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sábado, 18 de octubre de 2025

LA NUBE - Norberto Pannone, Argentina

 



LA NUBE

 

            Esa mañana, cuando todo parecía estar en paz, se desató la lluvia con violencia. Era de tal magnitud que llamó la atención de todos los habitantes del pueblo. Nunca había llovido con tanta intensidad. La gente se agolpó en las ventanas y portales para ver aquel prodigio. A la distancia, hacia el punto en que se mirara, no había ninguna tormenta ni otras nubes. El aguacero provenía de una gran nube que estaba estacionada sobre el lugar.

Un par de hombres, que fumaban sentados debajo de una galería, comentaron:

-Cuando llueve y el agua al caer, forma globitos, seguro que lloverá en abundancia y por largo rato.

-Así dicen. -Respondió el otro displicentemente, a la vez que arrojó la colilla hacia un charco, simulando que se dispondría a dormitar.

Llovió todo ese día y todo el día siguiente. Toda la semana y quince días más sin parar. Entonces, la gente muy alarmada, con el agua hasta la cintura y enormes paraguas sobre sus cabezas, se reunió en la plaza para rezar pidiendo que acabara aquel fenómeno que, sin dudas, terminaría con todos.

Corrían rumores de que aquella lluvia no era otra cosa que un diluvio local y la población estaba muy temerosa e inquieta. Aquella rogativa y el clamor general rompieron el silencio. Los ecos llegaron hasta el cielo y Dios quiso saber de que se trataba. San Pedro, siempre vigilante y solícito ante las demandas del Padre Eterno, le explicó que se había roto una nube y que no paraba de hacer caer agua sobre el pueblo. Entonces, Dios mandó a cuatro ángeles para solucionar el desperfecto, pero, al poco tiempo, regresaron abrumados por el fracaso: por más que pudieran hacer, no habían podido arreglar la rotura de la nube. Molesto por aquel inconveniente, Dios sacó la nube de allí y la arrojó en un rincón del purgatorio donde se guardaban los trastos viejos, hasta tanto encontrara a alguien que la reparara.

Por supuesto, en aquel pueblo, dejó de llover por algunos años y ante tanta sequía, Dios no tuvo más remedio que mandar a arreglar la nube y, mientras los ángeles encargados de hidráulica estaban abocados a la reparación, envió un temporal para aliviar a los pobres habitantes del pueblo; y el temporal duró veinte días seguidos porque San Pedro, que se hallaba atendiendo otros asuntos, no había podido explicarle a Dios que veinte días eran mucho tiempo en la tierra. A todo esto, los ángeles habían fracasado nuevamente y la nube volvió al purgatorio.

Los pobladores, en consecuencia, tuvieron otro largo tiempo de sequía

Un año más tarde, acaeció la muerte del viejo Santillán, mecánico molinero de la zona. Como era una persona de bien y muy querida, partió de inmediato hacia el cielo sin que nadie pusiera objeción alguna. Al llegar, después de recorrer varias etapas burocráticas, el viejo mecánico de molinos cumplió con los trámites de admisión y entró al cielo.

San Pedro, astuto y meticuloso, además de genuflexo, observó el currículum, descubriendo que el pobre recién llegado no era un asiduo visitante de la iglesia y lo mandó a trabajar en el predio donde se arrojaban los trastos viejos para que se “ablandara”.

Recorriendo el purgatorio, Santillán, encontró la nube y la reparó, descubriendo que el problema consistía en una simple válvula de retención en mal estado.

Ahora, en el pueblo, a veces llueve y a veces no.

del libro “Cuentos de Barrio”

NORBERTO PANNONE ©2007 – Argentina




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