VOLODIA TEITELBOIM, UN GRANDE DE LA LITERATURA
En
aquellos lejanos días de la década de 1960 yo era un muchacho entusiasta,
devoto de la poesía de Pablo Neruda, que se acercó a él para estrechar su mano
y escuchar una lectura de sus poemas. Sucedió en Buenos Aires, en la vieja
casona de la Sociedad Argentina de Escritores del barrio de San Telmo. En esa
ocasión también lo conocí a Volodia Teitelboim, que con Matilde Urrutia, la
esposa de Pablo, lo acompañaba. Otro grande de la poesía, nuestro Raúl González
Tuñón, me presentó ante ellos. Hubo luego una cena y una invitación del aedo
chileno para que lo visitara en su casa de Isla Verde. En esa oportunidad, como
buen atrevido, yo asombre al autor de Residencia en la tierra recitando
de memoria algunos de sus poemas.
Al
año siguiente, después de un tortuoso viaje en tren, cruce la cordillera y pisé
la ciudad de Santiago por primera vez. Acaso con poco sentido de la oportunidad
caí como peludo de regalo en plena campaña política cuando el Partido Comunista
impulsaba a Neruda para la presidencia del país. Me apersoné en el diario El
Siglo, que dirigía Volodia, y él, siempre amable y predispuesto, le
encomendó a un periodista que me acompañara a Isla Negra, donde el poeta me
esperaba. Fue como un sueño. Por lo atareado que estaba Neruda me iba a recibir
por media hora; sin embargo, fui huésped de Pablo y Matilde durante casi dos
meses. Ambos eran hospitalarios y gentiles, en tanto que VolodiaTeitelbaum,
empezó a ser uno de mis más cercanos amigos.
Años
más tarde, nos encontramos con Volodia en la Ciudad Universitaria de
Roma, donde estábamos invitados por la Casa de Iberoamerica para
participar de un homenaje a Pablo Neruda, y durante una semana
compartimos el alojamiento desayunando juntos cada mañana. Lo recuerdo a
Volodia como un hombre sencillo, generoso, noble y sincero amigo, de contagioso
buen humor; dueño de una sensibilidad incomparable y de una cultura siempre
asombrosa. Agrego que acompañándolo recorrí la milenaria ciudad y me fueron
descubiertos por él rincones e historias que desconocía.
Cuando
dirigí la revista Proa, Volodia Teitelboim fue colaborador
permanente, e invitado por nosotros estuvo un par de veces en Buenos Aires.
Durante los años 2001y 2003, debido a una de las tantas repetidas crisis de la
Argentina, me radiqué por casi tres años en Santiago para proseguir la
continuidad de la revista, que se concretó gracias al apoyo de la Editorial
Universitaria. En aquellos días mi hábito favorito era visitarlo los
sábados en su modesta vivienda del barrio de Ñuñoa. La última vez que estuve
con él, poco antes de su muerte, me acompañaron Antonio Avaria y Alejandro
Vaccaro.
Volodia
Teitelboim era hijo de inmigrantes eslavos judíos y desde pequeño se interesó
en la literatura. A los 16 años ingresó a la Facultad de Derecho de la
Universidad de Chile, donde se recibió de abogado con una tesis de grado
titulada El amanecer del capitalismo y empezó a militar en
las Juventudes Comunistas. En paralelo, trabajaba como periodista
deportivo. Luego fue reportero, crítico literario y columnista de dos
importantes periódicos de la izquierda chilena, el Frente Popular y El
Siglo, que dirigió durante años.
Su
vocación literaria hizo que en 1931, con una novela en su haber, fuera
distinguido con el premio Juegos Florales de Santiago y en
2002 fue definitivamente consagrado al recibir el Premio Nacional de
Literatura de Chile, oportunidad en la que tuve el honor de decir unas
palabras durante una celebración que se hizo en la Biblioteca Nacional.
Pero
volvamos atrás en el tiempo, en 1935 publicó en colaboración con el poeta
Eduardo Anguita la Antología de poesía chilena nueva, donde
recopilaron a los grandes poetas de ese país y Volodia desató una fuerte
polémica, ya que omitió a Gabriela Mistral, acentuando la pugna entre Vicente
Huidobro, Pablo de Rokha y Pablo Neruda.
Buen
estudioso de la poesía, fue precisamente Volodia quien señaló que el “Poema 16”
de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada del
futuro Premio Nobel era una paráfrasis del “Poema 30” de El
Jardinero, de Rabindranath Tagore. Aunque en su momento los detractores de
Neruda, como Huidobro y De Rokha, intentaron utilizar la anécdota para acusar al
vate de un supuesto plagio, el hallazgo pasó a la historia de la literatura
universal como uno de los más destacados ejemplos de paráfrasis. Casi no cabe
agregar, que el propio Neruda, lo tomó con humor y reconoció que Volodia tenía
razón. “Ha sido el gran plagio de mi vida”, bromeó el autor de Residencia
en la Tierra.
Los
libros de memorias de Volodia Teitelboim, como decía Avaria, no tienen
desperdicio y merecen ser destacados, empezando por Un muchacho del
siglo XX (1997), La gran guerra de Chile y otra que nunca
existió (2000) y Noches de radio (2001), donde
registra, desde su perspectiva política y social, un gran arco de situaciones y
vivencias del siglo XX en su patria; también son famosas las magníficas y muy
documentadas biografías que dedica a Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Gabriela
Mistral y Jorge Luis Borges. Su obra también abarca la poesía y la novela,
género en el que marcó un hito en la narrativa social con Hijo del
salitre, que tiene como protagonista a Elías Lafferte, histórico líder comunista
y pieza clave en el desarrollo del movimiento obrero de Chile.
Si
fuera necesario ubicar a Volodia Teitelboim en una tendencia determinada, esa
tendencia quizá sería el realismo; pero nadie ignora que los géneros literarios
no pasan de ser meras ficciones utilitarias, cuando no estratagemas que
favorecen a ciertas formalidades, y que lo perdurable y esencial es la
sinceridad intelectual. La obra literaria de Volodia Teitelboim no fue
ejecutada para justificar un debate, sino que fue engendrada como una necesidad
imperiosa y se parece íntimamente al hombre de acción que la forjó.
Luchador
infatigable, durante la década de 1940 sufrió por sus principios políticos la
persecución y el exilio, una vez dictada por el entonces presidente Gabriel
González Videla la absurda y reaccionaria Ley de Defensa Permanente de
la Democracia (también conocida como “Ley maldita”). Volodia estuvo
relegado y detenido en la localidad de Pisagua y cruzó la cordillera para
refugiarse en la provincia de Mendoza.
Entre
1961 y 1965 fue diputado por Valparaíso. Un año después elegido como senador
por Santiago, y permaneció en ese cargo hasta el golpe de Estado del 11 de
septiembre de 1973. Durante la dictadura militar de Augusto Pinochet vivió el
exilio en Moscú, en la entonces Unión Soviética, donde dirigió el
programa Escucha Chile. Retornó clandestinamente a su patria en las
postrimerías de la dictadura militar, presentándose a las autoridades en 1988 y
exigiendo que se establezca un gobierno democrático en Chile, posterior al
triunfo del “No” en el plebiscito de ese año.
Amigo que sigue vivo en la evocación y en su perdurable obra literaria, me honra recordarlo como uno de los grandes escritores que ha dado Chile y como el luchador social fiel a sus principios políticos. Volodia Valentín Teitelboim Volosky, nació en Chillán, 17 de marzo de 1916 y se sumó a los más en Santiago de Chile, el 31 de enero de 2008.
ROBERTO ALIFANO – Buenos Aires, Argentina
MIEMBRO
HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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