POR UN ALFAJOR
Sabía que había varios
compañeros del curso que se colaban en el tren, cuya estación estaba a un
centenar de metros del Colegio Reconquista, pero yo por timidez, temor o
estúpida moralina, nunca me animaba.
Algunos lo hacían para
comprar algo más en el buffet, yo salteaba ese paso del almuerzo para ahorrar y
poderme comprar un libro, esas novedades atractivas que aparecían en la
vidriera de la Librería Bautista,
De Urquiza a Migueletes,
dos estaciones, ¿qué podía pasar?, me preguntaba, hasta que me animé. Si me
ahorro el boleto, me podría comprar otro libro más.
Las primeras coladas
fueron con algún compañero, pero empecé a preferir estar solo pensado que era
más fácil pasar desapercibido.
La técnica no era
compleja: ver por dónde subía el chancho después de dar la orden de
salida con su silbato, y yo subir lo más alejado posible.
Pero un día la estrategia
falló, y me atrapó. Sólo intenté decirle que me había quedado sin plata, pero
era inflexible.
Me amenazó con que me
bajaría en la próxima estación y que deberían retirarme mis padres; eso era
terrible, pues esta falta de conducta era intolerable.
El tren por no sé qué
razón, paró entre barreras, llegando casi a la estación Pueyredón, y allí pensé
en saltar, pero el guarda (el chancho) me tenía bien bloqueado
De pronto se me ocurrió la
última excusa.
-Señor, le diré la verdad,
sabe, mis papás me dan la plata justa y como tengo una compañera en el aula que
me vuelve loco, me gasté la plata del viaje y le regalé un alfajor.
No sé por qué experiencias
amorosas pasó ese hombre, pero lo cierto es que todo cambió, me retó con
energía y me dijo: -Te bajas en la próxima y no quiero verte nunca más.
Menos mal que el chancho no sabía que mi cole no era mixto.
NORBERTO PEDRO
MALAGUTI – Buenos Aires, Argentina
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