Imagen de: Turista en Miami
PUNTO DE ENCUENTRO
Con cuidado, se recogió el largo cabello claro, se pintó
los labios y se perfumó detrás de las orejas. La pollera estaba bien, era
amplia y de cómodos bolsillos. Lo mismo que los zapatos de gruesa suela de
goma.
Ojeó el reloj de la mesita de luz: ya era hora. Controló
el bolso de mano, se lo colgó al hombro y miró a su alrededor: le dolía dejar
el hogar.
Al cerrar la puerta de calle y ver el sol cayendo detrás
de los edificios, su corazón saltó alborozado. Apuró el paso, hacia donde la
habían citado por teléfono, hacia su punto de encuentro.
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En la primera curva el viejo automóvil cruzó raudo sin
necesidad de apretar el freno, pero en las siguientes, más cerradas, las
cubiertas se quejaron con un espeluznante chirrido. Debía llegar antes que
ella, así acomodaba el ambiente del “nido de amor clandestino”. Había meditado
mucho sobre el lugar más adecuado para concretar el encuentro. Y sí, había
costado bastante. Pero debía hacerlo. Los continuos viajes de Darío – por
negocios o por lo que fuere- le habían brindado las oportunidades necesarias
para vencer toda duda. ¡Hacía tanto tiempo que la amaba! Tantas ilusiones
perdidas, desperdiciadas, aún antes de poder mostrarlas..! Siempre había tenido
que cerrar la boca ante su amigo, bajar la mirada, ocultas ese temblor
desbordado que le acometía cada vez que la veía.
Darío era un triunfador nato. A él todo le había salido bien:
título, trabajo, familia. Y Mabel. Sobre todo, Mabel. Su vida, en cambio, era
un desbande de pinceles sucios, exposiciones frustradas y departamento en
desorden. De allí que el viejo faro encallado entre las piedras, le había
parecido el mejor sitio para aclarar las cosas entre ellos.
El mar, con su rugido constante, con su llovizna salobre
y grisácea, sería el telón de fondo para terminar con esa situación y el faro,
el punto de encuentro ideal para rendir la fortaleza de su aparente frialdad.
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No sabía cuántas cuadras llevaba caminadas. Los últimos
vestigios de sol le lamían los zapatos, cuando llegó a la playa. Había aún un
largo trecho de arena antes de alcanzar las primeras rocas.
“No quiero pensar, no quiero dudar ahora. Sólo quiero
estar pronto allí, que me abrace con fuerza, para olvidarme de todo lo demás.
Ser solamente yo, mi cuerpo y mis ansias... esta sed de amor, incontrolable,
que Darío no sabe calmar.
No puedo cambiar lo que siento, es más fuerte que todo.
Esta soledad forzada me agobia...Y hablar, blanquear la situación, es inútil.
Darío está ciego a todo lo que no sea dinero, negocios, viajes. ¿Y yo, qué soy
yo para él? Nunca me lleva a sus reuniones, nunca sé a dónde viaja, con quién
se encuentra. No me interesa tampoco. En cambio...con Martín, es distinto. Con
él siento que soy el centro del mundo, que la vida sólo es vida cuando nos
vemos. Aunque nunca estuvimos solos, ésta será la primera vez. ¡Allá está el
faro...! Por fin. Ahora no debo mirar atrás. Ahora seremos sólo Martín y Mabel...
dos amantes clandestinos...”
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Ya faltaba poco: kilómetro a kilómetro, curva a curva se
acercaba al punto de encuentro. La ansiedad lo carcomía por dentro,
tamborileaba los dedos sobre el volante, tarareando una canción en su mente.
“Después de la curva grande, ya se ve el faro. Y después,
Mabel. ¡Mabel, mi amor! Es lo único que importa ahora: vivir lo que sentimos,
los dos solos, como siempre debió ser entre nosotros. No veo la hora...
despeinar su largo cabello rubio, sacarle una a una las prendas... y mirarla.
Mirarla un buen rato, redescubrir cada detalle de su cuerpo, de su piel tersa,
de sus ojos inmensos. ¡Ah, Mabel, Mabel! Si supieras cómo te he extrañado...”
Volvieron a chirriar los frenos del flamante convertible
rojo, al empezar la última curva previa al faro.
Coleteó el vehículo, incapaz de adherir las cubiertas al
pavimento... Allí estaba el faro..!
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Cuando la mujer llegó al lugar, la noche caía. Era un
espacio de singular belleza, preferido por los turistas para capturar imágenes.
No le llamó la atención el convertible rojo detenido frente al mirador.
Trepó los escalones de piedra y golpeó tímidamente con
los nudillos.
La puerta se abrió enseguida, y la luz del interior
mostró las facciones conocidas del hombre sonriente, que le extendió los
brazos.
Mabel abrió la boca y los ojos, asombrada:
¡Darío.! ¿Qué... qué hacés acá? –
¿Cómo qué hago...? Te estaba esperando. Es nuestro punto
de encuentro. ¿Verdad? –
©BELKYS LARCHER, poeta y escritora
santafesina
MIEMBRO HONORÍFICO DE
ASOLAPO ARGENTINA
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