SENSIBILIDAD
Hace
relativamente poco tiempo que se viene hablando de la sensibilidad como un
rasgo de la personalidad. Pero en un mundo cruel, con demasiados egoísmos,
envidias y dobles intenciones, donde se establece la ley del más fuerte, la
sensibilidad parece que no tiene cabida, sin embargo, es la que hace que la
belleza y el altruismo continúen imperando a pesar de todo. Hay quien dice que
es un don, un sexto sentido, un
detectar sentimientos, sensaciones que otros son incapaces de percibir.
Científicamente hablando, se sabe que es la parte
derecha de nuestro cerebro la que está más desarrollada, la relativa a la
sensibilidad y a la creatividad. Un 20% de la población dispone de las
características básicas que definen la sensibilidad (cerebro emocional dotado
de una gran empatía y orientados plenamente a la sociabilidad y a la unión con
sus semejantes), pero en innumerables casos las personas con alta sensibilidad
pasan gran parte de su vida sin ser conscientes de ello, es decir, sin saber
que pertenecen a ese grupo de privilegiados, personas estas que viven con unas
“gafas invisibles”, que les hacen ver el mundo de otro modo y con un corazón
más abierto a sus coetáneos y a todo aquello que sobre nuestro planeta existe,
pero también más vulnerable a la realidad de la época en la que palpita.
Es evidente que
ese hondo sentir, siendo consciente o no del mismo como ya expresé en el parágrafo
anterior, se expresa con el alma inundada de una viveza y una armonía sumamente
exuberantes. Obviamente, esa sensibilidad se puede también manifestar con profundo
pesar que derrama lágrimas que quedan intactas sobre el papel, solidificándolo.
Eso, precisamente, podría decirse que le ocurrió a la poeta americana Sylvia Plath,
mujer extremadamente inteligente y sensible, cuya biografía me sobrecogió, ya
que tras perder a su padre a temprana edad y unas relaciones difíciles con su
madre, no soportó el abandono del marido, el también poeta Ted Hughes. “Para un
hombre, refiere Bhagwan Shri Rashnísh, el
amor es parte de su vida… para una mujer, el amor es su vida entera”. Entre
otras parejas célebres que nos ha dejado la literatura podemos mencionar a Jean
Paul Sartre y Simone de Beauvoir, Octavio Paz y Elena Garro o F. Scott
Fitzgerald y Zelda.
La sutileza, que se genera en el interior de una
persona altamente sensible, necesita salir a borbotones por las rendijas que se
abren en su corazón, unas veces, desbordante de exaltación, otras maltrecho por
el avasallante dolor. Ciertamente, “las palabras, dice Julio Cortázar, nunca
alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma”. Existen lugares que para
nosotros también encierran esa alma y duende que acompañan al poeta, que tiene
la particular capacidad de utilizar el lenguaje como si se tratara de una
paleta de colores, con la cual puede crear imágenes que la gente de otros
campos jamás podría imaginar, es decir, el poeta altamente sensible aprovecha
las palabras de infinitas formas, las renueva, les brinda una vida y un color
que nunca habían tenido y las pone al servicio del arte poético. Concluyo este
breve artículo con unas palabras de Mario Benedetti: “Tu alma gemela no es
alguien que entra en tu vida en paz, es alguien que viene a poner en duda las
cosas, que cambia tu realidad, alguien que marca un antes y un después en tu
vida”. Esa alma gemela es la de un poeta, la de “una persona común y corriente,
continúa Benedetti, que se las arregla para revolucionar tu mundo en un
segundo”.
©LOLA
BENÍTEZ MOLINA, poeta y escritora española
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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