SUSURROS DE SILENCIO QUE PERMANECEN
INTACTOS
A pesar de estar a salvo en su exilio brasileño, Stefan Zweig,
ensayista, biógrafo y novelista, se suicida junto a su segunda esposa y
secretaria Lotte Altmann, convencidos ambos de que el mundo entero caería bajo
el dominio nazi.
En su libro “El mundo
de ayer”, Zweig reflejó la Europa cosmopolita, que él quería recuperar. Cuando
uno vivió en un paraíso terrenal, aunque haya sido por poco tiempo, esa imagen
queda grabada en la memoria aún a sabiendas de que nada será nunca igual, y
parece que nuestra vida esté predestinada a querer encontrar aquellos momentos
que nos dieron la felicidad anhelada.
Durante su faceta
literaria, destacó por las importantes biografías que escribió: Mª Antonieta,
María Estuardo, Fouché o Magallanes.
Consiguió recopilar
manuscritos importantes, entre los que se incluían de Goethe y de Beethoven,
incluso un catálogo de las obras de Mozart escrito por el mismo Mozart.
Zweig, amante de la
vida cultural y de la Europa anterior al nazismo, realizó numerosos viajes a
Viena, Berlín, París y Bruselas. Es precisamente, en esa época, cuando conoció
a importantes escritores y artistas como Rainer Maria Rilke, Auguste Rodin,
Romain Rolland, Pirandello, Thomas Mann y un largo etcétera.
Al comenzar la
Primera Guerra Mundial, Zweig llegó a escribir artículos en su apoyo, como
patriota austríaco que era, y sirvió en los Archivos Austríacos del Ministerio
de Guerra, pero no pudo permanecer impasible ante los horrores de la contienda
y sufrió una gran transformación, que reflejó en sus escritos enormemente
críticos.
Se trasladó a vivir a
Suiza hasta el final de la guerra, convirtiéndose en un gran pacifista que
pugnaba por una Europa unida.
Con Hitler, sus
libros fueron prohibidos y se vio obligado a dejar su casa. Fue entonces,
cuando se marcha a Londres y contrae segundas nupcias con su secretaria L.
Altmann. Durante este período, sus personajes son seres atormentados en
situaciones extremas. En su novela “Novela de Ajedrez” incluiría datos
autobiográficos. Emprendió un periplo entonces que lo llevó en 1940 a Nueva
York, pero no fue hasta que se instalaron en Petrópolis (Brasil) que les
pareció tener un halo de esperanza, que más tarde se desvaneció y los llevó al
fatídico desenlace. No pudo hacer frente a un mundo que creía que ya no
volvería a ser igual, y en 1942 se suicidó junto a su mujer con una sobredosis
de barbitúricos. Dejó una carta escrita en la que explicaba los motivos de tal
decisión.
Son vidas impregnadas
de derrotas, en las que el dolor propio y ajeno, las sume en una profunda
congoja. Corazones limpios que dejan constancia de la realidad imperante. El
sentimiento de impotencia, ante las atrocidades humanas, no los pudo dejar
indiferentes.
Para él es un
profundo sentimiento de desarraigo no saber a qué patria perteneció.
Frases suyas son:
“Toda ciencia viene del dolor. El dolor busca siempre la causa de las cosas…”,
y también dijo: “El destino me ha condenado con una mirada insobornable, una
mirada dura, pero un corazón frágil”.
Es cierto que aquello
que se idealiza, y por lo que vale la pena vivir, es lo que perdura.
Susurros de silencio, melodías de fragancias me asaltan. Ese corazón
que se cansó de latir en un mundo hostil fortaleció el de otros que luchan con
el pensamiento y con la pluma, como él lo hizo, para dejar testimonio de lo que
nunca más deberá suceder.
©LOLA BENÍTEZ MOLINA, poeta y escritora española
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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