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domingo, 27 de febrero de 2022

COSMOVISIÓN DE LAS PLAZAS, Víctor Velázquez, Lascano, Uruguay

 





COSMOVISIÓN DE LAS PLAZAS

 

Parece de una obviedad total, pero no por eso es menos cierto: la gente, los hombres, las mujeres, han sido quienes han dado vida a las plazas, en todo tiempo y lugar.

Pocas cosas tan intrínsecamente unidas al pasaje vital del hombre por la Historia como las plazas. Desde el fondo de los tiempos.

La libertad -¡nada menos!- se ha propuesto, peleado, obtenido y consolidado en las plazas.

Sus primos hermanos -democracia y derechos humanos- han sido conquistas de las plazas. Desde ellas -llevadas en andas por el pueblo- llegaron a los foros.

La cultura fue (es) pura efervescencia en las plazas.

Lo lúdico, lo recreativo, lo identitario son causas comunes a las plazas. En una tarde encendida de plaza de toros o en la ignota feria de la más recóndita villa de cualquier lugar caído del mapa.

La fe ha sido cuestión afín a las plazas (y no solamente en San Pedro y La Meca), para los de la cruz, la media luna y para todos, que no creer en nada también es creer.

La ternura se ha dado cita en las plazas, de un extremo al otro de la vida, en los vacilantes primeros pasos de un niño y en las manos abiertas de un anciano dando de comer a una paloma.

A la hora del desamparo, recovas, bancos y canteros de cualquier plaza han sido improvisados dormitorios a la intemperie de aquellos a quienes el resto mira con general indiferencia.

Juglares, románticos, bohemios, cirujas, anarquistas, feministas, hippies, descamisados, indocumentados, ahora los indignados, todos han encontrado en las plazas casi un hábitat natural.

El amor (clandestino y del otro) se ha refugiado en las plazas cuando se ha sentido acorralado en lugares más convencionales y por los convencionalismos sociales.

Tras las guerras cruentas, la paz ha sido celebrada en las plazas, al son de patrióticas músicas e inflamadas arengas.

En las plazas andan de la mano lo universal y lo aldeano, lo igual y lo distinto, lo común y lo diverso, los tonos y los matices, lo popular y lo elitista, lo sacro y lo profano, lo de aquí y lo de allá.

Las hay abiertas, cerradas, enormes, pequeñitas, policromas, verdes, grises, marmóreas, de zócalos, adoquinadas, embalastadas, de tierra, oscuras, luminosas, en forma de damero y en las más variadas otras formas.

Las ornamentan: fuentes, ánforas, glorietas, rosaledas, juegos infantiles, bustos, monumentos, relojes; las alegran: retretas de bandas, pájaros de los que se pida, risas infantiles; las hacen diferentes: subsuelos, terrazas, desniveles.

Ya no se escucha en ellas el piropo sutil y elegante, ni están los clásicos fotógrafo y lustrabotas; también faltan el voceo del canillita y el varita parado en la esquina, en su rutinaria tarea de ordenar el tránsito.

En cambio, están los artesanos, los dibujantes al carbón, los titiriteros, los que pasan porros (y los que los consumen), las (y los) que venden placer sexual, los repartidores de volantes y -en muchos casos- verdaderos “mercados de pulgas”.

No siendo de nadie, son de todos.

¿Por qué las plazas tienen que tener nombres?

Para mí, si fuera necesario que algunas llevaran, no debiera ser otro que “Del Encuentro” o “Del Reencuentro”.

Sin embargo, tienen la más surtida galería de nombres que imaginarse pueda: personales, impersonales, de héroes, de villanos, de sabios, de “sabiondos”, de demócratas, de tiranos, de líderes, de pusilánimes, grandilocuentes, intrascendentes, patrióticos, inmerecidos, justísimos, fáciles y difíciles de olvidar, en reconocimiento a, para quedar bien con.

Muchas veces -casi siempre- el pueblo las bautiza de otra manera, y por tal son mucho más conocidas.

Trato de no ser tan soberbio como para creerme que lo sé todo.

Sin embargo, no recuerdo ninguna plaza que se llame “La Gente”, “El Hombre” o “El Pueblo”.

Dicho como al descuido, ¿será ésta una de las escasas veces que los humanos obviamos nuestra natural tendencia al narcisismo?

¿O será una omisión más de la especie para con la especie?

¿Sabe una cosa?: Tal vez sea un “involuntario olvido”, nada más.

Tengo para mí que -eufemísticamente- así debe ser.

A veces lo pienso.

 

©VÍCTOR VELÁZQUEZ, poeta y escritor uruguayo

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA


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