EL NAUFRAGIO DE SIMÓNIDES
Los misterios del amor
En un lugar de la Rioja Alavesa de cuyo nombre quiero
acordarme porque nacen buenos vinos y soy devoto de Baco, y de cuyo nombre no
quiero olvidarme por ser tierra de poetas y amo la poesía, nació uno de los
escritores clásicos de la literatura española. De pequeños solíamos solazarnos
cuando leíamos o nos relataban, en el hogar o en la escuela, las Fábulas de Esopo, las de Lafontaine, …o esas tituladas “La cigarra y la hormiga”, “La lechera”, “La
zorra y las uvas”, “La gallina de los huevos de oro”, todas nacidas de la
pluma de Félix María Samaniego; natural, claro está, de esa zona a la que da
nombre su apellido –o viceversa- enclavada en La Guardia donde nació el 12 de octubre de 1745.
Samaniego no consideraba esencial el metro a la fábula, si
bien en algunos casos utilizaba endecasílabos pareados, como se aprecia en “El águila y el escarabajo”, o en “La
zorra y la cigüeña”, pero está claro que prefiere el metro libre, para “huir del monotonismo que adormece los
sentidos”, según explica el autor en su prólogo.
Autor de máximas morales mimetizadas con el valimento de
fábulas, enriqueció el aprendizaje de generaciones de niños, en los que
estimulaba el ingenio a través de moralejas fáciles de asimilar. Sin embargo la
complejidad de algunas fábulas escapan al raciocinio de los más pequeños, por
lo que también debemos considerarlo fabulista para adultos, como ocurre por
ejemplo al dedicar el LIBRO TERCERO a
su coetáneo rival don Tomás de Iriarte, dedicatoria luminosa en la que no
prescinde mencionarlo “gongorista”. O la que hoy quiero dejar constancia en mi
página, que aparece como Fábula Primera en
el LIBRO OCTAVO y que dedica “a
Elisa”. ¿Quién fue esta afortunada receptora de “El Naufragio de Simónides”?
Para mí es un misterio en el que Cupido pudo tener complicidad. Lo que es
cierto, que en este caso Samaniego une dos moralejas en una fábula.
En la una pone de manifiesto la vacuidad de la hermosura; si
bien menciona la belleza de Elisa, enaltece su virtud (aparentemente está
recluida en algún convento) oponiéndola a la vanidad de sus amigas,
considerándola sabia por cuanto el tiempo se encargará de marchitar y tornar en
pesadumbre la erosionada belleza de la que hoy presumen aquellas. En la otra
relata el suceso que da nombre a la fábula, que le dedica por ser virtuosa, en
la cual la moraleja se entiende como la satisfacción que proporciona la virtud
de ser poeta en el curso de una tragedia, de la que Simónides sale favorecido
por su condición de tal, como se aprecia en los versos de su libro “FÁBULAS”
(Editorial Espasa Calpe Argentina, Colección Austral, Buenos Aires, 2ª Edición,
17 de mayo de 1947, págs. 125 y 126).
Simónides era oriundo de la isla de Ceos, donde nació
aproximadamente en el 556 a.C. y murió en Siracusa en el 467 a.C. Entre sus
numerosas poesías destacan los epitafios a Leónidas y sus 300 espartanos
muertos en el desfiladero de las Termópilas.
EL NAUFRAGIO DE SIMÓNIDES
En tanto que tus vanas compañeras,
cercadas de galanes seductores,
escuchan placenteras
en la escuela de Venus los amores,
Elisa, retirada te contemplo
de la diosa Minerva al sacro templo.
Ni eres menos donosa,
ni menos agraciada
que Clori, ponderada
de gentil y de hermosa:
pues, Elisa divina, ¿por qué quieres
huir en tu retiro los placeres?
¡Oh sabia, qué bien haces
en estimar en poco la hermosura,
los placeres fugaces,
el bien que sólo dura
como rosa que el ábrego marchita!
Tu prudencia infinita
busca el sólido bien y permanente
en la virtud y ciencia solamente.
Cuando el tiempo implacable con presteza,
o los
males tal vez inopinados,
se lleven la hermosura y gentileza,
con lágrimas estériles llorados
serán aquellos días que se fueron
y a juegos vanos tus amigas dieron;
pero a tu bien estable
no hay tiempo ni accidente que consuma;
siempre serás feliz, siempre estimable.
Eres sabia, y en suma
este bien de la ciencia no perece.
Oye cómo esta fábula lo explica
que mi respeto a tu virtud dedica.
Simónides en Asia se enriquece,
cantando a justo precio los loores
de algunos generosos vencedores.
Este sabio poeta, con deseo
de volver a su amada patria Ceo,
se embarca, y en la mar embravecida
fue la mísera nave sumergida.
De la gente a las ondas arrojada,
sale quien diestro nada,
y el que nadar no sabe
fluctúa en las reliquias de la nave.
Pocos llegan a tierra, afortunados,
con las náufragas tablas abrazados.
Todos cuantos el oro recogieron,
con el peso abrumados, perecieron.
A Clecémone van. Allí vivía
un varón literato, que leía
las obras de Simónides, de suerte
que al conversar los náufragos, advierte
que Simónides habla, y en
su estilo
le conoce, le presta todo
asilo
de vestidos, criados y
dineros;
pero a sus compañeros
les quedó solamente por
sufragio
mendigar con la tabla del
naufragio.
Mencionaba al principio mi afición a catar vinos, siendo mis predilectos los nacidos en la Denominación de Origen riojana y –próxima ya la vendimia- se me ocurrió entrelazar a mi artículo y la poesía de Samaniego, estos versos pareados dedicados a la vitivinicultura:
Vendimia en Samaniego
En la Rioja
Alavesa me encontraba
con amigos,
cuyos vinos yo cataba.
Por eso, como
amante del buen vino
ser devoto de
Baco fue mi sino.
De los vinos
prefiero el tempranillo
que me
inspira en el juego del codillo.
Pese al grado
de alcohol, él es muy sano
si lo bebo
por placer, no con engaño;
si supiera
que bebiendo me hace daño
sería el
beber vino un vicio vano.
Samaniego,
Samaniego es la gran cita
de vendimias
que merecen la visita.
Félix “eme”
fue el poeta, en Samaniego
cuyos méritos
y sus fábulas no niego.
Amo el vino,
amo el verso, amo a Elisa,
y en todas estas cosas, voy sin prisa.
©CÉSAR TAMBORINI DUCA, poeta y escritor argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE
ASOLAPO ARGENTINA
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