SINTONIA CON EL SILENCIO
A todo ser
solidario, porque se necesita más de ellos.
El silencio
de la habitación era el silencio del tiempo que no había vivido. Ya estaba un
año en estado de coma. La habitación intentaba ocultar el drama con algunos
cuadros de Rembrandt, una nueva alfombra gris, tres sillas alrededor de la cama
para acompañarlo en esa sintonía con el silencio, una mesa elegante y encima un
computador, una lámpara al lado del mismo, el closet clásico que siempre quiso
tener y muchos libros ordenados por materia en un estante de pino muy bien
jaspeado. Había naturalmente algunos aparatos que controlaban su estado
cardíaco y cerebral.
Los médicos aconsejaron
que se escuchara música clásica en aquella habitación. Su hermana Lucía
alternaba la orden médica; un día Chopin, otro Vivaldi, los fines de semana
siempre Schubert, como los domingos Stravinsky…Nadie sabía en aquel silencio lo
que ocurría en aquella mente, nadie.
En aquella casa, nadie
quería rememorar el accidente. Lucía guardaba con mayor firmeza la esperanza
del despertar de su hermano algún incierto día. Suponía que la mente humana es
muy compleja, pero algún indicio debería de existir que avivara su esperanza.
¿Cuál indicio podía ser aquél?
Antonio Osorio ejerció la
medicina, era cardiólogo y presumo que en varias oportunidades estuvo ante
habitaciones como la que he descrito. Presumo también que tuvo varios pacientes
en estado de coma y se enfrentó con valor al inevitable silencio, con el cual
ahora convive.
Lucía, creía que de algún
modo podía comunicarse con él. Desatinada no era aquella tierna idea, porque el
coma no invalida absolutamente la mente. La premisa de que el coma es un sueño
y que posee un grado de actividad mental, iba teniendo forma y la brisa de una
esperanza. Osorio quizás en ese universo silente recordaba, soñaba y en sus
sueños tenía otros sueños. Su vida transcurrida se hacía una película en su
mente. Algo de lo externo, en aquella habitación que ocultaba el drama, podía
sintonizar con él.
Lucía se atrevió a leer
algunos párrafos del diario de su hermano. En él encontró un apunte sobre el
Quijote. A Osorio le encandilaba el pasaje donde Alonso Quijano se vuelve
Caballero. En tal diario, escribió: “Me gustaría ser un Quijote que en su
estado de locura, recorre el mundo junto a Sancho y Rocinante…”. Lucía
rápidamente llamó a uno de los empleados de la casa que fingiera del Quijote y
bajo un libreto que escribió a groso modo, escenificaron un pasaje de la
célebre obra cervantina frente a Osorio, una tarde en aquel cuarto con los
autorretratos de Rembrandt como testigos.
A los pocos minutos, notó un semblante diferente en su hermano, como que
hubiera presenciado tal escenificación.
También escenificaron una
escena del Enfermo Imaginario de
Moliere y otra del Mercader de Venecia
de Shakespeare. El semblante de Osorio tomaba más vida o en todo caso, así lo
veía Lucía. Imaginó en varias ocasiones ser una paciente que acudía al médico y
le narraba su estado de ánimo. Ella misma, respondía, como suponía que lo hacía
su hermano: “Que le vaya bien Señora, saludos por casa. Cualquier suceso,
hágamelo saber”.
Estos hechos fueron
conjugándose en un artificio inteligente y muy terapéutico. Fueron incontables
veces, en muchos años, las escenificaciones de obras y lecturas de poemas, uno
siempre cada día.
Lucía murió muy joven un
otoño de 1999. Osorio despertó de aquel sueño a los pocos días, después del
accidente aéreo de octubre de 1992, cuando regresó de París. Así suele ser el
destino.
Le contaron sus primos
todo lo que su hermana Lucía hizo por él. Al enterarse lloró mucho aquella
noche. Al día siguiente, recorrió toda la casa y en la sala encontró varias
fotos de la familia. Se detuvo a ver las que estaba solamente con su hermana.
Allí recordó los juegos interminables que tenían de niños en el campo, en el parque
y en el patio de la casa. Aquel patio era de color rojizo.
El semblante de Lucía era
siempre sonriente, era intrépida para la actuación, hábil con la aritmética y
leía poemas de Mistral detenidamente y su obra preferida era El Principito de Exupéry. Lucía nunca
contrajo matrimonio a igual que su hermano. Ambos vivieron juntos desde la
juventud, después de la muerte de sus padres.
Imaginó todo el amor de su hermana cuando estuvo inconsciente. Empezó a escribir un libro con la intención de publicarlo en dos años. Mientras escribía tiene la imagen de su hermana cuando era niña. En este libro, describiría su infancia, su experiencia de haber estado en coma y el amor inmensurable hacia su pequeña hermana. Desde ese entonces, Osorio hace sintonía con el silencio de Lucía. Sus memorias, tendrían por título “Sintonía con el Silencio”.
GUILLERMO FERNÁNDEZ DEL CARPIO, Arequipa, Perú
MIEMBRO HONORÍFICO DE
ASOLAPO ARGENTINA
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