EL AMOR
Y sabed que es verdadero:
un hombre ama de fino corazón,
mujer que nunca vio,
sólo por oírla alabar.
Amanieu de Sescars
La aproximación a lo poético es el clima, la
emoción en un mundo de significados, de hondura infrecuente. El poema crea una
atmósfera, un ámbito que es también ruptura del tiempo, presente de la
conciencia, modulación. Es cuando se transforma en distensión, en tensión, en
hueco que abre la proyección temporal. Ese mundo es símbolo, metáfora del
hombre. El hombre es el sueño de la sombra, nos enseñó Píndaro.
Pero el amor en el poeta es la búsqueda de lo imposible, melancolía y huésped
de otro espacio, de otro sueño, de una lejanía. De esa lejanía interior nace la
lírica.
Benjamín Disraeli advirtió: “La magia del primer amor consiste en ignorar que
pueda terminar un día.” ¿Es verdaderamente esa la magia? Nos inclinamos por la
visión utópica, la pasión que triunfa sobre el olvido. La creación que
obsesivamente va plasmando en una mujer el recuerdo y la raíz de otras. Tal vez
la tragedia interior se esconda en una frase de Rougment: “El amor feliz no
tiene historia”.
Un amor como el de Tristán e Isolda concluido en matrimonio es
impensable. Un amor sereno, dulce y pacífico como el de madame Sabatier
y Baudelaire también. Necesitan de una imposibilidad para consumar su destino.
Los poemas enfebrecidos y bellos, la admiración en silencio prueban que el poeta
ama idealmente a una mujer que es creada desde su corazón, desde su soledad,
desde su sensualidad. De allí la castidad del poeta, el deseo y la posesión se
separan y se excluyen. No importa la timidez o el libertinaje. Gravita el
afecto, la ternura, la voz redentora que es furtiva en la mirada y en el
ensueño. Estamos hablando en última instancia del amor sublimado. Con ironía
nos dice nuestro querido Bernard Shaw: “El amor es una tremenda exageración de
la diferencia que existe entre una persona y todas las demás”. De todas formas
seguimos pensando y sintiendo como Anacreonte:
“Y otra vez amo y ya no amo
y deliro y no deliro,
estoy loco y no estoy loco.”
¿Para qué sirve el vivir? nos preguntamos. Hay siempre un murmullo oculto, un
nacimiento de voces que alivia la fatiga. La intuición estética lucha
cotidianamente contra burócratas, contra seres mediocres. Burgueses, amanuenses
del poder. El amor y el poema están más allá del éxito, de la moral, de las
reglamentaciones absurdas. Una línea poética estremece el alma, enseña y evoca
desde el instante metafísico. El poeta anima una dialéctica sutil, revela la
solidaridad de la forma y del ser. Pero no olvidemos que hay una sabiduría
poética que impide el desborde o el exceso; un universo simbólico en la textura
del lenguaje que incrementa el aura del misterio.
Lope de Vega nos introduce en la vigilia del amador:
“En fin, señora, me veo
sin mí, sin vos y sin Dios.
Sin Dios, por lo que os deseo
sin mí porque estoy sin vos
sin vos porque no os poseo.”
Para el poeta auténtico un sueño es la realidad. Imagino el mirador de
Espenuca. Sueño con milicianos españoles, con huelgas insurgentes, con
campesinos trasterrados, con la España del '36. Con viejos combatientes que
traen banderas desflecadas por el dolor y la injusticia. Hay imágenes y tonos
predominantes, los signos, la niebla, los bosques, los mares que se alzan en la
memoria. Es una forma de convocar al mundo de la dicha y del ensueño, la
mitología interior, la intuición totalizadora del hombre y el universo.
En este mundo aceptamos que el ideal de la vida sea el fervor de lo efímero.
Desde la vela blanca, desde la aurora. Ese instante es la vida íntima. “El amor
nace, vive y muere en los ojos”, nos enseñó Shakespeare.
El amor obedece a un presente establecido e inalterable. Decía Rougemont que “Tristán
e Isolda no se aman. Lo que aman es el amor, el hecho mismo de amar.
Se necesitan el uno al otro para arder.”
Creemos que es así. Intuimos también que amar al Amor más que el hecho de amar
es un topos en la lírica universal. Tenemos dos ejemplos
fundamentales: Jorge Manrique y Antonio Machado. Fluyen más allá, por eso su
trascendencia. Para ellos el amor es posible aun sin amada. Vivimos desde el
poema un destino abierto y oculto.
El poeta, el músico, el pintor, el creador necesita crear mitos, leyendas,
sueños. Desde allí la búsqueda de esa mujer, de ese ideal, de una utopía. Desde
la primitiva poesía china o los poetas hindúes, desde el mundo greco-romano,
desde Dante, Petrarca, Quevedo, Rubén Darío o Pushkin el sentimiento amoroso
tiene su evolución y su historia. Hay -debemos decirlo- modas en los
sentimientos, en la manera de manifestar el sentimiento. El amor forma también
parte de la evolución y la historia del arte, sin duda. Y cada época tiene su
estilo de amar y ser amado, de vivir la amistad y la admiración. Cada
generación modifica el erotismo de la antecedente.
El erotismo idealizado difundido en nuestra cultura crea espejismos. Buscamos,
en el fondo, la pasión y la desgracia. Aparece el mito social o religioso. Pero
el poeta ve en los ojos de la amada la hora inmóvil, la noche y el alba como
ofrendas de eternidad. El poeta auténtico no hace confidencias sobre su amor.
Protege un sentimiento de irregularidad, el don de maravillarse, el placer de
admirar el rostro del hechizo. En el enamoramiento hay una encrucijada entre el
Cosmos y el enamorado, una fantasía que cobija la fábula, el rito, lo abstracto
de la existencia, lo irreal y lo real.
Lo inmedible provoca soledad y pavor, la desnudez es al mismo tiempo
despojamiento interior, vuelo, sentimiento cósmico. El poeta, a partir de la
creación, reclama infinitud, desmesura, pasión, drama. Nace la revelación y el
abismo, lo absoluto de esa marcha peregrina en la que necesita sentir finitud y
asedio. O como sintió Goethe: “Un hombre y una mujer verdaderamente enamorados
son el único espectáculo de este mundo digno de ofrecer a los dioses.”
Para finalizar, la palabra de Ramón Piñeiro: “La lírica es la exteriorización
de la soledad ontológica del hombre, una trascendencia que pudiéramos llamar
confidencial, puesto que es la comunicación de la intimidad radical del hombre,
casi un hablar consigo mismo.”
CARLOS PENELAS – Buenos Aires, Argentina
MIEMBRO HONORÍFICO DE
ASOLAPO ARGENTINA
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