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sábado, 11 de julio de 2020

ABOGACÍA, Hugo Bonomo, Santa Fe, Argentina

La formación constante en la abogacía y el e-learning: Un aliado ...

ABOGACÍA


Tengo la mala costumbre de intentar graficar todo lo que pienso o quiero transmitir con palabras. En este caso, no es muy sencilla la interpretación; por eso voy a explicarla. Justicia es una palabra derivada de derecho, y el estudio del derecho, genera la abogacía. Por lo tanto; justicia y derecho son solo uno. Podrán ver que, por eso, están casi pegados. La diferencia más notable es que la palabra abogacía, comunica una sensación de avance; lo contrario de justicia. Abogacía lleva acento, o tilde; un acento que se transfiere a justicia. No hay problemas, porque, en esencia, es lo mismo. 
El tema es que la realidad actual ha modificado muchos conceptos y principios que respondían a valores inmodificables y perpetuos que regían las acciones y eran las pautas que permitían discernir la correspondencia de situaciones y hechos, sobre bases claras e inalterables. Tal como pensaba Oscar Wilde, cuando escribió: “La moralidad moderna consiste en aceptar el modelo de una época. Considero que, para cualquier hombre culto, el aceptar el modelo de una época es el modelo más grande de la inmoralidad”.
Y la realidad actual también transfirió el acento de abogacía a la cía de justicia. Si pensamos que justicia es lo justo, abogar es defender y cía es acompañar, está perfecto; acompañar, estar al lado de quien necesita defensa y justicia.
Pero los acentos impuestos por el modelo de nuestra época no respetan códigos ni valores, y son tan endebles que se derrumban fácilmente ante cualquier seducción moderna, encarnada por el vil metal y sus ramificaciones.
Y eso pasó con el acento, o tilde, con el horrible resultado de transformar la cía de la última silaba, que era patrimonio de la antigua abogacía, a la moderna justicia, y convirtiendo la compañía en cía, del verbo ciar: Andar hacia atrás, retroceder. Es cierto que la abogacía viene ciando desde hace tiempo, pero su ingerencia en los conflictos, alcanzados por la modernidad, el deterioro de los valores y el predominio del dinero sobre la ecuanimidad, han infectado, también, a la justicia, haciendo desaparecer la credulidad de los ciudadanos, que se creían inmunes a la epidemia de inmoralidad, y que habían buscado refugio en el último y recóndito lugar disponible, con la esperanza de no ser alcanzados por la terrible enfermedad que se ha extendido a toda la superficie del país.
Es evidente que el antídoto, que administra el poder, no ha sido eficaz para proteger la justicia, y la infección se propaga, y está llegando a los pacientes, vacunados contra la epidemia, que se encuentran internados en terapia intensiva.
Se dice que en Roma, en los principios de la profesión, los abogados eran muy sanos, desempeñaron su profesión de la manera más honorífica y mostraron el mayor desinterés, pero cuando sus servicios a la patria dejaron de ser medios para adquirir honores y distinciones, pasaron a ser hombres mercenarios. A partir de allí el tribuno Cincius intentó que retomen sus orígenes. Augusto trató de remediar el cambio imponiendo una pena, que ellos supieron eludir. Claudio sumó prohibiciones, y el emperador Trajano decretó otras prohibiciones para evitar, a quienes tuviesen pleitos, abusos por parte de los abogados.
En Grecia, Sócrates rechazó ser asistido y las leyes determinaban que las partes se defendiesen a si mismas. Lo mismo ocurría en el Areópago, tribunal superior de la antigua Atenas, en donde no se permitía la asistencia de abogados.
Aclaremos que todo esto pertenece a la historia, y cualquier similitud con la realidad actual, puede ser mera coincidencia, o, en su defecto, que la historia se repite.
Ahora trataremos de echar algo de luz sobre las situaciones mal iluminadas que vivimos a diario.
Vayamos al origen de todo lo deseable y ecuánime que debiera regir la conducta y la vida de la humanidad; la justicia, y veamos que dicen los libros.
Justicia proviene del latín ius, derecho, y significa: lo justo. Solo eso, y nada más que eso; justicia es lo justo. Y lo justo es, por definición: Que obra según la justicia, la moral o la razón.
Abogado viene de abogar. Abogar significa: hablar a favor de una  persona o cosa. Y aquí nuestra ilustración se hace un poco confusa, porque no hallamos los atributos de exactitud y precisión propios de la justicia.
El señor Larousse, dice que abogar es un verbo, y se conjuga como pagar. Sorprendidos, pensamos que estamos leyendo Nostra Damus, pero no; es el diccionario. Continuamos ilustrándonos, y leemos que el participio pasado de abogar, es: abogado.
Estamos desorientados; lo que creíamos armónico y complementario se ha convertido en una dicotomía. Queremos rescatar nuestra idílica concepción, seguimos buscando y, al fin, encontramos: “La trascendental función social del abogado, no es otra que la defensa desde el llano de los derechos de las personas (tales su libertad personal, su honor, patrimonio, etc.) no sólo en función del derecho, sino también en función de la justicia y la moral”.
Ahora, partiendo de lo leído; hacemos un análisis de la realidad.
Hace poco, estaba en la tele el abogado más famoso del país, y le preguntaron si defendería a un estafador preso, cuyo delito está probado, no deja ninguna duda sobre su culpabilidad y afecta a los intereses de todos los argentinos. Su respuesta fue rápida, sincera y espontánea:
- Por tres millones de dólares, si.
Hace pocos días se promulgó, y rige en todo el país, la Ley de Flagrancia.
Flagrante es algo que flagra, es decir, que arde o que resplandece como el fuego. El concepto se utiliza para nombrar algo que se está ejecutando en el momento o que resulta tan evidente que no necesita pruebas.
Seguramente, cualquier detenido cometiendo un delito flagrante, en el caso de tener mucho dinero, contará con un abogado famoso o eficiente, que manejará la situación hasta que la flagrancia desaparezca y el abogado triunfe. Eso hace a los abogados exitosos, calificados, eficientes, capacitados y expertos en lograr que los representantes de la justicia adecuen sus principios a los intereses del abogado y desaparezca la flagrancia y el delito, pudiendo hasta corresponder un resarcimiento para el delincuente. Y esto es un triunfo y un orgullo para el abogado, que lo posiciona en un lugar destacado, dentro de los profesionales del derecho.
Nosotros lo miramos en la tele, y seguimos leyendo.
“El Abogado es un profesional cuyo objetivo fundamental es colaborar en la defensa de la Justicia”.
Uno de los mandamientos del decálogo de los abogados, dice:
“Sé leal. Leal con tu cliente, al que no debes abandonar hasta que comprendas que es indigno de ti”.
“El empleo de los recursos y formas legales, como medio de obstrucción o dilación del procedimiento, es uno de los más condenables excesos del ejercicio profesional, porque afecta a un tiempo la conducta del letrado que los emplea y el concepto público de la abogacía”.
“Un abogado no debe aconsejar ningún acto fraudulento, formular afirmaciones o negaciones inexactas, efectuar en sus escritos citas tendenciosamente incompletas, aproximativas o contrarias a la verdad”.
Seguimos leyendo y alimentando nuestra fantasía, pero no podemos dejar de mirar a los abogados eficientes y exitosos que siguen ascendiendo, pisando los escalones de la justicia.

©Hugo Luis Bonomo, poeta y escritor argentino.
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA



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