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EL POEMA PROMETIDO
PROSA POÉTICA
Autor Favio Ceballos con
epígrafe de Ester Matellicani
"no tengo en
mi mente la noción de cuánto dolor causa el no saber comprender el valor de
mostrar lo que somos"
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A
vos amiga....
y
gracias a Dios por brindarnos a todos esa oportunidad de reivindicarnos en el
compartir.
Ni
me quiero imaginar lo que sería el mundo sin el amor de tantos y tantos.
Y
a pesar de las fake news falsas noticias, a pesar de las psicopatías generadas
por los medios de incomunicación: maestros, religiosos, científicos, políticos
etcétera. Nada ha podido detener el avance de la salud germinal que Dios ha
plantado en nosotros por derecho y por herencia genética.
Él
así lo ha decidido y ha sido contemplativo incluso con los más
perversos de la tierra.
También
me he dado cuenta de que alguien sembró en la genética lo que los libros de
Veritas llaman cizaña, más temprano que tarde se limpiará, lo sé por mi sueño.
También
nos dieron dogmas engañosos.
Por
algún pacto espurio que desconocemos el mal se ensaña con la belleza, la bondad
y lo sutil.
La
paz de nuestro corazón dice que los amadores triunfaremos.
Con
defectos y todo el mundo es bueno y la tierra maravillosa.
Es
verdad querida Ester lo que provocan en el alma estas palabras de tu carta.
Siento igual que vos, cuando decís: "¡cuántas verdades nos faltan por
desenroscar!"
También
agradecerte ahora vía ésta brevedad de esquela cibernética, por los olvidos que
mutuamente nos hemos dispensado.
Como
dijera Jorge Luis Borges ¡oh Dios gracias por el olvido que me rescata de lo
que he sido!
Lo
que nos falta es lo que no es nuestro y nunca lo será.
Y
me provocas amiga la comprensión interior de que ya todo tenemos.
Te
cuento que desde niño vivía en la calle jugando, esto no lo sabías, trepado de
los árboles jugando a la pelota con lo demás niños del barrio, juntando
tréboles de cuatro hojas, enamorado de las flores de todos los jardines de esas
calles que cargaban con mi mirada inquieta, desde la casa paterna hasta la
escuela.
Cuentan
los compañeros que me quedaba más de media hora mirando una flor que me
gustaba en el jardín vecino. Ellos seguían camino y yo me quedaba absorto contemplándola.
-¡Vamos,
vamos! decía Rubén otra vez a Favio le dio la chiripiorca.
-¿Qué
decís, que le pasa? Le preguntó Fernando
-¡¿No
ves?, se queda como estúpido mirando la flor! Le contestó Rubén.
Observaba
el ritual acompasado de la abeja que día tras día era el mismo. Intuía que
algún código secreto escribe, en el aire de la flor, esa abeja.
El
color y la forma que impactantes al principio iban dejando paso al perfume.
Perfume que poco a poco dialogaba con mi sangre. Observaba la acción de
esa abeja para conquistar a la flor. Algo hacía volver a la abeja a la misma
hora. En ese tiempo mis ojos detectaban avizores lo pequeño y lo grande,
un instrumento perfecto para el tamaño de mí curiosidad (1). El insecto lograba
que le diera su néctar. Caí en conciencia que aquella flor, de alguna secreta
manera, se había percatado de mi presencia durante varios días de observación y
había tejido en el perfume un extraño lazo que nos ataba a los dos.
Como
todo lo incomprensible ese lazo ya estaba en mi sangre. En pocos minutos la
fragancia había sido detectada por algo en mi cuerpo, algún órgano invisible
más allá del olfato que me vinculada misteriosamente con aquela simple y
colorida. Ella, un ser que flotaba en el aire sujetada por un tallo.
La
simpleza de la flor me atraía,
En
la aceptación total de ella, estaba la clave del juego que los demás no
comprendían. Me recibía completo, tal como era, completamente única, y yo
totalmente verdadero. Fluir hacia ese abrazo maternal de la flor me daba
más vértigo que un tobogán. Tan pequeña y frágil, podría haber cabido en
la palma de mi mano. aún así detentaba un poder inconmensurable. Se arrojaba al
acto magnánimo de contenerme. ¿En dónde estaba, yo cuando?
Lo
recuerdo perfectamente, mis dos pies sobre la vereda, mis rodillas apoyadas
sobre la reja baja del jardín, levemente inclinado para poder observarla de
cerca y la flor espléndida flotando en el aire.
Ya
había viajado hacia su interior y en un tris me mostró otro mundo, su mundo. Te
anticipó que ese mundo estaba construido con luces.
Viajaba
hacia la flor.
Claro
que en aquel tiempo me concebía solamente desde el cuerpo, cómo lo hace
todo niño, experimentando sus alcances, fuerzas y adaptándome a las reglas del
mundo. Pero también tenía noción de que preexistía. Ir y volver por ese túnel
guiado por el lazo de su perfume era la prueba que necesitaba mi infantil razón
para comprender la sinrazón de una existencia sin tiempo.
A
las pocas semanas habíamos establecido un diálogo donde no mediaban las
palabras. Surgió súbitamente y entre los dos desdibujamos las barreras entre
los reinos.
El
humano y la flor vegetal eran ahora un solo reino gobernado por el perfume en
la eternidad de las luces y las sombras.
Por
aquel entonces no escribía, vivía la poesía en mí y yo la adoraba.
El
tiempo y la misma curiosidad, pero esta vez guía da por los micromiedos del
sistema educativo y todos los demás acuerdos del despojo gobernados por lo
absurdo, sumado a los macrosustos seudoprotectores que niegan el Ser y esa
superficialidad que usurpa lo trascendente, imponían por la escuela burdas y
pesadas palabras, toneladas de palabras sin perfume.
Hoy,
gracias a tu mirada buena, he vuelto a recordar mi promesa, y por fin le
escribo a la flor el poema que le prometí.
©FAVIO CEBALLOS, poeta y escritor
argentino
MIEMBRO
HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
PD.
(1)(Ya
me dijera el viejo Pablo cuando le pregunté: ¿por qué usaba unos lentes con
unos vidrios tan gruesos? y él me respondió: "ya no soy tan curioso como antes")
Cuando
pierdes la curiosidad ya no queda mucho por ver y los ojos van perdiendo sus
poderes.
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