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Futuro y
pasado, unidos por un presente
Como de costumbre, durante mi caminata matinal por los senderos del montecito cercano a mi casa en el barrio “La colina de los olivos”, cuyo nombre otorga un tributo merecido a aquellos ejemplares de un tiempo que ya pasó, me permito un descanso debajo del olivo añejo, el guardián de cientos de ellos, protegidos por sus años de experiencia.
A unos escasos metros las veo llegar a
pastorear, un considerable rebaño de cabras, las acompaña un encorvado
pastor, agobiado por el golpe de los años sobre sus espaldas; un jovenzuelo
juguetón se ocupa de cuidar con mucha atención a las más pequeñas del grupo.
Estamos en el siglo veintiuno, mientras el Internet
nos domina y la globalización tiende a conquistar el mundo, presiento
aquí, un pasado que rehúsa desaparecer.
Vivo en la Galilea histórica, una de las más bellas
zonas del milenario Israel, rica en sucesos, que se desarrollaron en estas
significativas tierras, como un escenario que ha permanecido abierto; distintas
y variadas obras fueron representadas con el correr de los vientos.
En tiempos a, pastores acompañaban a sus rebaños
para saciar el apetito de las benditas cabras. Los veranos dejaron lugar a
los inviernos, el tiempo dijo presente e idénticas costumbres, los mismos
senderos dan paso a las descendientes de aquellas tan recordadas de la antigüedad.
El paso fugaz de un avión atraviesa el cielo,
símbolo del progreso, un toque de atención que nos devuelve al presente.
Intrigado me acerco al viejo pastor; mitad de
palabras en árabe, mitad en hebreo, trato de entablar conversación. A su ritmo,
me comenta que su familia, es oriunda de Siria, ya tienen tres generaciones por
esta zona; el pequeño, uno picarón de unos diez-doce años, agrega que desde
siempre los hombres de la familia fueron pastores, y que el desea continuar la
tradición. El abuelo lo sermonea, por lo que puede entender, al escuchar al
muchacho, éste lo refutó por no estar de acuerdo con los consejos del anciano,
que lo inducía a continuar estudiando, evitando así ser un pobre y desgraciado
pastor.
No conseguí mezclarme en la discusión, mi falta de
idioma árabe me lo impidió. no obstante logré balbucear mi acuerdo con el
abuelo, que luego supe que rondaba los noventa años.
El enojado pastorcito comentó que no podría vivir
encerrado entre paredes… amaba la naturaleza, la libertad, y eso es lo que anhelaba
en la vida, quiera o no su querido abuelo. Me despedí y los dejé allí con sus
conflictos.
Las cabras, algunas trepadas a los arbustos en busca de algún fruto; las más pequeñas correteaban custodiados por un par de perros guardianes.
Un pasado con futuro, en un presente que no se deja amedrentar.
*Registrado/Safecreative
N°1103078648699
©BETO BROM, poeta y escritor argentino
MIEMBRO
HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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