EL NIÑO Y EL MAR (Poemática)
A los Sueños…
Y en particular, a los amantes irrenunciables del Mar y sus misterios… Más allá del tiempo y la distancia, de la tierra y del Cielo, llevados a gachas por el rumor cabalgante de sus aguas sueñeras, y de sus archipiélagos de consuelo y serenidad… Abrazados al Maná de la Palabra desde ésta, mi ciudad colonial, constitucional, cultural, cervecera, lagunera y camalotal…
de luces arracimadas sobre una montaña
ondulada como olas de libros encrespados
en mi Botica de Autor…
Y luego de tenerlo, en el reciente estío,
-entre mi cuerpo todo y agitado en manos y reposado en mis ojos-,
vuelvo a pensar…
en Él…
En el Mar…
Porque desde las arenas penumbrosas
de mi Memoria vino aquel recuerdo.
Y quién sabe qué extraña brisa sopló sobre ella y,
una tras otra,
el polvo amarillento de los años rezumó las palabras
por los intersticios del tiempo,
anárquicas e inseguras –al principio-,
ordenadas y sensibles –después-,
hasta pergeñar mi sepia imagen de niño solitario
discurriendo sobre las arenas mansas
-al principio, pero luego agitadas-, de otra realidad.
Arenas de las playas del mar al que desde infante visitaba,
como quien visita a su mejor Amigo,
pues el mar era mi Amigo,
y era sabio e inconmensurable como el fondo
y matiz de las verdades que mi alma perseguía…
Y mi niño miraba al mar y el mar miraba al niño,
y lo hacía con un millón de ojos de espuma,
y el niño llamaba al mar y el mar llamaba al niño
con otro millón de bocas chorreantes,
y el niño saludaba al mar y el mar saludaba al niño con otro,
y otro, y otro millón de olas de aplausos y chasquidos,
y el mar comenzaba a cantar y hacía cantar al niño,
y ambos esperaban la somnolienta oquedad de la noche
para despedirse: el niño brotado de sal
y de una humedad nueva y nutriente,
y el mar humanizado, después de correr como los hombres,
de hablar y cantar, de gritar y soñar como los hombres –pequeños-,
como los niños de enero que descubren, ¡al fin!, que están vivos…
Quizá del polvo seco y acre
de un vetusto cajón de escritorio añoso
-forjado en madera misionera y olorosa de petiribí-,
brotó aquel recuerdo.
Y mi Botica de Autor se prendió al fuego liminar
de sus entrañas acuosas
y de sus misterios arrobadores y acidulados por una sal existencial…
Y el Poema cobró vida.
Y fue como una Ola más en el Océano de la vida para la Vida.
ADRIÁN NÉSTOR ESCUDERO, Santa Fe, Argentina
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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