De librerías,
bibliotecas y poetas
El tiempo es ese
enemigo que mata huyendo.
Quevedo
Debemos recordar una crónica que ya no existe. Un
mundo que atesoró significación ideológica y cultural. De
adolescente y de joven he transitado librerías de viejo con fervor, con pasión
desmesurada. No era el único. Librería Palumbo, Hernández, Buenos Aires,
Ixtlán, Del Humanista, El Glyptodonte, Edipo, Verbum… También concurría al
Ateneo, Fernández Blanco, Pardo, Pigmaleón, ABC, Alberto
Casares, Jorge Álvarez, Norte, Clásica y Moderna…
Libreros como Francisco Gil, Alejandro López Medus,
Jorge Brandi, Carlos Hernández, Horacio Tarcus con quienes hice amistad.
Algunos de ellos me protegieron en tiempos de la dictadura:
Gil, Brandi, Hernández. En las librerías se presentaban autores,
conocidos y amigos. En algunas organicé recitales de poesía con
actrices y actores de renombre. Conocí e hice amistad con Lubrano
Zas, Eduardo Gudiño Kieffer, José Gobello, Ricardo E.
Molinari, León Benarós, José Raed, Alfredo Llanos…y tantos otros. Nombres que
se unían a literatos que iba detectando en la vida - en sus casas, centros
culturales o bares - como Raúl González Tuñón, David Viñas, Horacio Armani,
Luis Franco, Bernardo Jobson, Héctor Ciocchini, Luis Di Filippo, Diego Abad de
Santillán, Abelardo Castillo, Leónidas Barletta, Ángel
Battistessa, Guillermo Furlong, Juan L. Ortiz…
Descubría nombres, libros, publicaciones. Llegaban
a mis oídos Milcíades Peña, Mateo Fossi, Héctor Raurich, Carlos de la Púa,
Gleizer, Alberto Ghiraldo, Ideas y Figuras, Alba Literaria, Brazo y Cerebro,
Pasado y Presente, Cuadernos de Cultura, El grillo de papel, El escarabajo de
oro, entre tantas revelaciones.
Terminado el secundario comienzo a estudiar la
Carrera de Letras en la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta, fundada en
1874, uno de los establecimientos más prestigiosos del país. Allí lo clásico,
la literatura con mayúscula, los grandes movimientos sociales y culturales.
Desde los griegos y latinos, pasando por la Edad Media hasta el siglo XVIII. La
literatura alemana, inglesa, española, italiana, francesa. La pintura, la
escultura, la sabiduría, la música conformaban un universo único. Grandes
profesores, escritores y humanistas estudiaron en sus claustros. Un edificio
del neo-renacimiento italiano. Tuve profesores que amaban las letras y amaban
enseñar. Hombres de renombre nacional y, muchos de ellos, internacional; todos
de una generosidad ilimitada. Evoco a Rodolfo Modern, Julio Balderrama, Germán
Orduna, Lorenzo Mascialino, Juan Sibermahart, Ángel Mazzei, Ricardo
Ayabar, Lidia Siffredi, Reynaldo Carlos Ocerín. Y, por supuesto, la profesora
Catalina Lago - Historia del Arte – discípula de Julio E. Payró. Nos
vinculaban al universo de lo estético, de lo ético, al canon occidental.
Virgilio, Ovidio, Catulo, Dante, Petrarca, Cervantes, Shakespeare, Goethe,
Menéndez Pidal cobraban una dimensión inimaginable en nuestra vidas. Citar en
los pasillos a Esquilo, Eurípides, Leopardi, Góngora, Gutierre de Cetina, Santa
Teresa o Anacreonte era conversar con un familiar, con alguien que visitábamos
con frecuencia, que nos indicaba signos y mitologías.
En mi hogar estaba presente el cine, el
ballet, autores españoles del Siglo de Oro y de la Generación del 98. Sin duda
la Guerra Civil Española, el nazismo, el estalinismo, la demagogia peronista.
Mi familia gallega era habitué a los cafés, mi padre y mi hermano mayor sobre
todo. En mi adolescencia conocí otros bares, otra bohemia, otra manera de
mirar.
De niño escuchaba hablar a mis hermanos – era
el menor – y a mis padres de temas inimaginables. Algunos hitos:
Jimmy Durante, Condesa Pardo Bazán, Unamuno, Fred Astaire, Cole Porter, Eugene
O´Neill, Ernesto
Grillo, Arsenio Erico, Américo Castro, Rocky Marciano, Sarita Montiel, la crema
dental Pepsodent, Osvaldo Pugliese, La Prensa, Santiago de Compostela…
Desde estas vivencias frecuenté los bares Moderno,
Politeama, La Paz, Astral, Tortoni, Suárez entre otros, donde se discutía desde
la Guerra de Vietnam hasta los crímenes de Stalin, de Mao o de Franco. Luego,
ya mayor, junto a los poetas Rubén Derlis, Rafael Alberto Vázquez, José Antonio
Cedrón, Luis Alberto Quesada, Roberto Santoro, Oscar González, Rubén
Chiade, Lucas Moreno recorrí bares históricos.
Citábamos a Álvaro Yunque, Elías Castelnuevo,
Roberto Mariani, César Tiempo, Aníbal Ponce, Máximo Gorki, Bakunin,
Marx, Bernardo Koremblit, la Editorial Claridad y tantos nombres hoy
relegados.
Corrientes, Lavalle o Florida ya no me pertenecen.
Pocos lugares de la ciudad me pertenecen. Son burgos ajenos, desconocidos.
Empobrecidos y degradados como toda una sociedad. Si sabemos ver, si sabemos
observar lo advertimos. No todo tiempo pasado fue mejor, para volcarme a una
frase vulgar. Pero sin duda el aire ha cambiado de manera feroz. La sociedad se
desplazó lentamente a lo chabacano, a la ordinariez. En los últimos
años particularmente. La literatura, el arte, la belleza, siempre fue para unos
pocos.
El sentido de lo bello o de lo ético a lo largo de la historia fue así. Pero
tanto el hombre cultivado o instruido como el iletrado o inculto admiraban arquitecturas,
templos, museos, bibliotecas, escuelas. Ahora creo que el desconocimiento, la
imbecilidad, la ignorancia posee rasgos ilimitados. Para las nuevas
generaciones el mundo comienza cuando abren el celular, se comunican
con monosílabos. Y sonríen como opas. Leemos sobre “los cretinos
digitales”, la generación Z, los millennials, los emojis,
el cociente intelectual, la frivolidad. Ese es sólo un aspecto, hay tribus de
cuarenta o setenta años que dan pavor. Hay cabezas y cabezas, querido lector. Y
hay tarugos en todas las estanterías. Tener en cuenta.
Por supuesto siempre hubo islas y las seguirá
habiendo. Invoco la Biblioteca de la Federación Libertaria Argentina, la
Biblioteca Nacional de Maestros, la Biblioteca Carlos Sánchez Viamonte, la
Biblioteca Ricardo Güiraldes, la Biblioteca del diario La Prensa, la Biblioteca
Miguel Cané, la Biblioteca José Ingenieros. Pienso en Fahrenheit 451,
la novela distópica de Ray Bradbury. Mi intención en estas breves
líneas, caro lector, fue simplemente evocar lo perdido. Una suerte
de búsqueda del tiempo abandonado. Eso, nada más. Le ruego que me excuse.
Buenos Aires, noviembre de 2022
Carlos Penelas, poeta y escritor
argentino
MIEMBRO HONORÍFICO DE ASOLAPO ARGENTINA
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