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sábado, 4 de octubre de 2025

ALGO PARA CONTAR - Juan Carlos Gimenez (AMARU) - Buenos Aires, Argentina

 



ALGO PARA CONTAR

 

Sentado a la mesa un tanto incomoda en la vereda  del café Tortoni, el señor  Héctor Aguirre  había pedido un cortado al mozo que tardaba en llegar, cuando leía en una página  interior impar del diario La Prensa de los Gainza Paz del 28 de diciembre de mil nueve setenta y ocho  justo mi cumpleaños, el día de Los Santos Inocentes- pensó  y siguió recorriendo la página con la vista cansada hasta que se detuvo en un titular; “Hoy se cumple  cincuenta años  de La Patagonia Trágica” de José María Borrero.  También en la misma página; “Todavía sigue en cartelera con gran éxito la película de Olivera sobre la novela de  Osvaldo Bayer “La Patagonia Rebelde” y recordó los nombres de El Gallego Soto, de Schult El Alemán, de Facón Grande  y otros, cuando inusualmente varias mariposas volaban bajo por la Avenida de Mayo y una de ellas, de varios colores se posó justo al costado del pocillo de café, Aguirre la miró y no la espantó se quedó inmóvil igual que la mariposa y  se metió de cabeza cuando de cadete en el Colegio Militar de la Nación, viajaba a la Patagonia para reprimir a unos huelguistas anarco sindicalistas que atentaban contra la libertad de trabajo y la propiedad privada, baluarte de nuestra civilización occidental y cristiana.

-Aquí está su cortado-

Si, si, está bien gracias

Y comenzó a revolver con la cucharita, daba vueltas y vueltas  en el pocillo del café, para disolver el terrón de azúcar, cuando  sus dedos  sintieron  el grosor de los cordones, al enhebrar los borceguíes largos de caballería, ese domingo ventoso de febrero de 1922 momentos antes de partir al mando del teniente coronel  Zabala en Corrales viejos de la estancia Punta Alta.

Mientras la tropa alineaba sus caballos, el cadete Aguirre introducía su Máuser 1898 en la cartuchera al costado izquierdo del caballo comenzando la marcha lenta de la columna. Cabalgaba, a paso lento, pensando, que pronto acabaría todo esto y no había disparado ni un solo tiro con su  Máuser después de haber sido fusilados más de mil quinientos huelguistas anarquistas y él ni siquiera participó en combate, tampoco hubo combates o enfrentamiento alguno con otras fuerzas militares, simplemente, persecución, tortura y fusilamientos de hombres indefensos, huelguistas que reclamaban mejoras salariales, y muy pronto, la semana que viene regresarían y el cadete Aguirre, sin nada que contar a su regreso a  Buenos Aires.

Pero ahora seguía con la cucharita revolviendo el pocillo de café, cuando un chico se acerca y…

-Mire don me puede dar algo para comer- 

y le alcanza una estampita con la imagen de la virgen María-

Vení, sentáte acá -

-Mozo, mozo, me trae un café con leche con medias lunas para el pibe- y las manos del cadete Aguirre lustraban dando  brillo a los botones dorados de su chaqueta militar murmurando bajito; -No, no, esto no puede quedar así—mientras limpiaba el cerrojo del Máuser, luego lo tomó como si fuera una caña de pescar y lo cargó en su brazo derecho, siguió despacio  hasta cerca del río donde se cruzaban dos caminos entre las montañas y siguió murmurando

Sí por aquí tienen que pasar algunos de los huelguistas en retirada, tratando de escapar-    

Se acomodó entre  la horqueta de un tronco de árbol para poder apuntar con facilidad al cruce de los caminos, tomó una nueva posición que le permitía con más claridad una mejor visión en conjunto, apoyó el fusil  contra su hombro derecho y se puso a esperar al próximo jinete, cuando varias mariposas lo sacan del clima de tensión, con un movimiento de su brazo las apartó y se preparaba a esperar su presa. Cargó el peine con cinco cartuchos en la recámara, mientras repasaba en su mente las lecciones del Máuser en la escuela militar, sobre su proyectil, calibre  siete sesenta y cinco por cincuenta y cuatro  y que a alta velocidad a menos de doscientos metros cuando penetra en la cabeza, el cerebro se parte en mil pedazos.          

Sonrió al acordarse, acomodándose nuevamente en la horqueta del árbol y las mariposas volvían a revolotear sobre su cabeza, lo molestaban, lo ponían nervioso, volvió a sonreír, cuando un jinete originario mapuche, un jornalero  de la estancia Las Marías de unos galeses de Magallanes, cansado por la labor del día  cruzaba lentamente con su viejo caballo. Caballo, jinete y la implacable cordillera se fijaban en su retina  una sola línea en el horizonte, resaltando el paisaje patagónico. El mapuche sin caballo es un cuerpo sin alma. su vida se proyecta, de la cabeza del caballo hacia arriba del pescuezo, pasando por el lomo y la cola para seguir adelante. Hacia abajo, en el suelo culebrea la muerte, la nada, que para el jinete es lo mismo. No puede sobrevivir de a pie, de  la panza hacia abajo. A los cuatro años monta por primera vez y no desmonta hasta su muerte. Toda su vida es un viaje metafísico en un caballo infinito donde la pampa es una ruleta donde en cada apuesta va en juego la existencia Hay solamente dos apuestas: la vida o la muerte en un tablero como las Salinas Grandes, solo se puede cruzar sobre el lomo de un buen caballo y  un adiestrado jinete  Ya que para cruzar las salinas, lo menos, lo menos hay que ser Ranquel o Mapuche. No se puede hacer fuego, porque el fuego es un policía de civil que te delata, por eso el jinete siguió a tranco lento, casi acostado sobre el lomo y pescuezo de su caballo, mientras el joven cadete, recordó para si el manual del Liceo, destrabó el seguro, apoyo con fuerzas la culata contra su hombro derecho y enfocó en la mira la imagen del jinete, con su dedo índice, presionó  el gatillo hasta el primer descanso, respiró hondo.

-¿Te gusta el café con leche pibe?

Si, si me gustan señor-

¿Son ricas las medias lunas?

-Riquísimas señor-

-Tengo que volar ese cráneo en mil pedazos- pensaba mientras, caballo y jinete con  un sol que desaparecía con timidez detrás de las montañas formando con el horizonte de la cordillera de Los Andes, una sola e impresionante vista postal.

. Apretó más la culata del Máuser contra su hombro, ya lo tenía en la mira, mientras volvían las mariposas, tratando de dispersarlo y lo distraían.

El señor Aguirre levantándose de la silla, hacia señas al mozo, detrás de unos turistas japoneses que intentaban fotografiarse con el contraste del café Tortoni a sus espaldas, cuando el cadete, tomando el fusil cambio de posición nuevamente, logrando  dispersar a las mariposas y recuperar la posición de tiro.

-Señor gracias, está todo muy rico- en la escuela nos daban mate cocido, pero ya no dan más y no fui más

Ahora sí, lo tenía nuevamente en posición, fijó la mira justo en la cabeza del jinete respiró hondo (como decía el manual militar) oprimió el gatillo hacia el primer descanso, aflojo el dedo índice, respiro nuevamente y conteniendo la respiración, apretó el gatillo, la bala del Máuser del Colegio Militar Argentino  impactó en la cabeza en el centro de la vincha que decía: “Mapu- Che”   El Amor es Vida” partiendo en dos el cráneo del jinete y jornalero que  cayó boca abajo bañando con un charco de sangre el bello y calmo paisaje patagónico      

¿Y Usted  que hacia cuando era joven señor?

Bueno mirá…¿Cómo te llamas vos?

-Carlos, Carlos señor, Carlos Tercian, pero me dicen Cacho

Mirá Cacho, yo soy  Héctor Aguirre, de joven era cadete, oficial del Ejército Argentino, llegando hasta Teniente coronel hasta que  me jubilé. Participé como cadete en la lucha contra el bandolerismo anarcosindicalista de los huelguistas de la Patagonia y por eso tengo algo para contar, ya que en un combate y feroz lucha con varios asesinos anarquistas logré matar a uno de ellos que escapaba a caballo hacia  Chile-.     

Por eso pibe, ahora a mis años, tengo “Algo para contar                                                                                                                                  

JUAN CARLOS GIMENEZ (Amaru)  - Buenos Aires, Argentina

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA                             


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