Dependencia
Todos los días extiende su vida desde un ventanal. Sobre su cabello blanco tiene acomodados unos
anteojos. Prefiere atravesar con sus ojos el mayor alcance posible. Aquella
silla y un almohadón sobre el asiento son parte de la sutil ceremonia. La
completa una taza de té junto a una copa con agua sobre una bandeja antigua de
plata. La mayoría de las veces lo hace
en silencio; en contadas ocasiones enciende una radio.
Sorprende que no modifique su rutina,
más aún que no se desanime. Llama la atención que desde ese lugar lo que se
observa son los mismos edificios, los mismos balcones, las mismas torres, la
salida del sol desde igual lado a su opuesto idéntico en el ocaso.
Elena contempla. Ignoro si
medita en esas circunstancias. No toma apuntes.
En ese cuadro habitual para quien lo hace de manera reiterada, tiene en
la visión un arte, una destreza: el asombro del detalle, aunque sea
insignificante.
El clima de cada estación
es el marco de su sonrisa. El recorrido de las aves de balcón a balcón, la luz
de tono rosa o violeta desde una de las ventanas o la triste persiana siempre
baja de aquél vecino. También las flores
en el patio de enfrente, la risa o llanto de los niños de una terraza, la ropa
sin descolgar del joven que nunca aparece, el olor del asado del domingo.
Elena tiene dificultad
para caminar. Con el andador da pequeñas vueltas, con intervalos en los que
retoma fuerza para el siguiente paso. El
mundo lo sobrelleva como puede entre médicos y enfermeras. Y mutismo.
Hay nostalgia en su
mirada. Como nunca está horas en su propio sitio. Ensimismada. En sus manos se
presiente un adiós.
Otros ya tomaron el rumbo de sus días.
4-X-2021
©SILVINA VOCOS QUIROGA, poeta y escritora argentina
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