EL PORTATOLDOS
Al Compromiso…
En
especial, a Norberto Pannone, audaz militante de verdades...
Sucedió hace unos días.
Venía
de formalizar una gestión para la oficina pública donde trabajaba, cuando aquello llegó.
Con
la psiquis difuminada en la exégesis de sus (habituales) pensamientos
(místicos) quijotescos (cada vez más obsesivos, hasta un cierto grado de
paranoia leve si se quiere, pensarían ellos),
estaba parado –o creyó estarlo- en esa esquina céntrica, revisando papeles de
trabajo mientras oraba (sí, claro, oraba) mecánicamente, cuando aquello llegó.
Y lo
golpeó.
Es
que son tiempos difíciles. Como siempre y, para ellos, más aún; esas gentes nerviosas, flotantes y rumiadoras,
apresuradas y ansiosas, insatisfechas y casi (casi) resentidas, como él... (No,
como él no, se dijo).
Hasta que llegó.
Llegó
y lo golpeó. Eso sí, brutalmente, lo golpeó.
Vino
volando y agitándose quién sabe desde qué manos invisibles desenredadas por el karma siniestro del Urbano Caos
Municipal, y lo golpeó con dureza ahuecándole la frente en todo el diámetro de
su tubo blandido y amenazante...
“Un
portatoldos, carajo (volvió a repetir
como exabrupto probado y gustado). ¡Un portatoldos! Común y corriente. ¿Pero
cómo no lo ví?”. Y el ruido feroz de los automóviles se acalló, por un
instante, en su mente embotada por el dolor...
Y fue
entonces cuando el portatoldos erecto, con aquella sangre distraída goteándole
como una baba sanguinolenta por su boca de hierro macizo, no dejó que
reaccionara; y, en seguida del golpe, con igual contundencia y el eco de una
voz ronca -reflejada en la vitrina del negocio de ropas custodiado de la húmeda
torridez del ambiente- le espetó, sin vueltas, que dejara de ser rebelde y de
protestar contra cualquier cosa y de luchar contra todo el mundo y de pelearse con el mundo. ¿Qué? Que era un reverendo
cabeza dura y que golpes como ese iba a recibir de aquí en más, todos los días,
si no cesaba con su ingenua prédica en favor de la Verdad, la Rectitud, el
Compromiso y la Honestidad, y en contra de la mentira, lo indebido, la
mezquindad y el oportunismo de los que viven -a causa de su mediocre existencia
inimputable (a veces, y sólo a veces)-, usando como trapo sucio a los demás…
Eso, entre otras cosas que el Portatoldos juzgaba fuera de moda o de una lógica
trasnochada propia de un perfeccionista (idiota) -como él-, de un nimbado
moralista e insano intelectual -como él-, perdido en la extravagancia
revolucionaria e ignorado de plano por el exitismo concupiscente de un orbe
impío y mercantilista... Sí, que Dios, y la Justicia, y la Solidaridad, y la
Paz, y la Responsabilidad y la Responsabilidad; sí, y la Reponsabilidad, la
Responsabilidad, la Responsabilidad... Y que la Fe, y la Esperanza, y la
Caridad, y que... ahora, ahora (no
después, no mañana, no nunca) era la Hora
Que Había Sido Anunciada, el momento de
comenzar a edificar la Nueva Sociedad...
¡Que a vino nuevo, odres nuevos!, se
escuchó gritarle, de pronto, a la desafiante mirada de aquellos rostros de
gente estupefacta (de aquella gente, al menos), que por allí pasaba, y que le
perforara otra vez, a pura indiferencia nomás, su cabeza partida, como
desorbitada... Henchidos como sapos barrosos y plenificados en la inconsciencia
de sus pecados capitales, fueron como una turba ciega que no pudo o supo verlo
arrojado impunemente al piso, sin prestarle la más mínima atención…
Después, no sabe qué pasó.
Pero
algo debe haber pasado. “Primero”,
porque los que criticaban su conducta (demasiado) idealista y poco práctica, al
verlo tan cambiado y parecido a ellos,
se desorientaron.
No
podían criticarlo más. ¡No podrían
criticarlo más! Y lo que es peor, es decir, “Segundo”, ahora, ahora le pedían -¡por favor!- que no
exagerara, que en realidad eran ellos
los que se habían ensañado con él, que en verdad era un buen tipo y que no
pasaba nada, que por favor -¡por favor!- volviera a ser como antes, que no se fuera al otro extremo,
que personas como él eran necesarias para la humanidad, que etcétera, etcétera,
y etcétera...
Pero
no puede. Roto el encanto, por el hueco de su cabeza deben habérsele ido todos
los ideales de nobleza y perfección. Su alma;
eso. Y ahora es -¡por fin!-, íntegramente de
este mundo, de este maravilloso, inaudito, impío y mercantilista orbe
planetario: y sólo de carne y hueso.
Tan sólo de carne y hueso. Como la de ellos.
Tan de carne y huesos como la de aquellas gentes (como la de ellos), que seguirían nerviosas,
flotantes y rumiadoras, apresuradas y ansiosas, insatisfechas y resentidas,
ahora, ahora también como él...
Por
eso se ha permitido advertirles a sus amigos, que dejen de pensar sobre él como
lo hacían hasta ahora. Ahora, que no
traten de hacerle sentir y actuar como antes...
No
sea que el Portatoldos se enfade con ellos
ahora, y venga, y los golpee y, al revés de su caso, por el hueco de sus
cabezas aturdidas penetre y se estacione (enroscado en la dura cerviz que los
corona) el nimbo de la Santidad.
Sería
terrible.-
©ADRIAN NESTOR ESCUDERO, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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