Esa mañana, cuando
todo parecía estar en paz, se desató la lluvia con violencia. Era de tal
magnitud que llamó la atención de todos los habitantes del pueblo. Nunca había
llovido con tanta intensidad. La gente se agolpó en las ventanas y portales
para ver aquel prodigio. A la distancia, hacia el punto en que se mirara, no
había ninguna tormenta ni otras nubes. El aguacero provenía de una gran nube
que estaba estacionada sobre el lugar.
Un par de hombres, que fumaban sentados
debajo de una galería, comentaron:
-Cuando llueve y el agua al caer, forma
globitos, seguro que lloverá en abundancia y por largo rato.
-Así dicen. -Respondió el otro
displicentemente, a la vez que arrojó la colilla hacia un charco, simulando que
se dispondría a dormitar.
Llovió todo ese día y todo el día
siguiente. Toda la semana y quince días más sin parar. Entonces, la gente muy
alarmada, con el agua hasta la cintura y enormes paraguas sobre sus cabezas, se
reunió en la plaza para rezar pidiendo que acabara aquel fenómeno que, sin
dudas, terminaría con todos.
Corrían rumores de que aquella lluvia no
era otra cosa que un diluvio local y la población estaba muy temerosa e
inquieta. Aquella rogativa y el clamor general rompieron el silencio. Los ecos llegaron
hasta el cielo y Dios quiso saber de que se trataba. San Pedro, siempre
vigilante y solícito ante las demandas del Padre Eterno, le explicó que se
había roto una nube y que no paraba de hacer caer agua sobre el pueblo.
Entonces, Dios mandó a cuatro ángeles para solucionar el desperfecto, pero, al
poco tiempo, regresaron abrumados por el fracaso: por más que pudieran hacer,
no habían podido arreglar la rotura de la nube. Molesto por aquel
inconveniente, Dios sacó la nube de allí y la arrojó en un rincón del
purgatorio donde se guardaban los trastos viejos, hasta tanto encontrara a
alguien que la reparara.
Por supuesto, en aquel pueblo, dejó de
llover por algunos años y ante tanta sequía, Dios no tuvo más remedio que
mandar a arreglar la nube y, mientras los ángeles encargados de hidráulica
estaban abocados a la reparación, envió un temporal para aliviar a los pobres
habitantes del pueblo; y el temporal duró veinte días seguidos porque San
Pedro, que se hallaba atendiendo otros asuntos, no había podido explicarle a
Dios que veinte días eran mucho tiempo en la tierra. A todo esto, los ángeles
habían fracasado nuevamente y la nube volvió al purgatorio.
Los pobladores, en consecuencia, tuvieron
otro largo tiempo de sequía
Un año más tarde, acaeció la muerte del
viejo Santillán, mecánico molinero de la zona. Como era una persona de bien y
muy querida, partió de inmediato hacia el cielo sin que nadie pusiera objeción
alguna. Al llegar, después de recorrer varias etapas burocráticas, el viejo mecánico
de molinos cumplió con los trámites de admisión y entró al cielo.
San Pedro, astuto y meticuloso, además de
genuflexo, observó el currículum, descubriendo que el pobre recién llegado no era
un asiduo visitante de la iglesia y lo mandó a trabajar en el predio donde se
arrojaban los trastos viejos para que se “ablandara”.
Recorriendo el purgatorio, Santillán,
encontró la nube y la reparó, descubriendo que el problema consistía en una
simple válvula de retención en mal estado.
Ahora, en el pueblo, a veces llueve y a
veces no.
del libro “Cuentos de Barrio”
NORBERTO PANNONE ©2007 – Argentina

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