EL BARCO DE PAPEL
Adolfo Medrano era un hombre simple y bueno.
Había adoptado la manía de juntar cosas que la gente tiraba: espejos rotos;
peines, a los que les faltaban la mitad de los dientes; llantas de bicicletas;
encendedores inservibles; cajas de fósforos vacías; etiquetas de cigarrillos;
clavos oxidados; trozos de alambre, etc, etc. Su casa, sin embargo, no
representaba en absoluto un basurero, por el contrario, Adolfo reciclaba todos
los objetos convirtiéndolos en algo útil. Creaba juguetes, adornos para el
jardín, para la casa y para las escuelas carenciadas.
Una mañana, halló en la calle un
barquito de papel de diario, por supuesto roto, lo alzó y se lo echó en el
bolsillo y, cosa rara en él, ese día no buscó ni encontró ninguna otra cosa que
le gustara.
Cuando regresó a su casa, sacó del
bolsillo de su abrigo el barquito y, desarmándolo, trató de repararlo. Justo
allí, en plena tarea de desarme, cayó del objeto un pequeño papel de color
celeste donde había algo escrito con letras rojas: “Si encuentras este barquito
y lo reparas, ve hasta el lago azul. Si lo haces y te encuentras conmigo, es
porque nuestros destinos están unidos. Laura”
Adolfo
reparó el barquito y al otro día fue hasta el lago azul.
Era un hermoso día primaveral. La
brisa soplaba con suavidad y el sol presumía
radiante.
A lo lejos, sólo un par de pescadores se encontraban
en la rivera del lago. “Tal vez es temprano” Pensó Adolfo inclinándose hasta el
agua. Allí, depositó el barquito con sumo cuidado sobre la superficie. De
inmediato, una leve brisa proveniente del Este, empujó la silueta del botecito
que pasó muy cerca de los pescadores. Adolfo, lo seguía con embeleso como a
tres metros de distancia.
-¡Qué infantil! Dijo uno de los pescadores y ambos
hombres rieron con tono de burla. Adolfo no les hizo caso y siguió caminando
por la orilla siguiendo al barquito de papel que navegaba como el mejor de los
navíos. Al fin, el barco se detuvo contra un viejo tronco de sauce que le
impedía el paso. Adolfo se apresuró a sacarlo de allí para volverlo a poner del
otro lado a fin de que pudiese proseguir su viaje y entonces, se encontró con
un par de maravillosos ojos verdes.
-¿Laura?
-Sí. Dijo la chica, y tomó el barco de papel de manos
de Adolfo.
-¿Cómo es tu nombre?
-Adolfo…
-¿Leíste mi nota?
-Sí, y por eso estoy aquí.
La hermosa mujer sonrió enigmáticamente.
Ante la atónita mirada de los pescadores, Adolfo,
comenzó a caminar hacia el centro del lago hasta que, lentamente, solemnemente,
su figura se fue perdiendo bajo la superficie del lago azul hasta desaparecer
por completo.
Aunque parezca una fantasía, cuando sopla la brisa del
Este, se suele ver flotar por el lago, gallardamente, un barquito de papel de
diarios con reflejos verdosos.
©Norberto Pannone, poeta y escritor argentino
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