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Cesare Pavese e Franz Kafka: la poética del destino
El
yo lirico resuena pues
desde
el abismo del ser…
(Friedrich
Nietzsche, La nascita della tragedia, Adelphi, Milano,
SEGUNDA
PARTE
Del
ser-para-la-muerte y del silencio
“In gremium matris terrae precipitavit”.
(Cesare Pavese)
“Respira el aire y el
silencio”
(Franz Kafka)
“Lo que dura, lo fundan los poetas”: este
verso de Hölderlin encierra toda la nostalgia por un “ser” que solo puede
acontecer en el lenguaje. La poesía inaugura un mundo, abre y funda lo que
dura, establece una posibilidad que admite una relación con lo otro, cuyo
horizonte se define de ninguna manera que como silencio.
El “decir autentico” propio de los poetas no
puede entonces ser más que un “callar simplemente en el silencio” (M.
Heidegger). Así como el decir poético alude inevitablemente al silencio: “Lo
que da tensión a la poesía en sus comienzos es el ansia de realidades
espirituales, ignotas, resentidas como posibles” (Cesare Pavese), el ser-ahí se
constituye, en el lenguaje, como un todo, o sea confiere una continuidad
histórica a la propia existencia solo en cuanto se proyecta para la propia
muerte. Puestas en relación con la muerte, las posibilidades de la existencia
se revelan y son vividas como puras posibilidades: el ser-ahí (Da-sein) puede
pasar de la una a la otra en un discurso, y la existencia misma se hace texto,
donde el proyectarse del ser-ahí y, su volver atrás sobre su propio pasado, es
abierto en definitiva solo por esta anticipación de la muerte: “Está bien. ¿Pero, así como tú puedes aceptar la muerte
para ti, porque quieres negar al otro aceptarla para sí? Esto es también caridad.
Puedes llegar a la nada, pero no al resentimiento. No al odio. Recuerda siempre
que nada te es debido. ¿Acaso mereces algo? Cuando naciste, ¿acaso se te debía
la vida? (Cesare Pavese)
Del mismo modo en que el lenguaje funciona en
relación con el silencio que le sirve de fondo, abismo sin fondo en el cual la
palabra se hunde y se pierde, así la poesía es en relación con la existencia
misma: “La poesía no es un sentido, sino un estado, no consiste en entender,
sino en ser” (Cesare Pavese)
La poesía se funda realmente solo y en cuanto
está en relación con aquello que es otro de ella, el silencio, un silencio que
funciona en relación con el lenguaje como la muerte está en relación con la
existencia: “Cada vez me da miedo escribir cosas. Es comprensible. Cada
palabra, retorcida en manos de los espíritus…se convierte en una lanza dirigida
contra el que habla…y así hasta el infinito”. (Franz Kafka)
El tiempo vivido coincide con el horizonte de
la muerte, es temporalidad vivida, inevitablemente marcada por el
ser-para-la-muerte: “El consuelo seria solo: ocurrirá, quieras o no. Y lo que
tú quieres, te sirve de bien poco”. (Franza Kaflka)
Si el lenguaje contiene y engloba el silencio,
el poeta, al encontrar al ser como tiempo vivido, encuentra al propio ser-para-la-muerte,
la otredad que se le da como la nada y el silencio. Se entrevé así aquella
relación esencial entre el lenguaje y la muerte, que Heidegger declara todavía
“no-pensada” (M. Heidegger) y que en Pavese y en Kafka es, más que pensada,
vivida, en un vivir para la muerte, buscada, anhelada, temida, expuestos al
jaque del Abgrund (des-fundamentación), del
abismo, del caos y del silencio; por eso
Pavese califica de “salvaje” el otro del lenguaje, aludiendo a una
fundamentación-des-fundamentación de la cultura en dirección de una
“naturaleza”, que, en la temporalidad vivida, es derrumbe en lo horrido, cosa
prohibida, perdida de la consciencia. La naturaleza vuelve a ser salvaje cada
vez que se contamina de violencia, de sexo y de sangre.
En el describir lo salvaje, lo titánico, la
brutalidad del caos y de superstición, Pavese establece una relación extrema
entre el tiempo, la memoria, el destino
la poesía; en el último intento de dominar el tiempo y de vencer a la muerte,
rige la memoria como núcleo doliente de la propia falta de madurez y, a través
de la poesía, se filtra cuanto de oscuro, de instintivo y de irracional está
estancado en la conciencia, como posibilidad, a través del lenguaje, de
aniquilar los propios monstruos y as obsesiones. Poesía como memoria, poesía
como “poética del destino” (Cesare Pavese), transformada en canto, palabras,
que ritman las repetidas cadencias del destino humano, hecho de repeticiones:
“Destino es aquello que toda una existencia, un drama, tienen de místico. Y lo
que ocurre sin que nosotros sepamos aún qué ha ocurrido”. (Cesare Pavese)
Y sin embargo, en la poesía, no se abisma solo
la palabra, sino la vida misma: la palabra poética se hunda en el sin-fondo del
silencio, como la vida misma: la cadencia del morir estaa ritmada por las
infinitas palabras que el diario, las cartas, la obra de toda una vida
encierran como un herético cofre: cuando muere la vida, muere también la
palabra: “Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más” (Cesare Pavese)
“No existe la cosa ahí donde la palabra falta”
(Stephan George) significa entonces que “no existe la vida, ahí’ donde termina
la palabra”, en el sentido de que toda la vida es absorbida por el lenguaje y
la palabra poética asume la función fundante respecto de toda posibilidad de experiencia
“real”: “Lo que te aguarda…es una vida claustral al lado de un hombre
malhumorado, triste, taciturno, insatisfecho, enfermizo, el cual…se halla
amarrado por cadenas invisibles a una invisible literatura”(Franz Kafka)
La subjetividad y su esencia resultan
totalmente absorbidos por el lenguaje; el sujeto ahonda en la poesía, que
sustituye a la vida y expresa de ella su eterna esencia; el ser-ahí (Da-sein),
que representa su temporalidad en el ser-para-la-muerte, se alía con la
eternidad a través de la poesía y del silencio.
Existe en la palabra y en el silencio del
poeta algo sagrado, que lo proyecta en la eternidad: por eso, la palabra
poética “funda lo que dura”, y es portadora de una esencia eterna que el poeta
proyecta en la eternidad: “No puede ser tema de una obra de arte, una verdad,
un concepto, un documento, etc., sino únicamente un mito. Desde el mito
directamente a la poesía, sin pasar a través de la teoría o la acción”. (Cesare
Pavese)
Se aclara así aquella relación esencial entre
lenguaje y muerte: el poeta, eligiendo su proprio aniquilamiento, se constituye
como un todo, al cual la escritura sirve de extremo horizonte: “escribir es un
sueño más profundo, es decir: muerte, y de igual modo que a un muerto no se le
saca ni se le puede sacar de su tumba, tampoco a mii de mi escritorio durante
la noche”. (Franz Kafka)
En el ocaso del poeta, en el abismo de su
inmaculado silencio, se afirma siempre y nuevamente la esencia eterna de la
poesía, impregnada de sacralidad, su eterno renovarse.
Del silencio de la muerte brota otro silencio,
que no es solo el trasfondo del cual tiene necesidad la palabra para resonar,
que constituye el horizonte necesario para que la palabra encuentre su propia
esencia, suspendida, como está, entre tierra y cielo, entre vida y muerte:
“Ojalá un dia, Felice, pueda – pues un día seria ya siempre – estar cerca de
ti, que hablar y escuchar sea una misma cosa, silencio”. (F.Kafka)
CONTINUARÁ
©GABRIELLA BIANCO, poeta y escritora Italiana
PRESIDENTE DE ASOLAPO ITALIA
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