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sábado, 31 de octubre de 2020

Victoria Ocampo y una audiencia con Mussolini, Roberto Alifano, Buenos Aires, Argentina

 










Victoria Ocampo y una audiencia con Mussolini

Cierta intelectualidad, excesivamente crítica, cuestiona que en las muchas páginas escritas sobre sí misma (y reunidas en los tomos de sus magníficos y reveladores Testimonios), la señora Victoria Ocampo oculte algunos hechos que en la intimidad de reuniones privadas o entrevistas desarrollara con otro ímpetu y desde otro punto de vista. Esas personas olvidan, por lo general, que los libros de recuerdos se publican para dejar la casa propia en orden y acomodar ciertos hechos que sacados de contexto hasta pueden resultar odiosos y censurables. Algo comprensible, por cierto; aunque Oscar Wilde llegó a decir con su sorna habitual que “los libros de memoria son escritos por aquellos que han perdido completamente la memoria o tienen pocas cosas dignas de ser recordadas”. Por supuesto, no es este el caso de nuestra entrañable y admirada Victoria. Mujer sincera, transparente y llana en todos los aspectos.

Yo tuve el privilegio (y al usar esta última palabra lo hago como una forma de orgullo) de tratar a las hermanas Ocampo; sobre todo a Silvina, pero también a Victoria. Durante dos festivales de cine de Mar del Plata asistí con ella a los estrenos de las películas que se exhibían en el certamen. Eso me dio la oportunidad (el privilegio, repito) de poder conversar en privado sobre una variedad de temas y de entrevistarla públicamente para un medio periodístico en el que trabajaba en aquellos remotos tiempos de fines de los años ‘60. Tengo, además, el honor de haber posibilitado un encuentro memorable de Victoria con la cantante María Calas y con el director de cine Pier Paolo Passolini, que merece un capítulo aparte y me deja en situación morosa ante mi lector.

En estas conversaciones con Victoria figura la que mantuvimos sobre su visita a Benito Mussolini, publicada en mi libro La entrevista, un autor en busca de sus personajes. Allí está registrado el dialogo sobre una audiencia, que se prolongó por más de una hora con el famoso dictador. Fue en 1934, en un viaje que Victoria hizo a Roma para encontrarse con su amiga, Margherita Sarfatti, que ocupó el cargo de responsable de la política cultural del fascismo. “Ella fue la que me preguntó si quería conocer al Duce -recordó Victoria-. Mi respuesta fue afirmativa. Mussolini estaba en lo más alto de su popularidad. No había invadido Abisinia, un hecho condenable, ni había manifestado su antisemitismo, y aunque era notorio el militarismo impuesto a toda Italia, en esa época no sólo no se lo criticaba sino que hasta parecía un buen gobernante y una buena persona, un restaurador del orden; yo diría que casi venerado por muchísima gente. Todavía recuerdo mi asombro cuando pisé la sala Mappamondo del Palazzo Venecia, tan severamente deslumbrante, de perfecta belleza, construida con piedras sacadas del Coliseo. ¡Una maravilla, se imagina!

-¿Cómo era el carácter de Mussolini -me interesé-. Era el personaje soberbio e intemperante que todos conocemos a través de sus imágenes. ¿De qué hablaron?

-Empezó siendo una conversación normal sobre arte; Mussolini había escrito el prólogo de la primera exposición del Futurismo, que encabezaba Marinetti. También se interesó por la Argentina y por los inmigrantes italianos; todo muy cordial, salvo cuando yo le pregunté sobre la condición de la mujer en el Estado Fascista. Su respuesta fue demoledora: “El primer deber de la mujer es dar hijos a la patria, señora” -me respondió de un modo cortante.

-Como se imaginará, yo me sentí muy incómoda y no dudé en responderle con sinceridad: “Pero usted no debe desconocer que la mujer desde tiempos remotos colabora con el hombre. Estoy pensando en Livia Drusila al lado de Augusto, en Leonor de Aquitania junto al rey Luis VII, o Catalina la Grande al frente de Rusia. Hay muchas mujeres importantes en la historia. ¿Por qué atribuirle un rol inferior?”

-¡Qué valentía la suya, Victoria -exclamé-, usted se plantó ante el mismísimo Duce!

-Bueno, yo no me pude callar. Mussolini puso cara de desagrado y acentuó entonces su “no” rotundo, y me preguntó a su vez, apelando a sus propios paradigmas: “¿Le parece, señora que Julio César, Napoleón o Bismarck tuvieron la necesidad de una colaboración de sus mujeres? No, señora, no la tuvieron. ¿Usted cree que el Dante escribió la Divina Comedia a causa de Beatriz? No, para nada. Lo que inspiró a Dante fue su odio hacia Florencia y sus enemigos políticos, los Güelfos Negros, no el amor a esa muchacha que apenas vio de lejos algunas veces.”

-Mire, le digo la verdad, Alifano, yo creo que Mussolini era un machista que pensaba que la mujer es inferior al hombre -continuó reflexionando Victoria-, y que no debía actuar en política ni meterse en filosofía, ni en música, ni en arquitectura, ni en literatura, porque no las entendía. Un disparate total, se imagina cómo me puse yo. Me salí de las casillas. Tuve ganas de levantarme y mandarme a mudar. Había llevado para obsequiarle un ejemplar de mi primer libro, que me publicó don José Ortega y Gasset, y se titula De Francesca a Beatrice; que, unos minutos antes me atreví a mostrarle tímidamente al Duce, pero me dio tanta indignación que decidí no entregárselo; él ya lo había visto y me lo arrebató de mis manos. “¿Ese libro es para mí, no es cierto. ¡Ah, qué interesante! -exclamó-. No sabía que como usted, como yo, era devota del poeta Dante Alighieri. Pero dedíquemelo, por favor. No recibo libros sin dedicatorias

-Le cuento que ahí cambió de tono y lo hizo con amabilidad, con su mejor sonrisa e indudablemente complacido. Era un hombre desconcertante, que estallaba de cólera o, de pronto, se enternecía confundiendo al interlocutor. Yo entonces escribí en la dedicatoria: “Al excelentísimo señor don Benito Mussolini, la obra de una estudiante en busca de su alma”.

-¿Sabe que me contestó él, con una risa contagiosa y un tono algo burlón después de leer mi dedicatoria?: “¿Y dígame, encontró esa alma, señora?”

-¡Qué aprieto, caramba! -exclamé yo-. ¿Y usted qué le contesto?

“¡Por favor, no me tome el pelo, excelencia!”, y él volvió a reír aún con más ganas y terminamos riendo ambos.

-¿Y cómo era el personaje, de qué otra forma la impresionó? Me lo puede seguir describiendo?

-Bueno, me pareció un hombre que hasta podía ser divertido cuando se soltaba. En eso entró mi amiga, Margherita Sarfatti y él le dijo una galantería y la conversación se distendió aún más entonces. Luego se prolongó por más de una hora y, pese a todo el encanto que Mussolini desplegó a lo largo de la entrevista, a mí me dejó un sabor amargo por la opinión que tenía de la mujer. Me fui con una preocupación y con el miedo de que si este hombre llevaba a su país a la guerra, las mujeres serían un simple instrumento del Estado, cuyo deber era dar hijos destinados a la muerte. Por otro lado salí de la entrevista contenta conmigo por la valentía que tuve al discutir nada manos con Mussolini.

Victoria había mencionado el nombre de Margherita Grassini Sarfatti, que fue quien la había llevado ante Mussolini. Esta refinada mujer, crítica de arte de profesión, descendiente de una rica familia judía de Venecia, llegó a ser en la primera etapa del Duce una de las mujeres más poderosa e influyente de Italia. Se la relacionaba sentimentalmente con Mussolini y aún se la recuerda como “su amante judía”. Hacía 1938, cuando a instancias de Hitler el Duce lanzó su campaña antisemita, la Sarfatti debió exiliarse y vivió durante siete años entre Montevideo y Buenos Aires. Victoria Ocampo, que la había conocido hacia principio de los años treinta fue, junto al empresario periodístico Natalio Botana, el crítico de arte Jorge Romero Brest, el pintor Emilio Pettoruti, el general Juan Domingo Perón y Eva Duarte, su mujer, quienes la ayudaron en su paso por la Argentina.

-¿Tengo entendido que usted fue muy amiga de Margherita Sarfatti? -le pregunté a Victoria.

-Sí, claro, fuimos muy amigas. Ella luego, cuando empezó la persecución, por su origen hebreo se fue de Italia y se exilió en Montevideo. Yo entonces la invité a venir a Buenos Aires para dar unas conferencias. Fue huésped mía durante bastante tiempo. Una gran mujer, cultísima, exquisita y también gran estudiosa de la Divina Comedia como yo. Con Margherita nos entendíamos muy bien; a través de ella yo conocí muchas cosas indignas y secretas del fascismo.

Victoria también conoció en Buenos Aires al conde Gian Galeazzo Ciano, yerno de Mussolini y uno de los pocos nobles incorporados a su gobierno. El conde había vivido casi tres años en la Argentina, donde fue funcionario de la Embajada de Italia. Este personaje importante del fascismo fue después canciller entre 1936 y 1943; siendo luego fusilado bajo el consentimiento de Mussolini, acusado de traidor a la patria por oponerse a la alianza con Hitler.

-¿Y del conde Ciano, qué recuerdos tiene, Victoria? -le pregunté.

-¡Ah, Muchísimos recuerdos y muy buenos -respondió Victoria con una sonrisa-, conversé bastante con él y cenó varias veces en mi casa. Un aristócrata cultísimo; él y su mujer Edda Mussolini. El conde Ciano se había relacionado con María Rosa Oliver, y ella me lo presentó. María Rosa, usted sabe, era comunista, pero eso no impedía que fuéramos amigas. El conde me dijo en una oportunidad: “Cara Vitoria, io so che la Rosita e rossa; ma io la voglio bene lo stesso” (“Sé que Rosita es roja, pero yo igual la quiero mucho”).

Cuando Victoria estaba de buen humor era una deliciosa conversadora. Se detuvo un momento para hablarme de su entrañable amiga María Rosa Oliver, otra mujer extraordinaria, que colaboró con ella cuando fundó la revista Sur.

-María Rosa pertenece a una familia patricia, desciende directamente de Remedios de Escalada, la esposa de San Martín. Es una mujer extraordinaria. ¿Usted la conoce supongo?

-Sí, por supuesto, es una escritora admirable.

-Pero, sin duda -¡y qué escritora!-. Además su invalidez no le ha impedido luchar en varios frentes. Somos como hermanas a pesar de nuestras diferencias políticas. Ella fue quien me acompañó cuando fundamos la revista Sur. María Rosa es una gran ensayista y luchadora social. Le otorgaron el Premio Lenin de la Paz y los comunistas de aquí la propusieron al Premio Nobel de la Paz, apoyada por muchos países.

Vale también recordar que nuestra insigne Victoria Ocampo, con frecuencia vilipendiada como epítome de frivolidad por algunos mediocres que desconocen su obra, fue, en el tema de los derechos humanos, como en tantos otros, un ejemplo de ponderable solidaridad. En 1960, cuando se debatía la legalidad del secuestro de Adolf Eichmann en territorio argentino para ser llevado a juicio en Israel, Victoria terció en la disputa para recordar la ignominia sufrida por tantos seres humanos por el solo hecho de pertenecer a un grupo racial determinado. Su ensayo “Porque eran judíos”, republicado en el tomo sexto de sus Testimonios, demuestra su absoluto rechazo a tal ignominia.

También cabe agregar que Victoria tampoco había demostrado indiferencia cuando muchos años antes rescató a Giselle Freund, una de las fotógrafas más notables del siglo XX, pagándole su traslado a la Argentina, unas pocas semanas antes de la invasión nazi en París, con la excusa de que había sido contratada como retratista por su revista Sur. Giselle se destacaría, años después, por perpetuar las imágenes de escritores como Virginia Woolf (a quien pudo retratar gracias a Victoria, que logró vencer la resistencia de la escritora inglesa); luego James Joyce, Colette, André Malraux, Marguerite Yourcenar, Jean Cocteau, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir serían captados por la cámara de la célebre fotógrafa.

Según afirma en sus Sueños don Francisco de Quevedo, “el tiempo es un enemigo que mata huyendo”, se han sucedido los años, pero la señora Ramona Victoria Epifanía Rufina Ocampo Aguirre, nuestra admirada y entrañable Victoria sigue diciendo presente en la cultura argentina. Es un emblema que deberíamos tener muy en cuenta en estos tiempos preocupantes de nuestra atormentada Patria. Nos esperanza la noticia de que existe el proyecto de perpetuar su legado en una serie que estará a cargo de la productora Franciscus de Madrid.

 

 ©ROBERTO ALIFANO, poeta y escritor argentino

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

 

 

 

 


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