PREDICCIONES
LITERARIAS
El Profeta es el
puente que comunica el mundo de lo alto con el de abajo a través de
admoniciones, para que, si es posible acogerlas se pueda rectificar a tiempo
antes de que se produzcan. Es un
anunciador. También, a veces el narrador de ficciones puede recrear de alguna
manera las consecuencias de un presente que indica que si no se rectifica
podría el futuro resultar apocalíptico.
Con una narrativa sencilla Robert H. Benson
las recrea en su novela “Señor del mundo”. El retrato de la panorámica es tan
esclarecedor como tenebroso, hasta el punto que el mal se disfraza del bien en
su tarjeta de presentación. Ya lo dijo un diablillo cojuelo: el arte luciferino consiste en no hacerse notar, hasta el punto
de pasar desapercibido. En el fondo, es como una célula cancerígena, que lenta
y progresivamente va avanzando hasta conseguir su objetivo de muerte.
El personaje que
encarna la figura del Anticristo es un político. Pero no vayan ustedes a pensar
que presenta rasgos mefistofélicos ni grotescos al estilo de uno de tantos
constructores de la violencia y el mal que han regado de sangre la historia
para someter al hombre, no, sino más bien como un benefactor de la humanidad,
de presencia dialogante y gran retórica, cuya máscara sonríe abiertamente,
hasta el punto de captar la simpatía de todos y ser aclamado como libertador
(algo parecido a algunos de nuestros políticos modernos). Para ello, Felsenburgh―tal es el nombre del
líder― concertará alianzas con los sectarios, cediendo poco a poco los derechos
de la civilización dos veces milenarias. (Tal vez pensando en La Media Luna,
que se considera heredera de las promesas hechas a Abraham, alegando que eran
ellos los destinatarios, cuando se anunció que sus descendientes se
multiplicarían como las estrellas del cielo, y sabiéndose más procreadores, con
el paso de las generaciones la inmigración tendrá a sus hijos nacidos en
Occidente convertidos en ciudadanos de pleno derecho. Entonces, podrán conformar
las leyes a su cultura, religión y costumbres).
Luego, ofrecerá
el bienestar mundial mediante el control de las masas, “despachando”
amablemente a todo aquel que no sea útil a la sociedad (algo que hoy se viene
ya practicando eliminándose neonatos indefensos), y por último implantando la
religión humanista, cuyo fin se perfila en el materialismo, sin otra frontera
que hacerse eco del dicho popular “…para dos días que hay que vivir”
Así, poniendo
como vigilante al lobo para el cuidado de las ovejas la sociedad acabará
desdibujando su propia identidad, renunciando a sus valores éticos y
religiosos. También, el benefactor podrá implantar su dictadura laica y
materialista, y todos aquellos que se opongan al sostenimiento de sus planes
serán eliminados de una manera “dulce”, como se corresponde con un humanismo
“light”. (Aunque la eutanasia a la carta se está administrando ya, se apartan a
los que se consideran oponentes o enemigos también matándoles el espíritu
mediante el descrédito y la tortura moral)
Finalmente el
humanismo que ha predicado, quedando reducido a su propia materialidad y no
pudiendo responder al hambre de trascendencia del ser humano, acabará por sumir
al hombre en la idea de no ser otra cosa que un simple animal que procede del
mono, cuya vida no tiene más sentido que su propio ego― con frecuencia
sostenido a costa de pisotear el de los otros― y, consecuentemente, sin otra
perspectiva que la del aniquilamiento;
en lugar de ascendente, la vida humana se irá animalizando hasta volver a
encontrarse en el punto de salida de su chimpanificación.
Desde otro ángulo
menos moralizante y lejano, pero ciertamente representativo―pues el mal se
encarna igualmente en todo empeño, violento o sutil que tienda a apoderarse de
los pueblos, sin ser capaz de ofrecerle una alternativa mejor ofrecida en
libertad― podríamos hacer un ejercicio de futurismo desde la perspectiva que
nos ofrece un escritor de la talla intelectual y humana como Giovanni Papini,
del cual decía Borges que expresaba en sus escritos la melancolía autobiográfica de alguien inmerecidamente olvidado. Entre
sus obras se destacan libros “pesados”, como “El Juicio Universal”, y también
“ligeros”, desenfadados, pero siempre bien escritos, como son “Gog” y “El libro
negro”, en los cuales pueden recogerse entrevistas con personajes del pasado
que proyectan su visión futurista, tales profetas laicos. Proyecciones de la
propia cosecha con la finalidad de advertir los riesgos del presente si no son
tenidos en cuenta. Entre otros muchos, nos muestra la opinión de un destacado
líder comunista en la hipotética entrevista que concede para el conocido como
mundo libre.
El diálogo
discurre aventurando el porvenir de la mundialización desde la perspectiva del
comunismo. El supuesto periodista pregunta acerca del enfrentamiento entre el
capitalismo y el marxismo, a lo cual obtiene como respuesta del bolchevique que
no es necesaria la lucha violenta para el advenimiento de las ideas que
representa. Las guerras no sirven para nada, si no es como negocio de destruir
lo que después ha de reconstruirse y mantener la industria del armamento. Ahora
conviene la ideología desde la trinchera. La economía de mercado tiene su troyano dentro de la sociedad. Occidente
tiene su talón de Aquiles, que no es otra cosa que mirarse el ombligo de la
prosperidad. Pero, esa prosperidad conlleva la desigualdad, pues los pocos
acaparan los de los muchos. Y, además, el hedonismo acabará corroyendo la savia
heredada de la tradición del cristianismo. Sólo es necesaria una cosa: esperar a que el huevo de la
bicha se desarrolle y rompa el
cascarón. La barbarie que viene, tal le pasó factura a la antigua Roma.
Hay un tercer
autor que viene a analizar, con tanta simpleza como profundidad la causa que es
el detonante, y para ello podemos acudir a Chesterton y “El hombre eterno”.
Para situar al lector trae a colación la disputa que mantuvieron en el siglo
XIII santo Tomás de Aquino y Roger de Brabante, hasta el punto de que fue
necesario llevarla a un tribunal para dirimirla. El doctor Angélico fue
declarado como ganador, y, sin embargo, la posteridad vino a dar la razón a su
oponente, pues, una cosa es la razón y otra la praxis social.
Siger decía que
existen dos verdades: la del mundo
natural y la del mundo sobrenatural. El doctor Angélico, por el contrario,
afirmaba que el estudio de las verdades naturales ha de inspirarse en el del
estudio de las ultraterrenas. Cuando el hombre se separa de la fuente que le
dio la vida― algo que el existencialismo explica “divinamente” (quien quiera
penetrar en detalles los encontrará en la fábula “Las moscas”, de Sartre― necesariamente
acabará relativizándolo todo, incluido él mismo.
Y entonces surge
la confusión. Todo se convierte en relativo. Y es que cuando el hombre quiere
justificar su existencia por sí mismo y no repara en la necesidad de “afeitar
su ego”, mientras más persista más se desorientará. Y como muestra de un
botón―como se dice―, he aquí algunas puntualizaciones del desconcierto de esa
relativización.
Los padres han
sido suplantados por la tutoría de los gobernantes, que disponen de la
educación de sus hijos y les privan de autoridad. La política ha sido
reemplazada por los partidos, y los partidos por el politiqueo del tres al
cuarto. La tradición ha sido suplantada
por el adoctrinamiento existencialista. La desinformación trata de hacerse con
el control de los ciudadanos, hasta el punto de reescribirse la historia según
el que manda. El sexo ocupa el lugar del seso. La vida de un animal goza de
mayor protección que la del ser humano. La competitividad ante la vida moderna
se ha adueñado del tiempo de la reflexión y el hombre llega a sentirse como un
barco que ha perdido la brújula ante el proceloso mar de la existencia.
¡Y todo en aras
del progreso! Mas, conviene preguntarse:
¿Hacia dónde apunta ese progreso? La respuesta es a ninguna parte. Porque si el
hombre camina hacia ninguna parte― ¿dónde depositar la esperanza de un futuro
que traspase el instinto natural del ser humano que es el de vivirse, si tanto
el hombre como los humanismos no tienen la posibilidad de responderle? ¿Quién
responderá al grito de Michelet, amplificado por Unamuno, cuando en el momento
del fin grita aquello de “¡Mi “yo”! ¡Que me arrebatan mi “yo”! ― deberá
entender, desde ya, sin demorarse, que la vida ha de tener un sentido primero y
último, estando la respuesta en la disyuntiva que se debate entre la nada y la
trascendencia, y que la relativización es igualmente la opción por la nada que
le aparta del camino adecuado.
Si lo relativo es
la delgada hoja del filo de la navaja, caminar por ella conllevará a la
indecisión, a la apatía, a no tomar partido. Y el hombre―retomando la disputa
entre el de Aquino y el de Brabante― si se aleja de Dios, en realidad, lo que
hace es distanciarse de su misma finalidad. Vaciarse de sí. Un hombre sin
esperanza cuyo fin―él mismo así lo diseña― es la nada como última y definitiva
respuesta.
Si se quiere que
tanta predicción no llegue a realizarse habrá, desde ya, de abrirse al sentido
de la vida. La pregunta, lejos del relativismo, será, pues: ¿Cuál es el destino del ser humano? De la respuesta que cada cual
se dé dependerá cómo ha de construir el presente.
ÁNGEL MEDINA, Málaga, España
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
·
Blog
<autor: https://www.facebook.com/novelapoesiayensayo
No hay comentarios:
Publicar un comentario