TRIBUNA-El Imparcial
Entre la furia y el miedo
Sin
entrar en el complejo campo de la metafísica; pero, tampoco sin eludir al
irrevocable Emmanuel Kant, que consideraba que “lo real se da en el marco de la
experiencia posible”, y que llamamos “realidad a todo lo captado en forma
inmediata”; es decir, a través de la conciencia y de los sentidos. Definición
luego cuestionada por el epistemólogo Karl Popper en su libro Lógica de
la Investigación Científica, donde opone al realismo un freno para su
defensa, sin separarlo, eso sí, de la cotidianeidad social. Asunto tan remoto,
si vamos al caso, que ya habían tratado los griegos de la escuela eleática casi
500 años antes de Cristo, donde definían que “lo único verdadero es lo real”
(atribuida por sus seguidores en el siglo XX al ex presidente Juan Domingo
Perón, que vivía enfatizando que “la única verdad es la realidad”, apotegma
incuestionable, sin duda, pero no original del caudillo sino de viejísima
data).
Ardua
tarea nos cabe entonces si intentamos hacer una lectura empírica de la realidad
Argentina que se nos escapa por los cuatro costados; sobre todo en un marco
electoral donde los protagonistas se desenvuelven entre embustes y compartidas
amenazas de miedos, e índices de descalificaciones que parecen insuperables.
Todo entrecruzado, además, en un enfrentamiento donde la única recurrencia que
exhiben es mostrar errores de un pasado calamitoso del que nadie escapa; aunque
los candidatos, basados en temerarios pronósticos, prometan lo mejor en un
contexto que separa a casi la mitad de la sociedad en bandos definitivamente
inconciliables. Un foso que se ve profundizado en este tiempo de elecciones
donde se compite de manera bochornosa e indigna, por la conducción del país.
La
diferencia en la vapuleada Argentina se da un modo casi furioso entre dos
penosas posturas: kirchneristas y antikirchneristas o macristas y
antimacristas; hilando más fino, entre los partidarios del actual modelo con
menos tendencia social que rentista y los otros con ofertas diametralmente
opuestas; pero, donde tanto unos como otros se muestran como facciones
políticas enceguecidas, insistiendo ambas en culpar al pasado por los males que
aquejan al país en el resbaloso presente. Todo con un fanatismo casi demencial
que los enfrenta impulsando más que una grieta, un abismo insoslayable que,
felizmente, no pasa de la agresión verbal. Los candidatos, en tanto, son
funcionales unos a otros y en un juego de birlibirloque, tratan a dos puntas de
estigmatizarse sin ningún sostén conceptual que puedan exhibir más allá de sus
respectivas vulgaridades.
Desde
el gobierno no se ha hecho nada para descomprimir el problema y se insiste con
los viejos slogan; desde la oposición, menos. Es más, unos y otros intentan
sacar partido de los destructivos errores cometidos ayer sin vistas de solución
para mañana. Todos se muestran irracionales, sin propósitos de unidad, con
ataques pedestres y ordinarios que no aportan ninguna solución posible ni dejan
entrever esperanzas de recuperación para el día después de la elección. Así,
tanto tirios como troyanos, carentes de ofrecimientos válidos, tratan de
beneficiarse electoralmente mostrando los males del enemigo y eludiendo las
responsabilidades de un pasado que es condenatorio para ambas corporaciones.
Según
el estudio de las encuestadoras más neutrales y confiables hay casi un 30 por
ciento de la sociedad fanáticamente kirchnerista, fieles a la ex presidenta, y
otro tanto furiosamente antikirchnerista. Ahora bien, el porcentaje
correspondiente al kirchnerismo es del todo antimacrista; es más lo
descalifican al ingeniero con una crueldad despiadada como si fuera el peor de
los demonios. En tanto que el porcentaje antikirchnerista, sin ser tampoco del
todo macrista, anatematiza a la ex presidenta, aunque sin vislumbrar una
solución posible para no repetir el pasado. Un pasado que se confunde, claro
está, con errores que no benefician a nadie y se reparten entre ambos. Otra
cantidad, quizá la mayor (se habla hasta de un 40 por ciento de la sociedad)
disimula no meterse en esta guerra, que ya lleva demasiado tiempo, acaso
buscando una tercera vía, que tampoco se ve transitable por la evidente falta
de candidatos con posibilidad de votos y sin consenso de los que intentan
representar. De tal manera que la polarización parece rotunda, a la vez que
fatal.
Así,
entre el vaudeville y el sainete, los calificativos que unos y otros usan para
dividir las aguas, resultan menos pueriles que ofensivos y hacen resurgir los
viejos y desgastados lemas: “patriotas contra cipayos”, o “nacionalistas contra
extranjerizantes” y, con mayor saña y no menos vehemencia: “vende patrias
partidarios del FMI, contra nacionales y populares”. Obsoletos esquemas que
recuerdan un artefacto del poeta Nicanor Parra: “La izquierda y la derecha
unida jamás serán vencidas”. Porque más allá de las ofensas, muchas
complicidades saltan a la vista en esta toma y daca, donde un peronista
acompaña a Macri en su fórmula y el candidato elegido por la doctora Kirchner
es quizá menos peronista que liberal.
Todos
sabemos que inapelablemente el tiempo sucede y que, sin duda, existirá un día
después. ¿Qué sucederá entonces cuando alguno de los dos candidatos actuales
gane las elecciones? ¿Cuáles serán las soluciones concretas para sacar al país
del estancamiento? ¿Qué medidas se tomarán para detener la inflación con la
consiguiente caída del consumo que día a día suma pobres? ¿Habrá por fin un
equilibrio social con crecimiento y mayor apertura laboral? ¿Dicho de otro
modo: hay esperanzas para poder gobernar a una sociedad tan dividida? ¿Se puede
administrar un país cuando un cuarto de su población no reconocerá nunca la
legitimidad del triunfo ajeno? Vaya encrucijada si las hay. Y los interrogantes
pueden seguir…
Una
campaña presidencial hasta puede llegar a ser agresiva, pero no tenemos duda de
que a esta se le va la mano. Si bien es cierto que la polarización extrema no
son fenómenos solo argentinos y aunque se sabe de procesos parecidos en el
mundo, estamos casi seguros de que ninguno supera a esta, donde las
instituciones tambalean sin rumbo, decrece la educación y la salud, y los
clubes barriales se cierran debido a las altísimas tarifas de servicios que no
pueden pagar. Pues bien, si somos sinceros, debemos reconocer también que una
campaña presidencial es un teatro de hipocresías. Sin embargo, en la actual
política argentina vemos que esta elección se da, además, entre “dos miedos”,
casi sin opciones y entre dos modelos de país irreconciliables.
Empezamos
hablando del concepto de Kant sobre la realidad. Aceptemos, por consiguiente,
que la realidad de la Argentina es dramática por dónde se la mire. Ni Macri
tendrá una Argentina sin problemas después del 10 diciembre, en la remota
posibilidad de que fuera relegido, ni Cristina Kirchner con su fórmula
Fernández - Fernández, recuperará del pasado un cierto paraíso perdido, ya que
los paraísos posibles son solo eslóganes de campaña. La situación internacional
tampoco será propicia en un mundo proteccionista.
Desde
lo menos ilusionado, en lo personal, me inclino a pensar que los poetas tienen
acaso mejor sentido que los políticos, enfrascados en dogmas que seguramente ni
ellos mismos creen. Las cosas, las duras circunstancias, todo lo que nos acecha
en esta compleja existencia, son siempre relativas. La dura realidad es la que
manda. Por tales rezones, quizá haya que recurrir a un “realismo mágico” donde
la emoción sea el sendero que nos una y nos acerque a la realidad. También los
sueños suelen ser verdaderos mientras duran, por supuesto.
©ROBERTO ALIFANO, poeta y escritor
argentino
MIEMBRO
HONORÍFIO DE ASOLAPO ARGENTINA
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