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sábado, 5 de septiembre de 2020

EL NAUFRAGIO DE SIMÓNIDES, César Tamborini Duca, León, España

 













EL NAUFRAGIO DE SIMÓNIDES

Los misterios del amor

En un lugar de la Rioja Alavesa de cuyo nombre quiero acordarme porque nacen buenos vinos y soy devoto de Baco, y de cuyo nombre no quiero olvidarme por ser tierra de poetas y amo la poesía, nació uno de los escritores clásicos de la literatura española. De pequeños solíamos solazarnos cuando leíamos o nos relataban, en el hogar o en la escuela, las Fábulas de Esopo, las de Lafontaine, …o esas tituladas “La cigarra y la hormiga”, “La lechera”, “La zorra y las uvas”, “La gallina de los huevos de oro”, todas nacidas de la pluma de Félix María Samaniego; natural, claro está, de esa zona a la que da nombre su apellido –o viceversa- enclavada en La Guardia donde nació el 12 de octubre de 1745.                                                                                     

Samaniego no consideraba esencial el metro a la fábula, si bien en algunos casos utilizaba endecasílabos pareados, como se aprecia en “El águila y el escarabajo”, o en  “La zorra y la cigüeña”, pero está claro que prefiere el metro libre, para “huir del monotonismo que adormece los sentidos”, según explica el autor en su prólogo.

Autor de máximas morales mimetizadas con el valimento de fábulas, enriqueció el aprendizaje de generaciones de niños, en los que estimulaba el ingenio a través de moralejas fáciles de asimilar. Sin embargo la complejidad de algunas fábulas escapan al raciocinio de los más pequeños, por lo que también debemos considerarlo fabulista para adultos, como ocurre por ejemplo al dedicar el LIBRO TERCERO a su coetáneo rival don Tomás de Iriarte, dedicatoria luminosa en la que no prescinde mencionarlo “gongorista”. O la que hoy quiero dejar constancia en mi página, que aparece como Fábula Primera en el LIBRO OCTAVO y que dedica “a Elisa”. ¿Quién fue esta afortunada receptora de “El Naufragio de Simónides”? Para mí es un misterio en el que Cupido pudo tener complicidad. Lo que es cierto, que en este caso Samaniego une dos moralejas en una fábula.

En la una pone de manifiesto la vacuidad de la hermosura; si bien menciona la belleza de Elisa, enaltece su virtud (aparentemente está recluida en algún convento) oponiéndola a la vanidad de sus amigas, considerándola sabia por cuanto el tiempo se encargará de marchitar y tornar en pesadumbre la erosionada belleza de la que hoy presumen aquellas. En la otra relata el suceso que da nombre a la fábula, que le dedica por ser virtuosa, en la cual la moraleja se entiende como la satisfacción que proporciona la virtud de ser poeta en el curso de una tragedia, de la que Simónides sale favorecido por su condición de tal, como se aprecia en los versos de su libro “FÁBULAS” (Editorial Espasa Calpe Argentina, Colección Austral, Buenos Aires, 2ª Edición, 17 de mayo de 1947, págs. 125 y 126).

Simónides era oriundo de la isla de Ceos, donde nació aproximadamente en el 556 a.C. y murió en Siracusa en el 467 a.C. Entre sus numerosas poesías destacan los epitafios a Leónidas y sus 300 espartanos muertos en el desfiladero de las Termópilas.


EL NAUFRAGIO DE SIMÓNIDES

En tanto que tus vanas compañeras,

cercadas de galanes seductores,

escuchan placenteras

en la escuela de Venus los amores,

Elisa, retirada te contemplo

de la diosa Minerva al sacro templo. 

Ni eres menos donosa,

ni menos agraciada

que Clori, ponderada

de gentil y de hermosa:

pues, Elisa divina, ¿por qué quieres

huir en tu retiro los placeres?

¡Oh sabia, qué bien haces

en estimar en poco la hermosura,

los placeres fugaces,

el bien que sólo dura

como rosa que el ábrego marchita!

Tu prudencia infinita

busca el sólido bien y permanente

en la virtud y ciencia solamente.

Cuando el tiempo implacable con presteza,

 o los males tal vez inopinados,

se lleven la hermosura y gentileza,

con lágrimas estériles llorados

serán aquellos días que se fueron

y a juegos vanos tus amigas dieron;

pero a tu bien estable

no hay tiempo ni accidente que consuma;

siempre serás feliz, siempre estimable.

Eres sabia, y en suma

este bien de la ciencia no perece.

Oye cómo esta fábula lo explica

que mi respeto a tu virtud dedica.

Simónides en Asia se enriquece,

cantando a justo precio los loores

de algunos generosos vencedores.

Este sabio poeta, con deseo

de volver a su amada patria Ceo,

se embarca, y en la mar embravecida

fue la mísera nave sumergida.

De la gente a las ondas arrojada,

sale quien diestro nada,

y el que nadar no sabe

fluctúa en las reliquias de la nave.

Pocos llegan a tierra, afortunados,

con las náufragas tablas abrazados.

Todos cuantos el oro recogieron,

con el peso abrumados, perecieron.

A Clecémone van. Allí vivía

un varón literato, que leía

las obras de Simónides, de suerte

que al conversar los náufragos, advierte

que Simónides habla, y en su estilo

le conoce, le presta todo asilo

de vestidos, criados y dineros;

pero a sus compañeros

les quedó solamente por sufragio

mendigar con la tabla del naufragio.

 

Mencionaba al principio mi afición a catar vinos, siendo mis predilectos los nacidos en la Denominación de Origen riojana y –próxima ya la vendimia- se me ocurrió entrelazar a mi artículo y la poesía de Samaniego, estos versos pareados dedicados a la vitivinicultura:

 

Vendimia en Samaniego 

En la Rioja Alavesa me encontraba

con amigos, cuyos vinos yo cataba.

 

Por eso, como amante del buen vino

ser devoto de Baco fue mi sino.

 

De los vinos prefiero el tempranillo

que me inspira en el juego del codillo.

 

Pese al grado de alcohol, él es muy sano

si lo bebo por placer, no con engaño;

si supiera que bebiendo me hace daño

sería el beber vino un vicio vano.

 

Samaniego, Samaniego es la gran cita

de vendimias que merecen la visita.

 

Félix “eme” fue el poeta, en Samaniego

cuyos méritos y sus fábulas no niego.

 

Amo el vino, amo el verso, amo a Elisa,

y  en todas estas cosas, voy sin prisa.

 

©CÉSAR TAMBORINI DUCA, poeta y escritor argentino

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

 

 


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