EL ESPEJO
Ocurrió una
de esas mañanas de verano donde el servicio meteorológico anuncia que la
temperatura subirá hasta hacerse insoportable.
Francisco entró al
baño, abrió la llave del agua fría y, cuando la bañera estaba a medio llenar,
se metió en ella. Permaneció allí dentro por espacio de diez minutos, luego, se
puso de pie, se secó, se vistió y se paró frente al espejo del botiquín. La
imagen le mostró a un hombre de cabellos blancos y un rostro descarnado,
atestado por el paso del tiempo.
Estupefacto, no hallaba la mínima idea acerca de este extraño fenómeno. Aquello no
podría estar ocurriendo. Todavía resonaban en sus oídos las bullas de la fiesta
de su despedida de soltero la semana anterior. Se apartó del espejo y la imagen desapareció.
Volvió a colocarse frente a el y allí estaba otra vez la agria figura del
viejo; el rostro navegado por una gran cantidad de frunces y el blanco cabello
disperso en el cuero reseco y manchado de la cabeza. Intentó tocar aquella
imagen y sólo restregó la pulida superficie del vidrio, justo en el punto donde
otra rugosa mano intentó llegar para unirse a la suya… Estaba asustado, confuso
y angustiado. Con un hilo de voz se atrevió a preguntar en voz alta:
-¿De quién es esta
imagen?
Y la imagen respondió: -Tuya.
Después de aquel acontecimiento, ya no quiso salir de la casa en horas del día. Lo hacía por la noche, cuando la gente no lo podía reconocer. Pero era una insensatez, todos sabían quién era.
Al poco tiempo, un
desconocido vestido de negro, que ocultaba su rostro debajo de unas gruesas
gafas oscuras, se detuvo frente a la casona y le preguntó a un hombre que
estaba sentado en el umbral de la casa de enfrente:
-¿Cuál es la casa
de Paco?
-Allí enfrente –
contestó distraídamente el hombre. Usando el mentón a modo indicativo.
-Ah, allí. –murmuró
el desconocido.
-Sí, Sí… Paco… El pobre no quería aceptar que era
viejo. Decía que la vejez era una maldición que le había lanzado una mujer despechada.
– ¡Mire usted lo que son las casualidades! Anoche mismo se mudó después de
tantos años… Fue poco después de la caída del sol. Lo vino a buscar una vieja harapienta
y sucia. Los pude ver perfectamente cuando pasaron debajo del farol de la
esquina, iban de la mano y reían como dos chicos! Me pareció bastante
extraño… -Pero, ¿Usted quién es?
-No importa mi nombre. Esta mañana recibimos un llamado, vengo de la funeraria.
NORBERTO PANNONE -
ARGENTINA
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