatías generadas por los medios de incomunicación: maestros, religiosos, científicos, políticos etcétera. Nada ha podido detener el avance de la salud germinal que Dios ha plantado en nosotros por derecho y por herencia genética.

 Él así lo ha decidido y ha sido contemplativo incluso con los más perversos de la tierra.

También me he dado cuenta de que alguien sembró en la genética lo que los libros de Veritas llaman cizaña, más temprano que tarde se limpiará, lo sé por mi sueño.

También nos dieron dogmas engañosos.

Por algún pacto espurio que desconocemos el mal se ensaña con la belleza, la bondad y lo sutil.

La paz de nuestro corazón dice que los amadores triunfaremos.

Con defectos y todo el mundo es bueno y la tierra maravillosa.

Es verdad querida Ester lo que provocan en el alma estas palabras de tu carta. Siento igual que vos, cuando decís: "¡cuántas verdades nos faltan por desenroscar!"

También agradecerte ahora vía ésta brevedad de esquela cibernética, por los olvidos que mutuamente nos hemos dispensado.

Como dijera Jorge Luis Borges ¡oh Dios gracias por el olvido que me rescata de lo que he sido!

Lo que nos falta es lo que no es nuestro y nunca lo será.

Y me provocas amiga la comprensión interior de que ya todo tenemos.

Te cuento que desde niño vivía en la calle jugando, esto no lo sabías, trepado de los árboles jugando a la pelota con lo demás niños del barrio, juntando tréboles de cuatro hojas, enamorado de las flores de todos los jardines de esas calles que cargaban con mi mirada inquieta, desde la casa paterna hasta la escuela.

Cuentan los compañeros que me quedaba más de media hora mirando una flor que me gustaba en el jardín vecino. Ellos seguían camino y yo me quedaba absorto contemplándola.

 -¡Vamos, vamos! decía Rubén otra vez a Favio le dio la chiripiorca.

-¿Qué decís, que le pasa? Le preguntó Fernando

-¡¿No ves?, se queda como estúpido mirando la flor! Le contestó Rubén.

Observaba el ritual acompasado de la abeja que día tras día era el mismo. Intuía que algún código secreto escribe, en el aire de la flor, esa abeja.

El color y la forma que impactantes al principio iban dejando paso al perfume. Perfume que poco a poco dialogaba con mi sangre. Observaba la acción de esa abeja para conquistar a la flor. Algo hacía volver a la abeja a la misma hora. En ese tiempo mis ojos detectaban avizores lo pequeño y lo grande, un instrumento perfecto para el tamaño de mí curiosidad (1). El insecto lograba que le diera su néctar. Caí en conciencia que aquella flor, de alguna secreta manera, se había percatado de mi presencia durante varios días de observación y había tejido en el perfume un extraño lazo que nos ataba a los dos.

Como todo lo incomprensible ese lazo ya estaba en mi sangre. En pocos minutos la fragancia había sido detectada por algo en mi cuerpo, algún órgano invisible más allá del olfato que me vinculada misteriosamente con aquela simple y colorida. Ella, un ser que flotaba en el aire sujetada por un tallo.

La simpleza de la flor me atraía, 

En la aceptación total de ella, estaba la clave del juego que los demás no comprendían. Me recibía completo, tal como era, completamente única, y yo totalmente verdadero.  Fluir hacia ese abrazo maternal de la flor me daba más vértigo que un tobogán.  Tan pequeña y frágil, podría haber cabido en la palma de mi mano. aún así detentaba un poder inconmensurable. Se arrojaba al acto magnánimo de contenerme. ¿En dónde estaba, yo cuando?

Lo recuerdo perfectamente, mis dos pies sobre la vereda, mis rodillas apoyadas sobre la reja baja del jardín, levemente inclinado para poder observarla de cerca y la flor espléndida flotando en el aire.

Ya había viajado hacia su interior y en un tris me mostró otro mundo, su mundo. Te anticipó que ese mundo estaba construido con luces.

 Viajaba hacia la flor.

Claro que en aquel tiempo me concebía solamente desde el cuerpo, cómo lo hace todo niño, experimentando sus alcances, fuerzas y adaptándome a las reglas del mundo. Pero también tenía noción de que preexistía. Ir y volver por ese túnel guiado por el lazo de su perfume era la prueba que necesitaba mi infantil razón para comprender la sinrazón de una existencia sin tiempo.

A las pocas semanas habíamos establecido un diálogo donde no mediaban las palabras. Surgió súbitamente y entre los dos desdibujamos las barreras entre los reinos.

El humano y la flor vegetal eran ahora un solo reino gobernado por el perfume en la eternidad de las luces y las sombras.

Por aquel entonces no escribía, vivía la poesía en mí y yo la adoraba.

El tiempo y la misma curiosidad, pero esta vez guía da por los micromiedos del sistema educativo y todos los demás acuerdos del despojo gobernados por lo absurdo, sumado a los macrosustos seudoprotectores que niegan el Ser y esa superficialidad que usurpa lo trascendente, imponían por la escuela burdas y pesadas palabras, toneladas de palabras sin perfume.

Hoy, gracias a tu mirada buena, he vuelto a recordar mi promesa, y por fin le escribo a la flor el poema que le prometí.

 

©FAVIO CEBALLOS, poeta y escritor argentino

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA  

 

PD.

(1)(Ya me dijera el viejo Pablo cuando le pregunté: ¿por qué usaba unos lentes con unos vidrios tan gruesos? y él me respondió: "ya no soy tan curioso como antes")

Cuando pierdes la curiosidad ya no queda mucho por ver y los ojos van perdiendo sus poderes.


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