EN EL JARDÍN DE TU INFANCIA
A mi pequeña hija Belén
Cada mañana
trae una algarabía diferente a la del día anterior. Es por ello que no se puede
vivir bajo la sombra hostil de la rutina.
Cuando cumpliste dos
abriles el año 2008, decidimos enviarte al año siguiente al jardín más cercano
de la casa donde vivíamos en aquel entonces. Existe aún, uno llamado Bjorgn
Monsen. Un pequeño jardín para infantes de tres, cuatro y cinco abriles, vestidos
con buzo rojo y negro básicamente, con algunas líneas amarillas y celestes en
la casaca. Tres aulas y un jardín, eran el espacio suficiente para invitar al
bullicio y juego a cada pequeño que transitara por este lugar.
El dueño del mismo jardín, me comentó alguna vez que Monsen fue un gran filántropo. Honestamente, no encontré interés alguno en averiguar algo más profundo sobre él.
Comencé a realizar una actividad diaria: llevarte a las ocho y treinta de la mañana casi todos los días. El simple hecho de caminar juntos se convirtió en un pasaje de mi vida inolvidable, por los motivos y circunstancias que enriquecieron este hecho, de apariencia rutinaria y sutil. Felizmente lo único rutinario fue la hora y el lugar, más no la experiencia de caminar de la mano de una niña, a quien mi pobre corazón había esperado para ser acompañado.
El primer día fue un
acontecimiento familiar. Abuelos y padres llevando a la pequeña Belén a su
primer día de clases. Todos a la expectativa de cómo reaccionarías en un
ambiente nuevo y diferente. Para mayor suerte, aquel día se celebraba el
cumpleaños de uno de los pequeños del jardín, lo que eliminó el temor de que
lloraras o que no quisieras entrar. Aquello, hizo más simple la faena de volver
los siguientes días.
Concebimos la idea de llevarte al jardín como un lugar de recreación, que te ayudara a relacionarte con otros pequeños y que jugaras lo más que pudieras. Ya al siguiente año, el objetivo era iniciar en ti otra formación.
Lo más difícil para tu
mamá era peinarte, te distraías muy fácilmente. Yo nunca hubiera podido
hacerlo; ni colas ni trenzas. Es una tendencia a la inutilidad que tengo desde
niño en algunos quehaceres, hecho que de seguro ya has evidenciado en tu padre
con los años.
Tu mente desde muy
temprano estaba dispuesta a recrearse y eras tan vivaz, que estaba atento a que
frase ibas a crear ese día o alguna nueva ocurrencia que tuvieras para
celebrarla.
Mientras caminábamos,
conversábamos.
Papá. Ayer la Miss Paty
nos enseñó a hacer círculos. ¿Para qué sirven?
Una pregunta que debería
tener una repuesta rápida, pero yo la carecía.
¿Papá, dime para qué?
Creo que para hacer más
pequeño el mundo.
¿Y qué es el mundo?
Es un círculo como el que
dibujaste en clase, pero lleno de gente que vive dentro de ese círculo, como
nosotros. El mundo sería pequeño en verdad, si es que nos entenderíamos más las
personas.
Hiciste un silencio, donde
intuía un singular entendimiento para tu edad inocente.
¿Y el mundo gira?
Sí, por supuesto- contesté-.
¿Alrededor de quién?
Del sol.
Entonces, nosotros que
estamos en el mundo, giramos alrededor del sol.
Así es Belén.
Me hice una sencilla pregunta. ¿Qué sentido tiene que el mundo gire alrededor del sol? ¿Cambiaría de algún modo el mundo? Por suerte en tu pequeñez no formulaste esa interrogante. No hubiera tenido respuesta convincente. Y un niño siempre quiere respuestas convincentes.
Después de unos meses, nos
mudamos a un departamento a poca distancia de donde vivíamos cuando empezaste el
jardín. De allí había un camino corto para llevarte al mismo, siempre a las
ocho y media. Por dicho camino, pasábamos por dos parques y te gustaba ir
cogida de mi mano. Con ese gesto hacíamos el mundo más pequeño, más unido.
Siempre tenías inquietudes interesantes. Los niños siempre exploran, son incansables. Entreveran curiosidad e inocencia al mismo tiempo. Yo no me acuerdo si fui un niño incansable y explorador; si tal cualidad tuve, fue en una escala muy pequeña. Solamente recuerdo algunos juegos con mis hermanos durante las tardes y lo feliz que era. Con el devenir del tiempo, me convencí que, si cien mil niños le declarasen la guerra a todo el orbe, estaríamos perdidos; pensándolo bien, estaríamos mucho mejor. Porque tendríamos un mundo que explora el conocimiento con la virtud de la inocencia.
Papá. Ana, es una niña de
mi clase muy traviesa, me mordió ayer.
¿Qué pasó Belén?
Quise ayudarle con la
tarea, pero no me dejó y me mordió en el brazo.
Luego de indagar con la
profesora pensé en la soledad de esa niña y en la mirada triste que tenía.
Intenté azuzar en ti el entendimiento por las personas. Igual hizo tu madre.
No dejes de conversar con
Ana, no te olvides- le dije-.
Es difícil Papá, ella no
quiere jugar con nadie.
No querrá por ahora,
después cambiará de opinión- le aclaré-.
Pero Papá…
Era difícil explicarte porque algunos niños hacen cosas que no deben hacer para su edad. Pero debías aceptar el mundo cómo es, para que puedas cambiarlo, a pesar de tu breve edad, valiéndome de tu rebeldía infante y la visión de lo ideal que se anida en la mente de todo niño. Después, encontré una niña Ana más sociable y sonriente. Realmente me alegró este hecho.
Tus dotes de buena
bailarina se percibían ya desde tus dos años, tu sensibilidad y buen oído eran
evidentes. Destacabas en las actuaciones, moviendo tus hombros para avivar el
ritmo afroperuano o agitabas con donaire las caderas al son de una saya
boliviana. Eras muy alegre para bailar y deseo que lo seas siempre.
Este don tuyo, se
reflejaba en las fiestas de la familia, en los matrimonios de tus tíos, en la
sala de nuestra pequeña casa. El baile alegra el espíritu, lo despierta, hace
reír y se goza junto a un buen compás, es el reflejo del alma.
Al llevarte al jardín,
creo que yo regresé al mío, en el San Francisco, el cual quedaba en la cuarta
cuadra de la calle Jerusalén, en el centro de Arequipa. Mis cinco años
transitaron alegremente en él, esperando a Pancha –la empleada de la casa- a
que me recogiera al mediodía. Yo, sentado en la vereda, esperando algún confite
o golosina que motive el regreso a casa. Sin confite, era difícil hacerme
regresar, diría, imposible.
En aquel jardín jugué,
exploré el mundo, me divertí, imaginé ser un capitán intrépido en altamar, me
caí de unas gradas de sillar, destrocé algunos pantalones jugando al fútbol en
medio del patio, hice mis primeros dibujos, los mismos que hago ahora, porque
nunca aprendí a dibujar ni a pintar; lo cual me alegra, porque conservo aún un
rasgo intacto de mi niñez. Aprendí a rezar y elevar la mirada al cielo y
todavía suelo hacerlo, aprendí a compartir y a colorear la vida y el mundo,
aprendí a ser niño, aprendí a amar, a esperar cada Navidad como si fuera la
primera y última en la historia, aprendí a querer en demasía a la abuela María
y conservar ese amor hasta la tarde de hoy.
Aprende tú, de la marea que
pueda traerte tu propia vida, en ella encontrarás el valor de tu infancia, ella
te ayudará cuando crezcas. Recurre a ella para reconfortarte y saber quién eras
y quién eres.
Si alguna mañana, después
de dejar a mi nieta (o) en su jardín, deseas buscarme cerca de las ocho y
treinta para salir de la sombra hostil de la rutina, es muy probable que esté escribiendo
algún cuento o poema o leyendo alguna obra. Me dirás que se hace tarde y que
deseas que te lleve de regreso al jardín de tu infancia. No dudes en pedírmelo.
Papá, ayer tu nieta (o)
preguntó para qué sirven los círculos.
Dile Belén que sirven para hacer más pequeño el mundo, no lo olvides.
Octubre, 2021
GUILLERMO FERNÁNDEZ DEL CARPIO – Arequipa, Perú
MIEMBRO HONORÍFICO DE
ASOLAPO ARGENTINA
Narro el hecho de llevar a mi hija Belén a que estudiara al jardín, cuando era infante y niña.
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