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domingo, 13 de febrero de 2022

EL BARCO DE PAPEL, Norberto Pannone, Buenos Aires, Argentina

 




EL BARCO DE PAPEL

 

            Adolfo Medrano era un hombre simple y bueno. Había adoptado la manía de juntar cosas que la gente tiraba: espejos rotos; peines, a los que les faltaban la mitad de los dientes; llantas de bicicletas; encendedores inservibles; cajas de fósforos vacías; etiquetas de cigarrillos; clavos oxidados; trozos de alambre, etc, etc. Su casa, sin embargo, no representaba en absoluto un basurero, por el contrario, Adolfo reciclaba todos los objetos convirtiéndolos en algo útil. Creaba juguetes, adornos para el jardín, para la casa y para las escuelas carenciadas.

            Una mañana, halló en la calle un barquito de papel de diario, por supuesto roto, lo alzó y se lo echó en el bolsillo y, cosa rara en él, ese día no buscó ni encontró ninguna otra cosa que le gustara.

            Cuando regresó a su casa, sacó del bolsillo de su abrigo el barquito y, desarmándolo, trató de repararlo. Justo allí, en plena tarea de desarme, cayó del objeto un pequeño papel de color celeste donde había algo escrito con letras rojas: “Si encuentras este barquito y lo reparas, ve hasta el lago azul. Si lo haces y te encuentras conmigo, es porque nuestros destinos están unidos. Laura”

            Adolfo reparó el barquito y al otro día fue hasta el lago azul.

            Era un hermoso día primaveral. La brisa soplaba con suavidad y el sol presumía  radiante.

A lo lejos, sólo un par de pescadores se encontraban en la rivera del lago. “Tal vez es temprano” Pensó Adolfo inclinándose hasta el agua. Allí, depositó el barquito con sumo cuidado sobre la superficie. De inmediato, una leve brisa proveniente del Este, empujó la silueta del botecito que pasó muy cerca de los pescadores. Adolfo, lo seguía con embeleso como a tres metros de distancia.

-¡Qué infantil! Dijo uno de los pescadores y ambos hombres rieron con tono de burla. Adolfo no les hizo caso y siguió caminando por la orilla siguiendo al barquito de papel que navegaba como el mejor de los navíos. Al fin, el barco se detuvo contra un viejo tronco de sauce que le impedía el paso. Adolfo se apresuró a sacarlo de allí para volverlo a poner del otro lado a fin de que pudiese proseguir su viaje y entonces, se encontró con un par de maravillosos ojos verdes.

-¿Laura?

-Sí. Dijo la chica, y tomó el barco de papel de manos de Adolfo.

-¿Cómo es tu nombre?

-Adolfo…

-¿Leíste mi nota?

-Sí, y por eso estoy aquí.

La hermosa mujer sonrió enigmáticamente.

 

Ante la atónita mirada de los pescadores, Adolfo, comenzó a caminar hacia el centro del lago hasta que, lentamente, solemnemente, su figura se fue perdiendo bajo la superficie del lago azul hasta desaparecer por completo.

Aunque parezca una fantasía, cuando sopla la brisa del Este, se suele ver flotar por el lago, gallardamente, un barquito de papel de diarios con reflejos verdosos.

 

©Norberto Pannone, poeta y escritor argentino


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