Imagen de: Vida Lúcida
El patio de atrás
“Era el frío de la muerte
era el hielo del
sepulcro
era el frío de la nada...”
José Asunción Silva
Absorto en su propia muerte, se pierde su
vista por el empañado vidrio que mira hacia el patio de atrás.
Nada parece atraer su atención,
nada más que esas formas confusas de árboles retorcidos y casi fantasmales, que
avanzan hasta su sillón, cada vez que los rayos luminosos de lejanos relámpagos
derraman una claridad tronante y efímera.
Tamborilea entonces los dedos
sobre el posabrazos del sillón, se hamaca con lentitud, mastica un exilio
solitario y silencioso y mira por la ventana, como a la espera. Hace tiempo
que está allí, escudriñando la tarde de invierno que ya se desparramó en una
noche de ésas en que ni un alma lastimera merodea por los caminos.
Desde hace rato, también, la
tormenta, que era apenas unos trazos claros y fugaces sobre el horizonte, ha
desatado su furia contra el ventanal del viejo caserón y contra el dilatado
patio trasero, recorrido por viboreantes senderitos, entre desprolijos árboles
desnudos.
Cabecea el viejo. Calva y
grisácea su testa cansada, mientras el frío avanza desde una gastada salamandra
ahora apagada. Esboza una mueca que parece una sonrisa para sus adentros,
cuando el viento, con fuerza, golpea los cristales con los brazos retorcidos de
un cercano ciruelo.
Voces extrañas, de otra dimensión
enronquecen los aullidos de lluvia y ráfagas, de troncos sacudidos sin piedad y
hojas desprendidas que vuelan desorientadas, sin ton ni son.
Sacude un pie, se desprende del
sueño que amenaza amodorrarlo en su inercia de horas inmóviles y sigue
observando a través de la ventana, el patio cubierto de malezas, los árboles
vetustos, castigados por el vendaval de agosto.
Esperando. Siempre esperando
algo.
Falta poco ya. Cruzando el portón de
hierro podré salir al camino y desde allí, unos pocos kilómetros me separan de
él.
La oscuridad de la noche me gusta, me
conviene que la tormenta se haya desatado, así nadie se cruza en mi camino
antes de llegar a casa. Sé que me está esperando, sé que sus ojos me
descubrirán cuando, aún con esta lluvia infernal, me adelante por el sendero
central, rumbo a su encuentro.
Me pesa esta forzada soledad de
tantos años de separación. Pero no podía hacer otra cosa. Uno construye su
destino en común basándose en el tiempo que desea compartir con el compañero.
Pero una cosa es lo que uno proyecta una y otra , a veces muy distinta, con lo
que la realidad lo enfrenta.
¡ Habíamos soñado tantas cosas. ¡ ¡
Juntos caminábamos también bajo la lluvia.! ¡
Éramos tan jóvenes...! ¡ Teníamos
tanta vida por delante, tantas promesas, tantos sueños al alcance de la mano. ¡
Nos gustaba la lluvia, te acordás.?
Queríamos tener una casa grande, con amplios ventanales que dieran a un espacio
verde, poblado de ciruelos, manzanos y
durazneros. “ “ Para verlos florecer en primavera...” solía decirte.
Pero nunca alcancé a verlos florecer.
Cuando después de tanto trabajar y esforzarnos por levantar la casa , pudimos,
finalmente, plantar esos árboles en el patio de atrás, fue cuando tuve que
irme.
“ El hombre propone...” dice el
refrán. Y, ahora lo sabemos,: Dios dispone .
Gimen las voces de viento entre los
postes del alambrado, barren de agua el pavimento que vuelve a llenar sus
baches de lluvia.
Ya no falta mucho. La ciudad está
cercana y las calles vacías. El camino de acceso es un lodazal acuoso, parece
que hace frío, porque de algunas chimeneas huye un leve hilillo de humo que se
adelgaza y desmenuza entre la niebla y el viento.
¡ Ansiábamos tanto un hijo.! Mes a
mes la desilusión nos ahogaba, nos llenaba de frustración y de angustia. Había
tanto amor contenido entre las paredes de la nueva casa....tanta pasión
encerrada en tus brazos fuertes, en mi regazo vacío...
Pero estábamos juntos y era lo que
importaba : tu mirada serena, el pelo desordenado cuando corríamos de la mano
por el patio. Construimos un bebedero para los pájaros, te acordás.? Y aquel
último otoño , alcancé a ver algunos gorriones picoteando en la pequeña fuente
con agua.
Cuando me fui , también llovía.
Habías prendido la salamandra para entibiar el ambiente, dijiste , aunque
todavía no habían llegado los días más fríos.
Y aquí estoy ahora, temblorosa y
pálida, frente a nuestra casa y bajo la lluvia que arrecia, desando un
zigzagueante senderito del patio de atrás.
Se
detiene el monótono movimiento de la hamaca en el sillón. Su vaivén es inútil
porque ha quedado vacía. Hace un instante, el viejo pareció descubrir lo que
buscaba entre los árboles envueltos en
la llovizna.
Con
sus pasos gastados, salió a la
noche. Entre la intensa neblina avanzó por uno de los caminos
y extendió los brazos hacia la oscuridad.
Los
aullidos ventosos, parecían martillar sobre troncos y ramas azotantes, los
versos de aquel viejo poema :
“...y mi sombra... y tu sombra,... proyectadas
eran una
....eran una....
eran
una sola sombra larga... “
©BELKYS LARCHER, poeta y escritora
santafesina
MIEMBRO HONORÍFICO DE
ASOLAPO ARGENTINA
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