Bienvenidos

sábado, 7 de octubre de 2023

PREDICCIONES LITERARIAS - Ángel Medina, Málaga, España

 


PREDICCIONES LITERARIAS                      

 

El Profeta es el puente que comunica el mundo de lo alto con el de abajo a través de admoniciones, para que, si es posible acogerlas se pueda rectificar a tiempo antes de que se produzcan.  Es un anunciador. También, a veces el narrador de ficciones puede recrear de alguna manera las consecuencias de un presente que indica que si no se rectifica podría el futuro resultar apocalíptico.

 Con una narrativa sencilla Robert H. Benson las recrea en su novela “Señor del mundo”. El retrato de la panorámica es tan esclarecedor como tenebroso, hasta el punto que el mal se disfraza del bien en su tarjeta de presentación. Ya lo dijo un diablillo cojuelo: el arte luciferino consiste en no hacerse notar, hasta el punto de pasar desapercibido. En el fondo, es como una célula cancerígena, que lenta y progresivamente va avanzando hasta conseguir su objetivo de muerte.

El personaje que encarna la figura del Anticristo es un político. Pero no vayan ustedes a pensar que presenta rasgos mefistofélicos ni grotescos al estilo de uno de tantos constructores de la violencia y el mal que han regado de sangre la historia para someter al hombre, no, sino más bien como un benefactor de la humanidad, de presencia dialogante y gran retórica, cuya máscara sonríe abiertamente, hasta el punto de captar la simpatía de todos y ser aclamado como libertador (algo parecido a algunos de nuestros políticos modernos).  Para ello, Felsenburgh―tal es el nombre del líder― concertará alianzas con los sectarios, cediendo poco a poco los derechos de la civilización dos veces milenarias. (Tal vez pensando en La Media Luna, que se considera heredera de las promesas hechas a Abraham, alegando que eran ellos los destinatarios, cuando se anunció que sus descendientes se multiplicarían como las estrellas del cielo, y sabiéndose más procreadores, con el paso de las generaciones la inmigración tendrá a sus hijos nacidos en Occidente convertidos en ciudadanos de pleno derecho. Entonces, podrán conformar las leyes a su cultura, religión y costumbres).  

Luego, ofrecerá el bienestar mundial mediante el control de las masas, “despachando” amablemente a todo aquel que no sea útil a la sociedad (algo que hoy se viene ya practicando eliminándose neonatos indefensos), y por último implantando la religión humanista, cuyo fin se perfila en el materialismo, sin otra frontera que hacerse eco del dicho popular “…para dos días que hay que vivir”

Así, poniendo como vigilante al lobo para el cuidado de las ovejas la sociedad acabará desdibujando su propia identidad, renunciando a sus valores éticos y religiosos. También, el benefactor podrá implantar su dictadura laica y materialista, y todos aquellos que se opongan al sostenimiento de sus planes serán eliminados de una manera “dulce”, como se corresponde con un humanismo “light”. (Aunque la eutanasia a la carta se está administrando ya, se apartan a los que se consideran oponentes o enemigos también matándoles el espíritu mediante el descrédito y la tortura moral)

Finalmente el humanismo que ha predicado, quedando reducido a su propia materialidad y no pudiendo responder al hambre de trascendencia del ser humano, acabará por sumir al hombre en la idea de no ser otra cosa que un simple animal que procede del mono, cuya vida no tiene más sentido que su propio ego― con frecuencia sostenido a costa de pisotear el de los otros― y, consecuentemente, sin otra perspectiva que la del aniquilamiento; en lugar de ascendente, la vida humana se irá animalizando hasta volver a encontrarse en el punto de salida de su chimpanificación.

Desde otro ángulo menos moralizante y lejano, pero ciertamente representativo―pues el mal se encarna igualmente en todo empeño, violento o sutil que tienda a apoderarse de los pueblos, sin ser capaz de ofrecerle una alternativa mejor ofrecida en libertad― podríamos hacer un ejercicio de futurismo desde la perspectiva que nos ofrece un escritor de la talla intelectual y humana como Giovanni Papini, del cual decía Borges que expresaba en sus escritos la melancolía autobiográfica de alguien inmerecidamente olvidado. Entre sus obras se destacan libros “pesados”, como “El Juicio Universal”, y también “ligeros”, desenfadados, pero siempre bien escritos, como son “Gog” y “El libro negro”, en los cuales pueden recogerse entrevistas con personajes del pasado que proyectan su visión futurista, tales profetas laicos. Proyecciones de la propia cosecha con la finalidad de advertir los riesgos del presente si no son tenidos en cuenta. Entre otros muchos, nos muestra la opinión de un destacado líder comunista en la hipotética entrevista que concede para el conocido como mundo libre.

El diálogo discurre aventurando el porvenir de la mundialización desde la perspectiva del comunismo. El supuesto periodista pregunta acerca del enfrentamiento entre el capitalismo y el marxismo, a lo cual obtiene como respuesta del bolchevique que no es necesaria la lucha violenta para el advenimiento de las ideas que representa. Las guerras no sirven para nada, si no es como negocio de destruir lo que después ha de reconstruirse y mantener la industria del armamento. Ahora conviene la ideología desde la trinchera. La economía de mercado tiene su troyano dentro de la sociedad. Occidente tiene su talón de Aquiles, que no es otra cosa que mirarse el ombligo de la prosperidad. Pero, esa prosperidad conlleva la desigualdad, pues los pocos acaparan los de los muchos. Y, además, el hedonismo acabará corroyendo la savia heredada de la tradición del cristianismo. Sólo es necesaria una cosa: esperar a que el huevo de la bicha   se desarrolle y rompa el cascarón. La barbarie que viene, tal le pasó factura a la antigua Roma.

Hay un tercer autor que viene a analizar, con tanta simpleza como profundidad la causa que es el detonante, y para ello podemos acudir a Chesterton y “El hombre eterno”. Para situar al lector trae a colación la disputa que mantuvieron en el siglo XIII santo Tomás de Aquino y Roger de Brabante, hasta el punto de que fue necesario llevarla a un tribunal para dirimirla. El doctor Angélico fue declarado como ganador, y, sin embargo, la posteridad vino a dar la razón a su oponente, pues, una cosa es la razón y otra la praxis social.

Siger decía que existen dos verdades: la del mundo natural y la del mundo sobrenatural. El doctor Angélico, por el contrario, afirmaba que el estudio de las verdades naturales ha de inspirarse en el del estudio de las ultraterrenas. Cuando el hombre se separa de la fuente que le dio la vida― algo que el existencialismo explica “divinamente” (quien quiera penetrar en detalles los encontrará en la fábula “Las moscas”, de Sartre― necesariamente acabará relativizándolo todo, incluido él mismo.

Y entonces surge la confusión. Todo se convierte en relativo. Y es que cuando el hombre quiere justificar su existencia por sí mismo y no repara en la necesidad de “afeitar su ego”, mientras más persista más se desorientará. Y como muestra de un botón―como se dice―, he aquí algunas puntualizaciones del desconcierto de esa relativización.

Los padres han sido suplantados por la tutoría de los gobernantes, que disponen de la educación de sus hijos y les privan de autoridad. La política ha sido reemplazada por los partidos, y los partidos por el politiqueo del tres al cuarto.   La tradición ha sido suplantada por el adoctrinamiento existencialista. La desinformación trata de hacerse con el control de los ciudadanos, hasta el punto de reescribirse la historia según el que manda. El sexo ocupa el lugar del seso. La vida de un animal goza de mayor protección que la del ser humano. La competitividad ante la vida moderna se ha adueñado del tiempo de la reflexión y el hombre llega a sentirse como un barco que ha perdido la brújula ante el proceloso mar de la existencia.

¡Y todo en aras del progreso! Mas, conviene preguntarse: ¿Hacia dónde apunta ese progreso? La respuesta es a ninguna parte. Porque si el hombre camina hacia ninguna parte― ¿dónde depositar la esperanza de un futuro que traspase el instinto natural del ser humano que es el de vivirse, si tanto el hombre como los humanismos no tienen la posibilidad de responderle? ¿Quién responderá al grito de Michelet, amplificado por Unamuno, cuando en el momento del fin grita aquello de “¡Mi “yo”! ¡Que me arrebatan mi “yo”! ― deberá entender, desde ya, sin demorarse, que la vida ha de tener un sentido primero y último, estando la respuesta en la disyuntiva que se debate entre la nada y la trascendencia, y que la relativización es igualmente la opción por la nada que le aparta del camino adecuado.

Si lo relativo es la delgada hoja del filo de la navaja, caminar por ella conllevará a la indecisión, a la apatía, a no tomar partido. Y el hombre―retomando la disputa entre el de Aquino y el de Brabante― si se aleja de Dios, en realidad, lo que hace es distanciarse de su misma finalidad. Vaciarse de sí. Un hombre sin esperanza cuyo fin―él mismo así lo diseña― es la nada como última y definitiva respuesta.

Si se quiere que tanta predicción no llegue a realizarse habrá, desde ya, de abrirse al sentido de la vida. La pregunta, lejos del relativismo, será, pues: ¿Cuál es el destino del ser humano? De la respuesta que cada cual se dé dependerá cómo ha de construir el presente.

ÁNGEL MEDINA, Málaga, España

MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA

·         Blog <autor:    https://www.facebook.com/novelapoesiayensayo


No hay comentarios:

Publicar un comentario